Talamanca de Jarama es, sin duda alguna, la capital románica de nuestra comunidad autónoma. Aquí podemos encontrar dos espléndidos ábsides de los siglos XII y XIII, además de otros monumentos medievales, como su recinto amurallado y su célebre puente que, pese a tener un origen romano, fue profundamente transformado durante la Edad Media.
Tan rico es el patrimonio de este municipio que vamos a ir por partes a la hora de describirlo. Hoy le toca el turno al Ábside de los Milagros, conocido popularmente como El Morabito, lo único que queda de una antigua iglesia románico-mudéjar, erigida en pleno centro del pueblo, en lo que actualmente se corresponde con la Plaza de la Constitución.
En anteriores ocasiones hemos hablado del románico-mudéjar o románico de ladrillo, una corriente artística que nació en la provincia de León y que se propagó por Zamora, Salamanca, Valladolid, Ávila y Segovia, hasta alcanzar Guadalajara y la parte septentrional de la Comunidad de Madrid.
Realmente se trata de una degeneración del románico, cuya principal característica es el empleo del ladrillo en la fábrica, en lugar de la piedra. El uso de este material facilitó una sustancial reducción de los tiempos y costes de las obras, lo que explica la rápida expansión que tuvo este estilo en buena parte del Reino de Castilla y León.
A Talamanca el románico-mudéjar llegó a mediados del siglo XIII, cuando muy probablemente se decidió construir El Morabito. A esas alturas la población ya contaba con varios templos, entre ellos la Iglesia de San Juan Bautista, erigida un siglo antes siguiendo pautas puramente románicas y con una marcada influencia segoviana, y Santa María de la Almudena (igual que en Madrid), que fue la antigua mezquita.
En total, la ciudad llegó a contar con cinco iglesias en la Edad Media, de las cuales sólo han llegado hasta nosotros la ya citada de San Juan Bautista y la que ahora ocupa nuestra atención.
Y es que Talamanca de Jarama fue un núcleo de importancia, tanto en la época de la dominación musulmana, como una de las plazas fuertes más destacadas de la Marca Media madrileña, como después de la Reconquista cristiana, cuando quedó bajo el dominio del Arzobispado de Toledo. Llegó a ser cabeza de jurisdicción eclesiástica y civil de una amplia comarca.
Pero es que, con anterioridad al periodo medieval, ya hubo un asentamiento romano, como han puesto de manifiesto los vestigios hallados en diferentes puntos de la villa, entre ellos en el propio Ábside de los Milagros. La presencia de cascos de barro saguntinos en uno de sus esquinales hace pensar que, durante su construcción, fueron reciclados materiales procedentes de edificios romanos anteriores.
No olvidemos que Talamanca de Jarama es, junto a Villamanta y a la propia Madrid, una de las tres ciudades candidatas a ser la mítica Mantua Carpetana que aparece citada en el Itinerario de Antonino, del siglo III.
También se han encontrado numerosos restos visigóticos. Recientes excavaciones desarrolladas en el entorno de El Morabito han puesto al descubierto una necrópolis de aquella época, con sepulcros de ladrillo dispuestos alrededor de lo que parece ser la cabecera y la nave de una iglesia, a la que el Ábside de los Milagros terminó sustituyendo.
Descripción
El Ábside de los Milagros es uno de los monumentos románico-mudéjares más relevantes de la Comunidad de Madrid, por no decir el que más. Está formado por el ábside propiamente dicho, una estructura semicircular que se cubre con una bóveda de horno, y un tramo recto presbiterial, que conectaba con la desaparecida nave.
El exterior es la parte más interesante del conjunto. Las arcadas ciegas del ábside, distribuidas en tres bandas horizontales, nos informan de la habilidad decorativa de los alarifes medievales, con recursos muy efectistas en el manejo del ladrillo.
Los arcos están doblados y se suceden en número de diez en las franjas más extremas. La intermedia consta de uno menos, al tiempo que presenta una ordenación distinta, con los arcos descansando sobre la clave de los inferiores.
El dinamismo que genera esta distribución se rompe en el tramo recto. Las tres bandas de arcadas aparecen ahora perfectamente alineadas, cada una con dos arcos, que quedan enmarcados mediante molduras.
En lo que respecta al interior, se observan tres vanos, que se corresponden con los arcos segundo, quinto y octavo de la arquería intermedia del exterior del ábside. El central ha sido cegado y su lugar lo ocupa una hornacina renacentista.
El arco absidal está triplemente arquivoltado y es ligeramente apuntado. Uno de sus pilares descansa sobre un sillar que, muy probablemente, tiene un origen visigodo, dada su ornamentación floral con cuatro pétalos y botón central.
El presbiterio destaca por su imponente arco triunfal, igualmente apuntado, donde tenía su arranque la bóveda de cañón que cubría la nave. Presenta cuatro armaduras concéntricas de ladrillo.
El Ábside de los Milagros está construido con muros de mampostería de cantos rodados, revestidos interior y exteriormente con ladrillo. Los cimientos son de piedra.
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lunes, 28 de noviembre de 2011
El Ábside de los Milagros
Etiquetas:
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Iglesias y conventos,
Talamanca de Jarama
Ubicación:
Ábside de los Milagros
lunes, 21 de noviembre de 2011
La Iglesia de Santa Cristina
Visitamos la Iglesia de Santa Cristina, de estilo neomudéjar, situada en el Paseo de Extremadura. Fue proyectada en el año 1904 por Enrique Repullés y Vargas (1845-1922), autor de obras tan señaladas como la Bolsa de Comercio y el Monumento a las víctimas del atentado contra Alfonso XIII, que estuvo en la Calle Mayor.
Si hay un estilo arquitectónico típicamente madrileño, ése es, sin duda alguna, el neomudéjar. Se forjó con la construcción de la desaparecida Plaza de Toros de Goya (1874) y alcanzó una rápida expansión a finales del siglo XIX y principios del XX, gracias al crecimiento urbano que Madrid estaba experimentando en aquella época.
Esta corriente artística llegó a convertirse en una especie de seña de identidad para los nuevos barrios que estaban apareciendo, con numerosos edificios públicos y de viviendas hechos en ladrillo, "a la manera mudéjar".
En cambio, no se prodigó tanto dentro del ámbito religioso, al menos en sus fases iniciales, al verse desplazada por estilos que, como el neorrománico o el neogótico, eran considerados netamente cristianos, sin connotaciones musulmanas.
Pese a ello, aquel momento de cambio de siglo nos legó unas cuantas iglesias neomudéjares, de gran belleza, que podemos contar con los dedos de una mano. Después vendrían muchas más, pero ya cuando el estilo se encontraba plenamente afianzado y se habían logrado superar los prejuicios de índole religiosa.
La de San Matías, en Hortaleza, fue la primera en levantarse. Fue diseñada en 1877, también por Repullés, quien dejó establecido el arquetipo de un templo simétrico, con la torre dispuesta en el eje longitudinal, descansando sobre la puerta principal.
Este patrón sería después replicado en San Fermín de los Navarros (1886-1891), de Carlos Velasco y Eugenio Jiménez Correa, y en la propia Santa Cristina (1904-1906).
La Iglesia de la Paloma (1896-1911), de Carlos Álvarez Capra y Dimas Jiménez Izquierdo, es otra valiosa muestra de arquitectura religiosa neomudéjar, aunque, en este caso, con un modelo constructivo muy diferente.
Historia
La Parroquia de Santa Cristina ocupa el lugar donde antes estuvo la Ermita del Ángel de la Guarda, creada en 1606 por la cofradía de porteros y demolida en 1783.
De esta pequeña construcción no queda más que el topónimo de Puerta del Ángel, con el que era conocida una de las entradas históricas de la Real Casa de Campo y que en la actualidad se aplica a una estación de metro y a una zona urbana.
Como curiosidad, cabe comentar que aquí se veneraba la imagen de un ángel, que fue rescatada de la antigua Puerta de Guadalaxara, uno de los accesos de la muralla cristiana madrileña, tras incendiarse en 1582.
El entorno de Puerta del Ángel en 1860, donde después se levantaría la Iglesia de Santa Cristina.
En 1892 la reina regente María Cristina de Habsburgo (1858-1929), segunda esposa de Alfonso XII, levantó sobre el solar de la primitiva ermita un asilo de párvulos para la educación y alimentación de niños pobres.
En 1904 Enrique María Repullés y Vargas recibió el encargo de hacer una iglesia para esta institución, que quedó bajo la advocación de Santa Cristina, por ser la onomástica de su fundadora. Las obras concluyeron dos años más tarde.
La iglesia en construcción.
El 18 de abril de 1906 tuvo lugar la solemne inauguración del templo, con la asistencia de la reina María Cristina y diferentes miembros de la familia real. Días después, Repullés fue reconocido por la soberana con la Gran Cruz de Alfonso XII.
Desde 1907 el templo estuvo adscrito a la Parroquia de Santa María de la Almudena, que, en aquel entonces, estaba instalada en la iglesia del Convento del Sacramento, en la calle homónima, después de que su edificio original fuera derribado en 1868.
La Iglesia de Santa Cristina disfruta en la actualidad de rango parroquial propio, adquirido en el año 1941.
La zona de Puerta del Ángel en 1950, con la iglesia al fondo.
Con respecto al asilo -para el cual fue fundada la iglesia-, éste permaneció en su enclave original hasta el 14 de abril de 1916, cuando se mudó al número seis e la Calle de Antillón, al otro lado del actual Paseo de Extremadura.
Descripción
La contribución de Repullés a la aparición del neomudéjar suele ser minusvalorada, ante la relevancia de la obra de Emilio Rodríguez Ayuso y Lorenzo Álvarez Capra, quienes sentaron las bases de este estilo con el proyecto de la ya citada Plaza de Toros de Goya.
Para Repullés el neomudéjar no sólo fue una propuesta arquitectónica, sino también el resultado de la "tensión nacionalista" que mostró a lo largo de su carrera, en su búsqueda de un estilo nacional, que pudiera condensar la esencia española, tal y como argumenta el catedrático Adolfo González Amezqueta.
El propio arquitecto dejó clara la validez del neomudéjar, en la crítica arquitectónica que él mismo realizó de la Plaza de Toros de Goya, "toda vez que éste fue adoptado, de común acuerdo, como verdaderamente español para el teatro de una fiesta eminentemente nacional".
La Iglesia de Santa Cristina refleja esa preocupación nacionalista de su autor, con soluciones muy depuradas, como corresponde a su periodo de construcción, varias décadas después del surgimiento del neomudéjar.
Repullés no dudó en mezclar rasgos neomudéjares y neogóticos, no porque el primer estilo dejara de serle útil a esas alturas de su carrera, sino porque de la conjunción de ambos surgiría un lenguaje genuinamente español, más potente aún que empleando solamente el neomudéjar.
Nos encontramos así con un templo en origen neogótico, pero de acabado neomudéjar, con una notable influencia toledana. Presenta una nave basilical, con capillas a los lados y una cabecera de planta octogonal con cinco lados vistos, en cuyo centro se eleva un templete, a modo de baldaquino.
Como se ha dicho, la torre campanario se encuentra en la parte posterior, prolongando el eje longitudinal. Es de cuatro cuerpos y en su base se abre un pórtico de planta cuadrangular, que custodia la entrada principal.
La decoración externa es profusa, con una sucesión de tonos ocres y rojizos, procedentes de la combinación de varios tipos de ladrillo, y numerosos adornos geométricos y arquerías ciegas.
Los vanos están formados por arcos apuntados, claramente neogóticos, que se acompañan de arcos de herradura, igualmente apuntados, en los accesos y en las troneras del campanario.
El interior sorprende por la presencia de elementos tanto neomudéjares, como el hermoso artesonado de la bóveda, como neoárabes y, más en concreto, alhambristas.
El alhambrismo fue una corriente decimonónica que, aplicada a las artes decorativas, proponía la recreación idealizada de los patios y salones de la Alhambra de Granada.
Estos detalles alhambristas pueden verse en el altar mayor, en el citado baldaquino y en una de las capillas laterales. Algo realmente curioso, porque, como hemos dicho, en aquellos tiempos los estilos de inspiración arabizante no se consideraban apropiados para una iglesia cristiana.
Si hay un estilo arquitectónico típicamente madrileño, ése es, sin duda alguna, el neomudéjar. Se forjó con la construcción de la desaparecida Plaza de Toros de Goya (1874) y alcanzó una rápida expansión a finales del siglo XIX y principios del XX, gracias al crecimiento urbano que Madrid estaba experimentando en aquella época.
Esta corriente artística llegó a convertirse en una especie de seña de identidad para los nuevos barrios que estaban apareciendo, con numerosos edificios públicos y de viviendas hechos en ladrillo, "a la manera mudéjar".
En cambio, no se prodigó tanto dentro del ámbito religioso, al menos en sus fases iniciales, al verse desplazada por estilos que, como el neorrománico o el neogótico, eran considerados netamente cristianos, sin connotaciones musulmanas.
Pese a ello, aquel momento de cambio de siglo nos legó unas cuantas iglesias neomudéjares, de gran belleza, que podemos contar con los dedos de una mano. Después vendrían muchas más, pero ya cuando el estilo se encontraba plenamente afianzado y se habían logrado superar los prejuicios de índole religiosa.
La de San Matías, en Hortaleza, fue la primera en levantarse. Fue diseñada en 1877, también por Repullés, quien dejó establecido el arquetipo de un templo simétrico, con la torre dispuesta en el eje longitudinal, descansando sobre la puerta principal.
Este patrón sería después replicado en San Fermín de los Navarros (1886-1891), de Carlos Velasco y Eugenio Jiménez Correa, y en la propia Santa Cristina (1904-1906).
La Iglesia de la Paloma (1896-1911), de Carlos Álvarez Capra y Dimas Jiménez Izquierdo, es otra valiosa muestra de arquitectura religiosa neomudéjar, aunque, en este caso, con un modelo constructivo muy diferente.
Historia
La Parroquia de Santa Cristina ocupa el lugar donde antes estuvo la Ermita del Ángel de la Guarda, creada en 1606 por la cofradía de porteros y demolida en 1783.
De esta pequeña construcción no queda más que el topónimo de Puerta del Ángel, con el que era conocida una de las entradas históricas de la Real Casa de Campo y que en la actualidad se aplica a una estación de metro y a una zona urbana.
Como curiosidad, cabe comentar que aquí se veneraba la imagen de un ángel, que fue rescatada de la antigua Puerta de Guadalaxara, uno de los accesos de la muralla cristiana madrileña, tras incendiarse en 1582.
El entorno de Puerta del Ángel en 1860, donde después se levantaría la Iglesia de Santa Cristina.
En 1892 la reina regente María Cristina de Habsburgo (1858-1929), segunda esposa de Alfonso XII, levantó sobre el solar de la primitiva ermita un asilo de párvulos para la educación y alimentación de niños pobres.
En 1904 Enrique María Repullés y Vargas recibió el encargo de hacer una iglesia para esta institución, que quedó bajo la advocación de Santa Cristina, por ser la onomástica de su fundadora. Las obras concluyeron dos años más tarde.
La iglesia en construcción.
El 18 de abril de 1906 tuvo lugar la solemne inauguración del templo, con la asistencia de la reina María Cristina y diferentes miembros de la familia real. Días después, Repullés fue reconocido por la soberana con la Gran Cruz de Alfonso XII.
La Iglesia de Santa Cristina disfruta en la actualidad de rango parroquial propio, adquirido en el año 1941.
La zona de Puerta del Ángel en 1950, con la iglesia al fondo.
Con respecto al asilo -para el cual fue fundada la iglesia-, éste permaneció en su enclave original hasta el 14 de abril de 1916, cuando se mudó al número seis e la Calle de Antillón, al otro lado del actual Paseo de Extremadura.
Descripción
La contribución de Repullés a la aparición del neomudéjar suele ser minusvalorada, ante la relevancia de la obra de Emilio Rodríguez Ayuso y Lorenzo Álvarez Capra, quienes sentaron las bases de este estilo con el proyecto de la ya citada Plaza de Toros de Goya.
Para Repullés el neomudéjar no sólo fue una propuesta arquitectónica, sino también el resultado de la "tensión nacionalista" que mostró a lo largo de su carrera, en su búsqueda de un estilo nacional, que pudiera condensar la esencia española, tal y como argumenta el catedrático Adolfo González Amezqueta.
El propio arquitecto dejó clara la validez del neomudéjar, en la crítica arquitectónica que él mismo realizó de la Plaza de Toros de Goya, "toda vez que éste fue adoptado, de común acuerdo, como verdaderamente español para el teatro de una fiesta eminentemente nacional".
La Iglesia de Santa Cristina refleja esa preocupación nacionalista de su autor, con soluciones muy depuradas, como corresponde a su periodo de construcción, varias décadas después del surgimiento del neomudéjar.
Repullés no dudó en mezclar rasgos neomudéjares y neogóticos, no porque el primer estilo dejara de serle útil a esas alturas de su carrera, sino porque de la conjunción de ambos surgiría un lenguaje genuinamente español, más potente aún que empleando solamente el neomudéjar.
Nos encontramos así con un templo en origen neogótico, pero de acabado neomudéjar, con una notable influencia toledana. Presenta una nave basilical, con capillas a los lados y una cabecera de planta octogonal con cinco lados vistos, en cuyo centro se eleva un templete, a modo de baldaquino.
Como se ha dicho, la torre campanario se encuentra en la parte posterior, prolongando el eje longitudinal. Es de cuatro cuerpos y en su base se abre un pórtico de planta cuadrangular, que custodia la entrada principal.
La decoración externa es profusa, con una sucesión de tonos ocres y rojizos, procedentes de la combinación de varios tipos de ladrillo, y numerosos adornos geométricos y arquerías ciegas.
Los vanos están formados por arcos apuntados, claramente neogóticos, que se acompañan de arcos de herradura, igualmente apuntados, en los accesos y en las troneras del campanario.
El interior sorprende por la presencia de elementos tanto neomudéjares, como el hermoso artesonado de la bóveda, como neoárabes y, más en concreto, alhambristas.
El alhambrismo fue una corriente decimonónica que, aplicada a las artes decorativas, proponía la recreación idealizada de los patios y salones de la Alhambra de Granada.
Estos detalles alhambristas pueden verse en el altar mayor, en el citado baldaquino y en una de las capillas laterales. Algo realmente curioso, porque, como hemos dicho, en aquellos tiempos los estilos de inspiración arabizante no se consideraban apropiados para una iglesia cristiana.
lunes, 14 de noviembre de 2011
El Cementerio de San Isidro
Visitamos el Cementerio de San Isidro, nombre abreviado con el que todo el mundo conoce al Cementerio de la Pontificia y Real Archicofradía Sacramental de San Pedro, San Andrés, San Isidro y la Purísima Concepción, que este año celebra su bicentenario.
Los primeros cementerios madrileños, entendidos en su concepto moderno, aparecieron durante el reinado de José I Bonaparte (r. 1808-1813), aunque, ya en tiempos de Carlos III, se promulgaron leyes para favorecer la creación de este tipo de instalaciones fuera del casco urbano.
Hasta entonces, los enterramientos se hacían en las iglesias, bien en su interior, bien en pequeños camposantos en los aledaños del templo, sin ninguna garantía de salubridad.
En 1809 fue inaugurado el Cementerio General del Norte, conocido popularmente como Puerta de Fuencarral, y un año más tarde abrió sus puertas el del Sur.
Poco después, llegarían los cementerios eclesiásticos, impulsados por las archicofradías y sacramentales de la ciudad, con la intención de dar sepultura a sus afiliados.
El primero de estas características que se levantó en Madrid es el que ocupa nuestra atención. Surgió inicialmente como Cementerio de San Pedro y San Andrés, al estar vinculado a las cofradías de las parroquias de San Pedro el Real y San Andrés Apóstol, que se fusionaron en 1587.
Su construcción fue aprobada por Real Orden de 9 de marzo de 1811 y, en el mes de julio, tuvo lugar su primer enterramiento. En septiembre de 1814, el rey Fernando VII confirmó la posesión de los terrenos colindantes.
El primitivo recinto ha sido objeto de sucesivas ampliaciones a lo largo del tiempo, hasta conformar una superficie total de 120.000 metros cuadrados, donde reposan alrededor de 50.000 difuntos.
Una de las más relevantes fue la realizada en 1842 por la cofradía de San Isidro Labrador, cuyo nombre es el que finalmente se ha impuesto en la denominación de todo el cementerio.
Descripción
Hasta entonces, los enterramientos se hacían en las iglesias, bien en su interior, bien en pequeños camposantos en los aledaños del templo, sin ninguna garantía de salubridad.
En 1809 fue inaugurado el Cementerio General del Norte, conocido popularmente como Puerta de Fuencarral, y un año más tarde abrió sus puertas el del Sur.
Poco después, llegarían los cementerios eclesiásticos, impulsados por las archicofradías y sacramentales de la ciudad, con la intención de dar sepultura a sus afiliados.
El primero de estas características que se levantó en Madrid es el que ocupa nuestra atención. Surgió inicialmente como Cementerio de San Pedro y San Andrés, al estar vinculado a las cofradías de las parroquias de San Pedro el Real y San Andrés Apóstol, que se fusionaron en 1587.
Su construcción fue aprobada por Real Orden de 9 de marzo de 1811 y, en el mes de julio, tuvo lugar su primer enterramiento. En septiembre de 1814, el rey Fernando VII confirmó la posesión de los terrenos colindantes.
El primitivo recinto ha sido objeto de sucesivas ampliaciones a lo largo del tiempo, hasta conformar una superficie total de 120.000 metros cuadrados, donde reposan alrededor de 50.000 difuntos.
Una de las más relevantes fue la realizada en 1842 por la cofradía de San Isidro Labrador, cuyo nombre es el que finalmente se ha impuesto en la denominación de todo el cementerio.
Descripción
El Cementerio de San Isidro se extiende a espaldas de la ermita homónima, sobre las laderas de un montículo, que, en su momento, fue conocido como Cerro de las Ánimas. Desde esta colina se contemplan unas preciosas panorámicas de la llamada Cornisa de Madrid.
Las instalaciones se dividen en nueve grandes patios. Los más antiguos -y también los más interesantes desde un punto de vista artístico- son los de San Pedro, de San Andrés, de San Isidro y de la Purísima Concepción.
Los tres primeros presentan un trazado claustral, con sepulturas de nichos y bajo losas, sin grandes pretensiones, siguiendo la concepción igualitaria que estuvo vigente en los enterramientos en la primera mitad del siglo XIX.
El cuarto está planteado como un espacio abierto y es, sin duda, el más monumental, con notables muestras arquitectónicas, escultóricas y decorativas, representativas del historicismo y del modernismo.
Especial atención merece el Panteón Guirao, de estilo modernista, una obra maestra del arte funerario español, realizada en 1909 por el escultor Agustín Querol (1869-1909), quien contó con la colaboración del arquitecto Ignacio de Aldama.
Agustín Querol es sólo uno más de una larga lista de artistas que intervinieron en la realización de los 280 hitos monumentales, de carácter histórico, que guarda el cementerio.
De ellos, una treintena son estructuras de dimensiones considerables, de gran calidad arquitectónica, con alturas que, en algunos casos, llegan a los 25 metros.
Por citar solamente algunos nombres, cabe destacar a los arquitectos Ricardo Velázquez Bosco, Enrique María Repullés, Secundino Zuazo y Antonio Palacios Ramilo, y a los escultores Mariano Benlliure, Ricardo Bellver y Giulio Monteverdi. Casi nada.
El Patio de San Pedro se terminó en 1811, a partir de un diseño del arquitecto José Llorente, consistente en unas galerías porticadas con andanas de nichos, a semejanza de los patios castellanos. La mala calidad de los materiales empleados en la fábrica hizo necesaria su restauración en el año 1917.
En 1829 comenzó la construcción del Patio de San Andrés, que nuevamente fue encargado a Llorente. No se introdujeron grandes variaciones con respecto a el proyecto inicial, con lo que se consiguió un conjunto armónico y homogéneo.
La tercera ampliación, la de San Isidro, llegó en 1842. Se debió a José Alejandro Álvarez, quien se apartó de las líneas castizas de Llorente, con un estilo puramente neoclásico, de gran potencia en los volúmenes y marcada horizontalidad.
El proyecto del Patio de la Purísima Concepción fue redactado en 1850 por Francisco Enríquez Ferrer y aprobado dos años más tarde por la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.
Influido por el espíritu romántico de algunos cementerios europeos, ideó un grandioso parque fúnebre, que, sin embargo, recibió la oposición frontal de la archicofradía propietaria del recinto.
En 1855 fue relegado por José Núñez Cortés, quien modificó radicalmente el trazado previsto, aunque respetó la planta en forma de anfiteatro de su predecesor, sin el planteamiento claustral que tienen los tres patios anteriores.
Los trabajos de esta cuarta ampliación no pudieron concluirse hasta 1890, por problemas económicos.
Entre las personalidades enterradas, se encuentran Diego de León, Leandro Fernández de Moratín, Ramón de Mesonero Romanos y Antonio Maura, entre otros muchos. Sin olvidar que aquí estuvieron los restos de Francisco de Goya desde 1886 hasta 1919, cuando fueron trasladados a la Ermita de San Antonio de la Florida.
Sin duda, otro aliciente más de un espacio que, pese a haber sido declarado Bien de Interés Cultural en la categoría de Conjunto Histórico, es un completo desconocido para la mayoría de los madrileños.
Es una lástima que su estado de conservación deje mucho que desear, especialmente en referencia a los tres primeros patios construidos.
Las instalaciones se dividen en nueve grandes patios. Los más antiguos -y también los más interesantes desde un punto de vista artístico- son los de San Pedro, de San Andrés, de San Isidro y de la Purísima Concepción.
Los tres primeros presentan un trazado claustral, con sepulturas de nichos y bajo losas, sin grandes pretensiones, siguiendo la concepción igualitaria que estuvo vigente en los enterramientos en la primera mitad del siglo XIX.
El cuarto está planteado como un espacio abierto y es, sin duda, el más monumental, con notables muestras arquitectónicas, escultóricas y decorativas, representativas del historicismo y del modernismo.
Especial atención merece el Panteón Guirao, de estilo modernista, una obra maestra del arte funerario español, realizada en 1909 por el escultor Agustín Querol (1869-1909), quien contó con la colaboración del arquitecto Ignacio de Aldama.
Agustín Querol es sólo uno más de una larga lista de artistas que intervinieron en la realización de los 280 hitos monumentales, de carácter histórico, que guarda el cementerio.
De ellos, una treintena son estructuras de dimensiones considerables, de gran calidad arquitectónica, con alturas que, en algunos casos, llegan a los 25 metros.
Por citar solamente algunos nombres, cabe destacar a los arquitectos Ricardo Velázquez Bosco, Enrique María Repullés, Secundino Zuazo y Antonio Palacios Ramilo, y a los escultores Mariano Benlliure, Ricardo Bellver y Giulio Monteverdi. Casi nada.
El Patio de San Pedro se terminó en 1811, a partir de un diseño del arquitecto José Llorente, consistente en unas galerías porticadas con andanas de nichos, a semejanza de los patios castellanos. La mala calidad de los materiales empleados en la fábrica hizo necesaria su restauración en el año 1917.
En 1829 comenzó la construcción del Patio de San Andrés, que nuevamente fue encargado a Llorente. No se introdujeron grandes variaciones con respecto a el proyecto inicial, con lo que se consiguió un conjunto armónico y homogéneo.
La tercera ampliación, la de San Isidro, llegó en 1842. Se debió a José Alejandro Álvarez, quien se apartó de las líneas castizas de Llorente, con un estilo puramente neoclásico, de gran potencia en los volúmenes y marcada horizontalidad.
El proyecto del Patio de la Purísima Concepción fue redactado en 1850 por Francisco Enríquez Ferrer y aprobado dos años más tarde por la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.
Influido por el espíritu romántico de algunos cementerios europeos, ideó un grandioso parque fúnebre, que, sin embargo, recibió la oposición frontal de la archicofradía propietaria del recinto.
En 1855 fue relegado por José Núñez Cortés, quien modificó radicalmente el trazado previsto, aunque respetó la planta en forma de anfiteatro de su predecesor, sin el planteamiento claustral que tienen los tres patios anteriores.
Los trabajos de esta cuarta ampliación no pudieron concluirse hasta 1890, por problemas económicos.
Entre las personalidades enterradas, se encuentran Diego de León, Leandro Fernández de Moratín, Ramón de Mesonero Romanos y Antonio Maura, entre otros muchos. Sin olvidar que aquí estuvieron los restos de Francisco de Goya desde 1886 hasta 1919, cuando fueron trasladados a la Ermita de San Antonio de la Florida.
Sin duda, otro aliciente más de un espacio que, pese a haber sido declarado Bien de Interés Cultural en la categoría de Conjunto Histórico, es un completo desconocido para la mayoría de los madrileños.
Es una lástima que su estado de conservación deje mucho que desear, especialmente en referencia a los tres primeros patios construidos.
jueves, 10 de noviembre de 2011
Los colores del otoño
La sierra madrileña se ha vestido con los colores del otoño. Las elevadas temperaturas de septiembre y octubre han demorado su entrada, pero ya están aquí los ocres, pardos, naranjas y amarillos que definen la estación.
Las alamedas, choperas, robledales y fresnedas son todo un espectáculo, que, además, nos sale gratis a los madrileños. En la propia capital hay numerosos lugares donde contemplarlo, y si ya te acercas a la sierra, la función del otoño se representa en sesión continua, con niveles de excelencia.
Los colores de otoño que hemos plasmado en estas fotografías nos los ha prestado el amable pueblo de Talamanca de Jarama. Las arboledas que se extienden alrededor del Puente Romano, del que prometemos hablar más adelante, lucen como nunca, y no queríamos perdérnoslo.
Las alamedas, choperas, robledales y fresnedas son todo un espectáculo, que, además, nos sale gratis a los madrileños. En la propia capital hay numerosos lugares donde contemplarlo, y si ya te acercas a la sierra, la función del otoño se representa en sesión continua, con niveles de excelencia.
Los colores de otoño que hemos plasmado en estas fotografías nos los ha prestado el amable pueblo de Talamanca de Jarama. Las arboledas que se extienden alrededor del Puente Romano, del que prometemos hablar más adelante, lucen como nunca, y no queríamos perdérnoslo.
Ubicación:
Puente romano de Talamanca de Jarama
lunes, 7 de noviembre de 2011
La cámara subterránea de la Cuesta de la Vega
Nos dirigimos a la confluencia de la Calle Mayor con la Cuesta de la Vega, a los aledaños de la Cripta de la Catedral de la Almudena, en busca de uno de los mayores misterios arquitectónicos que esconde el subsuelo de la ciudad.
A los pies de la fachada meridional del Museo de Colecciones Reales, donde antes había un muro de ladrillo con una hornacina dedicada a la Virgen, se encuentra una cámara subterránea, muy poco conocida por los madrileños, que, por motivos de seguridad del Palacio Real, está sellada.
Este desconocimiento no sólo se explica por la inaccesibilidad del recinto, sino también por la escasa divulgación que han tenido las prospecciones y estudios realizados, tal vez porque ninguno de ellos ha arrojado datos verdaderamente concluyentes, aunque siempre se ha apuntado un posible origen medieval.
La Puerta de la Vega en el plano de Pedro Teixeira, de 1656.
En relación con la desaparecida muralla musulmana, la cámara estaba situada extramuros, casi pegada a una de las torres que protegían la Puerta de la Vega, precisamente en el punto donde la tradición sitúa la aparición de la Almudena.
Esta sorprendente localización ha hecho mucho que pensar a investigadores, arqueólogos y aficionados, toda vez que aparecen vinculaciones muy directas con la la leyenda de la Virgen de la Almudena.
¿Y si ésta tuviese algún fundamento histórico? ¿Sería éste el lugar donde la talla permaneció desde el año 712, cuando presuntamente fue escondida, hasta 1085, cuando el rey Alfonso VI la encontró milagrosamente?
Aceptar este planteamiento supondría dar un vuelco a la historia de Madrid, pues cabría entender que la villa no fue fundada por los musulmanes en el siglo IX, como se mantiene oficialmente, sino que existía una población anterior, de origen visigodo, que tomó la decisión de ocultar la imagen, ante la amenaza de la invasión árabe.
Dibujo de la Cuesta de la Vega, en 'El Museo Universal' (1867).
¿Una construcción militar?
Como se ha dicho, la estancia ha sido objeto de diferentes evaluaciones, llevadas a cabo en las últimas décadas del siglo XX tanto por técnicos municipales como por arqueólogos de la Comunidad de Madrid, con resultados tan diversos como sugerentes.
En ellas han intervenido personalidades tan relevantes como Manuel Montero Vallejo, que emitió el informe correspondiente a la investigación de 1987.
Lejos de cualquier consideración religiosa, el insigne profesor señaló que podía tratarse de la cántara que alojaba al cuerpo de guardia, encargado de vigilar los accesos por la Puerta de la Vega. Tendría, por tanto, un origen medieval, aunque, según esta interpretación, bastante posterior al periodo musulmán.
Con independencia de esta posible función militar en el medievo, lo que sí parece cierto es que la cámara fue utilizada militarmente en el siglo XX, en concreto, durante la Guerra Civil, cuando sirvió de refugio.
La entrada al mismo puede verse al fondo de la imagen inferior, junto a una pequeña garita. En primer plano, pueden apreciarse los asentamientos de las piezas de artillería allí instaladas durante la contienda.
La Cuesta de la Vega en 1939.
En la siguiente fotografía se ve con mayor detalle el pozo de acceso al refugio de la Cuesta de la Vega, que, como se acaba de comentar, podría corresponderse con la cámara que ocupa nuestra atención.
¿Un templo visigodo?
Mucho más impactantes fueron los trabajos llevados a cabo en 1992, que se efectuaron bajo la supervisión de la Dirección General de Patrimonio Histórico de la Comunidad de Madrid.
En ellos se concluyó que la estructura podría haber sido levantada entre los siglos VII y X, a juzgar por los patrones constructivos utilizados. Se insinuaba así un posible origen visigodo.
La cámara presenta elementos arquitectónicos de relevancia, construidos con una clara intención artística, lo que lleva a considerar que desarrolló una función importante, tal vez vinculada al culto religioso.
Su descripción la encontramos en la revista Amigos del Foro del año 2005, en un artículo firmado por Julio Real. "Orientada en sentido longitudinal oeste-este, es una construcción de nueve metros de longitud por cinco metros de anchura y tres metros de altura".
La Cuesta de la Vega en el año 1875.
"Se encuentra dividida en dos naves por dos pilares de piedra granítica. Estas naves se hallan cubiertas de bóvedas vaídas recubiertas de ladrillos perfectamente dispuestos y que buscan ocasionales y sencillos efectos decorativos, como su organización en varios arcos ciegos en las paredes laterales".
"Asimismo, en dichas paredes se repite el elemento arquitectónico de los pilares de granito, embutidos en las paredes y rematados por capiteles de ladrillo que apean los arranques de las bóvedas de las naves respectivas. El solado, integrado por un pavimento de losas de sílex, no es coetáneo del resto de las estructuras del edificio y puede responder a una reforrna posterior".
"Presenta dos puertas de acceso originales. La que parece ser principal, está constituida por un arco rebajado, estando orientada al norte, hacia el interior de la Villa y del antiguo Alcázar; la otra se abre hacia la Cuesta de la Vega, acceso de salida de la población hacia la vega del río Manzanares".
¿Mudéjar, mozárabe?
En el magnífico libro Madrid musulmán, judío y cristiano. Las murallas medievales de Madrid, de Isabel Gea Ortigas y José Manuel Castellanos Oñate, descubrimos un sencillo croquis de la estancia, que dibujó hacia 1985 María Teresa Ruiz Alcón, por entonces Conservadora de Bienes Muebles e Inmuebles de Patrimonio Nacional.
Según se reproduce en el libro que acabamos de citar, María Teresa Ruiz Alcón considera que la cámara "no guarda ninguna relación con los subterráneos del Palacio Real ni, por supuesto, del antiguo Alcázar y parece independiente de cualquiera otra edificación que hoy no exista".
A los pies de la fachada meridional del Museo de Colecciones Reales, donde antes había un muro de ladrillo con una hornacina dedicada a la Virgen, se encuentra una cámara subterránea, muy poco conocida por los madrileños, que, por motivos de seguridad del Palacio Real, está sellada.
Este desconocimiento no sólo se explica por la inaccesibilidad del recinto, sino también por la escasa divulgación que han tenido las prospecciones y estudios realizados, tal vez porque ninguno de ellos ha arrojado datos verdaderamente concluyentes, aunque siempre se ha apuntado un posible origen medieval.
La Puerta de la Vega en el plano de Pedro Teixeira, de 1656.
En relación con la desaparecida muralla musulmana, la cámara estaba situada extramuros, casi pegada a una de las torres que protegían la Puerta de la Vega, precisamente en el punto donde la tradición sitúa la aparición de la Almudena.
Esta sorprendente localización ha hecho mucho que pensar a investigadores, arqueólogos y aficionados, toda vez que aparecen vinculaciones muy directas con la la leyenda de la Virgen de la Almudena.
¿Y si ésta tuviese algún fundamento histórico? ¿Sería éste el lugar donde la talla permaneció desde el año 712, cuando presuntamente fue escondida, hasta 1085, cuando el rey Alfonso VI la encontró milagrosamente?
Aceptar este planteamiento supondría dar un vuelco a la historia de Madrid, pues cabría entender que la villa no fue fundada por los musulmanes en el siglo IX, como se mantiene oficialmente, sino que existía una población anterior, de origen visigodo, que tomó la decisión de ocultar la imagen, ante la amenaza de la invasión árabe.
Dibujo de la Cuesta de la Vega, en 'El Museo Universal' (1867).
¿Una construcción militar?
Como se ha dicho, la estancia ha sido objeto de diferentes evaluaciones, llevadas a cabo en las últimas décadas del siglo XX tanto por técnicos municipales como por arqueólogos de la Comunidad de Madrid, con resultados tan diversos como sugerentes.
En ellas han intervenido personalidades tan relevantes como Manuel Montero Vallejo, que emitió el informe correspondiente a la investigación de 1987.
Lejos de cualquier consideración religiosa, el insigne profesor señaló que podía tratarse de la cántara que alojaba al cuerpo de guardia, encargado de vigilar los accesos por la Puerta de la Vega. Tendría, por tanto, un origen medieval, aunque, según esta interpretación, bastante posterior al periodo musulmán.
Con independencia de esta posible función militar en el medievo, lo que sí parece cierto es que la cámara fue utilizada militarmente en el siglo XX, en concreto, durante la Guerra Civil, cuando sirvió de refugio.
La entrada al mismo puede verse al fondo de la imagen inferior, junto a una pequeña garita. En primer plano, pueden apreciarse los asentamientos de las piezas de artillería allí instaladas durante la contienda.
La Cuesta de la Vega en 1939.
En la siguiente fotografía se ve con mayor detalle el pozo de acceso al refugio de la Cuesta de la Vega, que, como se acaba de comentar, podría corresponderse con la cámara que ocupa nuestra atención.
¿Un templo visigodo?
Mucho más impactantes fueron los trabajos llevados a cabo en 1992, que se efectuaron bajo la supervisión de la Dirección General de Patrimonio Histórico de la Comunidad de Madrid.
En ellos se concluyó que la estructura podría haber sido levantada entre los siglos VII y X, a juzgar por los patrones constructivos utilizados. Se insinuaba así un posible origen visigodo.
La cámara presenta elementos arquitectónicos de relevancia, construidos con una clara intención artística, lo que lleva a considerar que desarrolló una función importante, tal vez vinculada al culto religioso.
Su descripción la encontramos en la revista Amigos del Foro del año 2005, en un artículo firmado por Julio Real. "Orientada en sentido longitudinal oeste-este, es una construcción de nueve metros de longitud por cinco metros de anchura y tres metros de altura".
La Cuesta de la Vega en el año 1875.
"Se encuentra dividida en dos naves por dos pilares de piedra granítica. Estas naves se hallan cubiertas de bóvedas vaídas recubiertas de ladrillos perfectamente dispuestos y que buscan ocasionales y sencillos efectos decorativos, como su organización en varios arcos ciegos en las paredes laterales".
"Asimismo, en dichas paredes se repite el elemento arquitectónico de los pilares de granito, embutidos en las paredes y rematados por capiteles de ladrillo que apean los arranques de las bóvedas de las naves respectivas. El solado, integrado por un pavimento de losas de sílex, no es coetáneo del resto de las estructuras del edificio y puede responder a una reforrna posterior".
"Presenta dos puertas de acceso originales. La que parece ser principal, está constituida por un arco rebajado, estando orientada al norte, hacia el interior de la Villa y del antiguo Alcázar; la otra se abre hacia la Cuesta de la Vega, acceso de salida de la población hacia la vega del río Manzanares".
¿Mudéjar, mozárabe?
En el magnífico libro Madrid musulmán, judío y cristiano. Las murallas medievales de Madrid, de Isabel Gea Ortigas y José Manuel Castellanos Oñate, descubrimos un sencillo croquis de la estancia, que dibujó hacia 1985 María Teresa Ruiz Alcón, por entonces Conservadora de Bienes Muebles e Inmuebles de Patrimonio Nacional.
Según se reproduce en el libro que acabamos de citar, María Teresa Ruiz Alcón considera que la cámara "no guarda ninguna relación con los subterráneos del Palacio Real ni, por supuesto, del antiguo Alcázar y parece independiente de cualquiera otra edificación que hoy no exista".
Para ella, se trataría de una construcción mozárabe o mudéjar, de los siglos XI o XII, que fue erigida de manera exenta, al menos en uno de sus lados, y cubierta con tierra más tarde. También observó huellas de reformas posteriores, tal vez de los siglos XVII o XVIII.
¿La primera Iglesia de la Almudena?
Una de las posibilidades barajadas es que podemos estar ante los restos del primer templo que tuvo, no ya la Virgen de la Almudena, sino la que pudo ser su predecesora, la de la Vega. Y que, con el paso del tiempo, terminó engullido bajo la tierra, sobre todo después de que, en 1905, fuera levantado el muro de contención de la catedral.
El ya señalado libro Madrid musulmán, judío y cristiano. Las murallas medievales de Madrid se hace eco de las valoraciones de Nicolás Sanz, archivero de la Cripta de la Catedral de la Almudena, ya fallecido, quien estaba seguro de que ésta fue la primera ubicación de la Iglesia de Santa María, donde se ocultó la imagen de la Virgen en el año 712.
Sanz pensaba que la iglesia tuvo "que ser abandonada, porque levantada como estaba casi a la mitad de la torrentera que baja de Bailén a la Vega, el agua inundaría un piso y otro, por lo que tuvieron necesidad de buscar otro emplazamiento, bien fuera del solar de la antigua mezquita, bien fuera donde fuera".
Octubre de 2011. La cámara se encuentra bajo esta acera, actualmente cercada por las obras del Museo de Colecciones Reales.
La solución, a punto
El misterio de este recinto está a punto de despejarse. Lamentablemente, los que nos habíamos hecho ilusiones con un origen alto o bajomedieval tenemos que aterrizar y poner los pies en el suelo, pues, al parecer, estamos ante una obra decimonónica.
Y para solucionar el enigma, volvemos a acudir a la gran investigadora Isabel Gea, que, hace apenas unos meses, en el Foro del Viejo Madrid, nos ofrecía los últimos datos, quizá ya los definitivos, tras mantener una conversación con el arqueólogo Salvador Quero, conservador del Museo de los Orígenes.
Quero "encontró accidentalmente -porque estaba archivado en un lugar equivocado- un legajo en el cual se explicaba un proyecto de construcción de una columna muy alta coronada con la imagen de la Virgen de la Almudena. Este proyecto se comenzó a construir en el siglo XIX y la cámara subterránea era el basamento de la columna".
Quedamos a la espera de datos más precisos sobre este proyecto extraviado, recién descubierto, que ha puesto freno, de manera tan repentina y brusca, a nuestra divagante imaginación.
Bibliografía y agradecimientos
Madrid musulmán, judío y cristiano. Las murallas medievales de Madrid, de Isabel Gea Ortigas y José Manuel Castellanos Oñate. Ediciones La Librería, Madrid, 2008.
¿Templo visigodo en la Cuesta de la Vega?, de Julio Real. Revista Amigos del Foro, Asociación Amigos del Foro Cultural, Madrid, 2005.
Agradecimientos especiales a Julio Real, a Isabel Gea, a 34BM (que nos ha hecho llegar la fotografía de 1939, a su vez colgada por Pepcor, y otras imágenes históricas, procedentes de www.gefrema.org), al Foro del Viejo Madrid y a Urbanity.
¿La primera Iglesia de la Almudena?
Una de las posibilidades barajadas es que podemos estar ante los restos del primer templo que tuvo, no ya la Virgen de la Almudena, sino la que pudo ser su predecesora, la de la Vega. Y que, con el paso del tiempo, terminó engullido bajo la tierra, sobre todo después de que, en 1905, fuera levantado el muro de contención de la catedral.
El ya señalado libro Madrid musulmán, judío y cristiano. Las murallas medievales de Madrid se hace eco de las valoraciones de Nicolás Sanz, archivero de la Cripta de la Catedral de la Almudena, ya fallecido, quien estaba seguro de que ésta fue la primera ubicación de la Iglesia de Santa María, donde se ocultó la imagen de la Virgen en el año 712.
Sanz pensaba que la iglesia tuvo "que ser abandonada, porque levantada como estaba casi a la mitad de la torrentera que baja de Bailén a la Vega, el agua inundaría un piso y otro, por lo que tuvieron necesidad de buscar otro emplazamiento, bien fuera del solar de la antigua mezquita, bien fuera donde fuera".
Octubre de 2011. La cámara se encuentra bajo esta acera, actualmente cercada por las obras del Museo de Colecciones Reales.
La solución, a punto
El misterio de este recinto está a punto de despejarse. Lamentablemente, los que nos habíamos hecho ilusiones con un origen alto o bajomedieval tenemos que aterrizar y poner los pies en el suelo, pues, al parecer, estamos ante una obra decimonónica.
Y para solucionar el enigma, volvemos a acudir a la gran investigadora Isabel Gea, que, hace apenas unos meses, en el Foro del Viejo Madrid, nos ofrecía los últimos datos, quizá ya los definitivos, tras mantener una conversación con el arqueólogo Salvador Quero, conservador del Museo de los Orígenes.
Quero "encontró accidentalmente -porque estaba archivado en un lugar equivocado- un legajo en el cual se explicaba un proyecto de construcción de una columna muy alta coronada con la imagen de la Virgen de la Almudena. Este proyecto se comenzó a construir en el siglo XIX y la cámara subterránea era el basamento de la columna".
Quedamos a la espera de datos más precisos sobre este proyecto extraviado, recién descubierto, que ha puesto freno, de manera tan repentina y brusca, a nuestra divagante imaginación.
Bibliografía y agradecimientos
Madrid musulmán, judío y cristiano. Las murallas medievales de Madrid, de Isabel Gea Ortigas y José Manuel Castellanos Oñate. Ediciones La Librería, Madrid, 2008.
¿Templo visigodo en la Cuesta de la Vega?, de Julio Real. Revista Amigos del Foro, Asociación Amigos del Foro Cultural, Madrid, 2005.
Agradecimientos especiales a Julio Real, a Isabel Gea, a 34BM (que nos ha hecho llegar la fotografía de 1939, a su vez colgada por Pepcor, y otras imágenes históricas, procedentes de www.gefrema.org), al Foro del Viejo Madrid y a Urbanity.
Ubicación:
Cámara subterránea de la Cuesta de la Vega
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