Se encuentra en lo que antiguamente fue la villa de la Alameda de Osuna, hoy convertida en uno de los cinco barrios del distrito de Barajas. Está en lo alto de un suave promontorio, desde el que se domina todo el valle del Jarama, dentro de un enclave que ha estado poblado desde tiempos prehistóricos.
El castillo pudo ser levantado hacia 1400, tras la concesión del señorío de la Alameda a la familia de los Mendoza por parte de la Corona. Lo más probable es que Diego Hurtado de Mendoza (1367-1404), padre del célebre Marqués de Santillana, fuese su fundador.
A pesar de su aspecto fortificado, ha tenido a lo largo de la historia una función preferentemente residencial, sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo XV, cuando la fortaleza fue transformada en un palacio renacentista, con jardines, fuentes, patios con galerías y pavimentos de guijarros, entre otras muchas mejoras.
Recreación del palacio del siglo XV. Fuente: Museos de Madrid.
La reforma fue promovida por Francisco Zapata de Cisneros, uno de los miembros más notables del linaje madrileño de los Zapata, cuyos ascendentes se habían hecho con el castillo, por medio de lazos matrimoniales.
Fruto de esta remodelación fue la construcción de un jardín perimetral, aprovechando la cavidad del foso, en la línea de otras actuaciones de la época, como la que impulsó el rey Felipe II en el Palacio de El Pardo en el año 1562.
Vista aérea del castillo. Fuente: Museos de Madrid.
El foso del Castillo de la Alameda sorprende por su enorme tamaño, muy desproporcionado si se tienen en cuenta las reducidas medidas del núcleo principal, apenas 200 metros cuadrados. Llega a alcanzar doce metros de anchura y seis de profundidad.
Estas considerables dimensiones permitieron crear un amplio espacio para el esparcimiento, en el que convivían especies ornamentales y ortícolas, siguiendo el principio renacentista de que los jardines debían proporcionar belleza visual y, al mismo tiempo, permitir el cultivo de hortalizas y frutas.
Para la creación del jardín fue necesario rebajar la contraescarpa o pared externa del foso, ya que tenía una inclinación excesiva. Toda esta parte fue revestida con un muro con contrafuertes rematados por arcos de medio punto, que contribuían a la monumentalidad del recinto.
Una red de canalizaciones, que se alimentaba de un manantial exterior, garantizaba el riego, al tiempo que suministraba agua a las distintas fuentes ornamentales.
Había cuatro fuentes de planta octogonal, una en cada esquina, así como una fuente de burlas, un artilugio que se puso de moda en el siglo XVI consistente en varios surtidores escondidos, que se accionaban desde lejos para sorprender a los paseantes.
Asimismo, las excavaciones arqueológicas llevadas a cabo han revelado la existencia de un sistema hidráulico en los muros del foso, que permitía las plantaciones verticales.
Un estanque situado al sur del castillo recogía el agua sobrante de las fuentes, que era conducida a través de una tubería. Tenía un tamaño importante, como prueba el hecho de que contase con una isla. Era utilizado para pescar y para la navegación recreativa en barcas.
Restos del estanque, en 1953.
El acceso al foso se realizaba mediante dos túneles, uno desde el interior del palacio y el otro desde el exterior. Fuera de este recinto, había también jardines y, principalmente, huertas de labor.