Hace unas pocas semanas tuvimos la oportunidad de realizar una visita guiada por el Madrid de Carlos III de la mano de 'Los laberintos del arte', un colectivo de divulgación artística, especializado en el patrimonio madrileño y en la vida cultural de la ciudad, del que nos confesamos rendidos admiradores.
La experiencia nos gustó tanto que queremos hacerla extensible a los seguidores de 'Pasión por Madrid'. Manuel, nuestro maestro de ceremonias, nos ayudó a descubrir nuevas perspectivas, a cual más enriquecedora, con un punto crítico que nos permitió ir más allá de lo establecido, hacernos preguntas y descubrir matices que, de otro modo, no hubiésemos sabido captar.
'Los laberintos del arte' organizan periódicamente itinerarios guiados y tematizados, tanto por las calles madrileñas como por museos y fundaciones. Lejos de las rutas estandarizadas, más o menos conocidas, se sirven de la esencia misma de la ciudad para realizar una auténtica lección magistral sobre la Historia del Arte.
El próximo itinerario tendrá lugar el domingo 1 de junio, bajo el título El Paseo del Prado: lugar de ciencia y saber en el siglo XVIII. También está previsto un recorrido por la exposición Mitos del pop, que se inaugurará el 10 de junio en el Museo Thyssen-Bornemisza.
jueves, 29 de mayo de 2014
lunes, 26 de mayo de 2014
'Muros', arte urbano en la Tabacalera
Nos acercamos hasta la antigua Fábrica de Tabacos de Madrid, en Embajadores, para contemplar una de las manifestaciones de arte urbano que más nos han gustado en los últimos años. Lleva por título Muros y se plantea como una enorme exposición al aire libre, en la que han participado más de treinta creadores.
El soporte elegido ha sido la cerca que circunda el patio exterior de la Tabacalera, un edificio del siglo XVIII que fue convertido en 2009 en un centro cultural, dependiente, en una parte, del Ministerio de Cultura y, en otra, del Centro Social Autogestionado La Tabacalera de Lavapiés.
Se han llevado a cabo veintisiete intervenciones artísticas, la inmensa mayoría de carácter pictórico, que cubren la práctica totalidad de la tapia, a lo largo de unos cien metros lineales.
El recorrido comienza en la Glorieta de Embajadores, donde se encuentran dos murales de gran superficie, que, a pesar de haber sido realizados por dos autores distintos (E1000 y Pablo. S. Herrero), responden a un planteamiento común.
E1000 + Pablo. S. Herrero.
En la Calle de Miguel Servet está situado el que podemos considerar el tramo más espectacular: veintitrés murales sorprenden al viandante con sus vivos colores, sus composiciones audaces, sus mensajes reivindicativos o sus geometrías imposibles. Los dos últimos, pero no por ello menos interesantes, aparecen a la vuelta de la esquina, subiendo por la Calle del Mesón de Paredes.
Los murales fueron ejecutados en apenas ocho días, entre el 5 y el 12 de mayo, a petición del Ministerio de Cultura y de Madrid Street Art Project. La intención de los organizadores era llamar la atención sobre las posibilidades que ofrecen los diferentes espacios urbanos como plataformas de expresión artística.
Muros se ha celebrado por primera vez este año, bajo el leitmotiv del concepto de contexto, que está en la raíz de este tipo de manifestaciones. Por este motivo, los participantes han sido seleccionados por criterios de proximidad, buscando sus vinculaciones con el arte urbano madrileño.
Nos hubiera gustado ilustrar este reportaje con fotografías de los veintisiete murales, pero por razones de espacio nos hemos visto obligados a elegir unos cuantos. Espero que los autores no incluidos nos sepan disculpar.
Dingo.
El soporte elegido ha sido la cerca que circunda el patio exterior de la Tabacalera, un edificio del siglo XVIII que fue convertido en 2009 en un centro cultural, dependiente, en una parte, del Ministerio de Cultura y, en otra, del Centro Social Autogestionado La Tabacalera de Lavapiés.
Se han llevado a cabo veintisiete intervenciones artísticas, la inmensa mayoría de carácter pictórico, que cubren la práctica totalidad de la tapia, a lo largo de unos cien metros lineales.
El recorrido comienza en la Glorieta de Embajadores, donde se encuentran dos murales de gran superficie, que, a pesar de haber sido realizados por dos autores distintos (E1000 y Pablo. S. Herrero), responden a un planteamiento común.
E1000 + Pablo. S. Herrero.
En la Calle de Miguel Servet está situado el que podemos considerar el tramo más espectacular: veintitrés murales sorprenden al viandante con sus vivos colores, sus composiciones audaces, sus mensajes reivindicativos o sus geometrías imposibles. Los dos últimos, pero no por ello menos interesantes, aparecen a la vuelta de la esquina, subiendo por la Calle del Mesón de Paredes.
Los murales fueron ejecutados en apenas ocho días, entre el 5 y el 12 de mayo, a petición del Ministerio de Cultura y de Madrid Street Art Project. La intención de los organizadores era llamar la atención sobre las posibilidades que ofrecen los diferentes espacios urbanos como plataformas de expresión artística.
Muros se ha celebrado por primera vez este año, bajo el leitmotiv del concepto de contexto, que está en la raíz de este tipo de manifestaciones. Por este motivo, los participantes han sido seleccionados por criterios de proximidad, buscando sus vinculaciones con el arte urbano madrileño.
Nos hubiera gustado ilustrar este reportaje con fotografías de los veintisiete murales, pero por razones de espacio nos hemos visto obligados a elegir unos cuantos. Espero que los autores no incluidos nos sepan disculpar.
Dingo.
lunes, 19 de mayo de 2014
Los jardines renacentistas del Real Alcázar (2): el Jardín del Rey
Continuamos con la serie dedicada a los jardines que el rey Felipe II (1527-1598) ordenó levantar en el Real Alcázar de Madrid. Después de haber analizado el Jardín del Cierzo y El Parque (Campo del Moro), le toca ahora el turno al Jardín del Rey. En la próxima entrega nos centraremos en la Huerta de la Priora.
Jardín del Rey
El Jardín del Rey se encontraba en la esquina suroeste del Real Alcázar de Madrid, junto a la barranquera que descendía hasta el Campo del Moro. Se extendía a los pies de la Torre Dorada, que el arquitecto Juan Bautista de Toledo (1515-1567) había construido en 1560 a partir de modelos flamencos, sugeridos por el propio Felipe II.
Detalle del plano de Pedro Teixeira (1656). Museo de Historia, Madrid.
Se trataba de un auténtico giardino segreto, anejo a las habitaciones del monarca, quien se había reservado el ala occidental del palacio por sus magníficas vistas al valle del Manzanares, a la Casa de Campo y a la Sierra de Guadarrama.
A pesar de su ubicación junto a la transitada Plaza del Palacio (Plaza de la Armería), pasaba completamente desapercibido, al estar situado en un nivel más bajo, protegido por un muro que lo aislaba del gentío. Todo ello convirtió a este jardín en uno de los lugares preferidos de Felipe II.
Tenía una superficie de unos 1.000 metros cuadrados, distribuidos en una planta cuadrangular, quebrada en su lado norte por la base de la Torre Dorada. Estaba formado por dos caminos ortogonales cruzados, que daban lugar a cuatro cuadros, cada uno de ellos con una fuente en su punto central. En el cruce había dispuesta una quinta fuente, de mayor tamaño que las anteriores.
'Los volatineros delante del alcázar'. Jean L'Hermite (1596). Biblioteca Real, Bruselas.
El jardín se comunicaba con el alcázar por medio de la Galería del Cuarto del Rey (1585-86), que enlazaba la Torre Dorada con una de las torres que flanqueaban la entrada principal al edificio, tal y como puede apreciarse en el dibujo superior, de finales del siglo XVI.
Pese a la importante diferencia de cotas, también estaba conectado con El Parque (Campo del Moro), a través de unos pasadizos horadados en un muro de contención, mientras que unas escaleras le daban acceso a la Plaza del Palacio (Plaza de la Armería).
Asimismo, se barajó la idea de construir una galería que, partiendo del jardín, pusiese en contacto el alcázar con el edificio de la Real Armería y Caballerizas, ubicado en el otro extremo de la plaza. Finalmente fue levantado un muro ciego, a modo de eje de unión.
Debido a la disposición del jardín y del citado muro, la Plaza del Palacio no abarcaba la totalidad de la fachada del alcázar, sino únicamente su parte oriental, precisamente donde más visibles eran los primitivos elementos medievales. Quedaba fuera de su ángulo el sector más espectacular del palacio, donde se elevaba la majestuosa Torre Dorada.
Durante el reinado de Felipe IV (1621-1665) fue construida una nueva fachada en el alcázar. Más tarde, con Carlos II (1665-1700) en el poder, se intervino sobre la plaza, ampliándola hacia el oeste y dotándola de galerías. Ello significó la desaparición del Jardín del Rey.
Proyecto de paredón para El Parque, Juan Gómez de Mora (1625). Archivo de la Villa, Madrid.
Uno de los documentos gráficos más valiosos que existen de este jardín es el proyecto que Juan Gómez de Mora (1586-1648) hizo para levantar un paredón en la barranquera del Campo del Moro, en el quedaba reflejada su planta. A este mismo arquitecto se debe otra excepcional imagen del jardín, en este caso tridimensional, en la maqueta que confeccionó para su proyecto de reforma del Real Alcázar.
Maqueta del Real Alcázar de Madrid. Juan Gómez de Mora (1625). Museo de Historia, Madrid.
El Jardín del Rey también era conocido con el nombre de los Emperadores, por los bustos de césares romanos, desde César a Domiciano, que decoraban el recinto. Les acompañaba una representación de Carlos V, así como una copia del célebre Espinario.
La colección, que reunía obras clásicas y renacentistas, estaba compuesta por dos series: la primera llegó en 1562, regalo del Cardenal Giovanni Ricci de Montepulciano a Felipe II, y la segunda en 1568, de manos del Papa Pío V. Estos bustos se reparten en la actualidad entre el Museo del Prado y el Palacio Real de Madrid.
En este lugar también estuvo la famosa escultura Carlos V dominando el furor (1551-64), que León y Pompeyo Leoni fundieron en bronce entre 1551 y 1564. La estatua fue llevada posteriormente a Aranjuez y, más tarde, al Jardín de la Ermita de San Pablo, en el Buen Retiro, y hoy día se encuentra en el Museo del Prado.
El emperador Tiberio. Escultura anónima (hacia el año 21). Museo del Prado, Madrid (fotografía del Museo del Prado).
Junto a los ornatos clasicistas, como los citados bustos o la presencia de un nicho en la cara meridional, el jardín también reunía elementos castizos. Hay constancia de la presencia de ladrillos toledanos en el solado (que posteriormente fueron sustituidos por guijarros, en la línea del Jardín del Rey, de Aranjuez) y de azulejos pintados en los zócalos, siguiendo la más pura tradición hispano-musulmana.
Bibliografía consultada
El jardín clásico madrileño y los Reales Sitios, de Alberto Sanz Hernando. Ayuntamiento de Madrid, Madrid, 2009
Jardines que la Comunidad de Madrid ha perdido, artículo de Carmen Ariza Muñoz. Revista Espacio, tiempo y forma, serie VII, número 14 (páginas 269-290). UNED, Madrid, 2001
De castillo a palacio: el Alcázar de Madrid en el siglo XVI, de Veronique Gerard (traducido del francés por Juan del Agua). Xarait Ediciones, Bilbao, 1984
Juan Gómez de Mora, Antonio Mancelli y Cassiano dal Pozzo, de José Manuel Barbello. Archivo Español de Arte, tomo 86 (páginas 107-122). Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid, 2013
Catálogo de la exposición 'El antiguo Madrid': catálogo general ilustrado, varios autores. Sociedad Española de Amigos del Arte, Madrid, 1926
Velázquez y su siglo, de Carl Justi. Colección Fundamentos, número 150. Ediciones Istmo, Tres Cantos (Madrid), 1999
Jardín del Rey
El Jardín del Rey se encontraba en la esquina suroeste del Real Alcázar de Madrid, junto a la barranquera que descendía hasta el Campo del Moro. Se extendía a los pies de la Torre Dorada, que el arquitecto Juan Bautista de Toledo (1515-1567) había construido en 1560 a partir de modelos flamencos, sugeridos por el propio Felipe II.
Detalle del plano de Pedro Teixeira (1656). Museo de Historia, Madrid.
Se trataba de un auténtico giardino segreto, anejo a las habitaciones del monarca, quien se había reservado el ala occidental del palacio por sus magníficas vistas al valle del Manzanares, a la Casa de Campo y a la Sierra de Guadarrama.
A pesar de su ubicación junto a la transitada Plaza del Palacio (Plaza de la Armería), pasaba completamente desapercibido, al estar situado en un nivel más bajo, protegido por un muro que lo aislaba del gentío. Todo ello convirtió a este jardín en uno de los lugares preferidos de Felipe II.
Tenía una superficie de unos 1.000 metros cuadrados, distribuidos en una planta cuadrangular, quebrada en su lado norte por la base de la Torre Dorada. Estaba formado por dos caminos ortogonales cruzados, que daban lugar a cuatro cuadros, cada uno de ellos con una fuente en su punto central. En el cruce había dispuesta una quinta fuente, de mayor tamaño que las anteriores.
'Los volatineros delante del alcázar'. Jean L'Hermite (1596). Biblioteca Real, Bruselas.
El jardín se comunicaba con el alcázar por medio de la Galería del Cuarto del Rey (1585-86), que enlazaba la Torre Dorada con una de las torres que flanqueaban la entrada principal al edificio, tal y como puede apreciarse en el dibujo superior, de finales del siglo XVI.
Pese a la importante diferencia de cotas, también estaba conectado con El Parque (Campo del Moro), a través de unos pasadizos horadados en un muro de contención, mientras que unas escaleras le daban acceso a la Plaza del Palacio (Plaza de la Armería).
Asimismo, se barajó la idea de construir una galería que, partiendo del jardín, pusiese en contacto el alcázar con el edificio de la Real Armería y Caballerizas, ubicado en el otro extremo de la plaza. Finalmente fue levantado un muro ciego, a modo de eje de unión.
Debido a la disposición del jardín y del citado muro, la Plaza del Palacio no abarcaba la totalidad de la fachada del alcázar, sino únicamente su parte oriental, precisamente donde más visibles eran los primitivos elementos medievales. Quedaba fuera de su ángulo el sector más espectacular del palacio, donde se elevaba la majestuosa Torre Dorada.
Durante el reinado de Felipe IV (1621-1665) fue construida una nueva fachada en el alcázar. Más tarde, con Carlos II (1665-1700) en el poder, se intervino sobre la plaza, ampliándola hacia el oeste y dotándola de galerías. Ello significó la desaparición del Jardín del Rey.
Proyecto de paredón para El Parque, Juan Gómez de Mora (1625). Archivo de la Villa, Madrid.
Uno de los documentos gráficos más valiosos que existen de este jardín es el proyecto que Juan Gómez de Mora (1586-1648) hizo para levantar un paredón en la barranquera del Campo del Moro, en el quedaba reflejada su planta. A este mismo arquitecto se debe otra excepcional imagen del jardín, en este caso tridimensional, en la maqueta que confeccionó para su proyecto de reforma del Real Alcázar.
Maqueta del Real Alcázar de Madrid. Juan Gómez de Mora (1625). Museo de Historia, Madrid.
El Jardín del Rey también era conocido con el nombre de los Emperadores, por los bustos de césares romanos, desde César a Domiciano, que decoraban el recinto. Les acompañaba una representación de Carlos V, así como una copia del célebre Espinario.
La colección, que reunía obras clásicas y renacentistas, estaba compuesta por dos series: la primera llegó en 1562, regalo del Cardenal Giovanni Ricci de Montepulciano a Felipe II, y la segunda en 1568, de manos del Papa Pío V. Estos bustos se reparten en la actualidad entre el Museo del Prado y el Palacio Real de Madrid.
En este lugar también estuvo la famosa escultura Carlos V dominando el furor (1551-64), que León y Pompeyo Leoni fundieron en bronce entre 1551 y 1564. La estatua fue llevada posteriormente a Aranjuez y, más tarde, al Jardín de la Ermita de San Pablo, en el Buen Retiro, y hoy día se encuentra en el Museo del Prado.
El emperador Tiberio. Escultura anónima (hacia el año 21). Museo del Prado, Madrid (fotografía del Museo del Prado).
Junto a los ornatos clasicistas, como los citados bustos o la presencia de un nicho en la cara meridional, el jardín también reunía elementos castizos. Hay constancia de la presencia de ladrillos toledanos en el solado (que posteriormente fueron sustituidos por guijarros, en la línea del Jardín del Rey, de Aranjuez) y de azulejos pintados en los zócalos, siguiendo la más pura tradición hispano-musulmana.
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Bibliografía consultada
El jardín clásico madrileño y los Reales Sitios, de Alberto Sanz Hernando. Ayuntamiento de Madrid, Madrid, 2009
Jardines que la Comunidad de Madrid ha perdido, artículo de Carmen Ariza Muñoz. Revista Espacio, tiempo y forma, serie VII, número 14 (páginas 269-290). UNED, Madrid, 2001
De castillo a palacio: el Alcázar de Madrid en el siglo XVI, de Veronique Gerard (traducido del francés por Juan del Agua). Xarait Ediciones, Bilbao, 1984
Juan Gómez de Mora, Antonio Mancelli y Cassiano dal Pozzo, de José Manuel Barbello. Archivo Español de Arte, tomo 86 (páginas 107-122). Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid, 2013
Catálogo de la exposición 'El antiguo Madrid': catálogo general ilustrado, varios autores. Sociedad Española de Amigos del Arte, Madrid, 1926
Velázquez y su siglo, de Carl Justi. Colección Fundamentos, número 150. Ediciones Istmo, Tres Cantos (Madrid), 1999
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lunes, 12 de mayo de 2014
San Isidro, en Roma
Celebramos la festividad de San Isidro recuperando la sección “Madrid fuera de Madrid”, en la que seguimos la pista de aquellos personajes, objetos o tradiciones que, teniendo un origen madrileño, han encontrado arraigo fuera de nuestra ciudad.
Viajamos hasta Roma, donde localizamos dos iglesias consagradas al patrón de la capital, conocido en Italia como Sant’Isidoro Agricola o Sant’Isidoro Lavoratore. No olvidemos que el nombre Isidro, que nos suena tan castizo, es realmente una degeneración de Isidoro.
La primera de ellas es Sant'Isidoro a Capo le Case, de estilo barroco, situada muy cerca de la célebre Via Veneto. Fue fundada en 1625 por Ottaviano Vestri di Barbiana, por entonces obispo de Túsculo, tres años después de que el Papa Gregorio XV canonizase a San Isidro, junto con Santa Teresa de Jesús, San Ignacio de Loyola, San Francisco Javier y San Felipe Neri.
Además de ésta, Roma cuenta con otra iglesia dedicada a San Isidro, en las proximidades de la Piazza della Repubblica. O mejor dicho, contaba, porque de Sant'Isidoro alle Terme, llamada así porque fue edificada en un sector de las Termas de Diocleciano, solo queda su fachada barroca.
Sant'Isidoro alle Terme. Fotografía de Wikipedia.
El Papa Benedicto XIV (1675-1758) ordenó su construcción en 1754, a partir de un proyecto del arquitecto Giovanni Pannini (1720-1810). En los años cuarenta del siglo XX se decretó su derribo, en un intento de recuperar la estructura original de las termas.
Conocemos el aspecto que tenía el altar mayor gracias a un grabado del siglo XVIII, que reproducimos a continuación. La pintura que lo presidía repetía el mismo tema del cuadro existente en Sant'Isidoro a Capo le Case, con un esquema muy parecido.
Viajamos hasta Roma, donde localizamos dos iglesias consagradas al patrón de la capital, conocido en Italia como Sant’Isidoro Agricola o Sant’Isidoro Lavoratore. No olvidemos que el nombre Isidro, que nos suena tan castizo, es realmente una degeneración de Isidoro.
La primera de ellas es Sant'Isidoro a Capo le Case, de estilo barroco, situada muy cerca de la célebre Via Veneto. Fue fundada en 1625 por Ottaviano Vestri di Barbiana, por entonces obispo de Túsculo, tres años después de que el Papa Gregorio XV canonizase a San Isidro, junto con Santa Teresa de Jesús, San Ignacio de Loyola, San Francisco Javier y San Felipe Neri.
Además del templo, fue creado un hospicio, que en un principio fue regentado por franciscanos españoles, sustituidos posteriormente por franciscanos procedentes de Irlanda. Por esta razón la iglesia también es llamada Sant'Isidoro degli Irlandesi.
Sus arquitectos fueron Antonio Felice Casoni (1559-1634), Domenico Castelli (1582-1657) y Carlo Bizzaccheri (1656-1721), este último autor de la fachada, que se estructura en tres secciones. La inferior está formada por un pórtico, al que se accede a través de una doble escalera en rampa, mientras que la superior queda configurada por un frontón de remate circular, donde se inscribe una leyenda alusiva al santo madrileño.
La parte central es, sin duda, la más ornamentada. Se ilumina por medio de un vano, coronado con un sinuoso frontón de volutas, a cuyos lados se sitúan dos hornacinas, una con una estatua de San Patricio y otra de San Isidro.
'Sant'Isidoro e la Vergine Maria', de Andrea Sacchi.
El templo tiene una única nave y es de cruz latina. Su elemento más valioso es la Cappella da Sylva, erigida en honor del noble portugués Rodrigo López da Sylva, obra de Lorenzo Bernini (1598-1680). En el altar mayor se encuentra el lienzo Sant'Isidoro e la Vergine Maria, de Andrea Sacchi (1599-1661), en el que se representa a San Isidro realizando su milagro más famoso, el de los ángeles tirando de los bueyes.
La parte central es, sin duda, la más ornamentada. Se ilumina por medio de un vano, coronado con un sinuoso frontón de volutas, a cuyos lados se sitúan dos hornacinas, una con una estatua de San Patricio y otra de San Isidro.
'Sant'Isidoro e la Vergine Maria', de Andrea Sacchi.
El templo tiene una única nave y es de cruz latina. Su elemento más valioso es la Cappella da Sylva, erigida en honor del noble portugués Rodrigo López da Sylva, obra de Lorenzo Bernini (1598-1680). En el altar mayor se encuentra el lienzo Sant'Isidoro e la Vergine Maria, de Andrea Sacchi (1599-1661), en el que se representa a San Isidro realizando su milagro más famoso, el de los ángeles tirando de los bueyes.
Además de ésta, Roma cuenta con otra iglesia dedicada a San Isidro, en las proximidades de la Piazza della Repubblica. O mejor dicho, contaba, porque de Sant'Isidoro alle Terme, llamada así porque fue edificada en un sector de las Termas de Diocleciano, solo queda su fachada barroca.
Sant'Isidoro alle Terme. Fotografía de Wikipedia.
El Papa Benedicto XIV (1675-1758) ordenó su construcción en 1754, a partir de un proyecto del arquitecto Giovanni Pannini (1720-1810). En los años cuarenta del siglo XX se decretó su derribo, en un intento de recuperar la estructura original de las termas.
Conocemos el aspecto que tenía el altar mayor gracias a un grabado del siglo XVIII, que reproducimos a continuación. La pintura que lo presidía repetía el mismo tema del cuadro existente en Sant'Isidoro a Capo le Case, con un esquema muy parecido.
domingo, 4 de mayo de 2014
La Puerta Norte del Jardín Botánico
La Puerta Norte del Jardín Botánico es hoy día el acceso principal de este jardín histórico. También conocida como Puerta de Murillo, por el nombre de la plaza donde se ubica, fue levantada en el último tercio del siglo XVIII, frente a la fachada meridional del Museo del Prado.
Aunque oficialmente la salida de Sabatini se justificó por la imposibilidad de compaginar el trabajo con otros que estaba acometiendo simultáneamente, lo cierto es que su propuesta no complacía a nadie, especialmente a la comunidad científica.
El arquitecto italiano había ideado un espacio puramente ornamental, articulado a partir de un complicado trazado geométrico, claramente barroco, que no atendía a las necesidades expuestas por los botánicos para la clasificación de las especies vegetales.
La historia del Jardín Botánico es la historia de un fracaso, tal vez el más importante de toda la carrera de Francesco Sabatini, a quien en 1774 le fue encomendada su construcción, para años después tener que abandonar, ante las fuertes críticas recibidas.
Pero también es la historia de un éxito, el de Juan de Villanueva, que en 1778 hizo el diseño definitivo, con los magníficos resultados que podemos admirar en la actualidad, máxima expresión del pensamiento ilustrado de la época y del exquisito gusto neoclásico del autor.
Pero también es la historia de un éxito, el de Juan de Villanueva, que en 1778 hizo el diseño definitivo, con los magníficos resultados que podemos admirar en la actualidad, máxima expresión del pensamiento ilustrado de la época y del exquisito gusto neoclásico del autor.
Aunque oficialmente la salida de Sabatini se justificó por la imposibilidad de compaginar el trabajo con otros que estaba acometiendo simultáneamente, lo cierto es que su propuesta no complacía a nadie, especialmente a la comunidad científica.
El arquitecto italiano había ideado un espacio puramente ornamental, articulado a partir de un complicado trazado geométrico, claramente barroco, que no atendía a las necesidades expuestas por los botánicos para la clasificación de las especies vegetales.
Tampoco gustaba el sistema de riego planteado, basado en el incómodo método de transportar el agua en carros, que Villanueva sustituyó por una eficaz red de acequias de inspiración hispano-árabe, gracias a las cuales el riego llegaba a todos los planteles del jardín.
Planta del Jardín Botánico en 1781, cuando fue inaugurado. Fuente: 'Bosquejo histórico y estadístico del Jardín Botánico de Madrid', de Miguel Colmeiro (1875).
Planta del Jardín Botánico en 1781, cuando fue inaugurado. Fuente: 'Bosquejo histórico y estadístico del Jardín Botánico de Madrid', de Miguel Colmeiro (1875).
Centrándonos en la puerta que ocupa nuestra atención, se trata de una creación posterior al propio jardín. Villanueva tomó la decisión de incorporarla a su proyecto cuando, en 1785, se le encargó la construcción del Museo del Prado, concebido inicialmente como Gabinete de Historia Natural, en las proximidades del Botánico.
Era una forma de que ambos recintos tuvieran una comunicación directa. También planeó realizar una plaza en exedra, para reforzar aún más ese eje de conexión, antecedente de la actual Plaza de Murillo.
'Entrada al Real Museo por la parte del Jardín Botánico', de Fernando Brambila (principios del siglo XIX). Ministerio de Hacienda, Madrid.
Era una forma de que ambos recintos tuvieran una comunicación directa. También planeó realizar una plaza en exedra, para reforzar aún más ese eje de conexión, antecedente de la actual Plaza de Murillo.
'Entrada al Real Museo por la parte del Jardín Botánico', de Fernando Brambila (principios del siglo XIX). Ministerio de Hacienda, Madrid.
La Puerta Norte fue inaugurada el 23 de septiembre de 1789, horas después de celebrarse el acto de jura del futuro Fernando VII como Príncipe de Asturias, en la vecina Iglesia de los Jerónimos.
El heredero, los reyes y los infantes traspasaron solemnemente la entrada, mientras unos doscientos niños, portando antorchas, formaban un semicírculo en la Plaza de Murillo. Una vez en el jardín, les fue servida una espléndida cena dentro del Pabellón de Invernáculos (Pabellón de Villanueva).
La Plaza de Murillo en una fotografía de António Passaporte (entre 1927 y 1936). Fuente: Fototeca del Patrimonio Histórico.
Hasta entonces el acceso al Jardín Botánico se hacía desde la Puerta Real (o de Carlos III), enclavada en el mismo Salón del Prado, uno de los pocos elementos arquitectónicos del proyecto de Sabatini que pudieron materializarse.
Descripción
A diferencia de la Puerta Real, erigida a modo de arco triunfal, la Puerta Norte ofrece una solución más funcional, sin que ello menoscabe su monumentalidad. Juan de Villanueva integra dentro de un único volumen la función de vigilancia y la función de acceso, un planteamiento que le permite trascender el concepto tradicional del barroco para este tipo de estructuras.
Litografía de la puerta. Fuente: 'Bosquejo histórico y estadístico del Jardín Botánico de Madrid', de Miguel Colmeiro (1875).
La eficacia de este esquema queda avalada en el momento actual, ya que, dentro de la puerta, han sido habilitados un control de seguridad y una taquilla, sin necesidad de ninguna construcción anexa. No hubiese ocurrido lo mismo si el acceso al Jardín Botánico se hubiese instalado en la Puerta Real.
La Puerta Norte consta de tres partes. En el centro se abre un vano adintelado, dividido en tres por dos columnas de orden toscano, que se reserva para el paso. A los lados se sitúan dos pequeños estancias, iluminadas por arcos de medio punto, donde estaban los centinelas. El arranque de los arcos aparece remarcado por una línea de imposta, que algunos investigadores no atribuyen a Villanueva.
Para el entablamento el arquitecto utiliza el mismo tipo de ménsulas que en el Pabellón de Invernáculos, con un total de veintiocho por cada una de las caras principales. Estas piezas generan un cierto ritmo, que ayuda a romper la fuerte horizontalidad de la composición.
El Pabellón de Invernáculos en una fotografía de António Passaporte (entre 1927 y 1936). Fuente: Fototeca del Patrimonio Histórico.
La verja de cierre fue fabricada en el siglo XVIII en la ciudad guipuzcoana de Tolosa, al igual que la que cerca todo el jardín. Es obra de Pedro José de Muñoa y Francisco de Arrivillaga.
Bibliografía consultada
- Juan de Villanueva y el Jardín Botánico del Prado, artículo de Ramón Guerra de la Vega. Revista Villa de Madrid, número 91. Ayuntamiento de Madrid, Madrid, 1987.
- Bosquejo histórico y estadístico del Jardín Botánico de Madrid, de Miguel Colmeiro y Penido. Anales de la Sociedad Española de Historia Natural, Imprenta de T. Fortanet, Madrid, 1875 (copia digital del Instituto de San Isidro, Madrid, 2009).
Artículos relacionados
- La Puerta Real
- La Puerta de Recoletos
- La Puerta del Labrador
- La Puerta de Felipe IV
El heredero, los reyes y los infantes traspasaron solemnemente la entrada, mientras unos doscientos niños, portando antorchas, formaban un semicírculo en la Plaza de Murillo. Una vez en el jardín, les fue servida una espléndida cena dentro del Pabellón de Invernáculos (Pabellón de Villanueva).
La Plaza de Murillo en una fotografía de António Passaporte (entre 1927 y 1936). Fuente: Fototeca del Patrimonio Histórico.
Hasta entonces el acceso al Jardín Botánico se hacía desde la Puerta Real (o de Carlos III), enclavada en el mismo Salón del Prado, uno de los pocos elementos arquitectónicos del proyecto de Sabatini que pudieron materializarse.
Descripción
A diferencia de la Puerta Real, erigida a modo de arco triunfal, la Puerta Norte ofrece una solución más funcional, sin que ello menoscabe su monumentalidad. Juan de Villanueva integra dentro de un único volumen la función de vigilancia y la función de acceso, un planteamiento que le permite trascender el concepto tradicional del barroco para este tipo de estructuras.
Litografía de la puerta. Fuente: 'Bosquejo histórico y estadístico del Jardín Botánico de Madrid', de Miguel Colmeiro (1875).
La Puerta Norte consta de tres partes. En el centro se abre un vano adintelado, dividido en tres por dos columnas de orden toscano, que se reserva para el paso. A los lados se sitúan dos pequeños estancias, iluminadas por arcos de medio punto, donde estaban los centinelas. El arranque de los arcos aparece remarcado por una línea de imposta, que algunos investigadores no atribuyen a Villanueva.
Para el entablamento el arquitecto utiliza el mismo tipo de ménsulas que en el Pabellón de Invernáculos, con un total de veintiocho por cada una de las caras principales. Estas piezas generan un cierto ritmo, que ayuda a romper la fuerte horizontalidad de la composición.
El Pabellón de Invernáculos en una fotografía de António Passaporte (entre 1927 y 1936). Fuente: Fototeca del Patrimonio Histórico.
Bibliografía consultada
- Juan de Villanueva y el Jardín Botánico del Prado, artículo de Ramón Guerra de la Vega. Revista Villa de Madrid, número 91. Ayuntamiento de Madrid, Madrid, 1987.
- Bosquejo histórico y estadístico del Jardín Botánico de Madrid, de Miguel Colmeiro y Penido. Anales de la Sociedad Española de Historia Natural, Imprenta de T. Fortanet, Madrid, 1875 (copia digital del Instituto de San Isidro, Madrid, 2009).
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