Hace unos pocos meses el blog
Arte en Madrid nos deleitó con un precioso recorrido por el
Prado de San Jerónimo, a través de un cuadro del siglo XVII, donde quedaba representado este recinto, germen del actual Paseo del Prado.
Con permiso de nuestra admirada Mercedes, autora del citado blog, tomamos prestada su idea y emprendemos un viaje en el tiempo a esta misma zona, por medio de otra pintura histórica, que nos ofrece nuevas perspectivas.
El Prado de San Jerónimo es una obra anónima, pintada durante el reinado de Carlos II (r. 1665-1700), en la que se muestra a vista de pájaro el extremo oriental de Madrid.
El Museo de Historia conserva una copia del siglo XX -que es la que aquí reproducimos-, realizada con motivo de la exposición El antiguo Madrid, del año 1926. Pese a tratarse de una réplica, constituye un valiosísimo documento para conocer el aspecto que tenía esta parte de la ciudad en la segunda mitad del siglo XVII.
Prado de San Jerónimo
El Prado de San Jerónimo (Paseo del Prado) se sitúa en el primer término del lienzo, flanqueado por diferentes palacios nobiliarios, que siguen el patrón de la arquitectura de los Austrias.
Se encuentra atravesado por el Arroyo del Bajo Abroñigal, sobre el que se elevan dos puentecillos, que imaginamos fueron edificados hacia 1624, cuando se procedió al encauzamiento de la corriente. Una comitiva de carrozas, donde posiblemente viaje el rey, se abre paso por un camino plagado de árboles y fuentecillas.
Había un total de trece fuentes, que eran conocidas genéricamente como las Fuentes del Prado, aunque algunas poseía su propio nombre, como la Fuente del Peñasco, que destaca en el cuadro por su mayor tamaño. Fueron hechas en 1615 por el cantero Juan de Solano Palacios, a partir de un proyecto del alarife Juan Díaz.
El Prado de San Jerónimo se prolonga hacia el norte en el Prado de los Agustinos Recoletos (Paseo de Recoletos), llamado así por el convento que esta orden religiosa fundó a principios del siglo XVII y que fue derribado tras ser desamortizado en 1837. Su grandiosa fachada rematada en frontón y su acceso conformado por cinco arcos de medio punto son visibles en la pintura.
Calle de Alcalá
En el tercio izquierdo del cuadro se extiende la Calle de Alcalá, que aparece con una calzada mucho más estrecha que la que ha llegado a nuestros días. Tres son los edificios que nos llaman la atención.
El más próximo al espectador, fácilmente reconocible por la torre que preside una de sus esquinas, es el Palacio de Alcañices, que mandó construir Luis Méndez de Haro (1598-1661), Marqués del Carpio y sobrino del Conde-duque de Olivares. Sobre su parcela se levantó en 1884 el Banco de España.
El segundo edificio es el Real Pósito de la Villa, un organismo dedicado al almacenaje, regulación y distribución del trigo, que, hacia 1667, estrenó el soberbio complejo que vemos en el óleo. Ocupaba una amplio solar que iba desde el Paseo de los Agustinos Recoletos hasta más allá de la primitiva Puerta de Alcalá.
Y el tercer edificio que destacamos es precisamente la Puerta de Alcalá, pero no la que todos conocemos, que es una obra muy posterior, sino la que diseñó Teodoro Ardemans con tres vanos a finales del siglo XVII. Como se comprueba en la imagen, se encontraba encajada entre el Real Pósito y la cerca del Buen Retiro.
Palacio y jardines del Buen Retiro
Casi tres cuartas partes de la pintura corresponden al Palacio y Jardines del Buen Retiro, que Felipe IV (r. 1621-1665) se hizo construir entre 1630 y 1640, como segunda residencia y lugar de recreo.
Según puede observarse en el cuadro, el palacio queda articulado alrededor de dos espacios principales: la Plaza Cuadrada, con torres en las esquinas, y la Plaza Grande, de menor valor arquitectónico. En un plano más próximo se sitúan la Plaza de los Oficios y el Monasterio de San Jerónimo el Real, que sobresale en altura.
Mención especial merecen las ermitas que existieron en este conjunto palaciego, curiosa fusión de lo religioso y lo profano, que, en muchos casos, fueron concebidas como auténticos casinos de recreo. Se levantaron un total de seis, aunque en el lienzo solo hemos podido localizar dos, al menos de forma precisa.
La más lejana a la vista es la de
San Pablo, que asoma entre los árboles, delante de una de las fachadas del palacio, no muy lejos del Jardín Ochavado, reconocible por sus ocho calles convergentes.
La de San Juan, por su parte, puede distinguirse en el centro del lienzo, compartiendo el mismo eje de la Puerta de Alcalá. En esta ermita se celebraba la Noche de San Juan, una de las fiestas más esperadas del Buen Retiro, como así dejó constancia Francisco de Quevedo: "Junio con noche y mañana de San Juan, bien nos la pega, si se cena allá en el Prado, en el río si se almuerza".
Miradores del Prado
Los Miradores del Prado se ubicaban en la confluencia del Prado de San Jerónimo y la Calle de Alcalá, en la margen izquierda del Arroyo del Bajo Abroñigal, dentro del Buen Retiro. A sus espaldas se extendía la Huerta del Rey, donde siglos más tarde sería levantado el imponente Palacio de las Comunicaciones, hoy llamado
Palacio de Cibeles.
A pesar de su cuidada arquitectura, en plena consonancia con el estilo de los Austrias, no estamos ante ningún palacio, sino ante unas galerías, que, a modo de observatorio, permitían al rey ver cuanto ocurría en la calle. Fueron hechos por Juan de Aguilar, al que también se debe la Emita de San Pablo, anteriormente descrita.
Para la investigadora Concepción Lopezosa, los miradores eran "la verdadera fachada del Real Sitio de cara a la ciudad", la construcción que realmente referenciaba a la monarquía, ante la ausencia de una fachada en el Palacio del Buen Retiro que facilitase el contacto directo con los súbditos.
Juego de Pelota y Torrecilla de Música
El edificio situado en la parte central del cuadro, donde la arboleda del Prado de San Jerónimo se hace más frondosa, estaba dedicado al juego de pelota, un pasatiempo que se hizo muy popular entre los aristócratas del barroco.
Fue levantado en el primer tercio del siglo XVII. Era de planta rectangular y disponía en su interior de una pista descubierta, habilitada para la práctica de este juego, similar al frontón.
Terminamos con la Torrecilla de Música, una sencilla edificación del año 1613, desde la que se tocaba música con la intención de hacer más agradable el paseo a los viandantes del Prado. También funcionaba como quiosco de bebidas.
La torre aparece rodeada de árboles, en el tercio derecho del cuadro. A su lado se vislumbra una diminuta estructura que identificamos con la Fuente del Caño Dorado, que, pese a lo sugerente de su nombre, era arquitectónicamente muy modesta.