En nuestro país es muy común llamar puentes romanos a puentes que surgieron durante la Edad Media, tal vez por una ultracorrección del vocablo 'románico' o porque realmente tuvieron un origen romano, que quedó desdibujado con el paso del tiempo.
El Puente Romano de Cangas de Onís (Asturias), construido en tiempos del rey Alfonso XI (1311-1350), es otro ejemplo de esta confusa toponimia. En la región madrileña encontramos el Puente Mocha y el Puente de la Alcanzorla, de trazado medieval, que también son conocidos como romanos.
Volviendo al caso que nos ocupa, el calificativo romano que se la da al puente de Talamanca podría tener algún fundamento histórico tras los análisis petrológicos realizados por la Comunidad de Madrid, coincidiendo con su reciente restauración.
Pero de ese pasado romano no quedan más que unos cuantos sillares, que sirvieron de base a la indiscutible estructura medieval que ha llegado a nuestros días.
Resuelto el misterio toponímico, toca ahora solucionar el enigma de por qué el puente se alza sobre tierra firme, mientras que el Jarama discurre apartado, a una distancia de unos quinientos metros.
La explicación se encuentra en un desplazamiento del cauce del río, provocado por procesos de sedimentación, que culminaron con la configuración de un meandro.
Historia
El puente pudo ser levantado en el siglo IX, cuando Talamanca era uno de los núcleos más destacados de la Marca Media madrileña, un territorio defensivo articulado por el poder andalusí para hacer frente a los ataques cristianos.
Algunos autores sostienen que el puente formaba parte del camino militar que recorría el piedemonte de las sierras de Guadarrama y Gredos, desde el Jarama hasta el Tiétar, poniendo en contacto la red de atalayas y fortalezas desplegada por los musulmanes.
De esta forma, el Puente Romano de Talamanca sería coetáneo de otros puentes edificados en el citado camino, como el del Grajal (Colmenar Viejo), sobre el río Manzanares; el de la Alcanzorla (Galapagar), sobre el Guadarrama; el del Pasadero (Navalagamella), sobre el Perales; y el de San Juan (Pelayos de la Presa), sobre el Alberche.
El puente en 1977. Fotografía de Jaime de Torres Núñez (Archivo fotográfico de la Comunidad de Madrid).
Para poder cruzarlo había que pagar derechos de pontazgo, una especie de arancel que, en este caso, era recaudado por el Arzobispado de Toledo, bajo cuya jurisdicción habían quedado las tierras de Talamanca de Jarama.
De ahí que las autoridades eclesiásticas toledanas se apresuraran a reforzar el puente, para asegurar lo que, sin duda, iba a ser una cuantiosa fuente de ingresos. Hay constancia documental de una reforma emprendida en el año 1091.
En el siglo XVI se volvió a remodelar, tal y como figura en una inscripción sobre la piedra en una de las enjutas del arco principal.
Poco después, el puente quedó en desuso, como consecuencia del citado desplazamiento sufrido por el cauce del Jarama. Muchos expertos consideran que éste fue el factor que marcó la decadencia de Talamanca, que, como hemos señalado en anteriores ocasiones, fue una de las ciudades más florecientes de la Edad Media madrileña.
El puente ha sido objeto de dos restauraciones, una en 1973 y otra en 2009. Esta última vino acompañada de sondeos arqueológicos y de estudios estratigráficos para identificar las etapas históricas en las que se construyó y modificó la obra.
Estamos, por lo tanto, ante una estructura que acumula elementos y añadidos de diferentes periodos, desde el siglo IX hasta el XVI, todo ello sobre una base romana, de la que apenas quedan unas cuantas huellas.
Descripción
El puente mide 148 metros de largo, una longitud similar a la que tiene el Puente de Segovia, en Madrid. Se soporta sobre un total de cinco arcos, de proporciones muy desiguales.
El arco mayor está situado en el extremo meridional y tiene una luz de 17,9 metros y una flecha de 6 metros. Le siguen cuatro arcos menores, con anchos que oscilan entre los 7,9 y los 8,6 metros y alturas que van de los 2,45 a los 3,25 metros.
Todos los arcos son rebajados y escarzanos. Bajo el principal discurría antiguamente el Jarama y, en la actualidad, se abre paso un pequeño canal de regadío, denominado Arroyo del Caz. Los arcos secundarios servían para las crecidas.
La planta es quebrada. Da la sensación de que al puente se le fueron añadiendo partes de forma desordenada, a medida que se iba desplazando el cauce del Jarama. La anchura del tablero tampoco es uniforme.
El puente tiene perfil de lomo de asno, con un pronunciado cambio de rasante en el centro del arco mayor. Existen tajamares a ambos lados. Todos son triangulares, excepto el de mayores dimensiones, que es trapezoidal.
Con respecto a su fábrica, el material dominante es la caliza, que se presenta en forma de sillares en los arcos, enjutas y tajamares. También hay abundantes cantos rodados, localizados en la parte superior y en las embocaduras. El tablero conserva sus losas originales.
Una prueba de su origen medieval son las inscripciones que aparecen grabadas en ciertos sillares. Son marcas que los canteros hacían a modo de firma, siguiendo una costumbre muy arraigada en la Edad Media.
Véase también
- El Ábside de los Milagros