De todos los artistas que han plasmado al Manzanares, Francisco de Goya es, sin duda alguna, el más célebre. Su obra está plagada de referencias al río, si bien es cierto que nunca como un motivo central, sino como un elemento escenográfico más, a veces bastante secundario.
El Manzanares hace acto de presencia en varios de los cartones que Goya pintó para la Real Fábrica de Tapices de Santa Bárbara, para la que estuvo trabajando desde 1775, cuando se estableció en Madrid, hasta prácticamente 1792. Pero también aparece en lienzos muy posteriores, en los que el autor, liberado de etiquetas y clichés, desarrolló una pintura mucho más personal y creativa.
Comenzamos con la serie de cartones destinada al comedor de los Príncipes de Asturias del Palacio Real de El Pardo (1776-77), la segunda, cronológicamente considerada, que hizo Goya en su carrera. En consonancia con las modas cortesanas de la época, esta colección posee un marcado acento costumbrista, con especial abundancia de temas campestres y festivos.
La
Merienda a orillas del Manzanares (1776) refleja una escena de flirteo entre un grupo de majos y una naranjera, un asunto muy del gusto de María Luisa de Parma, por entonces Princesa de Asturias. La acción tiene lugar en las inmediaciones de la Ermita de la Virgen del Puerto, cuya silueta puede adivinarse entre los árboles.
En este creación, Goya aún no se ha despegado completamente de la influencia pictórica de su cuñado Francisco Bayeu, quien le formó como cartonista. Así se observa una especial atención por los detalles (las bandejas, las botellas, los trajes...), aunque también se vislumbran rasgos del Goya más genuino, como el colorido, la fuerza expresiva de los personajes o la audaz composición, a base de planos paralelos que se alejan en la profundidad.
En el célebre
Baile a orillas del Manzanares (1776), Goya nos presenta, según sus propias palabras, a "dos majas y dos majos que bailan seguidillas" junto al río, en una zona que diferentes investigadores han identificado como próxima a la Quinta del Sordo, que el pintor compraría años después en las inmediaciones del
Puente de Segovia.
Entre las construcciones que se reconocen en la obra, pueden distinguirse la cúpula de San Francisco el Grande y un puente de pontones.
El cartón se hace eco del espíritu integrador que presidía en la época entre los aristócratas, que, al menos en apariencia, propugnaban la mezcla de las distintas clases en los eventos y fiestas populares. Aspecto que se puede comprobar en el atuendo de los personajes: ellos, ataviados como cortesanos, bailan sin reparos con dos mujeres, vestidas de majas.
Saltamos hasta el año 1779 y nos introducimos en la cuarta serie de cartones para tapices firmada por Francisco de Goya. Fue realizada también para el Palacio Real de El Pardo, concretamente para el dormitorio de los Príncipes de Asturias, y como la anterior, gira sobre temas campestres, combinando ambientes festivos con oficios que se desarrollan al aire libre.
Es el caso de
Las lavanderas (1779-80), donde el artista se apoya en uno de los gremios socialmente más desprestigiados y marginados de la época (recordemos que tenían prohibido el contacto con los transeúntes) para crear una escena sensual y tierna, en una especie de acto de desagravio.
El cuadro recoge el momento de descanso de varias lavanderas, en las orillas del río. Dos de ellas gastan una broma a una compañera que se ha dormido, situando el hocico de un cordero junto a su cuello, con la intención de despertarla. El influjo de Velázquez puede comprobarse en las tonalidades y colorido de los paisajes que envuelven la escena, con la sierra madrileña como telón de fondo.
Otro de los tapices que iban a decorar el dormitorio de los Príncipes Carlos y María Luisa es
El resguardo de tabacos (1779-80), en el que nuevamente se aprecia la influencia velazqueña en la resolución de los paisajes, identificados con las montañas del Guadarrama y, probablemente, el río Manzanares.
El tema al que alude la composición, el contrabando de tabacos, era bastante conocido a finales del siglo XVIII. Generalmente era abordado mediante escenas pintorescas de rufianes y delincuentes, pero Goya opta por representar el brazo de la ley, con un grupo de guardias parados en el monte, uno de ellos en actitud firme e impasible, tal vez como un símbolo de la virilidad.
Sin embargo, diferentes autores cuestionan que realmente se trate de vigilantes, dada su semblanza. Es muy probable que Goya no renunciase a plasmar los rasgos típicos que se suponen a los forajidos -que, para un artista, ofrecen multitud de matices-, aunque ataviados de guardianes, para no incomodar a la Corona, su cliente final.
Próxima entrega
En la siguiente entrega, profundizaremos en otros dos cartones de Goya (
La pradera de San Isidro y
La gallina ciega) y en el lienzo titulado
La carta, todos ellos con algún tipo de referencia al río Manzanares.
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