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lunes, 4 de noviembre de 2013

La otra Virgen de la Almudena

A pesar de tratarse de dos realidades urbanas muy distantes, Madrid y Talamanca de Jarama mantienen paralelismos históricos notables. No solo comparten el mismo pasado andalusí, sino también algunas tradiciones religiosas de origen medieval.

Es el caso de la Virgen de la Almudena, una advocación surgida casi al mismo tiempo en Madrid y en Talamanca, con similitudes más que evidentes en su proceso de gestación, aunque no en su posterior evolución. Pero vayamos por partes.


Fuente: Cofrades.

Durante la dominación musulmana, los árabes crearon un sistema defensivo en la Marca Media, como así eran conocidas las tierras del centro peninsular que hacían frontera con los reinos cristianos.

Madrid y Talamanca se encontraban entre las plazas fuertes más importantes de esta demarcación territorial. Sus almudaynas (o ciudadelas) fueron fundadas por el emir Muhammad I (853-883) en el último tercio del siglo IX, como así avalan los restos fortificados que aún se conservan en ambas poblaciones.


Puerta de la Tostonera (Talamanca de Jarama). Posible acceso de la alcazaba musulmana.

Dos siglos después fueron incorporadas a la Corona de León y Castilla, en el contexto de las diferentes campañas desplegadas por el rey Alfonso VI (1047-1109) para la conquista de Toledo, la antigua capital visigótica.

Fue en estos momentos cuando vio la luz la advocación de la Virgen de la Almudena y, si hacemos caso de la tradición, tomó cuerpo antes en Talamanca que en Madrid.

En 1079 las tropas de Alfonso VI entraron en Talamanca de Jarama y se hicieron con el control de la mezquita mayor, donde entronizaron una imagen mariana. En alusión al enclave donde se hallaba el templo, la almudayna, la talla quedó bajo la advocación de Santa María de la Almudena. 

La historia volvió a repetirse con la toma de Madrid a manos del monarca leonés, en 1085. Y aunque la leyenda afirme que la Virgen apareció milagrosamente en el recinto amurallado de la almudayna, hemos de entender que Alfonso VI procedió como lo hizo en Talamanca, con la purificación de la mezquita principal y la posterior entronización de María, como símbolo del poder cristiano.

Ni en Talamanca ni en Madrid han pervivido las iglesias medievales en las que se veneraba a la Almudena. La madrileña fue demolida en 1868, para facilitar la creación de la Calle de Bailén, mientras que los últimos vestigios de la de Talamanca debieron perderse a mediados del siglo XX.

En las Relaciones Topográficas de Felipe II, de 1580, se habla someramente de este último templo: “se llama Nuestra Señora de la Almudena, que antiguamente dicen solía ser mezquita de moros y es al modo de la de Córdoba con mármoles de jaspe en ella”.

Gracias a estudios recientes, sabemos que estuvo ubicada en la parte meridional de Talamanca y que, a su alrededor, se fue articulando un cementerio, hoy día desaparecido.



En la imagen superior, detalle de un plano fechado entre 1875 y 1880, puede verse la planta del citado cementerio, que, a tenor de su complejidad, seguramente integraba numerosos elementos arquitectónicos de la iglesia anterior y también de la primitiva mezquita.

El historiador Florentino Castañeda publicó en 1955 una fotografía de las últimas ruinas que aún seguían en pie, en lo que parecía ser una parte de la cripta. En cualquier caso, intuimos que, más allá de la pérdida del edificio, el culto a la Almudena debió extinguirse en la localidad mucho antes del siglo XX.



De otra forma no se entiende que, en Talamanca, no exista ningún rastro de esta advocación. Ni una imagen, ni una calle, ni una capilla. Todo lo contrario de lo ocurrido en Madrid, donde esta Virgen llegó a convertirse, como todos sabemos, en la patrona de la ciudad.

lunes, 26 de diciembre de 2011

El Puente Romano de Talamanca de Jarama

Regresamos a Talamanca de Jarama para visitar su célebre Puente Romano, que, a pesar de su nombre, presenta una inconfundible factura medieval.

En nuestro país es muy común llamar puentes romanos a puentes que surgieron durante la Edad Media, tal vez por una ultracorrección del vocablo 'románico' o porque realmente tuvieron un origen romano, que quedó desdibujado con el paso del tiempo.

El Puente Romano de Cangas de Onís (Asturias), construido en tiempos del rey Alfonso XI (1311-1350), es otro ejemplo de esta confusa toponimia. En la región madrileña encontramos el Puente Mocha y el Puente de la Alcanzorla, de trazado medieval, que también son conocidos como romanos.



Volviendo al caso que nos ocupa, el calificativo romano que se la da al puente de Talamanca podría tener algún fundamento histórico tras los análisis petrológicos realizados por la Comunidad de Madrid, coincidiendo con su reciente restauración.

Pero de ese pasado romano no quedan más que unos cuantos sillares, que sirvieron de base a la indiscutible estructura medieval que ha llegado a nuestros días.

Resuelto el misterio toponímico, toca ahora solucionar el enigma de por qué el puente se alza sobre tierra firme, mientras que el Jarama discurre apartado, a una distancia de unos quinientos metros.

La explicación se encuentra en un desplazamiento del cauce del río, provocado por procesos de sedimentación, que culminaron con la configuración de un meandro.

Historia

El puente pudo ser levantado en el siglo IX, cuando Talamanca era uno de los núcleos más destacados de la Marca Media madrileña, un territorio defensivo articulado por el poder andalusí para hacer frente a los ataques cristianos.

Algunos autores sostienen que el puente formaba parte del camino militar que recorría el piedemonte de las sierras de Guadarrama y Gredos, desde el Jarama hasta el Tiétar, poniendo en contacto la red de atalayas y fortalezas desplegada por los musulmanes.

De esta forma, el Puente Romano de Talamanca sería coetáneo de otros puentes edificados en el citado camino, como el del Grajal (Colmenar Viejo), sobre el río Manzanares; el de la Alcanzorla (Galapagar), sobre el Guadarrama; el del Pasadero (Navalagamella), sobre el Perales; y el de San Juan (Pelayos de la Presa), sobre el Alberche.

El puente en 1977. Fotografía de Jaime de Torres Núñez (Archivo fotográfico de la Comunidad de Madrid).

A finales del siglo XI, una vez reconquistada la zona a manos del Reino de León y Castilla, el puente perdió su función militar y se convirtió en un paso obligado en el nuevo camino creado para comunicar las dos mesetas.

Para poder cruzarlo había que pagar derechos de pontazgo, una especie de arancel que, en este caso, era recaudado por el Arzobispado de Toledo, bajo cuya jurisdicción habían quedado las tierras de Talamanca de Jarama.

De ahí que las autoridades eclesiásticas toledanas se apresuraran a reforzar el puente, para asegurar lo que, sin duda, iba a ser una cuantiosa fuente de ingresos. Hay constancia documental de una reforma emprendida en el año 1091.

En el siglo XVI se volvió a remodelar, tal y como figura en una inscripción sobre la piedra en una de las enjutas del arco principal.

Poco después, el puente quedó en desuso, como consecuencia del citado desplazamiento sufrido por el cauce del Jarama. Muchos expertos consideran que éste fue el factor que marcó la decadencia de Talamanca, que, como hemos señalado en anteriores ocasiones, fue una de las ciudades más florecientes de la Edad Media madrileña.

El puente ha sido objeto de dos restauraciones, una en 1973 y otra en 2009. Esta última vino acompañada de sondeos arqueológicos y de estudios estratigráficos para identificar las etapas históricas en las que se construyó y modificó la obra.

Estamos, por lo tanto, ante una estructura que acumula elementos y añadidos de diferentes periodos, desde el siglo IX hasta el XVI, todo ello sobre una base romana, de la que apenas quedan unas cuantas huellas.

Descripción

El puente mide 148 metros de largo, una longitud similar a la que tiene el Puente de Segovia, en Madrid. Se soporta sobre un total de cinco arcos, de proporciones muy desiguales.



El arco mayor está situado en el extremo meridional y tiene una luz de 17,9 metros y una flecha de 6 metros. Le siguen cuatro arcos menores, con anchos que oscilan entre los 7,9 y los 8,6 metros y alturas que van de los 2,45 a los 3,25 metros.

Todos los arcos son rebajados y escarzanos. Bajo el principal discurría antiguamente el Jarama y, en la actualidad, se abre paso un pequeño canal de regadío, denominado Arroyo del Caz. Los arcos secundarios servían para las crecidas.



La planta es quebrada. Da la sensación de que al puente se le fueron añadiendo partes de forma desordenada, a medida que se iba desplazando el cauce del Jarama. La anchura del tablero tampoco es uniforme.

El puente tiene perfil de lomo de asno, con un pronunciado cambio de rasante en el centro del arco mayor. Existen tajamares a ambos lados. Todos son triangulares, excepto el de mayores dimensiones, que es trapezoidal.



Con respecto a su fábrica, el material dominante es la caliza, que se presenta en forma de sillares en los arcos, enjutas y tajamares. También hay abundantes cantos rodados, localizados en la parte superior y en las embocaduras. El tablero conserva sus losas originales.

Una prueba de su origen medieval son las inscripciones que aparecen grabadas en ciertos sillares. Son marcas que los canteros hacían a modo de firma, siguiendo una costumbre muy arraigada en la Edad Media.

Véase también

- El Ábside de los Milagros

martes, 20 de septiembre de 2011

La Marca Media: el Puente de la Alcanzorla

Volvemos a hablar de la Marca Media, una de las demarcaciones territoriales de Al Andalus, que, por su situación al sur del Sistema Central, en una zona fronteriza con los reinos cristianos, jugó un papel decisivo en la defensa de Toledo, entre los siglos IX y XI.

En la Comunidad de Madrid se mantienen en pie diferentes restos de aquel pasado militar. En diversos puntos de la sierra hay numerosas atalayas de vigilancia, muy bien conservadas, que daban la voz de alerta en las situaciones de peligro. Una excelente muestra de este tipo de edificaciones la hallamos en el pueblo de Venturada, en el Valle del Jarama.

En cambio, el estado de conservación de las ciudadelas que levantaron los musulmanes es bastante más deficiente. Varios lienzos de muralla nos informan de la existencia de Mayrit, mientras que de Alcalá la Vieja, en Alcalá de Henares, tan sólo pervive una torre albarrana, además de distintos vestigios desperdigados. Por no hablar de Calatalifa, en Villaviciosa de Odón, de la que apenas quedan unas cuantas cimentaciones.

Mucho más escondidas se encuentran las escasas huellas que han llegado hasta nosotros del camino militar que, recorriendo el piedemonte de Guadarrama y Gredos, unía lo valles del Jarama y del Tiétar, poniendo en contacto la red de atalayas a la que nos acabamos de referir.

Todo este patrimonio se completa con una serie de cinco puentes, integrados dentro de la citada ruta militar, que se distribuyen alineadamente por el norte, el noroeste y el oeste madrileño.

Los situados en los extremos del camino -uno en Talamanca, sobre el Jarama, y el otro en San Martín de Valdeiglesias, sobre el Alberche- son los que han sufrido las mayores transformaciones arquitectónicas a lo largo de la historia, hasta prácticamente hacer irreconocible su factura islámica.

En Colmenar Viejo, salvando el río Manzanares, se halla el Puente del Grajal, que también ha sido modificado con el paso del tiempo, pero, en este caso, se mantiene la estructura original.

Los puentes que mejor conservan su trazado musulmán son el del Pasadero, en Navalagamella, sobre el pequeño río Perales, y el del la Alcanzorla, sobre el Guadarrama, que es el que ocupa nuestra atención.


Fotografía  de Arqueoturismo.

El Puente de la Alcanzorla está a medio camino entre Torrelodones y Galapagar, aunque dentro del término municipal de este último pueblo. Popularmente se le conoce como el Puente Romano, pero este origen no parece del todo cierto, dadas sus proporciones, inequívocamente andalusíes.

Su tablero mide 2,8 metros de ancho, que equivalen a cinco codos rassassíes, que, junto con los seis codos, era la medida más utilizada en Al Andalus en este tipo de construcciones. El puente, además, se asienta directamente sobre la roca, otro rasgo constructivo típicamente islámico.

Su ubicación también parece informar de que estamos ante una obra musulmana. No sólo se encuentra en la dirección que seguía el camino militar que iba desde el Valle del Jarama hasta el del Tiétar, sino que, muy cerca de su enclave, se alzan otras tres construcciones andalusíes: la Atalaya de Torrelodones, la Torrecilla de Nava de la Huerta, en Hoyo de Manzanares, y el ya señalado Puente del Grajal, en Colmenar Viejo.


Postal de los años setenta del siglo XX.

En cualquier caso, no deben descartarse completamente las vinculaciones romanas que recoge la toponimia popular. Recientemente se han descubierto restos de una calzada de principios del siglo III en el municipio de Galapagar, con lo que puede entenderse que pudo haber un puente anterior.

El que ha llegado a nuestros días debió sustituir a aquella primitiva estructura. Se edificó en un momento indeterminado entre los siglos IX y XI, cuando la población islámica procedió a la fortificación de la Marca Media, si bien algunos historiadores concretan algo más y sitúan su fundación durante el califato de Abderramán III (891-961).

Con todo, las primeras referencias escritas de su existencia no aparecen hasta 1236, cuando el rey Fernando III el Santo (1199-1252) lo cita en un documento en el que pide ayuda para recuperar la ciudad de Córdoba, a cambio de unas tierras localizadas entre Galapagar y Hoyo de Manzanares.

Del Puente de la Alcanzorla únicamente sobreviven los estribos y el arco de medio punto sobre el que se sostenía el tablero. La fábrica es de piedra de granito, con sillares en las dovelas y mampostería en los restantes elementos conservados.


El puente en una postal antigua.

Artículos relacionados

La serie "La Marca Media" consta de estos otros reportajes:
- La Muralla de Buitrago del Lozoya
- La Atalaya de Venturada
- El puente musulmán del Grajal
- ¿Atalaya islámica o torre cristiana?
- El Parque de Mohamed I, casi listo

lunes, 5 de septiembre de 2011

La Muralla de Buitrago del Lozoya

Uno de nuestros lugares preferidos es el recinto amurallado de Buitrago del Lozoya, que, con sus 800 metros de perímetro, es el mejor conservado de la región madrileña y el único que ha llegado hasta nosotros íntegro.



La primera muralla con la que contó Buitrago fue levantada entre los siglos IX y XI, durante el periodo andalusí. Surgió en el contexto defensivo de la Marca Media, un vasto territorio situado en el centro peninsular, que los musulmanes habían fortificado para garantizar la defensa de Toledo, por medio de una jerarquizada red de plazas fuertes, atalayas y caminos militares.

Esta construcción no sólo no desapareció cuando se produjo la reconquista castellano-leonesa, sino que fue reforzada y ampliada por los cristianos para facilitar la repoblación de la zona.

Su apariencia actual es fruto de sucesivas intervenciones que se extendieron desde el siglo XI, una vez que el rey Alfonso VI (r. 1072-1109) se apoderó del enclave, hasta el siglo XV, cuando cesaron las luchas territoriales entre los diferentes señores feudales.

Para fortificar la plaza, los cristianos emplearon usos constructivos musulmanes -asimilados a través de los mudéjares-, como los que pueden verse en las escasas muestras de arquitectura militar andalusí existentes en la comunidad autónoma. Es el caso de las ruinas de Alcalá la Vieja, en Alcalá de Henares, y de la propia muralla árabe de Madrid.

Un claro ejemplo es el tipo de fábrica, consistente en mampostería encintada con ladrillo, por no hablar de la presencia de torres cuadrangulares, macizas y con escaso saliente, en lugar de las torres de planta circular, típicamente cristianas.



Descripción

La Muralla de Buitrago está situada en un pronunciado meandro del Lozoya, que le confiere una forma de triángulo escaleno. Los dos lados principales se encuentran a orillas del río, que actúa como una barrera defensiva natural, mientras que el tercero se eleva sobre tierra firme, en una zona de fácil acceso.

Es precisamente en esta parte, la más desprotegida físicamente, donde la muralla presenta una mayor envergadura, con nueve metros de altura y un grosor de tres metros y medio.



Este tramo, que recibe el nombre de adarve alto, es también el que reúne el mayor número de elementos defensivos: una barbacana de cuatro metros de alto, doce torres adosadas al paño, una coracha que aseguraba la toma de agua del río y un soberbio castillo del siglo XV, ubicado en uno de los extremos.

Aquí también se halla una de las tres entradas al recinto urbano. Se trata del acceso principal, protegido por la Torre del Reloj, una torre albarrana de 16 metros de altura, que da cobijo en su parte inferior, configurando un recodo, a una sucesión de arcos.

Los otros tramos, los que entran en contacto con el río, son conocidos como el adarve bajo, por la menor altura de los lienzos, apenas seis metros, con un grueso de unos dos metros.

Fueron levantados sobre un terreno muy escapardo, que hoy en día se encuentra anegado por las aguas del Embalse de Puentes Viejas, una de las muchas presas en la que es contenido el Lozoya a lo largo de su curso.



Artículos relacionados

También hemos hablado de estos otros lugares de Buitrago:
- La Casa del Bosque, de Buitrago
- La coracha de Buitrago del Lozoya
- La Torre del Reloj, de Buitrago
- El Puente del Arrabal

lunes, 25 de octubre de 2010

La Marca Media: la Atalaya de Venturada

La Atalaya de Venturada fue construida en un momento indeterminado comprendido entre los siglos IX y X, durante la dominación musulmana de la Península Ibérica. Formaba parte de un conjunto de torres militares, ubicadas en la vertiente meridional del Sistema Central, que fueron levantadas por el poder andalusí para la defensa de la Marca Media.

Con este nombre era conocida una de las demarcaciones territoriales de Al Ándalus, donde quedó integrada la actual Comunidad de Madrid, así como otras provincias del interior español. Se trataba de una zona fronteriza, muy despoblada, que fue fortificada para detener el avance de los reinos cristianos arraigados en la mitad norte peninsular.



Estas atalayas tenían como misión principal custodiar los pasos de montaña, principalmente los puertos de Navacerrada, de la Fuenfría y del Alto del León, y su conexión con los valles fluviales. Su disposición no era lineal, sino en forma de red, lo que permitía un control territorial muy completo, no sólo de los caminos, sino también de las áreas agrícolas y de pasto.

Esta distribución ha llevado a pensar que, además de vigilar la frontera, las torres cumplían una función socioeconómica, tal vez para facilitar la repoblación de la zona, que, en aquellos momentos, era una de las más deshabitadas de Al Ándalus.

Tal hipótesis cobra fuerza si se considera que Abderramán III (891-961) dictó varias políticas, encaminadas a consolidar las regiones fronterizas de Al Ándalus. El califa cordobés favoreció su desarrollo administrativo y demográfico mediante la creación de enclaves económicamente rentables y autónomos.

De ahí que algunos historiadores sitúen la construcción de las atalayas madrileñas concretamente en el siglo X, aunque otras teorías remontan su origen al siglo IX, en tiempos del emir Mohamed I (823-886), considerado el fundador de la ciudad de Madrid.

Aunque apenas se conservan ocho torres islámicas dentro de la comunidad autónoma, cabe suponer que hubo muchas más, dada la considerable extensión de la zona protegida, que abarcaba desde Somosierra hasta la Sierra de Gredos. Además, hay que tener en cuenta que, con objeto de facilitar el contacto visual, su distancia de separación era de aproximadamente dos kilómetros.

Fueron erigidas en cerros o altozanos entre 800 y 1000 metros de altitud, formando agrupaciones diferenciadas, cada una de ellas dependiente de un recinto fortificado principal, que se encargaba de la protección de un valle fluvial determinado.

Cada atalaya estaba a cargo de dos soldados, como máximo. Cuando se producían situaciones de peligro, encendían una hoguera o provocaban una humada, de tal modo que la alerta se transmitía a gran velocidad de un puesto a otro, hasta llegar a la plaza fuerte, desde donde se desplegaban los medios necesarios.



Además de la de Venturada, se mantienen en pie atalayas muy similares en Torrelaguna, El Vellón y El Berrueco, que conformaron, junto a otras desaparecidas, el grupo defensivo del Valle del Jarama, al norte de la comunidad autónoma, vinculado a la ciudadela de Talamanca del Jarama.

Existen otras dos en Torrelodones y en Hoyo de Manzanares, municipios situados en la parte noroeste de la región. Vigilaban el Valle del Guadarrama y sus fortalezas de referencia eran Madrid y Calatalifa, en Villaviciosa de Odón.

En el Valle del Alberche, en las primeras estribaciones de la Sierra de Gredos, se encuentran los restos de la atalaya de Peña Muñana, dentro del término municipal de Cadalso de los Vidrios. En Santorcaz sobrevive una maltrecha torrecilla islámica, que curiosamente presenta un carácter aislado, lejos de la red principal.



Descripción

La Atalaya de Venturada es cilíndrica, con un ligero escalonamiento al exterior. Presenta tres cuerpos principales, aunque en el pasado hubo otro más en la parte superior, que ha desaparecido casi por completo. Mide algo más de nueve metros de altura y tiene un diámetro de casi seis metros de diámetro

Consta de una única entrada, formada por un sencillo vano adintelado, que, en su momento, debió cerrarse con una puerta de madera de doble hoja. Está situada muy por encima de la rasante del suelo, con lo que cabe imaginar que había dispuesta una escalera de mano para facilitar el acceso.

Se trata de un rasgo que comparten todas las atalayas del Valle del Jarama. No era posible abrir la entrada directamente sobre el terreno, ante la existencia de una base maciza entre dos y tres metros de alto, cuya finalidad era asegurar la torre, ya que se construía sin cimientos, directamente sobre la roca.

En el caso de Venturada, la edificación descansa sobre un promontorio granítico de origen natural, que no sólo sirve de plataforma, sino que también contribuye a la sujeción de los muros, al rodear la piedra algunos flancos hasta entrar en contacto con el nivel de acceso.

A pesar de la solidez de este asentamiento natural, fue necesario crear una base maciza, de casi tres metros de altura, a partir de un relleno de cantos y tierra.



Los muros son bastante gruesos. Tienen una anchura de 1,34 metros y están hechos en mampostería concertada, a base de alinear piedras irregulares extraídas del entorno inmediato. Hay también un pequeño escalón perimetral, dispuesto a modo de zócalo, allá donde no aflora la roca.

Con respecto al interior, había tres dependencias, cada una en una planta diferente. Estaban separadas por un tablazón de madera, sostenido por vigas transversales, según se desprende de las hendiduras existentes en la parte interna de los muros, en las que se colgaban los travesaños.

El paso de una estancia a otra se hacía mediante una escalera de mano (seguramente la misma que se utilizaba en la entrada), a través de una oquedad abierta en el suelo de cada piso.

Todas las atalayas del Valle del Jarama han llegado hasta nosotros desmochadas, con lo que no es posible conocer cómo estaban coronadas, aunque es muy probable que estuviesen rematadas con merlones.

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- El puente musulmán del Grajal
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miércoles, 5 de mayo de 2010

La Marca Media: el puente musulmán del Grajal


Vista del puente, sobre el río Manzanares, a su paso por el término municipal de Colmenar Viejo.

La Marca Media era una de las demarcaciones territoriales de Al Ándalus. Por su situación al sur del Sistema Central, haciendo frontera con los reinos cristianos de la mitad norte peninsular, jugó un papel fundamental entre los siglos IX y XI, como garante de las posiciones musulmanas.

Este territorio, coincidente en gran parte con la actual Comunidad de Madrid y otras provincias del centro de España, fue fortificado mediante un complejo sistema defensivo, del que surgieron fortalezas como las de Madrid, Alcalá de Henares y Villaviciosa de Odón, entre otras plazas.

De ellas nos han llegado vestigios tan singulares como la muralla de la Cuesta de la Vega, el castillo de Alcalá la Vieja y los restos arqueológicos de Calatalifa, respectivamente.

Dentro de este contexto militar, también fue creada una red de atalayas, muy estructurada, que se encargaba de vigilar los pasos de montaña de la Sierra de Guadarrama y de Somosierra, puntos considerados de especial peligro.

Las diferentes torres-vigía se comunicaban entre sí mediante 'humadas', que alertaban a las tropas ante posibles incursiones cristianas. Muchas de ellas aún se mantienen en pie, caso de las existentes en Torrelodones, Venturada, El Vellón o El Berrueco.

Mucho menos conocida que estas construcciones es la calzada militar que, bordeando la parte meridional del Sistema Central y siguiendo la dirección norte-sudoeste, unía las distintas atalayas y ciudadelas existentes entre los valles del Jarama y del Tiétar.

Aunque quedan muy pocos rastros de esta vía, sí que perviven diferentes puentes, erigidos para facilitar el paso de los distintos ríos con los que tropezaba el camino. Cabe datarlos en algún periodo indeterminado comprendido entre los siglos IX y XI, a lo largo del cual tuvo lugar la fortificación de la Marca Media, tal y como acaba de señalarse.

Algunos de ellos, como los del Pasadero (Navalagamella) y de la Alcanzorla (Galapagar), han conseguido llegar a nuestros días conservando intacto su aspecto original.

Otros, en cambio, han sufrido transformaciones de tal calado, que difícilmente podría adivinarse que tuvieron un origen islámico, como así ocurre con los puentes medievales de Talamanca de Jarama y de San Martín de Valdeiglesias.

Un puente claramente andalusí

Nos detenemos en el Puente del Grajal, que se levanta sobre un desfiladero del río Manzanares, en el actual municipio de Colmenar Viejo. Pese a haber sido objeto de intervenciones posteriores, que han alterado su fisonomía primitiva, todavía mantiene rasgos que avalan su inconfundible factura andalusí.

Su tablero resulta especialmente revelador, pues sus medidas entran en consonancia con las de los citados puentes del Pasadero, sobre el río Perales, y de la Alcanzorla, sobre el Guadarrama. Tales similitudes no pueden ser fruto de la casualidad, sino que, con toda seguridad, responden al mismo plan general.

En concreto, presenta una anchura de 3,34 metros, equivalente a seis codos rassasíes, que, junto con los cinco codos, eran los dos anchos más utilizados en los puentes musulmanes.


Vista del tablero.

Asimismo, el Puente del Grajal no descansa directamente sobre la roca, sino en una especie de zócalo, que, además de ser un punto de apoyo, permite encauzar la corriente. No sólo se trata de una pauta arquitectónica característica de Al Ándalus, sino que la técnica constructiva empleada, mampostería con cal, revela igualmente esta procedencia.


Detalle de uno de los zócalos sobre los que se apoya la estructura.

Del mismo modo, hay que destacar que, en una dehesa cercana al puente, se descubrieron en el año 2004 unos enlosados, que muy bien podrían corresponder a algún tramo de la vieja calzada militar, a la que tantas veces hemos hecho referencia.

Hipótesis que parece quedar ratificada por la proximidad de dos atalayas musulmanas, una en el término municipal de Hoyo de Manzanares, conocida como La Torrecilla, y otra en el de Torrelodones, ubicada junto a la A6.

El Puente del Grajal consta de un único arco de medio punto, de diez metros de luz. Presenta fábrica de piedra de granito, encajada en la estructura mediante mampostería, excepto en las dovelas, que están formadas por sillares regulares. Su rasante es alomada.

Se halla en un paraje de alto valor ambiental, protegido por su inclusión dentro del Parque Regional de la Cuenca Alta del Manzanares.

A su lado se alzan otras dos construcciones de interés histórico: aguas abajo existe otro puente, realizado en el año 1895, por el que pasa la carretera comarcal M-618, y aguas arriba se encuentra la central hidroeléctrica de El Navallar, inaugurada en 1908 por el rey Alfonso XIII.


El puente desde la margen derecha del Manzanares.

domingo, 14 de marzo de 2010

¿Atalaya islámica o torre cristiana?

Lo que vemos en estas fotografías son los únicos restos arqueológicos, de índole arquitectónica, que no fueron destrozados con la construcción, a finales del siglo XX, del aparcamiento de la Plaza de Oriente y del túnel de la Calle de Bailén.



Nos duele recordar que aquellas obras, concluidas en 1996, supusieron el descubrimiento y, paradójicamente, la eliminación de numerosos vestigios de nuestro pasado. Entre ellos, fueron arrasados los cimientos y sótanos de la Casa del Tesoro, comenzada en 1568 a instancias de Felipe II. Destrucción que fue justificada por algún político con frases del tipo "eran sólo piedras".

Los citados restos se exhiben, convenientemente acristalados, en el primer nivel del parking de la Plaza de Oriente y corresponden a la base de una torre medieval. Según el cartel explicativo instalado junto a las ruinas, se trataría de una atalaya islámica del siglo XI, levantada fuera del primitivo recinto amurallado que, dos siglos antes, dio origen a la ciudad de Madrid, durante la dominación musulmana de la península.

Su misión era la vigilancia y protección de una zona que, al encontrarse en fuerte pendiente por la existencia de un antiguo barranco, constituía un punto de peligro para los arrabales situados al norte de la muralla.

Sin embargo, autores como José Manuel Castellanos Oñate entienden que el origen atribuido a la atalaya es demasiado tardío como para ser musulmana. Hay que recordar que la conquista cristiana de Madrid se produjo en el siglo XI, concretamente en el año 1083, cuando el rey Alfonso VI de Castilla se apoderó de la plaza.

En su estupenda página El Madrid medieval, el investigador considera que los vestigios de la Plaza de Oriente son cristianos y que su origen podría datarse bien a finales del siglo XI, bien a principios del XII. Esto es, fue levantada en el contexto de las obras de la muralla cristiana de Madrid.

Según su teoría, estaríamos ante la Torre de los Huesos, que, junto con la Torre de Alzapierna, flanqueaba la Puerta de Valnadú, que estuvo ubicada en lo que hoy es la confluencia de las calles de la Unión y Vergara, cerca de la Plaza de Isabel II. Era una torre albarrana, separada del lienzo de la muralla cristiana, que, al estar próxima al cementerio de la Huesa del Raf, empezó a ser conocida con el apelativo que ha llegado a nuestros días.

Los restos conservados bajo la Plaza de Oriente presentan fábrica de mampostería de sílex y caliza, con sillares en los esquinales que reforzaban la construcción. Su planta era cuadrangular (3,65 x 3,40 metros) y era maciza en buena parte de la estructura.

Aunque estas características técnicas eran habituales en la arquitectura militar andalusí, debe señalarse que pervivieron más allá de la conquista cristiana. El recinto amurallado de Buitrago del Lozoya es un claro ejemplo de la persistencia de las pautas constructivas musulmanas en los siglos XI, XII y XIII, en pleno proceso de repoblación cristiana.

sábado, 30 de enero de 2010

El Parque de Mohamed I, casi listo



El Parque de Mohamed I ha sido objeto de una profunda transformación. Aunque el recinto todavía se encuentra cerrado, ya que las obras no han concluido del todo, se han retirado las vallas de protección de algunas zonas, lo que ha dejado al descubierto su nuevo aspecto.



Como puede verse en las fotografías que se acompañan, el núcleo central de esta reforma y adecuación ha sido la explanada situada delante de la muralla musulmana, que ha sido pavimentada y decorada con una fuente, utilizándose motivos ornamentales de clara inspiración andalusí. También se ha ampliado la superficie dedicada a los jardines, con nuevas plantaciones, y se ha actuado sobre el cerramiento perimetral y las pasarelas que servían de miradores de la muralla.

En lo que respecta a la muralla, la construcción más antigua que se conserva en Madrid, se ha ajardinado con plantas tapizantes el desnivel existente en su base y se ha puesto en valor todo el conjunto. Pero lo que más llama la atención es que los restos arquitectónicos adosados a la muralla han sido cubiertos con pequeños rollos de piedra, de tal forma que quedan completamente ocultos a la vista.

Las obras han sido promovidas por el Área de Medio Ambiente del Ayuntamiento de Madrid y financiadas por el Plan E de Inversión Local, del Gobierno de España.

Un poco de historia

El Parque de Mohamed I fue creado a finales de la década de los ochenta, durante el mandato de Juan Barranco, con objeto de adecuar y adecentar el entorno inmediato de la muralla musulmana y permitir su visita. Fue el punto culminante de un largo proceso que se inició en los años cincuenta, cuando buena parte de los restos que hoy se exhiben quedaron al descubierto, al derruirse el Palacio de Malpica, que había sido construido sobre la propia muralla, a modo de cimiento.

Hubo que esperar bastante tiempo para acometer los trabajos arqueológicos, con diferentes campañas de excavación (de 1972 a 1975 y en 1985) y, finalmente, las tareas de restauración y consolidación, llevadas a cabo entre 1987 y 1988. Y después vino el olvido y el deterioro provocado por la desidia de las autoridades municipales, con la muralla convertida en refugio de indigentes. Toda una triste historia que, afortunadamente, parece ser agua pasada.

Resulta increíble que estos vestigios hayan llegado hasta nuestros días, teniendo en cuenta el desprecio que, históricamente, han mostrado los políticos hacia el patrimonio histórico-artístico. Sin ir más lejos, otro importante tramo de muralla, que era continuación de éste, fue arrasado impunemente hacia 1960, para levantar el actual edificio de viviendas de la calle de Bailén, número 12.

Los pocos restos que no se destruyeron se hallan sepultados en el garaje del inmueble, en un lamentable estado. Y decimos impunemente, con todo el significado de este término, porque en aquel tiempo la muralla ya había sido declarada monumento histórico-artístico (recibió esta declaración en 1954).

Breve descripción


Detalle del dibujo de Madrid, realizado por Anton Van der Wyngaerde en 1562. Puede verse la muralla musulmana, desde el Alcázar (a la izquierda) hasta la Puerta de la Vega (a la derecha).

La muralla se levantó en una fecha indeterminada entre los años 860 y 880. Fue mandada construir por el emir cordobés Muhammad I (852-886), considerado como el fundador de Madrid.

El tramo que se encuentra en el Parque de Mohamed I es el más importante de todos los conservados de la muralla musulmana. Tanto por sus dimensiones (consiste en un lienzo de aproximadamente 120 metros de largo y 2,6 de ancho) como por la posibilidad de ser visitado (la mayor parte de los otros restos no pueden contemplarse, al encontrarse en propiedades privadas).

En el lienzo hay integradas cuatro torres, que se disponen cada 20 metros, aunque de una de ellas sólo se conserva el basamento. Es muy posible que ésta fuera la que flanqueaba la Puerta de la Vega, que fue demolida en el siglo XVIII. Existe una quinta torre, que emerge solitaria junto a la parte trasera del edificio de viviendas de la Calle Mayor, 83.

El trazado de la muralla revela inequívocamente su origen islámico. Las torres son cuadrangulares, con una ubicación poco saliente en relación con el muro, rasgos inconfundibles de la arquitectura militar andalusí, frente a la planta semicircular de las las torres de las fortificaciones cristianas. También su fábrica, sílex y caliza con aparejo cordobés, informa de su construcción musulmana.

Terminamos la descripción de la muralla musulmana con esta crónica realizada por Jerónimo de Quintana, en el siglo XVII: "Fortíssima de cal y canto y argamasa, leuantada y gruessa, de doze pies en ancho, con grandes cubos, torres, barbacanas y fosos".

Galería de imágenes



El antes. Las estructuras adosadas a la parte trasera de la muralla estaban llenas de maleza y suciedad. Pero podían verse...



El después. Las citadas estructuras han sido cubiertas, imposibilitando su contemplación.



El antes. La muralla descansaba sobre un pequeño desnivel, sin ajardinar.



El después. El lienzo se apoya ahora sobre una alfombra de plantas tapizantes.



El antes. Al fondo puede verse cómo estaba la explanada de la muralla.



El después. Han aumentado las zonas ajardinadas y se ha pavimentado la explanada.