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lunes, 15 de abril de 2013

El Dolmen de Entretérminos

La provincia de Madrid posee un abundante patrimonio megalítico, aún por conocer. Poco a poco van apareciendo dólmenes, piedras caballeras, alineaciones graníticas, túmulos o menhires, que avalan la intensa actividad humana que tuvo la actual comunidad autónoma durante la Prehistoria.

La Sierra de Guadarrama es especialmente rica en este tipo de estructuras. Hace apenas quince años fueron hallados varios megalitos en los municipios de El Escorial (El Rincón, Las Zorreras y El Dehesón), Alpedrete (Cerca de las Hachas, El Tomillar y El Cañal), Collado Mediano (El Jaralón), El Boalo y Galapagar.

Salvo contadas excepciones, los emplazamientos exactos de estos monumentos pétreos no se han hecho públicos. Y no porque no hayan sido investigados a fondo, sino porque los arqueólogos que los han descubierto han tenido un especial cuidado para no divulgar demasiados datos, con la pretensión de evitar posibles expolios.

No es el caso del Dolmen de Entretérminos, del que se tiene constancia desde hace casi ochenta años. No en vano fue el primer megalito prehistórico encontrado la región madrileña y el único catalogado como tal hasta el descubrimiento a principios del siglo XXI del Túmulo de las Vegas del Samburiel. Ahora ya son muchos los que esperan en la lista para recibir tal consideración.


El solar que ocupó el dolmen, tras la última excavación arqueológica de principios del siglo XXI. Fotografía: www.megalitos.es.

Sus huellas (y decimos bien, sus huellas, ya que casi no queda nada de él) se encuentran en el término municipal de Collado Villalba, justo en el límite con Alpedrete. De ahí su nombre. Podemos localizarlas en la confluencia del Camino de la Cal con la tapia de la finca Monte Andaluz, muy cerca de la Residencia Los Llanos, en la avenida homónima.

El Dolmen de Entretérminos saltó a la luz en 1934, cuando Demetrio Bravo, un vecino de Collado Villalba, decidió utilizar sus piedras para reparar un cercado próximo. Al mover las lajas, que estaban medio ocultas dentro de un montículo de tierra, encontró diversos objetos, correspondientes al ajuar de uno o varios enterramientos.

Movido por intereses lucrativos, Bravo solicitó el pertinente permiso a las autoridades para ponerse al frente de las excavaciones, algo que, una vez concedido, hizo sin ninguna metodología científica, a la busca de metales preciosos, con los que enriquecerse.

El relato de Teodoro Marquina, uno de los obreros que trabajaron bajo sus órdenes, resulta estremecedor: "cuando salió el puchero de barro [tal vez un vaso campaniforme] completamente nuevo y tapado, [Demetrio Bravo] le pegó un estacazo con el pico para sacar las monedas, pero se encontró que estaba vacío".

El estallido de la Guerra Civil en 1936 significó la práctica destrucción del dolmen. Exceptuando dos, todas las losas fueron extraídas para ser colocadas en fortines militares, al tiempo que se perdió la mayor parte de los objetos descubiertos, tras ser saqueada la vivienda de Pascual Domínguez, hijo político de Bravo, donde estaban guardados.


Cueva de Daina (Romanyá de la Selva, Gerona). Es muy posible que el Dolmen de Entretérminos tuviera esta apariencia. Fotografía: Mutari en Wikipedia.

Todo lo que queda de este monumento es el vago recuerdo de su planta y diferentes restos que se conservan en el Museo de San Isidro de Madrid. Han llegado hasta nosotros gracias a la labor del Marqués de Loriana, quien en 1942 fue tras su pista.

Los objetos que el marqués pudo recuperar fueron un hacha de cobre, un puñal, un cuchillo, una punta de lanza con un pedúnculo alargado en cobre y dos vasos campaniformes del tipo conocido como marítimo, además de una cinta o diadema de oro, que actualmente no se encuentra expuesta en el citado museo.


Vasos campaniformes del dolmen, en el Museo de San Isidro.

Entre lo perdido, se tiene conocimiento de la desaparición de una pieza de oro con varios orificios, además de diferentes punzones y brazaletes que parecen revelar que la persona ahí enterrada era una figura de cierto rango social.

El Dolmen de Entretérminos data del periodo Calcolítico, ubicado entre el Neolítico y la Edad de Bronce. Podemos estar hablando de los años 2500-1800 antes de Cristo.

Pertenece a la tipología de cámara y corredor, que consiste en una estancia funeraria a la que se llega a través de un pasillo formado por enormes bloques de piedras. Todo ello cubierto por un montículo artificial y rodeado perimetralmente por lajas verticales, cuya función era impedir el corrimiento de la tierra. Su diámetro es de 30 metros.


Recreación de la revista 'Apuntes de la sierra".

martes, 17 de agosto de 2010

La Silla de Felipe II

La Silla de Felipe II es un canchal de piedra situado en el término municipal de San Lorenzo de El Escorial, en el que hay esculpidos diferentes asientos, plataformas y escalones, en lo que constituye una de las atracciones turísticas más visitadas del Real Sitio.



Desde el siglo XIX se ha venido alimentando la leyenda de que el rey Felipe II (r. 1566-1598) mandó construir un mirador, al que acudía con cierta asiduidad, para vigilar las obras del monasterio, que se extendieron desde 1563 hasta 1584.

Si este lugar realmente existió, es altamente improbable que fuera el que hoy se identifica con el nombre de Silla de Felipe II. Al margen del topónimo, este enclave nada tuvo que ver con el monarca renacentista y sí con un altar de origen vetón, en el que se realizaban sacrificios de animales, en honor de un dios indígena, que podría equiparse al Marte romano.

Ésta es la hipótesis que, desde hace años, viene sosteniendo la profesora Alicia M. Cantó, que basa sus conclusiones en la existencia de numerosos indicios que avalan que los montes escurialenses fueron una zona de contacto entre los vetones y los carpetanos.

Además, el monumento presenta paralelismos muy claros con otros altares prerromanos de la Península Ibérica, como los abulenses de Villaviciosa (Solosancho) y El Raso (Candeleda) y el portugués de Panóias (Vila Real), con los que no sólo comparte una factura muy similar, sino también la misma orientación.

Existe otra evidencia, que, no por obvia, deja de ser enormemente valiosa: la llamada Silla de Felipe II ofrece una panorámica tan remota del Real Monasterio, que difícilmente pudo servir de observatorio, mucho menos para comprobar en detalle cómo evolucionaban las obras del edificio.


Vista de San Lorenzo de El Escorial, desde la Silla de Felipe II. Como puede comprobarse, es improbable que el monarca utilizara este lugar como mirador para vigilar las obras del monasterio, debido a la lejanía.

Descripción

La Silla de Felipe II se encuentra a unos dos kilómetros y medio del casco urbano de San Lorenzo de El Escorial, en pleno bosque de La Herrería, una de las fincas que Felipe II anexionó para la creación del Real Sitio.

Preside la parte superior del Canto Gordo, como es conocido un enorme canchal de granito, ubicado al pie de las montañas de Las Machotas, desde el que se divisa a lo lejos la imponente fachada meridional del monasterio.

Consiste en una serie de rebajes realizados sobre la piedra, en forma de asientos, que se agrupan en tres grandes secciones. La más importante de ellas está conformada por tres cavidades, que parecen sillas, con sus respectivos reposabrazos, que miran directamente hacia el Real Monasterio.

El conjunto se completa con varias plataformas, igualmente labradas sobre la roca, y diferentes escaleras. Es posible que algunas de ellas fueran construidas en el siglo XIX, cuando se forjó la leyenda antes señalada, en un momento en el que las recreaciones historicistas se pusieron de moda.

No debe olvidarse que, en este siglo, era frecuente añadir elementos arquitectónicos completamente nuevos a los monumentos que se restauraban, a partir de una visión idealizada de la época a la que pertenecían.

A modo de ejemplo, podemos citar el Patio de los Leones de la Alhambra, donde fueron colocadas cúpulas de inspiración oriental en las edificaciones circundantes, en lugar de los tejados piramidales originales, que, afortunadamente, pudieron recuperarse con posterioridad.

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