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lunes, 6 de abril de 2015

La Fuente de Cuba

Descubrimos en el Parque del Retiro esta fuente del primer tercio del siglo XX, una de las más desconocidas que tenemos en Madrid, tal vez por hallarse fuera del entramado urbano, escondida en medio de una frondosa arboleda.



La Fuente de Cuba fue erigida en señal de agradecimiento al monumento que el gobierno isleño levantó en 1929 en memoria del soldado español. La citada construcción se encuentra en Santiago de Cuba y, más en concreto, en la Loma de San Juan, donde tuvo lugar una de una las batallas más cruentas de la guerra de 1898, disputada entre España y Estados Unidos.

La idea de la fuente empezó a gestarse el mismo año en que el que se terminaba el monumento cubano. Tras constituirse una comisión encargada de recaudar fondos, en el verano de 1929 el Ayuntamiento de Madrid autorizaba su realización y anunciaba su ubicación en el Retiro, en la glorieta formada por la confluencia de los paseos de Colombia y Perú, en el lugar antes ocupado por un pequeño estanque.

Contrariamente a lo que era usual en la época, el proyecto avanzó a gran velocidad, de tal modo que en 1931 podía decirse que la fábrica estaba prácticamente concluida.



Con el final de la dictadura de Primo de Rivera, que había sido uno de sus principales promotores, la fuente cayó en el olvido, hasta que, más de dos décadas después, pudo finalmente mostrarse al público. El acto inaugural se celebró el 27 de octubre de 1952, en coincidencia con el 460º de la llegada de Cristóbal Colón a Cuba.

Salvando las distancias, que son muchas, el conjunto nos recuerda a las fuentes que Rutilio Gaci diseñó en 1618 para diversas plazas de la capital, al menos en lo que respecta a su organización piramidal y a su remate escultórico.

La Fuente de Cuba presenta un marcado tratamiento historiado, en el que también tienen cabida las alegorías, como así se observa en la figura femenina situada en la parte superior, que simboliza a la nación cubana. Fue esculpida por Miquel Blay i Fábregas (1866-1936).



El cuerpo principal (o pedestal) está integrado por varios volúmenes prismáticos, que descansan sobre una planta de cruz griega y que se van superponiendo gradualmente.

Dos de sus cuatro costados se decoran con los escudos de España y Cuba, mientras que en los restantes aparecen las estatuas de Isabel la Católica y de Cristóbal Colón, obra de Juan Cristóbal (1897-1961) y Francisco Asorey (1889-1961), respectivamente.



El gran Mariano Benlliure (1862-1947) también colaboró en la ornamentación de la fuente. Hizo una proa y una popa de barco para la base del pedestal, así como la serie de animales, representativos de la fauna cubana, que sirven de surtidores.

En relación a estos últimos, se trata de cuatro delfines, instalados por parejas a los pies de la proa y de la popa, a los que se añaden dos galápagos y dos iguanas, que se disponen alrededor del estanque cuadrilobulado que rodea todo el conjunto.



Benlliure también realizó un busto del General Machado (1871-1939), que nunca se llegó a colocar. En un principio no solo se pretendía rendir homenaje a la recién declarada República de Cuba, sino también al que por entonces era su presidente.

Los materiales empleados fueron piedra de granito para los elementos arquitectónicos y caliza para los escultóricos, excepción hecha de los elaborados por Benlliure, que fueron fundidos en bronce por el taller Mir y Ferrero.

lunes, 16 de marzo de 2015

La antigua Casa Municipal del distrito de la Inclusa

Llegamos al número 2 de la Ribera de Curtidores, donde se levanta un soberbio edificio de aire escurialense, perteneciente al Ayuntamiento de Madrid. Fue inaugurado en 1935 para albergar la Tenencia de Alcaldía de la Inclusa, un antiguo distrito en el que quedaba englobado Lavapiés, llamado así por la casa de beneficencia que existió en Mesón de Paredes.

Desde entonces ha tenido múltiples usos. Entre ellos, ha sido Casa de Socorro, Junta Municipal de Arganzuela, Juzgado, Escuela Mayor de Danza, Departamento de Estadística y sede de organizaciones no lucrativas, como el Banco de Alimentos y Mensajeros de la Paz.























Su arquitecto fue Francisco Javier Ferrero (1891-1936), quien tuvo listos los planos en 1932. Estamos hablando de uno de los grandes maestros del racionalismo madrileño, artífice de obras tan indispensables como el Viaducto de la Calle de Segovia, el Mercado de Frutas y Verduras de Legazpi, el Mercado Central de Pescados de la Puerta de Toledo, el Edificio Parque Sur o la Imprenta Municipal.

Sin embargo, el inmueble que ocupa nuestra atención nada tiene que ver con el movimiento racionalista, sino con el neobarroco, un estilo que Ferrero cultivó en los inicios de su carrera y que recuperó con este encargo, en la recta final de su corta vida, tal vez condicionado por el carácter histórico del barrio en el que actuaba.

El neobarroco fue uno de los numerosos historicismos que se desarrollaron en el siglo XIX, si bien en nuestro país no eclosionó hasta el XX, una vez que los círculos académicos superaron sus prejuicios sobre la arquitectura barroca original.

Tanto es así que muchos de los rascacielos que se hicieron en la capital en la primera mitad del siglo XX presentan elementos que replican las creaciones de Pedro de Ribera, especialmente las portadas. Así ocurre en edificios tan conocidos como el de Telefónica, el España o el de Seguros Ocaso.























Aunque, para su proyecto, Ferrero empleó este tipo de modelos en los vanos y portada, su inspiración principal no fue Ribera, sino un barroco mucho más temprano.

Optó por el arquetipo palaciego de los Austrias, definido a comienzos del siglo XVII, en el que se plantea un trazado de planta rectangular, con cubiertas de pizarra, torres angulares y chapiteles en punta, siguiendo la línea herreriana.

Uno de los retos que tuvo que afrontar fue el fuerte desnivel del terreno. El inmueble fue construido en el solar donde antes estuvo el Matadero del Cerrillo del Rastro, en cuesta abajo y a espaldas del promontorio sobre el que hoy día se asienta la Plaza del General Vara de Rey (entonces denominada de Antonio Zozaya).

















De ahí que Ferrero ideara una terraza para la base, que, a modo de muro de contención, le permitió igualar la rasante y mantener el mismo número de plantas en todos los lados.

Este elemento no solo actúa como un terraplén, sino que, en sí mismo, es un espacio funcional, en el que tienen cabida diferentes dependencias y almacenes. Pero, sobre todo, constituye una grandiosa plataforma que realza y magnifica la fachada principal.

















La terraza cuenta con una escalinata en el extremo meridional, una fuente de ornato y varias aberturas, ente las que destaca el arco central, muy decorado, que facilita el acceso a las citadas dependencias.

Los materiales empleados en la fábrica son los característicos de la arquitectura de los Austrias, ladrillo y granito, que se combinan con revoco y caliza de Colmenar de Oreja, esta última reservada a distintas partes de la terraza. Todo ello da lugar a una gran riqueza cromática, con el rojo, el blanco, el marrón y el gris, en diversos tonos, como colores dominantes.























La prensa de la época fue muy elogiosa con el edificio, calificado por La construcción moderna como “uno de los más bellos de Madrid” (15 de mayo de 1935). Esta misma publicación llegó a decir que sus proporciones eran incluso “más armónicas que las de la Casa de la Villa”, al tener ésta únicamente dos pisos, frente a los tres del diseño de Ferrero.

Este equipamiento fue un revulsivo para una zona tradicionalmente deprimida y carente de servicios. Junto a las oficinas municipales, fue habilitada una moderna Casa de Socorro, que vino a sustituir al viejo ambulatorio de la Calle de la Encomienda, que, según El Sol (4 de mayo de 1934), era tan deficitario que los enfermos que ahí acudían "se resistían entrar en aquellas instalaciones y preferían estar en la escalera".


lunes, 2 de marzo de 2015

Monumento nacional a los héroes de las guerras coloniales

Centramos nuestra mirada en el desaparecido Monumento nacional a los héroes de las guerras coloniales, una colosal estructura de treinta metros de alto -el equivalente a un edificio de diez plantas-, que estuvo emplazado en el Parque del Oeste.


Fotografía de António Passaporte (1927-36). 
Fototeca del Patrimonio Histórico.

A principios del siglo XX Madrid fue adornada con diferentes monumentos que recordaban a los héroes del llamado desastre de 1898, una serie de conflictos bélicos que provocaron la pérdida por parte de España de sus últimas colonias de ultramar (en concreto, Cuba, Puerto Rico, Filipinas y la isla de Guam).

Fueron erigidos, entre otros, el célebre el Monumento a Eloy Gonzalo, que preside la Plaza de Cascorro; el dedicado a Vara de Rey y a los héroes de El Caney, en el Paseo de la Infanta Isabel; y el que ahora ocupa nuestra atención, sin duda el más ambicioso de todos ellos y uno de los hitos conmemorativos más grandiosos que se hayan hecho jamás en nuestra ciudad.


Fotografía de Otto Wünderlich (1920-36). Fototeca del Patrimonio Histórico.

La idea de este monumento surgió nada más arrancar el siglo XX, a partir de una iniciativa de la Cruz Roja, que apoyaron encendidamente intelectuales tan destacados como Ramiro de Maeztu, Pío Baroja y Azorín, como una expresión del movimiento regeneracionista que triunfaba en la época.

Sus escritos crearon una corriente de opinión favorable, que llevó a la constitución de una comisión encargada de recabar fondos y de convocar un concurso para su construcción. Estaba dirigida por el General Marqués de Polavieja y su secretario era el Comandante Burguete, quienes habían combatido tanto en Cuba como en Filipinas.


Fotografía de Otto Wünderlich (1920-36). 
Fototeca del Patrimonio Histórico.

En las bases del concurso se indicaba que el monumento no solo debía rendir homenaje a los héroes de guerra, sino también al pasado colonial de España. También se especificaba que tenía que ser de gran envergadura y que debía contar con una especie de capilla donde se pudiesen “esculpir los nombres de los conquistadores y de todos aquellos que perdieron su vida”.

El 2 de noviembre de 1906 el Ayuntamiento de Madrid, con el alcalde Alberto Aguilera a la cabeza, acordó cuál iba a ser su enclave, “un lugar apropiado del Parque del Oeste y en sitio principal que permitiera que fuese visto a su entrada en Madrid por los viajeros que llegaban a la capital por la estación del ferrocarril del Norte”.

El monumento debió levantarse en los meses siguientes, en lo alto de una loma próxima al Paseo de Camoens, donde hoy se erige la estatua ecuestre de Simón Bolívar. Su presupuesto fue de un millón de pesetas, una cantidad financiada inicialmente por la Cruz Roja, aunque las principales aportaciones provinieron de la suscripción popular.


Monumento a Simón Bolívar.

El arquitecto Mariano Belmás fue el autor del proyecto. Concibió un basamento escalonado de tres metros y medio de altura, que servía de asiento a un cuerpo arquitectónico de aire clasicista, todo ello realizado con materiales pétreos, procedentes de Segovia y Monóvar.

Éste estaba formado por columnas de ocho metros, dispuestas en círculo, que soportaban un entablamento octogonal, con frontones triangulares en cuatro de sus lados. Como coronación había un globo terráqueo de quince metros de circunferencia, hecho en hierro, sobre el que se apoyaba un fuste con una mujer alada, que portaba en la mano derecha una corona de laurel y en la izquierda una cartela con la palabra ‘Patria’.

Antes de decantarse por este grupo escultórico, Belmás barajó la posibilidad de rematar el conjunto con una gran cruz. Así puede comprobarse en el siguiente dibujo del Museo de Historia de Madrid, que él mismo realizó en el año 1903.




Además de la citada escultura, el monumento contaba con otras nueve. Cuatro leones custodiaban la base, mientras que, en la parte superior, descansaban las estatuas de dos descubridores (Núñez de Balboa y Magallanes) y dos combatientes (Vara de Rey y Fernando Villaamil, que no solo murió heroicamente, sino que también protagonizó la primera vuelta al mundo a vela de un buque-escuela español). Fueron realizadas por Aurelio Cabrera y Gallardo.

Con todo, el grupo escultórico más importante era el que llevaba por título Patria, obra de Julio González Pola, que se encontraba dentro del cuerpo principal, bajo la cubierta. Medía 3,5 metros de alto y representaba a una mujer, símbolo de la nación española, que recogía en sus brazos a un soldado que había dado la vida por ella.

Esta escultura recibió la primera medalla en la Exposición Nacional de Bellas Artes, celebrada en 1908. En el Palacio Real de El Pardo se conserva una reproducción en bronce del boceto original y en el Museo del Ejército existe otra versión, hecha también con este material.


Fotografía de Francisco José Pórtela Sandoval (1997).

El monumento poseía numerosas inscripciones, donde figuraban los nombres de los héroes de las campañas militares de Cuba y Filipinas, mezclados con los de descubridores y conquistadores. Estaban situadas en el entablamento superior, tanto en su parte interna como externa, así como en una serie de escudos, que sostenían con sus garras los leones de la base.


Servicio Histórico Militar.

Con el estallido de la Guerra Civil (1936-39), el conjunto quedó prácticamente destruido. Aunque con posterioridad ha habido varios intentos de reconstrucción, como el que protagonizó el escritor Francisco Anaya en 1954, ninguno de ellos llegó a prosperar.

No queremos despedir el presente artículo sin una breve referencia al Monumento a la memoria de los conquistadores del Nuevo Mundo, una arquitectura efímera de la que, creemos, Mariano Belmás tomó prestados varios elementos para su diseño. Fue llevado a cabo por Custodio Teodoro Moreno, con motivo del enlace de Fernando VII y María Cristina de Borbón el 11 de diciembre de 1829. 


Museo de Historia de Madrid.

Bibliografía

La Marina y el 98 en la escultura española, de Francisco José Portela Sandoval. Cuadernos Monográficos del Instituto de Historia y Cultura Naval, CSIC, Madrid, 1997.

Dibujos en el Museo de Historia de Madrid: arquitectura madrileña de los siglos XIX y XX, edición a cargo de Carmen Priego, con la colaboración de Eva Corrales y Ester Sanz. Museo de Historia, Madrid, 2010.

lunes, 16 de febrero de 2015

Los jardines de invierno del Ritz y del Palace

Los jardines de invierno, invernaderos o estufas eran pabellones aptos para el cultivo de plantas, que se pusieron de moda en Europa en el siglo XVIII y, especialmente, en el XIX, cuando la arquitectura del hierro hizo posible su expansión a todo tipo de espacios, desde palacios a parques públicos, pasando por edificios en altura e, incluso, hoteles.

Los primeros establecimientos hoteleros que contaron con estas instalaciones fueron los de la cadena Ritz, surgida a finales del siglo XIX y pionera de la moderna hostelería. Fue una de las muchas aportaciones del arquitecto francés Charles Mewès (1858-1914), artífice de los hoteles más emblemáticos de la compañía, entre ellos los de Londres, París y Madrid.

Jardín de Invierno del Hotel Ritz

Charles Mewès proyectó el Ritz madrileño en 1908, si bien la dirección de las obras corrió a cargo de Luis de Landecho (1852-1941), quien lo tuvo listo en un tiempo récord. La inauguración tuvo lugar el 2 de octubre de 1910 y consistió en una gran fiesta, a la que fue invitado el rey Alfonso XIII.


El Jardín de Invierno del Hotel Ritz en 1910. J. Lacoste.

El Jardín de Invierno fue uno de los recintos que más llamaron la atención en aquella celebración. No solo era algo inédito en la capital ("una verdadera novedad en los hoteles de Madrid", según el diario ABC), sino que también había sido decorado por todo lo alto, con muebles de junco esmaltado, apliques de luz elaborados en París y una alfombra procedente de la Real Fábrica de Tapices.

Todo ello "adornado con profusión de palmeras, macetas diversas y una preciosa estatua sobre macizo de flores", tal y como publicó el periódico La Correspondencia un día después del acto inaugural.


El Pequeño Jardín del Hotel Ritz hacia 1914.

Se encuentra en la parte central de la planta baja, en el espacio correspondiente al patio de luces. Lo conforman dos salones contiguos, que presentan planos diferentes: el situado en el nivel más alto, conocido antaño con el nombre del Pequeño Jardín, es de planta rectangular, mientras que el otro tiene una superficie mayor y es cuadrangular.

En un principio estaba cubierto con una estructura de hierro y cristal, diseñada por el propio Mewès y ejecutada por la Sociedad Jareño y Compañía, que disponía de un mecanismo que generaba una lámina de agua sobre los cristales para los días de calor.

Alzado y planta de la cubierta. Charles Mewès, 1908.

Debido a su deterioro, esta cubierta fue ocultada a mediados del siglo XX con una bóveda de materiales pétreos, que ha desdibujado el concepto de jardín inicial, toda vez que la estancia ya no se ilumina con luz natural.

Afortunadamente, los restantes elementos arquitectónicos se mantienen sin grandes transformaciones e incluso sigue en pie la escultura a la que se refería La Correspondencia, una imagen de Diana Cazadora. No así los muebles originales, perdidos en su mayoría.

















Jardín de Invierno del Hotel Palace

Dos años después del Ritz, el 12 de octubre de 1912, abría sus puertas el Palace, considerado en aquel momento el mayor hotel de Europa. El arquitecto francés Édouard Niermans hizo un primer anteproyecto, que fue sustancialmente modificado por el catalán Eduard Ferrés i Puig (1880-1928), el auténtico padre del edificio.

El Jardín de Invierno del Hotel Palace en 1917. Raoul Péant.

Entre los elementos cambiados por Ferrés, se encontraba el Jardín de Invierno, que, a semejanza del existente en el Ritz, también fue ubicado en el patio principal. La planta octogonal inicialmente contemplada fue sustituida por una elipse, ocupada en su punto central por una rotonda de diez dobles columnas y una espectacular cúpula vitral, sostenida por una estructura de hierro.

















La vidriera de la cúpula fue realizada por la prestigiosa casa J. H. Maumejean Hermanos, a modo de trampantojo. Simula ser una carpa atada por su parte inferior a una balaustrada, igualmente fingida, y por la superior a las viguetas metálicas, en este caso reales. Una guirnalda de flores recorre la tela, mientras que en las áreas no cubiertas se abre un azul intenso, representativo del cielo.

















Presenta una decoración modernista muy atemperada, con un cierto gusto clasicista en la ordenación de las piezas, aunque también pueden apreciarse aproximaciones a un temprano Art Déco, especialmente en el círculo ornamental que hay en el remate.

















Este último estilo sí que aparece en estado puro en la soberbia lámpara de cristales que, en un principio, iluminaba la estancia y que hoy día cuelga de la recepción. En clara alusión al recinto para el que fue creada, está hecha a base de motivos vegetales, inspirados en las palmeras, una de las plantaciones con las que contó el Jardín de Invierno en sus orígenes.



Desde su inauguración hace más de un siglo, con un recital de la soprano Elvira Hidalgo y la Orquesta Sinfónica de Madrid, muchos han sido los personajes que han desfilado bajo esta asombrosa cúpula, que solo tiene parangón en la capital con la del Palacio de Longoria.

De todos ellos nos quedamos con aquellos voluntarios que trabajaron durante la Guerra Civil (1936-1939) cuando el Palace fue utilizado como hospital militar y su Jardín de Invierno convertido en quirófano.



Bibliografía

El Hotel Ritz de Madrid. Apuntes históricos y antecedentes: el Tívoli y el Real Establecimiento Tipográfico, de Antonio Perla. Revista Espacio, Tiempo y Forma (serie VII, 22-23). Facultad de Geografía e Historia, UNED, Madrid, 2009-2010.

Las vidrieras de Madrid, del modernismo al Art Déco, de Víctor Nieto Alcaide, Victoria Soto Caba y Sagrario Aznar Almazán. Comunidad de Madrid, Madrid, 1996.

lunes, 8 de diciembre de 2014

Los pozos artesianos de El Pardo

Rastreando por Internet, nos hemos encontrado con la singular torre que podemos apreciar en la postal inferior. Y aunque no hemos podido averiguar mucho sobre su autoría o su ubicación exacta, sí que hemos podido saber que se trataba de uno de los muchos pozos artesianos que se perforaron en El Pardo a principios del siglo XX.


Postal de 1913.

La construcción de estos pozos se empezó a gestar en el año 1904, cuando el rey Alfonso XIII tomó la decisión de impulsar la agricultura y la ganadería en el Real Sitio, hasta entonces prácticamente inexistentes.

El encargo recayó sobre Rafael Janini Janini, ingeniero agrónomo de la Real Casa y Patrimonio, quien, desde un primer momento, dirigió sus esfuerzos a la localización de aguas subterráneas, enfrentándose a la opinión mayoritaria de que El Pardo carecía de ellas. Contó con la colaboración del perito agrícola Silvino Maupoey.

Después de un largo periodo de estudio, que dio como resultado la apertura en 1906 de un pozo a cielo abierto, la primera perforación artesiana como tal pudo llevarse a cabo a mediados del año 1908.


Foto publicada por la revista 'Ibérica' (1914).

Para los tres primeros pozos se empleó un rundimentario trépano con cuchara, accionado por vapor, que fue sustituido posteriormente por una maquinaria como la que nos muestra la fotografía superior, similar a la que se utilizaba en Estados Unidos para las extracciones petrolíferas. Su coste ascendió a 32.526 pesetas.

Hasta 1913 se estuvieron excavando pozos, probablemente un total de diecisiete. Algunos de ellos tenían surtidores realmente espectaculares, de más de veinte metros de altura sobre el ras del suelo, y otros provocaban caprichosos juegos de agua, dignos de una fuente ornamental.

Fotos publicadas por la revista 'Ibérica' (1914).

Además fueron levantadas cuatro instalaciones de bombas electrohidráulicas, que permitían elevar, en el caso de los grupos más potentes, entre 3.300 y 6.000 litros de agua por minuto.

Todo ello hizo posible la habilitación de 500 hectáreas de secano y 187 de regadío, que permitían el cultivo de trigo, cebada, avena, centeno, almortas, habas, patatas, garbanzos, algarrobas, alfalfa, maíz, nabos y remolacha, entre otras plantaciones.

A algunos de estos pozos les fueron añadidos, posiblemente en los años treinta o cuarenta del siglo XX, aljibes soportados sobre estructuras de vigas metálicas, como así ocurrió con el que estaba situado dentro del recinto del antiguo Cuartel de Guardias de Corps.

Poco queda de aquel legado, más allá de ciertas bocas metálicas que se encuentran diseminadas por el monte. Uno de los pozos que se conserva es el que surtía de agua a la Fuente Blanca o Fuente de Valpalomero, construida en un paraje agreste durante la Segunda República (1931-1939) y trasladada en la década de los noventa a unos jardines cercanos al palacio.



Con respecto al pozo con el que hemos iniciado el presente artículo, no podemos añadir mucho más. Tan solo que su silueta nos ha evocado al Primer depósito elevado del Canal de Isabel II, erigido entre 1908 y 1911, en un momento en el que la arquitectura industrial tenía un profundo sentido de la estética, más allá de la mera funcionalidad.

lunes, 1 de diciembre de 2014

Ocho paisajes madrileños de la época de las vanguardias

Madrid siempre ha sido un tema recurrente en la pintura paisajista española, incluso en la denominada época de las vanguardias, cuando el concepto de arte experimentó una profunda mutación. Repasamos algunos de los ismos artísticos que surgieron en las primeras décadas del siglo XX, por medio de ocho paisajes inspirados en nuestra ciudad y su entorno.

Impresionismo

Aunque muchos autores no consideran el impresionismo parte de las vanguardias, sino el antecedente contra el cual reaccionaron aquellas, nadie pone en duda que fue un punto de inflexión para la historia del arte. En España esta corriente la abanderó Joaquín Sorolla (1863-1923), que incluso fue un paso más allá al profundizar en el llamado luminismo.

En El Guadarrama visto desde La Angorrilla (1906-1907), uno de los numerosos cuadros que el artista levantino hizo durante sus visitas al Monte de El Pardo, daba cuenta de su preocupación por la luz, al tiempo que hacía una reivindicación de la pintura al aire libre como fundamento creativo.


Museo Sorolla, Madrid.

Benjamín Palencia (1894-1980) también abrazó el impresionismo en los primeros años de su carrera, aunque después evolucionaría hacia el surrealismo, el cubismo, el constructivismo, el naturalismo y el fauvismo. En La Estación del Norte (1918) se apoya en el citado movimiento para “envolver de luz madrileña”, como él mismo llegó a decir, una escena cotidiana. 


Museo de Albacete.

La reacción contra el luminismo

Contemporáneo de Sorolla, Enrique Martínez Cubells (1847-1947) practicó una pintura realista, que, aunque alejada de las vanguardias, entroncaba con éstas por su espíritu experimentador. Movido por este afán, buscó su propia personalidad fuera del pintoresquismo de los circuitos comerciales y del luminismo que su coetáneo había puesto de moda.

El lienzo La Puerta del Sol (1902) es un buen ejemplo de este doble interés, al reflejar un ambiente cosmopolita, más propio de las grandes urbes europeas que de la castiza capital, y además dentro de una atmósfera lluviosa, con la que el artista madrileño daba la réplica al concepto de luz sorolliano.


Museo Carmen Thyssen. Málaga.

Expresionismo

Nuestra siguiente parada es el expresionismo y, más en concreto, la visión absolutamente personal que de este movimiento tuvo el madrileño José Gutiérrez Solana (1896-1945). Fue el pintor del esperpento y de lo macabro, el que, haciendo suyos los postulados de la Generación del 98, reflejó una España sórdida, decadente y trágica.

Su pincelada densa, su trazo grueso y el tenebrismo de su paleta están presentes en El carro de la carne (1919), una obra ambientada en el Puente de Segovia, en la que podemos reconocer, en la parte superior derecha, la silueta de San Francisco el Grande.


Museo de Bellas Artes de Bilbao.

El vibracionismo de Barradas

A pesar de su corta vida, el artista uruguayo Rafael Barradas (1890-1929) ejerció una notable influencia sobre los pintores españoles de su generación, además de en determinados movimientos literarios, como la Generación del 27.

Difícil de encasillar en alguna vanguardia, Barradas desarrolló la suya propia, denominada vibracionismo, con la pretensión de ofrecer una visión movediza, fragmentada y simultánea del mundo circundante. El óleo De Pacífico a Puerta de Atocha (1918) es una declaración de principios de la preocupación del autor por capturar a la vez todos los instantes.


Colección Santos Torroella, Barcelona.

El cubismo daliniano

Durante su residencia en Madrid, Salvador Dalí (1904-1989) hizo varios tanteos con el cubismo, movimiento que solo conocía por fuentes indirectas, ya que la ciudad se mantenía ajena a esta manifestación artística. En Nocturno madrileño, perteneciente a una serie de dibujos en tinta y aguada que el artista hizo en 1922, nada más llegar a la capital, se advierten ciertos rasgos cubistas, interpretados libremente.


Fundación Gala Salvador Dalí, Figueras (Gerona).

Postimpresionismo

A Nicanor Piñole (1878-1978) se le suele catalogar dentro del post-impresionismo, nombre con el que se conoce el desarrollo que tuvo el impresionismo bien entrado el siglo XX, por lo general desde planteamientos muy personales. En La Gran Vía (1935), el pintor asturiano aprovecha la nocturnidad del paisaje para amalgamar, como si fueran un único elemento, edificios, neones y coches.


Museo Nicanor Piñole, Gijón.

Escuela de Vallecas

Volvemos la mirada a Benjamín Palencia, que, al margen de sus inicios impresionistas, jugó un relevante papel a la hora de renovar el arte español. Guiado por este propósito, fundó en el año 1927 la llamada Primera Escuela de Vallecas, junto con el escultor Alberto Sánchez Pérez (1895-1962).

Tras el estallido de la Guerra Civil, Palencia retomó el proyecto, esta vez con Francisco San José (1919-1981) como principal colaborador, en lo que fue conocido como Segunda Escuela de Vallecas. A esta etapa corresponde la acuarela Niños de Vallecas (1940), en la que el pintor recurre a técnicas naturalistas para reflejar la cruda realidad de la posguerra, con la villa vallecana como telón de fondo.


Museo de Albacete.

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lunes, 22 de septiembre de 2014

De cuando Madrid era un palmeral

A pesar de su difícil encaje en la climatología del centro peninsular, la palmera fue uno de los árboles más comunes de la capital a finales del siglo XIX y principios del XX. Analizamos su presencia por medio de dieciséis imágenes históricas, que nos ofrecen una estampa de Madrid entre sorprendente y exótica.

Plaza de la Independencia 

Uno de los primeros lugares en contar con esta especie vegetal fue la Plaza de la Independencia, como así se evidencia en la siguiente fotografía, tomada en el año 1900 desde la misma Puerta de Alcalá.


Postal de 1900. Hauser y Menet.

Coincidiendo con el ensanche del Barrio de Salamanca, la Plaza de la Independencia fue acondicionada con una triple alineación de árboles en las aceras y un jardín alrededor de la Puerta de Alcalá, a partir de un plan ideado por Ángel Fernández de los Ríos en 1868. En los primeros años del siglo XX el citado jardín estaba integrado preferentemente por palmeras.


Archivo Ruiz Vernacci. Fototeca del Patrimonio Histórico.

Salón del Prado

Pero si hubo algún recinto que destacara por sus palmerales, ése fue sin duda el Salón del Prado. Fueron plantados en 1905, dentro de un calculado proyecto de ajardinamiento, llevado a cabo por la Dirección de Parques y Jardines del consistorio, cuyo titular en aquel entonces era el ingeniero agrónomo Celedonio Rodrigáñez (1860-1913).


Postal de 1910.

Al parecer, el paseo se encontraba bastante deteriorado, sin las frondosas arboledas que le habían hecho famoso en los siglos XVII, XVIII y XIX. "Es un desierto que, como el Sáhara, tiene sus huracanes de arena y donde el sol abrasa al transeúnte, tostándole de arriba abajo y de abajo arriba" (ABC, 14 de julio de 1904).


Postal  de 1920.

La intervención no fue bien recibida por diferentes sectores, que cuestionaron su conversión en parque, en detrimento del concepto de paseo. "Crecerán las palmeras allí colocadas; las flores formarán vistosos cuadros, y con sus hojas y sus perfumes pondrán un punto a las alegres escenas allí desarrolladas en pasados siglos, y ni siquiera las infantiles voces y risas de los pequeñuelos darán típico carácter al desfigurado paseo" (La Época, 2 de agosto de 1905).

Archivo Ruiz Vernacci. Año 1918. Fototeca del Patrimonio Histórico.

Avanzado el siglo XX, las críticas se hicieron más fuertes. Lo que en un principio parecían ser simples palmeras enanas terminaron creciendo hasta obstaculizar la visión de los edificios y fuentes. Especial atención merecía el Museo del Prado, que, al margen de las plantaciones del propio paseo, contaba con una densa masa vegetal en la explanada que hay junto a su fachada.


Archivo Loty. Anterior a 1936. Fototeca del Patrimonio Histórico.

A iniciativa del célebre jardinero Javier de Winthuysen (1874-1956), en 1935 le fue encargado al arquitecto Fernando García Mercadal (1896-1985) un plan para modificar los jardines del paseo, incluidos los situados junto al museo. Éste fue el fin de los palmerales del Salón del Prado.

"Los jardines del Prado, como bosques de palmeras, podrían tener un cierto interés si el clima de Madrid fuese el de Málaga o Alicante, donde existen espléndidos jardines públicos con magníficos ejemplares de palmeras, pero, como tales jardines, podemos afirmar que no existen" (La Construcción Moderna, 15 de diciembre de 1935).

Otras plazas


Postal de entre 1916 y 1927. J. Roig.

La moda de las palmeras se extendió a otros espacios urbanos. Es el caso de la Plaza de Isabel II, que fue poblada con estos árboles también a partir de 1905, cuando fue instalada la estatua de la reina. O de la Plaza Mayor, cuyos desaparecidos jardines fueron construidos en 1848, si bien tenemos la impresión de que las palmeras fueron introducidas a comienzos del siglo XX.


Fotografía de 1943.

La Plaza de Colón tampoco escapó a esta corriente paisajística. A los pies del monumento del almirante fueron creados unos jardines, similares a los de la Plaza de la Independencia, aunque de mayores dimensiones, que igualmente fueron decorados con palmeras.


Postal de entre 1906 y 1914. Lacoste.

Calle Mayor

Por increíble que parezca, la Calle Mayor también fue ajardinada con varios ejemplares de esta especie vegetal. Hubo un pequeño palmeral a la altura de la Plaza de la Villa, que actuaba como línea de separación entre la calle y la explanada donde se levanta la estatua a Don Álvaro Bazán.


Archivo Ruiz Vernacci. Entre 1910 y 1950. Fototeca del Patrimonio Histórico.

En la embocadura de la Calle Mayor con la del Sacramento volvemos a encontrarnos con estos árboles. Adornaban la base del Monumento a las víctimas del atentado contra Alfonso XIII, una obra de Enrique Repullés y Vargas que fue desmantelada durante la Segunda República (1931-1939) y sustituida en la segunda mitad del siglo XX por un ángel de bronce.


Fotografía de principios del siglo XX.

Enfrente de la fachada de la Iglesia del Sacramento (actual Catedral de las Fuerzas Armadas) hubo otra palmera, que llegó a alcanzar unas dimensiones considerables y que imaginamos constituiría un obstáculo no solo para la vista, sino también para el tránsito de fieles.


Archivo Loty. Anterior a 1936. Fototeca del Patrimonio Histórico.

Jardines históricos

En este repaso histórico no podían faltar los Jardines del Buen Retiro. Además de en parterres y cuadros, las palmeras se utilizaron para la decoración perimetral de algunos hitos monumentales, como la Fuente de la Alcachofa, ubicada en las inmediaciones del Estanque Grande.

Archivo Loty. Anterior a 1936. Fototeca del Patrimonio Histórico.

No muy lejos de la Fuente de la Alcachofa se encuentra la de los Galápagos (o de Isabel II), que también fue ornamentada con varios ejemplares de esta especie vegetal.


Postal de principios del siglo XX. Hauser y Menet.

La estatua de Goya que hoy día custodia una de las entradas del al Museo del Prado estuvo, en un primer momento, en el Paseo de Coches, junto a la Casa de Fieras. La siguiente fotografía nos la muestra en el citado emplazamiento, rodeada, cómo no, de palmeras.

Fotografía de 1902.

Y terminamos en el Campo del Moro y, más concretamente, en la Fuente de los Tritones, una de las más antiguas que tenemos en Madrid, donde los jardineros repitieron el mismo esquema que acabamos de ver en las tres imágenes anteriores.


Archivo Moreno. Fototeca del Patrimonio Histórico.