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lunes, 11 de mayo de 2015

San Isidro en sus diferentes iconografías

En la semana en que se celebra la festividad de San Isidro Labrador, queremos analizar, aunque sea someramente, las diferentes iconografías con las que el patrón de Madrid ha sido mostrado en la pintura y escultura.


'San Isidro Labrador', relieve de Luis Salvador Carmona (1753-61). Museo del Prado, Madrid.

No es posible determinar con absoluto rigor en qué momento vivió San Isidro, si bien diferentes investigadores, basándose en el Códice de Juan Diácono, un texto del siglo XII pretendidamente biográfico, aventuran que pudo nacer en 1082 y morir en 1172, a los noventa años de edad.

Pese a este origen, apenas nos han llegado representaciones medievales de su figura, más allá del arca funeraria existente en la Catedral de la Almudena, una pieza de finales del siglo XIII o principios del XIV, decorada con pinturas alusivas a sus milagros.

Se trata del documento gráfico más antiguo que se conoce del santo y, sin embargo, le separan al menos cien años de la época en que estuvo vivo.


Pintura de San Isidro en su arca funeraria (siglo XIII o XIV). Fuente: archimadrid.

En las citadas pinturas San Isidro lleva un sayo de mangas largas, un capote recogido a la altura de los hombros, una caperuza y abarcas como calzado.

Son atuendos típicos de un campesino de la Edad Media, algo que tiene toda su lógica, pero que no deja de sorprender, toda vez que, en la inmensa mayoría de obras que lo representan, se le ve con ropajes surgidos en periodos muy posteriores.

Estas vestimentas vuelven a hacer acto de presencia en la fotografía inferior, en la que se aprecia la talla policromada del siglo XIV que estuvo venerándose en la Parroquia de San Andrés y que se perdió durante el incendio que asoló la iglesia en 1936.


Talla de San Isidro (siglo XIV). Fuente: 'La Esfera' (14 de mayo de 1927).

Lo más curioso de esta escultura no son tanto las ropas medievales que se observan, como los atributos incorporados, ya que no son los de un labrador, sino los de un pastor.

La vinculación del santo con este oficio se explica por la creencia de que el rey Alfonso VIII salió victorioso de la Batalla de las Navas de Tolosa gracias a la mediación milagrosa de un pastor, que después sería identificado con San Isidro.

Pero si existe una imagen reconocible del patrón madrileño, ésa es, sin duda, la que se forjó en el primer tercio del siglo XVII, una vez que se procedió a su beatificación en 1620 y, ya definitivamente, con su canonización dos años después, junto con San Ignacio de Loyola, Santa Teresa de Jesús, San Francisco Javier y San Felipe Neri.


Grabado de Matheu Greuter (1622).

Esta quíntuple canonización fue todo un acontecimiento para el mundo católico, como así demuestra el grabado conmemorativo que Matheu Greuter hizo para la ocasión, donde quedaban plasmados los cinco santos y, en la parte central, la ceremonia que tuvo lugar en el Vaticano.

Haciéndose eco de la iconografía que ya se venía fraguando, el dibujo presentaba a San Isidro vestido con un sayo abotonado, calzones hasta media pierna y botas, como si fuera un labrador acomodado del siglo XVII.

Su difusión contribuyó a consolidar unas señas que, con alguna que otra alteración, se han venido repitiendo insistentemente a lo largo del tiempo, tanto en nuestro país como fuera de él.


'Isidor von Madrid', talla de Ignaz Günther (1762). Monasterio de Rott am Inn (Bavaria, Alemania). Fuente: Oberense.

Aunque no se sabe cómo era su físico, lo más frecuente es que el santo aparezca con melena, barba o, al menos, perilla y bigote. Por la observación de sus restos mortales (recordemos que su cuerpo incorrupto ha sido exhumado en varias ocasiones), se intuye que medía 1,80 metros de alto y que estaba bien formado, rasgos que las distintas representaciones se encargan de enfatizar.


'Saint Isidore', talla anónima del siglo XVIII. Iglesia de Sainte-Croix, La Croix-Helléan (Bretaña, Francia). Fuente: Wikimedia Commons.

Con respecto a sus atributos, éstos están relacionados con la agricultura. Aparejos como la pala, la aguijada, el azadón, el arado de mano, la guadaña o el mayal suelen combinarse con gavillas de trigo y otros símbolos de la recolección.


'San Isidro Labrador', anónimo boliviano del siglo XIX. Joslyn Art Museum, Omaha (Nebraska, Estados Unidos).

Los milagros más recurrentes en la iconografía son el de los bueyes y el de la fuente. En este último caso, San Isidro porta el cayado con el que milagrosamente hizo brotar agua, cuando su señor, Iván de Vargas, le pidió de beber.


'Saint Isidore', talla anónima. Abadía de Saint Gildas, Saint Gildas de Rhuys (Bretaña, Francia). Fuente: Wkimedia Commons.

Este patrón se mantiene, en líneas generales, a escala internacional, aunque con lógicas variantes locales. Las más llamativas sean tal vez las de la región francesa de Bretaña, donde el santo madrileño tiene un gran predicamento.

Aquí es frecuente verlo sin barba y vestido con el traje típico bretón (pantalón ancho abombado, chaleco bordado y chaqueta azul con botones decorativos, conocida como 'chuppen').


Cartel de las Fiestas de San Isidro de 1947. Museo de Historia, Madrid.

lunes, 5 de agosto de 2013

El río Manzanares, según Eugenio Lucas Villaamil

Eugenio Lucas Villaamil (Madrid, 1858-1918) es uno de los pintores españoles menos conocidos del siglo XIX, a pesar de lo ingente de su producción. Nació en Madrid, hijo de Eugenio Lucas Velázquez (1817-1870) y nieto de Genaro Pérez Villamil (1807-1854), ambos prestigiosos pintores, aunque su obra queda muy lejos de la calidad artística de éstos.

No obstante, supo suplir esta carencia especializándose en imitaciones goyescas, con las que consiguió ganarse una clientela de tipo medio. De sus manos surgieron numerosas estampas costumbritas, la mayor parte de ellas ambientadas en Madrid, que destacan por su vivaz colorido y su pincelada suelta.


La Pradera de San Isidro.

Como escenario de las principales fiestas y celebraciones madrileñas, el Manzanares no podía faltar en su obra. El río hace acto de presencia en varios cuadros, aunque nunca como motivo central, sino como un elemento escenográfico más, supeditado a la escena que se está mostrando.


Fiesta campestre.

En muchas de sus pinturas los personajes aparecen ataviados con vestimentas dieciochescas, al más puro estilo de Goya. Eugenio Lucas Villaamil no solo se apropia de los majos y manolos que el genio aragonés inmortalizó en sus cartones, sino que también parece imitar sus modelos compositivos.


Merienda con personajes goyescos.

Al final de su carrera, fue descubierto por el mecenas José Lázaro Galdiano (1862-1947). Bajo sus órdenes, estuvo trabajando en el Palacio de Parque Florido (actual Museo Lázaro Galdiano), en la Calle de Serrano. A él se deben las pinturas murales que decoran los techos de este edificio.


Un día de fiesta en la Pradera de San Isidro con la ermita al fondo.

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viernes, 21 de diciembre de 2012

Feliz Navidad 2012

Nuestra felicitación navideña viene de la mano de Antón de Madrid, un pintor y dorador tardomedieval, al que presumimos un origen madrileño, tal y como se desprende de su apellido. Sin embargo, su carrera se desarrolló fuera de nuestra ciudad, principalmente en la Baja Extremadura, donde trabajó al servicio de la Orden de Santiago, desde su cuartel general en Zafra.

Vivió a caballo entre los siglos XV y XVI, en un momento en el que se estaban abriendo paso las corrientes renacentistas en España. Pese a ello, su estilo responde a patrones marcadamente góticos, como puede comprobarse en su obra maestra: el retablo de la Iglesia del Divino Salvador, en Calzadilla de los Barros (Badajoz).



De este impresionante retablo extraemos la tabla titulada Adoración del Niño, que ha servido para ilustrar los décimos de la Lotería de Navidad de este año. Esperemos que sea una señal para que la suerte se acuerde de nosotros y, si no es en forma de premio gordo, que lo sea con los grandes clásicos de las fiestas navideñas: amor, paz, prosperidad y salud.

Vaya por vosotros, que habéis hecho posible este humilde proyecto que llamamos Pasión por Madrid.

Véase también

- Feliz Navidad 2011
- Feliz Navidad 2010

lunes, 5 de noviembre de 2012

Cuatro paisajes madrileños de Martín Rico

Hace pocos días el Museo del Prado inauguró una exposición sobre el pintor madrileño Martín Rico y Ortega (1833-1908), un artista de dimensión universal, considerado como el pionero del paisaje realista en nuestro país.

Aunque es conocido fundamentalmente por sus panorámicas de Venecia, la muestra nos revela su personalidad profundamente cosmopolita, con más de cuarenta paisajes de España, Suiza, Francia e Italia.

Incluso encontramos algunas vistas madrileñas, tanto de la capital como de la provincia, en las que, con permiso de otros lugares, nos detenemos en el presente artículo.

Contrariamente a lo que figura en numerosas fuentes, su ciudad de nacimiento no fue El Escorial, sino el propio Madrid. Vino al mundo hace ahora 179 años, un 12 noviembre de 1833, en la Calle de Concepción Jerónima, en pleno Barrio de La Latina.

Hijo de un sangrador, barbero y cirujano del rey Carlos IV, recibió sus primeras enseñanzas pictóricas en el Ateneo Científico, Literario y Artístico de Madrid. Su profesor, Vicente Camarón, se percató de su enorme talento y presionó a su padre para que le ingresara en la Real Academia de San Fernando.

En esta institución tuvo como maestros a Genaro Pérez Villaamil (1807-1854), tal vez el máximo exponente del paisaje romántico español, y a Federico de Madrazo (1815-1894), quien le instruyó en el manejo del color.

En un primer momento, el pintor se vio arrastrado por el romanticismo de sus maestros, pero con incursiones realistas más que evidentes. La Alcarria, Ávila, Segovia o Madrid fueron los temas principales de sus inicios pictóricos.

A esta época corresponde la obra Sierra de Guadarrama, en la que el artista, movido por su interés por el realismo, prestó una especial atención a las calidades de las rocas, de las hierbas y de los árboles representados, sin olvidar la luz, en este caso, de un atardecer.



El cuadro fue pintado directamente del natural, como a Martín Rico le gustaba hacer, todo un mérito teniendo en cuenta las limitaciones de transporte de entonces. Además, esta forma de trabajar era algo inusual entre los paisajistas contemporáneos.

Esto le permitió captar todos los matices lumínicos del ocaso, como resulta visible en las ramas superiores de los árboles. El retorcimiento del ramaje y el deambular de las nubes crean un movimiento dinámico que rompe la quietud de las piedras y de las montañas de la Cuerda Larga, que sirven de telón de fondo.

El lienzo titulado Vista de la Casa de Campo (1861) significó el cierre de su primera etapa. No tanto por lo que supuso de renovación, sino porque fue el cuadro que despertó su espíritu viajero, ya que le permitió ganar una pensión becada en el extranjero.



Su preocupación por el realismo se comprueba en el tratamiento específico de cada árbol, con una esmerada técnica que permite apreciar el movimiento y color de las hojas. Más aún, cada elemento es objeto de una pincelada diferente: mientras que en los árboles ésta se distribuye diagonalmente, en las tierras y en las riberas es horizontal y en el agua de la laguna, vertical.

En 1861 Martín Rico se estableció en Francia. Aquí hizo suyos los postulados de la Escuela de Barbizon, que tenía en el realismo su bandera, izada en clara reacción al romanticismo. Será el comienzo de su gran éxito de ventas y de su reconocimiento internacional.

En 1870 regresó a España. Su amistad con Mariano Fortuny (1838-1874) revolucionará su lenguaje pictórico. El realismo en el que había encontrado cobijo dejará paso a un periodo de luminosidad y frescura, cercano al impresionismo.

Este extremo se refleja en esta vista de la La Sierra de Guadarrama desde las cercanías de El Escorial, donde el artista se reencontró con uno de sus temas preferidos. Como hiciera durante su juventud, Martín Rico volvió a subir a las montañas madrileñas, pero ahora desde una óptica completamente diferente.



El gusto por las calidades y el detalle de sus primeros años dejan su lugar a un sutil mundo de matices cromáticos, donde los diferentes elementos se imbrican, sin las rigideces de antes, como si quisieran formar parte del mismo todo.

Tras varios años recorriendo la geografía europea para plasmarla en sus lienzos, el artista abrió un hueco para su Madrid natal durante una breve estancia en junio de 1882. Fue suficiente para pintar este magnífico Puente de Toledo, de rasgos impresionistas, cedido por el Museo de Historia para la exposición de El Prado.



El templete de Santa María de la Cabeza se destaca en una composición de fuerte plasticidad, dominada por los juegos de luces y sombras. Entre los edificios representados, podemos reconocer la Iglesia de San Cayetano. En un plano intermedio, se elevan las estatuas de los reyes hispanos, concebidas para el Palacio Real, que estuvieron durante un tiempo en las proximidades del puente.

Las cuatro pinturas que han ocupado nuestra atención son tan sólo una pequeñísima parte de una muestra donde el protagonismo indiscutible lo alcanza Venecia, la ciudad donde el artista vivió su época de madurez y de la que se exhiben once espléndidos óleos, procedentes de los museos de todo el mundo.

viernes, 23 de diciembre de 2011

Feliz Navidad 2011

Llegamos a nuestra segunda Navidad con un montón de buenos deseos y con muchas ganas de mirar al futuro con optimismo e ilusiones renovadas. Queremos agradeceros vuestra compañía, que sentimos diariamente y que nos da fuerzas para seguir con nuestra humilde labor divulgativa. Muchas gracias por vuestra confianza y esperamos estar a la altura de todos vosotros.



Si el pasado año la fotografía histórica fue la protagonista de nuestra felicitación de Navidad, en esta ocasión hemos optado por la pintura, aunque huyendo de los grandes nombres. Hemos escogido a Eugenio Orozco, un modesto pintor barroco, de posible origen madrileño, que apenas salió de los límites de nuestra comunidad autónoma.

Aunque se desconoce el lugar y la fecha en que nació, sí hay constancia de que vivió en Miraflores de la Sierra, pueblo que, en aquellos tiempos, era conocido con el desafortunado nombre de Porquerizas. Estuvo activo desde 1634 hasta al menos 1651 y casi siempre contó con la colaboración de su hermano Mateo.

Su carrera se centró en la decoración de la Cartuja de El Paular, donde hizo trabajos tanto artísticos como de "brocha gorda". Aquí conoció la obra de Vicente Carducho (1576-1638), que, entre 1626 y 1632, había pintado 56 cuadros de gran formato para el claustro del monasterio, sobre la vida de San Bruno de Colonia y la historia de la orden cartuja.

Notablemente influido por Carducho, Orozco realizó para El Paular doce escenas evangélicas y catorce martirios de los apóstoles, entre otros muchos cuadros sobre santos y retratos de monjes. También hizo un San Bruno para la iglesia parroquial de Talamanca de Jarama, además de diversas copias de grandes maestros, como Tiziano.

El cuadro que reproducimos lo terminó Eugenio Orozco hacia 1651, un año antes de morir. Lleva por título La adoración de los Magos y forma parte de la pinacoteca del Monasterio de las Descalzas Reales, de Madrid.

Es una de sus obras más celebradas, a pesar de basarse en modelos flamencos muy anteriores, que, a esas alturas del siglo XVII, estaban más que superados. Su principal rasgo es el vivaz colorido que domina toda la composición.

Sirva esta pintura, casi desconocida, para reiterar nuestro agradecimiento y desearos lo mejor en estas fiestas navideñas.

lunes, 2 de agosto de 2010

La casa de Calderón de la Barca

Visitamos el número 61 de la Calle Mayor, donde se encuentra la casa en la que residió Pedro Calderón de la Barca (1600-1681), un madrileño universal, cuya producción teatral significa la culminación del modelo barroco desarrollado previamente por Lope de Vega (1562-1635).



El gran dramaturgo se instaló definitivamente en Madrid en 1663, coincidiendo con su designación como capellán de honor del rey Felipe IV (r. 1621-1665).

Con este nombramiento, el monarca quiso reconocerle la enorme calidad de sus obras teatrales, muchas de ellas escenificadas bien en el Salón Dorado del Real Alcázar, bien en el Coliseo del Palacio del Buen Retiro, por encargo directo de la Casa Real.

Acorde con su rango y prestigio, Calderón se estableció en la Calle Mayor, la vía principal de la villa en aquel entonces, que, en el tramo donde estuvo situada su casa, era conocida como Calle de las Platerías, por el elevado número de establecimientos de este tipo existentes en la zona. Allí vivió durante dieciocho años, hasta el día de su muerte, el 25 de mayo de 1681.

Su vivienda era conocida como "la casa estrecha", debido a sus reducidas dimensiones, con una fachada de apenas 4 metros y 36 centímetros de ancho, que solamente daban para albergar una única ventana en las plantas superiores.

Aunque estas medidas pueden resultar insólitas, eran muy frecuentes en el Madrid del Siglo de Oro. Tras su proclamación como capital de España en 1561, la ciudad incrementó considerablemente su población, lo que, unido a la existencia de diferentes cercas que impedían el crecimiento urbano, favoreció la especulación inmobiliaria, ante la escasez del terreno.

Sin ir más lejos, en el número 57 de la propia Calle Mayor, a escasos pasos de la casa de Calderón de la Barca, existe otro inmueble de estas características, con una anchura de solamente 3,68 metros. Su solar es heredero del modelo constructivo imperante en aquellos tiempos, caracterizado por "el todo vale".

La casa que ha llegado hasta nuestros días no es exactamente la original donde habitó Calderón. Su aspecto actual es fruto de las intervenciones arquitectónicas realizadas en el siglo XIX, en las que fueron añadidos dos pisos, hasta los cuatro actuales. Todo ello alteró sustancial y fatalmente la fisonomía que el inmueble tuvo en la segunda mitad del siglo XVII.

El 28 de octubre de 1859 fue inaugurada una lápida conmemorativa de mármol blanco, ubicada en el muro exterior de la primera planta, en la que reza esta sencilla leyenda: "Aquí vivió y murió Don Pedro Calderón de la Barca".

La placa fue colocada a iniciativa de Mesonero Romanos (1803-1882), que, según dicen, meses antes logró evitar la demolición del inmueble, enfrentándose, bastón en mano, a los albañiles encargados del derribo.

A pesar de sus esfuerzos, el insigne escritor madrileño no consiguió impedir las profundas transformaciones que finalmente se llevaron a cabo, tal y como se acaba de comentar.

sábado, 3 de julio de 2010

Tal día como hoy nacía Ramón Gómez de la Serna

Hoy, sábado 3 de julio, se cumplen 122 años del nacimiento del escritor Ramón Gómez de la Serna (1888-1963), un madrileño universal, cuya figura, inexorablemente ligada a las vanguardias del primer tercio del siglo XX, aún nos sigue sorprendiendo.

Su obra literaria queda materializada en una escritura sintética y fragmentada, cargada de imágenes, intenciones humorísticas y juegos metafóricos, rasgos que alcanzan su máxima expresión en el género de las greguerías, que él mismo alumbró.

Pero su legado no se limita al centenar de libros salidos de su puño y letra, sino que se extiende a su propio personaje, que fue modelando a lo largo de toda su vida, como si se tratara de un soporte artístico, al compás de un constante afán de experimentación.

Estuvo en permanente contacto con los movimientos vanguardistas del periodo de entreguerras y los introdujo en España por la puerta grande, logrando el reconocimiento de los intelectuales de la época y convirtiéndose en la referencia indiscutible de las generaciones de escritores que vendrían después, como su gran maestro y mecenas.

Fue, además, un madrileñista a ultranza e, incluso, se permitió el lujo de reinventar el rancio costumbrismo que pesaba sobre nuestra ciudad. Madrid siempre estuvo presente en su obra, como así ponen de manifiesto los numerosos libros que dedicó a la capital.

Entre ellos, cabe citar El Rastro (1915), Toda la historia de la Puerta del Sol (1920), Toda la historia de la Calle de Alcalá (1920), El Prado (1920) o Nostalgia de Madrid (1956), este último escrito desde su exilio en Buenos Aires.

Rendimos homenaje a Ramón Gómez de la Serna visitando algunos de los lugares de Madrid que marcaron su vida y su obra, así como la fuente monumental que preside la Plaza de Gabriel Miró, que fue levantada en su honor.

Su casa natal



Ramón Gómez de la Serna nació en la Calle de las Rejas (actualmente, de Guillermo Rolland), en pleno barrio de Palacio, muy cerca del Senado y del Monasterio de la Encarnación.

La vivienda donde vino al mundo aún se conserva y en ella hay instalada un lápida conmemorativa, inaugurada en 1949, a partir de una iniciativa del Ayuntamiento de Madrid.

Antes de emanciparse de sus padres, el escritor también vivió en la Cuesta de la Vega, en la Corredera Baja de San Pablo, en la Calle de Fuencarral y en la Calle de la Puebla, donde montó el primero de sus singulares despachos.

Sus despachos


Despacho del Torreón de Velázquez.

Al margen del hogar parental, la primera casa que tuvo Ramón Gómez de la Serna fue la situada en el número 4 de la Calle de Velázquez, que él llamó el Torreón de Velázquez.

Aquí estuvo el más célebre de sus despachos, salas de trabajo convertidas en abigarrados museos, donde acumulaba todo tipo de objetos, entre ellos, la popular muñeca de cera con la que el escritor aparece en diferentes fotografías.

Hubo otro despacho en el número 38 de la Calle de Villanueva, donde Ramón se trasladó hacia 1930. Fue su último domicilio madrileño.


Despacho de la Calle de Villanueva.

El Café del Pombo

Ramón Gómez de la Serna puso sus ojos en un modesto establecimiento del número 4 de la Calle de Carretas, denominado Antiguo Café y Botillería del Pombo, para fundar en 1912 la que puede ser considerada como la tertulia más importante y seguida en la historia de Madrid.


'La tertulia del Café del Pombo', de José Gutiérrez Solana (1920). Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía.


Bautizada como la Sagrada Cripta del Pombo, la tertulia se celebraba los sábados por la noche, una vez terminada la cena. Los contertulios se reunían en el sótano, a luz de gas y sin calefacción, y era frecuente que les dieran las tantas de la madrugada. Se mantuvo hasta el año 1937.

Plaza de Gabriel Miró

En esta plaza ajardinada, ubicada en Las Vistillas, se encuentra una fuente monumental dedicada al escritor madrileño, que fue colocada en 1972. 

Consiste en un pilón circular de 5,5 metros de diámetro, en cuyo centro emerge un grupo escultórico de bronce, obra de Enrique Pérez Comendador (1900-1981). 

La estatua de una mujer desnuda con los brazos en alto y mirando al frente domina todo el conjunto. Se apoya sobre un bloque de figuras alusivas a la vida y obra de Ramón Gómez de la Serna, tales como una lira, una máscara teatral, diferentes libros, una esfera armilar, un arco y una flecha, una pipa, varias plumas estilográficas... y un cántaro, del que mana agua, arrojándola al pilón.

Todo ello rodeando un medallón, instalado en el frontal, en el que aparece el rostro del escritor, esculpido en altorrelieve.

Detrás de la fuente, hay una estructura arquitectónica en forma de rotonda. Posee dieciséis puntos de apoyo, sobre los que descansa un tejadillo de pizarra. Siguiendo la tónica de numerosos monumentos y elementos urbanos madrileños, se encuentra llena de grafitis, al tiempo que se ha convertido en un refugio para indigentes.

viernes, 23 de abril de 2010

Tras los pasos de Cervantes en Madrid


Tal día como hoy era enterrado Miguel de Cervantes Saavedra (1547-1616) en el Monasterio de las Trinitarias Descalzas de San Ildefonso, de Madrid.

En homenaje a este genio, uno de los más grandes literatos de la historia, más de cien países celebran cada 23 de abril el Día Internacional del Libro. 

Efemérides que también se hace extensible a William Shakespeare, cuya muerte, acaecida el 3 de mayo de 1616, tradicionalmente se ha hecho coincidir con la del escritor alcalaíno, por su equivalencia con el calendario juliano, que por entonces estaba vigente en el Reino Unido.

Aunque, para ser exactos, Cervantes no falleció el 23 de abril de 1616, como popularmente se cree, sino una jornada antes. Esta fecha se corresponde, en realidad, con el día en que recibió sepultura en el convento antes señalado, donde profesaba como religiosa su hija Isabel.

Recordamos en el presente artículo la figura de Miguel de Cervantes, buscando las huellas de su paso por Madrid, la ciudad donde cursó estudios de joven, vivió buena parte de su vida, fueron impresas casi todas sus obras y, como hemos visto, tuvo lugar su fallecimiento, hace hoy exactamente 394 años y un día.

El Estudio de la Villa

Se sabe que en 1566 Cervantes estaba establecido en Madrid, donde se había matriculado en el Estudio de la Villa, la vieja fundación académica creada por el rey Alfonso XI en 1346. Aquí tuvo como maestro al humanista Juan López de Hoyos (1511-1583), catedrático de gramática y regente de la citada institución.

En 1569, López de Hoyos publicó un libro sobre la enfermedad y muerte de la reina Isabel de Valois, la tercera esposa de Felipe II, donde incluyó tres poemas de Cervantes, al que se refería como "nuestro caro y amado discípulo".

Hoy no queda nada del Estudio de la Villa. En el lugar en el que estuvo su sede, ubicada en la Calle de la Villa -una pequeña vía cercana al viaducto-, se levanta un inmueble decimonónico, en cuya fachada hay colocada una placa conmemorativa, que recuerda el paso de Cervantes.

Fue instalada en 1870, a partir de una iniciativa de Ramón de Mesonero Romanos, que costeó la Condesa de la Vega del Pozo, la dueña del edificio del siglo XVI que dio cobijo a este centro de enseñanza.

En ella figura el siguiente texto: "Aquí estuvo en el siglo XVI el Estudio Público de Humanidades de la Villa de Madrid, que regentaba el maestro Juan López de Hoyos y al que asistía como discípulo Miguel de Cervantes Saavedra".


Calle de la Villa, número 2.

La casa de Cervantes

Cervantes no tuvo una única casa en Madrid, sino varias. Hay constancia de que, en febrero de 1608, el escritor residía en la zona de Atocha y que, en 1609, se trasladó a la Calle de la Magdalena.


Calle de las Huertas, número 18, donde estuvo una de las casas madrileñas de Cervantes.

Posteriormente se estableció en el hoy conocido como Barrio de las Letras, de donde no salió, a pesar de que se cambió cuatro veces de vivienda. En un primer momento habitó en la Calle del León, después en el actual número 18 de la Calle de las Huertas, más tarde en la Plaza de Matute y, finalmente, de vuelta a la Calle del León.

Nos detenemos en esta última morada, pues es aquí donde murió. Decir que fue derruida no es motivo de sorpresa, dada la facilidad con que en Madrid nos hemos llevado por delante monumentos y lugares históricos.

Estuvo situada en la manzana 228, en la esquina con la Calle de Francos, y desapareció en 1833, a pesar de la oposición de Mesonero Romanos (otra vez el gran Mesonero), quien dio la voz de alarma publicando un artículo en La Revista Española, titulado La casa de Cervantes.

El escrito llamó la atención del mismísimo Fernando VII, quien dispuso que el Estado comprara el inmueble para conservarlo. Pero de nada valió su propuesta, cursada a través del Comisario General de la Cruzada, Manuel Fernández Valera, y en la que también mediaron el Ministro de Fomento y el Alcalde de Madrid.

Al final, el propietario del bloque, Luis Franco, procedió a su derribo, motivado más por la especulación inmobiliaria que por cualquier consideración cultural. Sobre el solar fue construido un edificio de apartamentos, que es el que ha llegado hasta nosotros.

Fuere como fuere, lo ocurrido con la casa en que murió Cervantes es un buen ejemplo de lo que se ha venido haciendo en Madrid con las viviendas de personajes célebres. La consigna parece ser "primero derribamos y después ponemos la placa".

Así sucedió. El 13 de junio de 1834, un año después de la lamentable demolición, fue inaugurada una lápida conmemorativa, realizada en mármol de Carrara por Esteban Ágreda. En ella puede leerse en letras de bronce la siguiente leyenda: "Aquí vivió y murió Miguel de Cervantes Saavedra, cuyo ingenio admira el mundo. Falleció en MDCXVI".

Poco después, la Calle de Francos fue rebautizada con el nombre de Cervantes, a instancias del alcalde, el Marqués de Pontejos.


Calle de Cervantes, número 2, donde murió el escritor.

La imprenta de Juan de la Cuesta

Con excepción de la novela La Galatea (1585), impresa en Alcalá de Henares, los restantes libros cervantinos fueron publicados, en sus primeras ediciones, en la ciudad de Madrid.

Por su relevancia, nos interesa especialmente El ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha, que vio la luz en 1605 en la imprenta de Juan de la Cuesta. La impresión se hizo con muy pocos medios, con un papel bastante pobre y tosco, fabricado a orillas del río Lozoya, en la Cartuja de Santa María de El Paular.

A diferencia del Estudio de la Villa y de la casa de la Calle del León, en este caso no hay que hablar de demolición. El edificio original, emplazado en la Calle de Atocha, número 87, ha llegado hasta nuestros días en un buen estado de conservación. Toda una suerte, habida cuenta la cantidad de lugares históricos que han desaparecido en Madrid.

Fue construido entre 1592 y 1620 como un pequeño centro sanitario, conocido con el nombre del Hospitalillo de los Incurables del Carmen. En 1981 recibió la declaración de Monumento Histórico-Artístico de carácter nacional y, desde 2005, pertenece a la Sociedad Cervantina de Madrid, fundada en 1953, que tiene el propósito de crear un museo sobre el escritor.

El 9 de mayo de 1905 fue inaugurada una lápida de bronce y piedra, diseñada por el escultor Lorenzo Coullaut Valera, que decora la fachada principal del inmueble. Consiste en un relieve escultórico, alusivo a una escena de El Quijote, debajo del cual figura el siguiente texto:

"Aquí estuvo la imprenta donde se hizo en 1604 la edición príncipe de la primera parte de El ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha, compuesta por Miguel de Cervantes Saavedra y publicada en mayo de 1605. Conmemoración MDCCCCV".


Calle de Atocha, número 87.

La segunda parte de El Quijote se editó en 1615, igualmente en la imprenta de Juan de la Cuesta, que, en aquel año, ya no se encontraba en Atocha, sino en un local situado en la confluencia de las calles de San Eugenio y Santa Isabel. Lamentablemente, la construcción primitiva no se conserva.

Una lápida rectangular, realizada en 1905 también por Coullaut, recuerda aquel momento con esta leyenda: "En el solar que ocupa esta casa, estuvo en el siglo XVII la imprenta de Juan de la Cuesta, donde se hizo en 1615 la edición príncipe de la segunda parte de El ingenioso caballero D. Quijote de La Mancha, escrita por Miguel de Cervantes Saavedra. Conmemoración en 1905".


Calle de San Eugenio, número 7.

Monasterio de las Trinitarias Descalzas

El 23 de abril de 1616, los restos mortales de Miguel de Cervantes fueron conducidos desde su morada en la Calle del León hasta el cercano Monasterio de las Trinitarias Descalzas de San Ildefonso, emplazado en la Calle de Cantarranas (en la actualidad, de Lope de Vega).

El cadáver fue portado por franciscanos de la Orden Tercera, donde había profesado el escritor, siguiendo la costumbre de la congregación de atender, recoger y acompañar al 'hermano' muerto.

Fue enterrado humildemente, vestido con un modesto sayal de mortaja y con la cara descubierta. Su sepultura no tenía ni lápida, ni ningún tipo de indicación que le identificase.

Lamentablemente, no hay rastro de sus huesos. Desaparecieron durante las obras de reforma y ampliación llevadas a cabo en el convento, pocos años después de la muerte del literato.

Aunque ha habido algunos intentos de búsqueda -en concreto, durante el reinado de José I y en la década de los cuarenta del siglo XX-, Cervantes se suma a la larga lista de personalidades españolas de las que no se sabe nada sobre sus restos mortales.

En este sentido, recomendamos la lectura del artículo Las tumbas perdidas de nuestros hombres ilustres, realizado por Bélok, que podéis encontrar en el blog Viendo Madrid, que tanto admiramos.

Así que nos tenemos que conformar con la consabida placa conmemorativa, que fue colocada en en el año 1869 en la fachada del monasterio, a instancias de la Real Academia de la Lengua. De todas las lápidas madrileñas que recuerdan la figura cervantina, ésta es, sin duda, la más monumental, con una altura de 3,5 metros y 2,5 de ancho.

Fue realizada en mármol italiano por el escultor aragonés Ponciano Ponzano y en ella podemos leer este texto: "A Miguel de Cervantes Saavedra, que por su última voluntad yace en este convento de la Orden Trinitaria, a la cual debió principalmente su rescate la Academia Española. Cervantes nació en 1547 y falleció en 1616".


Calle de Lope de Vega, número 18.

Otros elementos conmemorativos

El recorrido por los lugares más directamente relacionados con la vida y obra de Miguel de Cervantes puede completarse con otros puntos, donde hay instalados diferentes elementos conmemorativos que le rinden homenaje, aunque fuera del entorno en el que se movió el escritor.

No es el momento de detenernos en ellos, pero sí que queremos enumerar las cuatro estatuas cervantinas existentes en Madrid. La más célebre es, sin duda, la situada en la Plaza de España, donde el literato aparece rodeado de los personajes de sus novelas, dentro de un conjunto monumental inaugurado en 1916, en el tricentenario de su fallecimiento.

Menos conocida es la escultura de la Plaza de las Cortes, levantada en 1835, recientemente de actualidad por el descubrimiento de una "cápsula del tiempo" durante las obras que se están llevando a cabo en la Carrera de San Jerónimo (que, por cierto, mucho nos tememos que llevan camino de ser un nuevo granitazo).

La tercera escultura se encuentra en la Biblioteca Nacional, en el Paseo de Recoletos. Data del año 1892 y flanquea la entrada principal de este edificio, junto a Lope de Vega, Antonio de Nebrija y Luis Vives.

La última estatua es una obra reciente de Luis Sanguino, autor de los motivos escultóricos que decoran las puertas de la Catedral de la Almudena. Fue erigida en mayo de 1999 en la Avenida de Arcentales, en el Barrio de Las Rosas.


Detalle del Monumento a Cervantes, en la Plaza de España.

martes, 23 de marzo de 2010

Tal día como hoy nacía Juan Gris



Hoy se cumplen 123 años del nacimiento del pintor madrileño José Victoriano Gónzalez Pérez (1887-1927), conocido universalmente como Juan Gris, uno de los grandes maestros del cubismo.

Vio la luz un 23 de marzo en esta casa de la Calle del Carmen, número 4, tal y como recuerda una placa conmemorativa, instalada en el año 1986. Era el decimotercero de los hijos del matrimonio formado por Gregorio González Rodríguez, un próspero comerciante vallisoletano, e Isabel Pérez Brasategui, de origen malagueño.



Definido por Picasso como "el pintor que sabía lo que hacía" y por Apollinaire como el artista de las "formas materialmente puras, que se contenta con la pureza concebida científicamente", él mismo da cuenta de su estilo en los siguientes términos:

"Yo trabajo con los elementos del espíritu, con la imaginación, intento concretar lo que es abstracto. Voy de lo general a lo particular, lo que significa que parto de una abstracción para llegar a un hecho real. Mi arte es un arte de síntesis, un arte deductivo".

"Considero que el lado arquitectónico de la pintura es la matemática, el lado abstracto; quiero humanizarlo".

"Cézanne, de una botella hace un cilindro. Yo parto del cilindro para crear un individuo de un tipo especial, de un cilindro hago una botella, una cierta botella".

"Un cuadro sin intención representativa sería, a mi modo de ver, un estudio técnico siempre inacabado, pues su único límite es su resultado representativo".

"Una pintura que no es más que la fiel copia de un objeto no sería tampoco un cuadro, porque incluso suponiendo que ella completa las condiciones de la arquitectura coloreada, carecería de estética, es decir, de elección en los elementos de la realidad que expresa. No sería más que la copia de un objeto y jamás un tema".


'La fenêtre ouverte (La ventana abierta)', obra de Juan Gris, pintada en 1921. Museo Nacional Reina Sofía, Madrid.