Teodoro Anasagasti (1880-1938) fue un arquitecto innovador, que, sin abandonar plenamente las viejas tendencias del siglo XIX, mostró un claro acercamiento al movimiento moderno, hasta el punto de ser considerado como un precursor de esta corriente en nuestro país.
De origen vizcaíno, su carrera se desarrolló preferentemente en Madrid, donde dejó obras tan destacadas como los antiguos Almacenes Madrid-París, la Iglesia Anglicana de San Jorge o la ampliación del edificio de Prensa Española, convertido hoy en el centro comercial ABC Serrano.
Pero no fue en estos trabajos donde Anasagasti reveló su espíritu inquieto, sino en el conjunto de cines que hizo para la ciudad, con los que introdujo en España el modelo estadounidense de las grandes salas de espectáculo. Atrás quedaban los primitivos locales de proyección, muchos de los cuales se asemejaban, salvando las distancias, a barracones de feria.
Movido por un afán de modernización y renovación, Anasagasti levantó numerosos cines en la capital (Real Cinema, Monumental Cinema, Pavón, El Cisne...) y, al mismo tiempo, reformó otros que ya existían (Gong, Príncipe Alfonso, Fuencarral...).
Lamentablemente, no se conserva casi nada de su legado. Con la excepción del Cine Pavón, que fue recuperado para el teatro, todos los demás o han desaparecido o han sido objeto de profundas remodelaciones, que han desvirtuado su trazado original.
Teodoro Anasagasti: proyecto del Real Cinema.
Centrémonos en el Real Cinema, el primer cine diseñado por Teodoro Anasagasti. Su construcción empezó en 1918, con un presupuesto de más dos millones de pesetas, que aportó la empresa Sagarra, propietaria también de otras salas que vendrían más adelante, como el Monumental (1923).
El 15 de mayo de 1920, coincidiendo con la festividad de San Isidro, el rey Alfonso XIII procedió a inaugurarlo con la proyección del programa
Francia pintoresca,
El cuarto número 23,
La hija del Plata y
Las vacaciones de Solly.
Llegó a ser el mayor cine de España, con una capacidad para unas 2.000 personas, distribuidas en 1.000 butacas en el patio, 54 palcos (cuatro de ellos reservados a la realeza) y 700 asientos en la parte del anfiteatro. Además, se sumaban 800 localidades en la terraza superior, donde en 1923 fue habilitado un cine de verano.
Años veinte del siglo XX.
El Real Cinema fijó una nueva tipología de sala cinematográfica: un establecimiento cómodo y espacioso, dotado de amplios vestíbulos, servicio de bar y un enorme patio de butacas dispuesto en filas paralelas, con uno o más anfiteatros enfrentados al escenario, en lugar de la clásica planta de herradura rodeada de palcos.
Fue un proyecto verdaderamente revolucionario, no solo desde el punto de vista arquitectónico, sino también en términos sociológicos. Para empezar, consiguió llevar hasta el cine a las clases altas, hasta entonces no demasiado motivadas por esta industria, tal vez por el planteamiento excesivamente popular de los primeros locales de proyección.
El Real Cinema pronto se convirtió en el cine de la nobleza. Su suntuosa y elegante decoración, unida a un enclave inmejorable, en plena Plaza de Isabel II, constituyó un poderoso reclamo para este sector de la población. Por no hablar del prestigio que alcanzó su bar, alrededor del cual se celebraban veladas organizadas, como los llamados "Lunes aristocráticos".
Año 1931. Ortega y Gasset durante la conferencia 'Rectificación de la República'.
La llegada de la Segunda República en 1931 supuso el comienzo de una nueva etapa. El local fue bautizado con el nombre de Cine de la Ópera y en él tuvieron lugar diversos actos culturales y políticos, como la mítica conferencia que José Ortega y Gasset pronunció el 6 de diciembre de 1931, en la que el filósofo dio a conocer su distanciamiento de los postulados republicanos.
Con el estallido de la Guerra Civil en 1936, el edificio sufrió daños de consideración, que motivaron su cierre hasta el año 1943. Más adelante, en la década de los sesenta, se tomó la decisión de demolerlo completamente y reconstruirlo de nueva planta, para adaptarlo a las necesidades de los nuevos tiempos.
Daños provocados por la guerra.
Una de sus últimas reformas tuvo lugar en 1992, con la creación de un complejo multicine de cuatro salas, que solamente duró hasta 1998. En este año fue reconvertido en teatro, aunque también se simultaneaba alguna que otra exhibición cinematográfica. En la actualidad se encuentra cerrado a cal y canto, como tantos otros cines madrileños.
El edificio que ha llegado a nuestros días poco tiene que ver con el que ideó Anasagasti. Nada queda de su singular fachada, planteada eclécticamente, en la que se mezclaban elementos historicistas con toques modernistas, que eran especialmente visibles en la torre angular.
Tampoco queda nada de su espléndido interior, conseguido a partir de estructuras porticadas de hormigón, material del que el arquitecto fue pionero en nuestro país y que le permitió encontrar soluciones muy eficaces en la organización de grandes espacios.
Y terminamos con unas palabras del propio Teodoro Anasagasti sobre Madrid y la modernidad, sin saber que la ciudad en la que se formó y desarrolló su carrera iba a destruir o desvirtuar buena parte de sus creaciones:
"Madrid, a veces, suele oponerse por temperamento a las innovaciones; pero, una vez que se da cuenta del adelanto, de la comodidad, de la utilidad de lo nuevo, suele aceptarlo con verdadera complacencia".
"Madrid tiene, pues, un apetente temperamento de novedades, por más que algunos sigan llamándole rutinario y atrasado. Nadie, ni un ciego, puede negar el afán con que se lanza sobre todo lo moderno".
El Real Cinema en el año 2013.