La Plaza de San Antonio, de Aranjuez, es un magnífico ejemplo del gusto barroco por los grandes espacios urbanos, surgidos a partir de la ordenación geométrica de los distintos elementos arquitectónicos. Su enorme planta rectangular, que queda definida por un contorno de edificios perfectamente alineados, avala esta concepción urbanística.
Su autor fue Santiago Bonavía (1700-1760), un arquitecto italiano no demasiado conocido por los madrileños, a pesar de la enorme relevancia de su legado artístico. A él le debemos la prodigiosa Basílica Pontificia de San Miguel, en pleno Madrid de los Austrias, una de las más hermosas de la ciudad.
Tras su muerte, los trabajos recayeron sobre el francés Jaime Marquet (1710-1782), cuya creación más famosa es la Casa de Correos, en la Puerta del Sol.
Vista aérea de la Plaza de San Antonio. Fuente: Google Earth.
Lado occidental
La plaza fue diseñada en el año 1750, durante el reinado de Fernando VI (r. 1746-1759), para servir de conexión entre el Palacio Real de Aranjuez y el entramado urbano que se había ido formando al sur del mismo.
Esta función de nexo resulta especialmente visible en la galería porticada del lado occidental, por ser la más cercana al recinto palaciego. Se trata de una arquería de medio punto, soportada sobre pilares rectangulares labrados en piedra de Colmenar, con la que se unifica y da continuidad a las fachadas de la Casa de Oficios y de la Casa de Caballeros, dos edificios surgidos en épocas diferentes.
El primero fue realizado por Juan de Herrera (1530-1597) en 1584, si bien su construcción se prolongó hasta el siglo XVII. El segundo fue concebido en 1613 por Juan Gómez de Mora (1586-1648), pero no fue terminado hasta siglo y medio después, con la intervención de Jaime Marquet, entre 1762 y 1770.
Lado meridional
Este flanco está presidido por la Iglesia de San Antonio, cuya silueta barroca define y da personalidad a todo el conjunto. Concebida como el punto de fuga de la plaza, sustituyó al oratorio que Felipe V (r. 1700-1746) había fundado como refuerzo de la capilla del Palacio Real, demasiado pequeña para atender plenamente las necesidades religiosas de la Corte.
Fue proyectada en el año 1752 por Santiago Bonavía, quien, haciendo gala de su origen y formación, apostó por modelos de clara influencia italiana.
El resultado es una estructura de planta circular, que se cubre mediante una bóveda esférica, rematada con una linterna cilíndrica de grandes dimensiones.
La fachada principal queda protegida por un pórtico de cinco arcos de medio punto y pilastras toscanas, que da lugar, en la parte superior, a una terraza, que se cierra por medio de una balaustrada de cantería y un frontón triangular, en la coronación del arco central.
Todo ello genera un efectista juego de curvas y contracurvas, muy escenográfico, con el que el templo pone el contrapunto a la distribución rectilínea de los demás elementos arquitectónicos del plaza.
Durante el reinado de Carlos III (r. 1759-1788), la iglesia fue ampliada con una nave rectangular, al tiempo que se acometió el cierre de la cara meridional de la plaza, con la construcción de dos nuevas arquerías a ambos lados de su fachada. Este trabajo lo llevó a cabo Jaime Marquet en 1767.
Lado oriental
Este lado de la plaza se encuentra porticado solamente en su primer tramo, en su contacto con la Casa de Infantes, mientras que, en el segundo, se abre al Jardín de Isabel II.
La Casa de Infantes fue realizada en 1772, para alojamiento de los infantes Gabriel y Antonio, hijos de Carlos III, y de sus respectivas familias. Se debe a un diseño de Juan de Villanueva (1739-1811), aunque su ejecución correspondió a Manuel Serrano, un arquitecto del que no se tienen muchos datos.
El edificio es, por tanto, posterior a las intervenciones de Santiago Bonavía y Jaime Marquet. Pese a ello, está perfectamente integrado en la plaza, gracias a la citada galería de arcos, que sigue la misma factura que la situada en el flanco occidental.
Lado septentrional
La cara norte de la plaza carece de arquerías, lo que facilita una conexión directa con el Jardín del Parterre, situado junto a la fachada oeste del Palacio Real.
La sensación de contacto entre las dos áreas se refuerza con la ubicación en esta parte de la Fuente de Venus, cuyo porte monumental constituye un digno contrapunto de la Iglesia de San Antonio.
Esta fuente fue realizada por Juan Reyna en el año 1762, si bien su aspecto actual poco tiene que ver con el que ideó su autor.
La primera gran transformación tuvo lugar en tiempos de Carlos III, que mandó sustituir la estatua de Fernando VI que coronaba inicialmente el conjunto por una figura de Venus, que es la que ha llegado hasta nuestros días. La escultura del monarca, obra de Giovan Domenico Olivieri, se halla actualmente en la Plaza de la Villa de París, en Madrid.
Pero los cambios más importantes se produjeron en 1830, cuando se amplió notablemente el número de motivos ornamentales de la fuente. Fueron incluidas diferentes representaciones de lagartos, caracolas y soles, así como una serie de amorcillos cabalgando sobre tritones, que se sumaron a los tres leones de mármol de Carrara del proyecto original.
En un principio, la fuente era conocida como del Rey, por la estatua de Fernando VI que tenía instalada en su parte superior. Con el cambio del remate escultórico, recibió la denominación oficial de Venus, aunque todo el mundo empezó a llamarla la Mariblanca, debido al color de la figura de la diosa (al margen de la coincidencia de nombre, esta estatua nada tiene que ver con la popular Mariblanca de la madrileña Puerta del Sol). Por esta razón, la Plaza de San Antonio también es llamada de la Mariblanca.
Pinturas de Fernando Brambila, correspondientes a la serie 'Vistas de los Sitios Reales y de Madrid' (1833), con los lados sur (imagen superior) y norte (imagen inferior) de la Plaza de San Antonio.
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