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lunes, 3 de septiembre de 2012

El Jardín y la Huerta de los Frailes

Felipe II (1527-1598) fue un gran amante de los jardines, como prueban las intervenciones paisajísticas que ordenó desarrollar en la Casa de Campo, El Pardo, Aranjuez, La Granjilla de La Fresneda, Valsaín y San Lorenzo de El Escorial.

En ellas se daba el salto desde el jardín medieval, concebido como un espacio recogido y cerrado, al jardín renacentista, que se abre al mundo exterior, integrando arquitectura y naturaleza.



De todos estos recintos, el Jardín de los Frailes, situado a los pies del Monasterio de El Escorial, no sólo es el que mejor conserva su fisonomía original, sino también el máximo exponente del concepto que el rey tenía de la jardinería, que debía proporcionar belleza visual, además de permitir el cultivo de hortalizas y frutas.

De ahí que este jardín sea un lugar de transición entre la imponente arquitectura del monasterio y las huertas, que garantizaban el abastecimiento a la comunidad religiosa y a los cortesanos.



Se extiende sobre una terraza artificial que, a modo de escuadra, bordea los lados sur y este del monasterio, salvando el desnivel existente hasta las huertas inferiores. 

Su punto de apoyo es un enorme talud de piedra, obra de Juan de Herrera (1530-1597), que recibe el nombre de Muro de los Nichos por las hornacinas que horadan su parte exterior.

Gracias a esta ubicación, los jardines constituyen un excelente mirador, no sólo de las huertas escurialenses, sino también de buena parte de la Comunidad de Madrid, con la rampa de la sierra y la llanura mesetaria a un golpe de vista.

En palabras del filósofo José Ortega y Gasset (1883-1955), no existe "mejor sitio para meditar sobre el paisaje y sobre Castilla". De hecho, en el momento de su construcción, el lugar llegó a ser comparado con los míticos jardines colgantes de Babilonia.



Cuando hablamos del Jardín de los Frailes, genéricamente nos estamos refiriendo a tres espacios que, pese estar conectados entre sí y tener una unidad formal, están bien diferenciados: el Jardín de Convalecientes, el Jardín de los Frailes propiamente dicho y el Jardín Real, de carácter reservado.



Todos ellos están comunicados con las huertas adyacentes, a través de un sistema de dobles escaleras que, como si fuesen pasadizos, descienden hasta el nivel inferior. Hay un total de seis: dos están excavadas en el Jardín Real y las otras cuatro se distribuyen a lo largo del Jardín de los Frailes.

Jardín de Convalecientes

El Jardín de Convalecientes, también conocido como los Corredores del Sol, ocupa un patio cuadrangular, cerrado en dos de sus lados por las galerías porticadas de la Botica. Era el lugar donde se recuperaban los monjes enfermos, dadas sus favorables condiciones ambientales, muy diferentes a las de los umbríos claustros interiores del monasterio.



La Botica es un bello edificio de aire clásico, con planta en forma de ele, fruto de la colaboración de Juan Bautista de Toledo (1515-1567), el primer arquitecto de El Escorial, y Juan de Herrera, que asumió las obras tras la muerte de aquel. Su elemento más destacado es, sin duda, la columnata que enmarca el jardín, de orden jónico en el piso superior y toscano en el inferior.



Jardín de los Frailes

Estos jardines rodean las habitaciones de los monjes. Siguiendo los modelos italianos de la época, basados en la geometría, están formados por una sucesión de cuadros, dispuestos longitudinalmente y divididos, cada uno de ellos, en cuatro parterres, con un estanque con surtidor de piña en el centro.



Desde el siglo XVIII las plantaciones son de boj, pero originalmente había sembradas flores exóticas y plantas medicinales, "haciendo artificiosos y galanos compartimentos", que parecían "alfombras finas, traídas de Turquía, de El Cairo o Damasco", como describe Fray José de Sigüenza (1544-1606).

Jardín Real

El Jardín Real se encuentra junto a los Aposentos Reales, situados en el saliente oriental del monasterio. Está integrado por cuatro espacios, uno destinado al rey, otro para la reina, otro para el príncipe y el último para la Corte.



Tenía un carácter reservado, razón por la cual fue levantado un cerramiento de piedra que lo separa del Jardín de los Frailes. No obstante, este muro divisorio dispone de puertas, que permiten hacer un recorrido completo de todo el conjunto.


La huerta

La Huerta de los Frailes se halla en la zona más baja. Está cercada y cuenta con varias entradas, entre las que destaca la de El Bosquecillo. Presenta una distribución regular, con varios cuadros, donde se cultivaban árboles frutales y hortalizas.



Su riego estaba garantizado por el Estanque Grande, emplazado cerca del Jardín de Convalecientes, en el que intervino el arquitecto Francisco de Mora (h. 1553-1610), discípulo de Herrera, con el diseño de la balaustrada y de la majestuosa escalera de cuatro ramales.

A este autor también se deben la Cachicanía y el Pozo de Nieve, dos singulares edificios situados a escasa distancia.

lunes, 28 de mayo de 2012

La Casita del Infante, de San Lorenzo de El Escorial

Visitamos la Casita del Infante, una de las obras más desconocidas del arquitecto Juan de Villanueva (1739-1811), que se encuentra unos dos kilómetros al sur del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, en la finca de La Herrería.



Fue concebida para uso y disfrute de Gabriel de Borbón (1752-1788), hijo de Carlos III. Se trataba de que el joven infante dispusiese de un palacete propio, que le permitiera alejarse del protocolo oficial y pasar unos días de asueto, dando rienda suelta a su afición favorita, la música.

Se construyó entre 1771 y 1773, casi al mismo tiempo que la Casita del Príncipe, otro pabellón de recreo existente en el Real Sitio de El Escorial, diseñado igualmente por Villanueva, que fue destinado al hermano de aquel, a la sazón Carlos IV.

Popularmente, las dos 'casitas' son conocidas como de Arriba -la del Infante- y de Abajo -la del Príncipe-, por su ubicación a cotas de altitud muy desiguales, provocadas por la inclinación del Monte Abantos.



Diseño arquitectónico

Ambos palacetes son fruto de la fascinación que el rey Carlos III tuvo por el Monasterio de El Escorial, considerado por los círculos ilustrados como un paradigma arquitectónico, y que significó el resurgir del Real Sitio, tras su primera época de esplendor, en tiempos de Felipe II.

Llevado por su atracción hacia este lugar, el monarca designó en 1768 a Juan de Villanueva como arquitecto de la orden jerónima, titular en aquel entonces del monasterio.

Villanueva pudo así entrar en contacto con la obra de Juan de Herrera, que ejercería una notable influencia en su carrera, y al que respetó profundamente en sus primeras creaciones escurialenses, que, por su cercanía con el monasterio, presentaban rasgos marcadamente herrerianos.

No es el caso de la Casita del Infante. El arquitecto aprovechó su situación periférica para desarrollar un diseño mucho más libre y personal, a partir de modelos italianos, puestos al servicio de la melomanía del infante.

Su principal reto fue garantizar que la música se pudiera escuchar dentro y fuera del edificio. De ahí que éste se asemeje a una caja de resonancia, donde la segunda altura, reservada a la celebración de recitales, cumple una función acústica por medio de un sistema de vanos -con ventanucos y buhardillas al exterior y tribunas al interior-, por los que se propaga la música.



La 'casita' está hecha enteramente en piedra de granito. Es de planta cuadrangular y se articula a partir de un distribuidor central, rodeado de ocho estancias, que se disponen simétricamente.

El distribuidor se cubre con una cúpula octogonal, alrededor de la cual se extiende la segunda altura antes señalada, a la que se accede desde una escalera de caracol.

Esta organización parece remitir a los postulados de Andrea Palladio (1508-1580), autor de la célebre Villa Rotonda, en la ciudad italiana de Vicenza, que tanta influencia ha ejercido sobre la arquitectura europea de los siglos posteriores.

De hecho, estaríamos ante una de las tres obras palladianas de Juan de Villanueva, junto con el Museo del Prado y el Observatorio Astronómico.


Alzado, sección y planta (Fernando Chueca Goitia).

Jardines

Con respecto a los jardines, fueron proyectados axialmente, tomando como referencia los ejes de la 'casita', que se prolongan hacia fuera, a través de dos terrazas principales. La composición es geométrica, con parterres de boj de forma cuadrangular y rectangular.



Entre los elementos ornamentales, destacan las fuentes, la mesa de piedra con ocho asientos y, especialmente, las dos esfinges que custodian la portada de columnas jónicas de la fachada principal.

Los jardines fueron objeto de una especial atención por parte la reina María Josefa Amalia de Sajonia (1803-1829), tercera esposa de Fernando VII, quien ordenó su ampliación con terrenos de los bosques colindantes y la instalación de diferentes cenadores.

A finales del siglo XIX, fueron plantadas diferentes sequoyas, entre otras especies de coníferas. Se trata de árboles de gran altura, que desvirtuaron el concepto original de Juan de Villanueva.



Interior

La Casita del Infante ha perdido la práctica totalidad de su decoración primitiva, como consecuencia del expolio napoleónico, pero también del mal uso que se le dio a finales del siglo XIX, cuando fue utilizada como almacén de herramientas durante las labores de reforestación de los montes escurialenses.

Además, el palacete sufrió un incendio en 1930, que destruyó parte de sus cubiertas. Durante el franquismo, se procedió a su restauración, a partir de un proyecto de Fernando Chueca Goitia (1911-2004), y a su acondicionamiento como residencia de Juan Carlos de Borbón, durante su etapa de estudiante en el Colegio Alfonso XII, de San Lorenzo de El Escorial.

A pesar de todo, aún se conservan algunos relojes, lámparas de araña, bronces y  porcelanas de la época de Fernando VII.

En el terreno de la pintura, sobresalen el fresco de Las cuatro estaciones, de Vicente Gómez Novella, realizado sobre la cúpula del distribuidor central, y diversos óleos de Mariano Sánchez Maella, con vistas de la costa mediterránea.



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lunes, 23 de enero de 2012

El viaje de Cosme de Médici (2): Reales Sitios, Valdemoro, Torrelodones y Las Rozas

Proseguimos con el viaje que Cosme III de Médici realizó por España y Portugal en el último tercio del siglo XVII y, más en concreto, por tierras madrileñas, donde permaneció los meses de octubre y noviembre de 1668.

Después de haber conocido su opinión sobre Alcalá de Henares y Madrid, le toca ahora el turno a El Pardo, El Escorial, Aranjuez, Valdemoro, Torrelodones y Las Rozas. Todos estos lugares fueron plasmados por el pintor Pier Maria Baldi, que acompañó al duque.


'El Escorial' (Pier Maria Baldi, 1668).

El Escorial, Torrelodones y Las Rozas

Cosme de Médici aprovechó su estancia en Madrid para visitar el Real Sitio de El Escorial. El trayecto se hacía aproximadamente en una jornada, por lo que se vio obligado a realizar una parada a medio camino, para descansar y comer.

La comitiva se detuvo en Torrelodones, "una aldehuela miserable situada al pie de unas colinas rocosas", que aparece identificada en el relato oficial con el curioso topónimo de la Torre de los Oidores.

No se sabe exactamente la razón de este nombre, a todas luces erróneo, aunque cabe entender que fuese una licencia, tal vez por la coincidencia durante el almuerzo con uno o varios oidores, un antiguo cargo judicial del Reino de Castilla.


'Torrelodones' (Pier Maria Baldi, 1668).

Debe tenerse en cuenta que Torrelodones era una parada casi obligada en el camino que conducía hasta El Escorial, al encontrarse a cinco leguas de Madrid, distancia que normalmente se recorría en media jornada yendo en coche de caballos.

Las Rozas, "otra pequeña aldea, pero fabricada más regularmente", fue otro de los lugares por los que la comitiva pasó, aunque, en esta ocasión, de regreso desde El Escorial y tomando como destino el Convento del Santo Cristo de El Pardo.


'Las Rozas' (Pier Maria Baldi, 1668).

El Pardo

A Cosme de Médici le impresionó gratamente el Real Sitio de El Pardo, principalmente sus parajes naturales. "Es una quinta del rey, colocada en el fondo de un valle habitado de gamos que, en grandísima cantidad, esperando servir los placeres del rey, gozan de la seguridad que les da un bellísimo boscaje de carrascas".

"Los bordes de este valle están formados por una serie continua de montañas poco elevadas, desde las cuales la vista no deja ser agradable y el aire salubre. En la parte más baja, corre el Manzanares".


'El Pardo' (Pier Maria Baldi, 1668).

En cambio, su impresión concreta del Palacio Real, por entonces mucho más pequeño que ahora, fue menos entusiasta. "El edificio no tiene nada de extraordinario; para un caballero privado no estaría mal. Pero la regularidad de su arquitectura le da una apariencia superior a lo que es realmente".

"Consiste en un edificio cuadrado, de ladrillos con encuadramientos de piedra, en cuyos ángulos se destacan cuatro torrecillas que, por tener dos pisos, se alzan por encima de la casa. Alrededor le da vuelta un foso seco, aunque bastante profundo, utilizado como jardín".

Aranjuez y Valdemoro

Cosme III de Médici abandonó Madrid el 25 de noviembre de 1668, para dirigirse a Andalucía. De camino, pasó por Villaverde, Pinto y Valdemoro, "un lugar muy grande del Duque de Cardona", que aparece "en el fondo de un valle", aunque, de salida, "se presenta notablemente levantado sobre el camino real".


'Valdemoro' (Pier Maria Baldi, 1668).

En Aranjuez, el soberano toscano estuvo alojado como huésped del rey. Aunque no pudo forjarse una opinión cerrada del Palacio Real, al estar "sólo un lado construido", sí que hizo una detallada descripción de los jardines.

El río Tajo, "poco antes de llegar allí dividiéndose al pasar por un depósito, forma artificiosamente una isla no muy grande donde hay un jardín. El llano de la isla está dividido por varios paseos cubiertos, aunque estrechos y bajos, en cuyos entrecruces se encuentran numerosas fuentes".

"Muchas son ricas de materia por la abundancia de los bronces y de los mármoles, pero sobre poco más o menos todas pobres de agua, pues consisten solamente en surtidores".


'Aranjuez' (Pier Maria Baldi, 1668).

"Fuera de la isla todo el resto del campo a uno y otro lado del Tajo está revestido de olmos altísimos que plantados por todas partes en dos filas forman vastísimos paseos, los cuales, al encontrarse en diversos puntos y con diversas disposiciones, ya forman una estrella de doce paseos, ya una media estrella de cinco".

Bibliografía

Viaje de Cosme III por España (1668-1669): Madrid y su provincia, de Ángel Sánchez Rivero. Publicaciones de la "Revista de la Biblioteca, Archivo y Museos", volumen primero. Ayuntamiento de Madrid, Madrid, 1927.

sábado, 7 de mayo de 2011

La Cachicanía y el Pozo de Nieve del Monasterio de El Escorial

Volvemos a publicar esta entrada, enriquecida con tres estupendas fotografías que nos ha proporcionado Paz Herrera. En ellas podemos ver la Cachicanía del Monasterio de El Escorial, una de las construcciones más interesantes y, al mismo tiempo, más desconocidas del Real Sitio, que fue proyectada por Francisco de Mora a finales del siglo XVI.

Vaya por delante nuestro sincero agradecimiento a Paz, por su interés divulgativo y sus magníficas aportaciones, sin las cuales este artículo hubiese quedado incompleto. 


La Cachicanía del Real Monasterio (fotografía de Paz Herrera).

Francisco de Mora (h. 1553-1610) fue uno de los arquitectos más influyentes del último Renacimiento español. A él se deben edificios tan notables como el Palacio de los Consejos, situado en la Calle Mayor de Madrid, donde quedó establecido el paradigma de la arquitectura palaciega desarrollada en la capital a lo largo del siglo XVII.

Pero retrocedamos a los primeros momentos de su carrera profesional, cuando se encontraba bajo las órdenes de Juan de Herrera (1530-1597), con quien colaboró estrechamente en la construcción del Monasterio de El Escorial.

De su maestro heredó su férreo estilo desornamentado, que poco a poco fue modelando, con soluciones más imaginativas, acordes con las incipientes corrientes barrocas de su tiempo. El Convento de San José, de Ávila, una de sus realizaciones más relevantes, ejemplifica la armonización de lo herreriano y lo barroco.

En los últimos años de vida de Juan de Herrera, cuando éste se encontraba enfermo y prácticamente incapacitado, Francisco de Mora asumió la gestión directa de diferentes obras del Real Monasterio.

Es el caso de su actuación sobre la Huerta de los Frailes, ubicada junto de la fachada sur del monasterio, donde hizo las puertas de acceso e intervino sobre el Estanque Grande, con el diseño de la imponente balaustrada y de la majestuosa escalera dividida en cuatro ramales.

Además, proyectó la llamada Cachicanía, levantada en 1596 en el entorno de la huerta, donde residía el cachicán, la persona que se encargaba de la hacienda de labranza.

Se trata de un poderoso edificio de planta cuadrangular, dominado por la geometría piramidal de su cubierta y la elegante galería porticada que recorre sus lados.


Otra vista de la Cachicanía (fotografía de Paz Herrera).

No muy lejos de la Cachicanía, se alza el Pozo de Nieve, que también presenta una composición piramidal. Fue la nevera del Monasterio de El Escorial, en la que se conservaban los alimentos destinados al consumo humano.

En su foso interior, se prensaban y almacenaban las nieves recogidas de la sierra, lo que garantizaba temperaturas relativamente bajas, incluso en los meses más calurosos.


Aspecto del Pozo de Nieve, que fue utilizado como fresquera del Monasterio de El Escorial.

Arquitectónicamente, ambos edificios destacan por su perfecto encaje en un entorno hortícola, que, a su vez, se encuentra condicionado por el aire cortesano de la soberbia fachada meridional del Real Monasterio de El Escorial, que enmarca todo el conjunto.

Equilibrio que se logra por medio de una factura típicamente herreriana y de un lenguaje "específicamente rural y exaltador de la vida sencilla campestre" (*), en el que son reconocibles algunos postulados del italiano Sebastiano Serlio (1475-1554).


En esta panorámica pueden verse el Pozo de Nieve a la derecha y la Cachicanía, casi oculta por la vegetación, a la izquierda (fotografía de Paz Herrera).

(*) Bibliografía: Arquitectura del Renacimiento en España 1488-1599. Víctor Nieto, Alfredo J. Morales y Fernando Checa. Editorial Cátedra, Madrid, 2009

lunes, 28 de marzo de 2011

La Fuente del Águila, de la Casa de Campo

Recuperamos la sección "Madrid fuera de Madrid", en la que seguimos la pista de aquellos restos artísticos e históricos que, teniendo un origen madrileño, han sido instalados o reproducidos en otros puntos geográficos.

En esta ocasión hablamos de la Fuente del Águila, uno de los principales elementos ornamentales de los desaparecidos jardines renacentistas de la Casa de Campo, donde estuvo hasta 1890.

En ese año fue trasladada a San Lorenzo de El Escorial, concretamente al patio central de la Casa de la Compaña, un edificio herreriano, anexo al Real Monasterio, que alberga la sede del Centro Universitario María Cristina, dependiente de la Universidad Complutense.


Fotografía de Santiago López-Pastor Rodríguez (monumentalnet.org).

Historia

El Real Sitio de la Casa de Campo surgió en el último tercio del siglo XVI, tras la compra por parte de Felipe II (r. 1556-1598) de la vivienda que la familia de los Vargas poseía en la orilla derecha del río Manzanares, así como de los terrenos colindantes.

La intención del monarca era crear un entorno privado alrededor del Real Alcázar, con una finalidad preferentemente recreativa y cinegética.

En 1562, el arquitecto Juan Bautista de Toledo (1515-1567) recibió el encargo de acondicionar tanto la finca como la Casa de los Vargas, que quedó convertida en un hermoso palacete.

Siguiendo las corrientes renacentistas de la época, dispuso sobre las fachadas varios pórticos de arcos y columnas dóricas, que favorecían la conexión del edificio con los jardines y parajes silvestres contiguos.

Enfrentada a la cara principal, trazó una plaza de planta octogonal, en cuyo centro colocó la Fuente del Águila, llamada así por el águila imperial bicéfala que la coronaba, de la que no se tiene ningún rastro.

Poco se sabe sobre el origen de esta obra, aunque se cree que fue realizada en Italia, muy probablemente en Génova, en el último tercio del siglo XVI.

Si bien algunos investigadores la atribuyen al escultor florentino Giovanni Angelo Montorsoli (1507-1563), lo cierto es que no hay consenso sobre su autoría.

Los jardines fueron objeto de diferentes transformaciones en los primeros años del siglo XVII. Una de las principales fue la instalación en 1616 de la estatua ecuestre de Felipe III (r. 1598-1621), actualmente en la Plaza Mayor, justo delante de la Fuente del Águila.

Aunque con los cambios la fuente quedó relegada y casi oculta en medio de una frondosa arboleda, todo el conjunto ganó en belleza y monumentalidad.

Esta disposición es la que reflejan las pinturas más antiguas que se conservan de la Casa de Campo, como las que reproducimos a continuación.


'Paisaje de la Casa de Campo', de Félix Castello (1634). Museo de Historia, Madrid. La fuente puede verse a la derecha, escondida entre los árboles.


'Vista de los jardines de la Casa de Campo' (detalle), Anónimo madrileño (siglo XVII). Museo de Historia, Madrid.

Descripción

A finales del siglo XVIII, el humanista ilustrado Antonio Ponz (1725-1792) hizo una detallada descripción de la Fuente del Águila, que extractamos de su obra Viage de España o cartas en que se da noticia de las cosas mas apreciables y dignas de saberse, que hay en ella (Madrid, 1772-1794):

"Más adelante en la misma calle del Caballo [por la estatua ecuestre de Felipe III], se levanta una magnífica y hermosa fuente de mármol, que consta de cuatro tazas superpuestas.

La mayor y más baja es de figura octogonal, colocada sobre tres gradas; en cada ángulo hay una cabeza de león, y haciendo pié, en la parte inferior, una garra del mismo animal.

En los espacios intermedios alternan águilas de dos cabezas y máscaras, formando con el collar del Toisón una especie de festón que pende de las cabezas de los leones, de las máscaras y de las águilas. En las molduras de dicha taza hay diferentes labores de conchas, delfines, hojas..."


Fotografía de Santiago López-Pastor Rodríguez (monumentalnet.org).

"Para sostener la segunda taza hay tres figuras de tritones. La tercera taza está sostenida por tres figuras, más pequeñas que las de abajo; son desnudos de hombres. La taza cuarta se sostiene por tres niños enteramente relevados y una columnita enmedio. Encima de la última taza hay un águila de dos cabezas y esto indica que la fuente se hizo en tiempos de Carlos V".


Fotografía de Santiago López-Pastor Rodríguez (monumentalnet.org).

La fuente se conserva en buen estado en su actual ubicación de San Lorenzo de El Escorial, si bien le faltan algunos de los elementos citados por Antonio Ponz.

Con el paso del tiempo se ha perdido la base de piedra sobre la que se asentaba, que era de forma octogonal, al igual que la plaza que presidía. También desapareció la figura del águila que le daba nombre, como ya hemos señalado.

Su titularidad corresponde a Patrimonio Nacional, el organismo que gestiona los bienes y propiedades que estuvieron en manos de la Corona.

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martes, 17 de agosto de 2010

La Silla de Felipe II

La Silla de Felipe II es un canchal de piedra situado en el término municipal de San Lorenzo de El Escorial, en el que hay esculpidos diferentes asientos, plataformas y escalones, en lo que constituye una de las atracciones turísticas más visitadas del Real Sitio.



Desde el siglo XIX se ha venido alimentando la leyenda de que el rey Felipe II (r. 1566-1598) mandó construir un mirador, al que acudía con cierta asiduidad, para vigilar las obras del monasterio, que se extendieron desde 1563 hasta 1584.

Si este lugar realmente existió, es altamente improbable que fuera el que hoy se identifica con el nombre de Silla de Felipe II. Al margen del topónimo, este enclave nada tuvo que ver con el monarca renacentista y sí con un altar de origen vetón, en el que se realizaban sacrificios de animales, en honor de un dios indígena, que podría equiparse al Marte romano.

Ésta es la hipótesis que, desde hace años, viene sosteniendo la profesora Alicia M. Cantó, que basa sus conclusiones en la existencia de numerosos indicios que avalan que los montes escurialenses fueron una zona de contacto entre los vetones y los carpetanos.

Además, el monumento presenta paralelismos muy claros con otros altares prerromanos de la Península Ibérica, como los abulenses de Villaviciosa (Solosancho) y El Raso (Candeleda) y el portugués de Panóias (Vila Real), con los que no sólo comparte una factura muy similar, sino también la misma orientación.

Existe otra evidencia, que, no por obvia, deja de ser enormemente valiosa: la llamada Silla de Felipe II ofrece una panorámica tan remota del Real Monasterio, que difícilmente pudo servir de observatorio, mucho menos para comprobar en detalle cómo evolucionaban las obras del edificio.


Vista de San Lorenzo de El Escorial, desde la Silla de Felipe II. Como puede comprobarse, es improbable que el monarca utilizara este lugar como mirador para vigilar las obras del monasterio, debido a la lejanía.

Descripción

La Silla de Felipe II se encuentra a unos dos kilómetros y medio del casco urbano de San Lorenzo de El Escorial, en pleno bosque de La Herrería, una de las fincas que Felipe II anexionó para la creación del Real Sitio.

Preside la parte superior del Canto Gordo, como es conocido un enorme canchal de granito, ubicado al pie de las montañas de Las Machotas, desde el que se divisa a lo lejos la imponente fachada meridional del monasterio.

Consiste en una serie de rebajes realizados sobre la piedra, en forma de asientos, que se agrupan en tres grandes secciones. La más importante de ellas está conformada por tres cavidades, que parecen sillas, con sus respectivos reposabrazos, que miran directamente hacia el Real Monasterio.

El conjunto se completa con varias plataformas, igualmente labradas sobre la roca, y diferentes escaleras. Es posible que algunas de ellas fueran construidas en el siglo XIX, cuando se forjó la leyenda antes señalada, en un momento en el que las recreaciones historicistas se pusieron de moda.

No debe olvidarse que, en este siglo, era frecuente añadir elementos arquitectónicos completamente nuevos a los monumentos que se restauraban, a partir de una visión idealizada de la época a la que pertenecían.

A modo de ejemplo, podemos citar el Patio de los Leones de la Alhambra, donde fueron colocadas cúpulas de inspiración oriental en las edificaciones circundantes, en lugar de los tejados piramidales originales, que, afortunadamente, pudieron recuperarse con posterioridad.

Artículos relacionados con el Real Sitio de El Escorial

- La Casita del Príncipe, de El Escorial
- Francisco de Mora y el Pozo de Nieve del Monasterio de El Escorial
- La iglesia fortificada de Navalquejigo

viernes, 18 de junio de 2010

Lista Roja del Patrimonio

La Lista Roja del Patrimonio es una iniciativa de la asociación Hispania Nostra, que "aspira a recoger aquellos elementos del patrimonio histórico español que se encuentren sometidos a riesgo de desaparición, destrucción o alteración esencial de sus valores".

Comenzó a elaborarse en el año 2006 y, hasta el momento, se han inventariado en toda España más de 360 conjuntos monumentales y arqueológicos. Lejos de estar cerrada, la lista se encuentra en plena fase de elaboración, abierta a la participación de cualquier entidad o persona interesada en la defensa del patrimonio.

En la Comunidad de Madrid hay catalogados nueve conjuntos amenazados. Aunque faltan otros muchos, es un primer paso para que las autoridades y los ciudadanos tomen conciencia de la necesidad de proteger nuestro patrimonio histórico, artístico y paisajístico.

Los nueve conjuntos madrileños en peligro

Jardines de Las Vistillas, en Madrid. El Plan Parcial de Reforma Interior de la Cornisa del Río Manzanares, aprobado por el Ayuntamiento de Madrid, permite la construcción de varios edificios para uso eclesiástico y municipal en el Parque de la Cornisa, uno de los recintos de los Jardines de Las Vistillas. El complejo, situado a los pies mismos de la Basílica de San Francisco el Grande, hará desaparecer una de las vistas panorámicas más hermosas y simbólicas de la capital.

Real Canal del Manzanares, en Madrid, Getafe y Rivas-Vaciamadrid. Los restos de este canal artificial, levantado entre los siglos XVIII y XIX, presentan diferentes niveles de conservación, aunque se observa un paulatino estado de abandono. E, incluso, se ha procedido a la destrucción de diferentes vestigios, tras ejecutarse diversas obras públicas en las inmediaciones.


Embarcadero del Real Canal del Manzanares, en una fotografía de mediados del siglo XIX.

Ermita de la Virgen de Oliva, en Patones. Enclavado en un paraje agreste, en las cercanías de Patones de Arriba, este pequeño templo data del siglo XII o XIII. Presenta un estado de conservación muy delicado, con riesgo de desprendimientos y vegetación invasiva. Sólo han llegado hasta nosotros el ábside y el primer tramo de la nave, donde se aloja un arco apuntado, correspondiente al arranque de la bóveda. Todo ello en estilo románico-mudéjar.

Ermita de San Polo, en Aldea del Fresno. De esta ermita medieval, probablemente edificada en el siglo XII o XIII, se mantienen en pie restos de muros y cimientos, así como una notable portada mudéjar, articulada alrededor de un arco ojival de herradura. Su estado es de ruina progresiva, por total abandono.

Palacio del Canto del Pico, en Torrelodones. Se trata de una casa-museo de principios del siglo XX, levantada para albergar la colección de arte de su primer propietario, José María del Palacio, conde de las Almenas. El edificio, que tiene integrados en su estructura restos arqueológicos y artísticos procedentes de toda España, está abandonado y ha sido objeto de numerosos saqueos y actos vandálicos. En 1998 sufrió un incendio que destruyó las cubiertas. Hasta 2001 estuvo sin ellas, lo que aceleró su deterioro.


El Palacio del Canto del Pico está emplazado a más de 1.000 metros de altitud, en la montaña granítica del mismo nombre.

Castillo de Torrejón de Velasco. Esta fortaleza fue construida en el siglo XV sobre los restos de un castillo anterior, posiblemente del siglo XIII. Tiene planta rectangular y conserva nueve torres cilíndricas, además de la torre del homenaje, sin duda alguna, el elemento de mayor interés arquitectónico de todo el conjunto. La fortificación está abandonada y arruinada, con una alta probabilidad de derrumbe.

Valle de los Caídos, en San Lorenzo de El Escorial. Puede sorprender que este polémico monumento funerario, iniciado en 1940 y concluido en 1958, figure en la Lista Roja del Patrimonio, ya que se encuentra en plena restauración. Los procedimientos empleados en este proceso son precisamente los que han motivado su inclusión, al cuestionarse el desmontaje llevado a cabo en los grupos escultóricos de Juan de Ávalos. Diferentes especialistas consideran que pueden ocasionar daños irreparables.

Capilla Universitaria de San Ildefonso, en Alcalá de Henares. A pesar de la declaración de Alcalá de Henares como Ciudad Patrimonio de la Humanidad, la Capilla del Colegio Mayor de San Ildefonso presenta una deficiente conservación. Las humedades y las grietas amenazan la estabilidad de los muros, al tiempo que se advierten numerosos desperfectos en el artesonado y en los elementos decorativos. Incluso, el sepulcro del Cardenal Cisneros, obra de Bartolomé Ordóñez realizada a principios del siglo XVI, muestra signos de suciedad y deterioro.

Frontón Beti Jai, en Madrid. Es el único edificio deportivo decimonónico que se conserva en Madrid. Reúne elementos de estilo neomudéjar y de la arquitectura de hierro de la época, en concreto, su grada de espectadores, concebida para albergar a 4.000 personas. Está abandonado, con riesgo de ruina.


Fotografía del año 1900 del frontón Beti Jai.

martes, 1 de junio de 2010

Francisco de Mora y el Pozo de Nieve del Monasterio de El Escorial


Vista del Pozo de Nieve, que fue utilizado como fresquera del Monasterio de El Escorial. 

Francisco de Mora (h. 1553-1610) fue uno de los arquitectos más influyentes del último Renacimiento español. A él se deben edificios tan notables como el Palacio de los Consejos, situado en la Calle Mayor de Madrid, donde quedó establecido el paradigma de la arquitectura palaciega desarrollada en la capital a lo largo del siglo XVII.

Pero retrocedamos a los primeros momentos de su carrera profesional, cuando se encontraba bajo las órdenes de Juan de Herrera (1530-1597), con quien colaboró estrechamente en la construcción del Monasterio de El Escorial.

De su maestro heredó su férreo estilo desornamentado, que poco a poco fue modelando, con soluciones más imaginativas, acordes con las incipientes corrientes barrocas de su tiempo. El Convento de San José, de Ávila, una de sus realizaciones más relevantes, ejemplifica la armonización de lo herreriano y lo barroco.

En los últimos años de vida de Juan de Herrera, cuando éste se encontraba enfermo y prácticamente incapacitado, Francisco de Mora asumió la gestión directa de diferentes obras del Real Monasterio.

Es el caso de su actuación sobre la Huerta de los Frailes, ubicada junto de la fachada sur del monasterio, donde hizo las puertas de acceso e intervino sobre el Estanque Grande, con el diseño de la elegante balaustrada y de la majestuosa escalera dividida en cuatro ramales.

Además, proyectó la llamada Cachicanía, levantada en 1596, donde residía el cachicán, la persona que se encargaba de la hacienda de labranza; y el Pozo de Nieve, la singular edificación que ocupa nuestra atención, cuya misión era servir de fresquera al monasterio.

El Pozo de Nieve tenía un foso en su interior, en el que se almacenaban y prensaban las nieves recogidas en la sierra, lo que garantizaba temperaturas relativamente bajas, incluso en los meses más calurosos.

Arquitectónicamente, ambos edificios destacan por su perfecto encaje en un entorno hortícola, que, a su vez, se encuentra condicionado por el aire cortesano de la imponente fachada meridional del Real Monasterio de El Escorial, que enmarca todo el conjunto.

Equilibrio que se logra por medio de una factura típicamente herreriana y de un lenguaje "específicamente rural y exaltador de la vida sencilla campestre" (*), en el que son reconocibles algunos postulados del italiano Sebastiano Serlio (1475-1554).


Vista aérea de la Huerta de los Frailes, con el Pozo de Nieve en el extremo inferior izquierdo (fuente de la imagen: Bing, en Páginas Amarillas).

(*) Bibliografía: Arquitectura del Renacimiento en España 1488-1599. Víctor Nieto, Alfredo J. Morales y Fernando Checa. Editorial Cátedra, Madrid, 2009