lunes, 28 de mayo de 2012

La Casita del Infante, de San Lorenzo de El Escorial

Visitamos la Casita del Infante, una de las obras más desconocidas del arquitecto Juan de Villanueva (1739-1811), que se encuentra unos dos kilómetros al sur del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, en la finca de La Herrería.



Fue concebida para uso y disfrute de Gabriel de Borbón (1752-1788), hijo de Carlos III. Se trataba de que el joven infante dispusiese de un palacete propio, que le permitiera alejarse del protocolo oficial y pasar unos días de asueto, dando rienda suelta a su afición favorita, la música.

Se construyó entre 1771 y 1773, casi al mismo tiempo que la Casita del Príncipe, otro pabellón de recreo existente en el Real Sitio de El Escorial, diseñado igualmente por Villanueva, que fue destinado al hermano de aquel, a la sazón Carlos IV.

Popularmente, las dos 'casitas' son conocidas como de Arriba -la del Infante- y de Abajo -la del Príncipe-, por su ubicación a cotas de altitud muy desiguales, provocadas por la inclinación del Monte Abantos.



Diseño arquitectónico

Ambos palacetes son fruto de la fascinación que el rey Carlos III tuvo por el Monasterio de El Escorial, considerado por los círculos ilustrados como un paradigma arquitectónico, y que significó el resurgir del Real Sitio, tras su primera época de esplendor, en tiempos de Felipe II.

Llevado por su atracción hacia este lugar, el monarca designó en 1768 a Juan de Villanueva como arquitecto de la orden jerónima, titular en aquel entonces del monasterio.

Villanueva pudo así entrar en contacto con la obra de Juan de Herrera, que ejercería una notable influencia en su carrera, y al que respetó profundamente en sus primeras creaciones escurialenses, que, por su cercanía con el monasterio, presentaban rasgos marcadamente herrerianos.

No es el caso de la Casita del Infante. El arquitecto aprovechó su situación periférica para desarrollar un diseño mucho más libre y personal, a partir de modelos italianos, puestos al servicio de la melomanía del infante.

Su principal reto fue garantizar que la música se pudiera escuchar dentro y fuera del edificio. De ahí que éste se asemeje a una caja de resonancia, donde la segunda altura, reservada a la celebración de recitales, cumple una función acústica por medio de un sistema de vanos -con ventanucos y buhardillas al exterior y tribunas al interior-, por los que se propaga la música.



La 'casita' está hecha enteramente en piedra de granito. Es de planta cuadrangular y se articula a partir de un distribuidor central, rodeado de ocho estancias, que se disponen simétricamente.

El distribuidor se cubre con una cúpula octogonal, alrededor de la cual se extiende la segunda altura antes señalada, a la que se accede desde una escalera de caracol.

Esta organización parece remitir a los postulados de Andrea Palladio (1508-1580), autor de la célebre Villa Rotonda, en la ciudad italiana de Vicenza, que tanta influencia ha ejercido sobre la arquitectura europea de los siglos posteriores.

De hecho, estaríamos ante una de las tres obras palladianas de Juan de Villanueva, junto con el Museo del Prado y el Observatorio Astronómico.


Alzado, sección y planta (Fernando Chueca Goitia).

Jardines

Con respecto a los jardines, fueron proyectados axialmente, tomando como referencia los ejes de la 'casita', que se prolongan hacia fuera, a través de dos terrazas principales. La composición es geométrica, con parterres de boj de forma cuadrangular y rectangular.



Entre los elementos ornamentales, destacan las fuentes, la mesa de piedra con ocho asientos y, especialmente, las dos esfinges que custodian la portada de columnas jónicas de la fachada principal.

Los jardines fueron objeto de una especial atención por parte la reina María Josefa Amalia de Sajonia (1803-1829), tercera esposa de Fernando VII, quien ordenó su ampliación con terrenos de los bosques colindantes y la instalación de diferentes cenadores.

A finales del siglo XIX, fueron plantadas diferentes sequoyas, entre otras especies de coníferas. Se trata de árboles de gran altura, que desvirtuaron el concepto original de Juan de Villanueva.



Interior

La Casita del Infante ha perdido la práctica totalidad de su decoración primitiva, como consecuencia del expolio napoleónico, pero también del mal uso que se le dio a finales del siglo XIX, cuando fue utilizada como almacén de herramientas durante las labores de reforestación de los montes escurialenses.

Además, el palacete sufrió un incendio en 1930, que destruyó parte de sus cubiertas. Durante el franquismo, se procedió a su restauración, a partir de un proyecto de Fernando Chueca Goitia (1911-2004), y a su acondicionamiento como residencia de Juan Carlos de Borbón, durante su etapa de estudiante en el Colegio Alfonso XII, de San Lorenzo de El Escorial.

A pesar de todo, aún se conservan algunos relojes, lámparas de araña, bronces y  porcelanas de la época de Fernando VII.

En el terreno de la pintura, sobresalen el fresco de Las cuatro estaciones, de Vicente Gómez Novella, realizado sobre la cúpula del distribuidor central, y diversos óleos de Mariano Sánchez Maella, con vistas de la costa mediterránea.



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lunes, 21 de mayo de 2012

El Dolmen de Dalí

El llamado Dolmen de Dalí se encuentra en el extremo oriental de la Avenida de Felipe II, en su intersección con la Calle de Antonia Mercé, junto al Palacio de Deportes de la Comunidad de Madrid.



Fue inaugurado en julio de 1986, a partir de una iniciativa del alcalde Enrique Tierno Galván (1918-86), quien, tras mantener una conversación con Salvador Dalí (1904-89), hizo posible que Madrid sea el único lugar del mundo que tenga un monumento urbano concebido directamente por el pintor.

El diseño daliniano gira sobre Isaac Newton (1643-1727), al que se representa por medio de una estatua de casi tres metros y medio de altura, que descansa sobre un cubo de granito negro. En las caras verticales del pedestal aparecen grabadas, de manera unitaria, las letras que conforman el nombre de Gala (1894-1982), quien fuera compañera y musa del artista.

Se trata de una réplica de una obra existente en el Museo de Figueras, que, a su vez, está sacada del cuadro Fosfeno de Laporte, que Salvador Dalí hizo en el año 1932 como homenaje a otro científico, Gianbattista della Porta (1535-1615).



La escultura está hecha en bronce y consiste en un humanoide, que, en clave surrealista, sostiene un péndulo esférico, en clara alusión a las leyes gravitatorias descubiertas por Newton. En su tronco se abre una cavidad, donde hay colocada otra otra bola, que, como si fuera un corazón, parece hacer referencia a la conexión del hombre con las fuerzas físicas.



A sus espaldas, se eleva un dolmen de catorce metros de alto, que Dalí ideó en forma de trípode, con los soportes convergiendo hacia la parte superior, simbolizando los primeros intentos de la humanidad para desafiar la gravedad.

Esta configuración fue cambiada durante los trabajos de ejecución, desarrollados por el arquitecto Alfonso Güemes y el ingeniero Jesús Jiménez Cañas, adoptándose una disposición vertical de las tres patas.



Además del dolmen y de la escultura, Dalí diseñó un tercer elemento, actualmente desaparecido, consistente en un pavimento radial que, partiendo del dolmen, se extendía a modo de estrella por todo el suelo del recinto circundante, conformándose un espacio conocido como Plaza de Dalí.

En 2005 el Ayuntamiento de Madrid promovió la reforma de la Avenida de Felipe II. El proyecto, firmado por el arquitecto Francisco Mangado Beloqui, contemplaba desplazar el monumento de sitio y separar el dolmen de la escultura.

El plan provocó un fuerte revuelo social y dio lugar a un movimiento asociativo muy activo, que evitó que esto se llevara a cabo, aunque no logró impedir que la pavimentación original fuera destruida y sustituida por otra menos marcada.

lunes, 14 de mayo de 2012

'Peregrinación a la fuente de San Isidro', de Goya

La romería de San Isidro siempre fue un tema recurrente en la obra de Francisco de Goya. Encontramos alusiones a esta tradición en su época de pintor de cartones y en sus célebres pinturas negras, consideradas como el primer gran embrión del arte moderno.



Nos centramos en estas últimas creaciones y, más en concreto, en la Peregrinación a la fuente de San Isidro, uno de los catorce murales que el artista pintó sobre las paredes de la Quinta del Sordo, su última residencia en España, donde hace una revisión dramática de la festividad del 15 de mayo.

Esta vivienda se encontraba en la orilla derecha del río Manzanares, junto al Puente de Segovia, en el antiguo término municipal de Carabanchel. Goya la compró en 1819 y ahí estuvo viviendo hasta 1824, cuando partió hacia el exilio, rumbo a Burdeos.

Es probable que el artista comenzara las pinturas negras en 1820, un año después de una grave enfermedad que le tuvo al borde de la muerte y que, tal vez, se encuentre en el origen de esta tétrica serie pictórica, tan alejada de la luz y vitalidad de sus primeras etapas costumbristas.


La Quinta del Sordo, hacia 1900. Fuente: 'Blanco y negro'.

Si bien hay constancia de ellas desde 1828, año en el que fueron catalogadas por primera vez por Antonio de Brugada, puede decirse que las pinturas negras salieron a la luz pública en 1874, cuando Émile D'Erlanger se fijó en ellas para venderlas en la Exposición Universal de París de 1878.

Con tal fin, D'Erlanger contrató al pintor y restaurador Salvador Martínez Cubells. El proceso de extraer las pinturas desde el revoco donde fueron plasmadas, para trasladarlas a lienzo, fue tan lento como laborioso y, desde luego, no fue inocuo, ya que provocó importantes pérdidas de materia pictórica.

Afortunadamente, nadie compró los cuadros, que finalmente fueron donados al Museo del Prado, donde se exponen desde 1881. La serie de catorce obras se encuentra completa en la pinacoteca madrileña, si bien algunas teorías apuntan a que existe una decimoquinta pintura negra, en una colección privada de Nueva York.

Pero volviendo a la Peregrinación a la fuente de San Isidro, no está del todo claro que sea realmente una representación de la romería madrileña, ya que Goya no puso título a ninguna de las obras que realizó en la Quinta del Sordo.



El ya citado Antonio de Brugada consideró que el cuadro reflejaba una procesión del Santo Oficio, basándose en el personaje de la esquina inferior derecha, vestido con los hábitos de la Inquisición. De ahí que también sea conocido como El Santo Oficio o como Procesión del Santo Oficio.

La obra es un buen exponente de las constantes que definen a las pinturas negras. Su composición desequilibrada, con una piña de figuras agolpada en uno de los ángulos, mientras en el extremo opuesto se abre el vacío, es un rasgo que aparece en otros cuadros de la serie.

Otro elemento común es la gama cromática utilizada, con los grises, negros y ocres como colores dominantes, que crean una atmósfera tenebrosa y terrible, sólo rota por el claro que se ve al fondo y al que la multitud se encamina buscando una salida, que lamentablemente no va a llegar, al tratarse del ocaso.

Sin olvidar las facciones desencajadas y grotescas de los personajes, que ponen rostro al concepto de esperpento acuñado por Valle-Inclán un siglo después, y que remarcan la trágica visión del último Goya sobre una España sin rumbo y arrebatada.

lunes, 7 de mayo de 2012

La muralla de Escalinata 21 ha quedado visible

Según hemos podido saber en el Foro del Viejo Madrid -al que desde aquí mandamos un cariñoso saludo-, el lienzo de muralla existente en el número 21 de la Calle de la Escalinata, junto a la Plaza de Isabel II, ha quedado al descubierto, tras ser retirados los paneles de protección que impedían su visión.



Los vestigios se corresponden con la primitiva muralla cristiana, que se empezó a levantar a finales del siglo XI o principios del XII, una vez que la ciudad musulmana de Mayrit pasó a manos de la Corona de Castilla y León.

Fueron hallados en el año 1988, al derribarse un inmueble, que tenía integrados estos restos medievales dentro de la medianería que compartía con un edificio contiguo, accesible desde la Calle del Espejo (paralela a Escalinata).

Al tratarse de un patrimonio protegido, no pudo construirse sobre los terrenos liberados. Para suavizar el impacto visual que suponía la presencia de un solar vacío en una zona monumental como la de Ópera, se optó por cercarlo con unas vallas metálicas, que, a modo de trampantojo, simulaban una fachada y que, al mismo tiempo, servían de soporte publicitario.

Hace unas cuantas semanas los paneles fueron eliminados, dejando visible un muro medianero, en el que hay incrustado un lienzo de mampostería, en cuyo interior se abre un vano de medio punto, hecho en ladrillo.

Es inevitable relacionar esta oquedad con el arco medieval que hay en el sótano de un restaurante próximo, ubicado en el número 3 de la Plaza de Isabel II. ¿Serán la entrada y la salida de la misma puerta?

Sea como sea, ese acceso se encuentra ahora varios metros sobre el suelo, lo que da cuenta de cómo ha sido modificado el terreno. Debe considerarse que, en esta zona, existían unos profundos barrancos, que, con el paso del tiempo, se fueron suavizando hasta conformar un entorno de apariencia llana o, a lo sumo, con pequeñas cuestas.


Plaza de Isabel II, número 3. 


Calle de Escalinata, 21.

El solar se ha cubierto con una capa de cemento,al tiempo que ha sido instalada una verja, que protege el lugar, sin impedir la visibilidad.

Todo parece indicar que estas acciones están relacionadas con el Plan Temático del Recinto Amurallado, que el Ayuntamiento de Madrid empezó a gestar en 2007.

Según podemos leer en la web municipal, su objetivo es "poner en valor los restos existentes en los edificios, establecer criterios de tratamiento de los espacios libres públicos que refuercen la singularidad del recinto y contribuir a la mejora ambiental y la habitabilidad".

Si esto es realmente así, mucho nos tememos que el citado plan se ha quedado muy corto, al incidir tan sólo en el envoltorio visual y truncar toda posibilidad de cata arqueológica con la pavimentación del suelo.

Estaremos pendientes para ver si, al menos, se procede, no ya a la restauración, sino a un mínimo acondicionamiento de los restos. O si, por el contrario, como ocurre con otros fragmentos de la muralla, los dejaremos sin consolidar, con las piedras desprendiéndose poco a poco.

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