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lunes, 13 de octubre de 2014

La presa romana del Paredón

La Presa del Paredón está enclavada dentro del término de Villar del Olmo, un municipio situado en la parte suroriental de la región, en la fértil comarca de Las Vegas. Fue levantada sobre el cauce del Arroyo de la Vega, a unos trescientos metros de su desembocadura en el Arroyo del Val, tributario del Río Tajuña.
















Se trata de una de las construcciones más antiguas que tenemos en la Comunidad de Madrid. Su fundación romana parece fuera de toda duda, a pesar de las atribuciones islámicas de los vecinos de la zona o de las vinculaciones que hacen algunos autores con el cercano Nuevo Baztán, un complejo agrícola-industrial de principios del siglo XVIII.

El origen de esta pequeña presa hay que buscarlo en las villae rusticae que proliferaron en el área de influencia de Complutum, la antigua Alcalá de Henares, principalmente a partir del siglo III. Eran explotaciones agrícolas que, al mismo tiempo, cumplían una función de recreo y esparcimiento para sus propietarios.

















Fue edificada para proveer de agua a los cultivos, aunque también es posible que haya tenido otros usos a lo largo de la historia. En las Relaciones topográficas de Felipe II, del año 1580, se habla de la existencia “en este arroyo de un molino harinero de cubo”, que muy bien pudiera haber estado ubicado en la infraestructura hidráulica que ahora nos ocupa.



La Presa del Paredón se halla dentro de una hondonada, donde, además de las aguas del Arroyo de la Vega, recoge las del Barranco de Valdezarza. Debió tener unos sesenta metros de largo, de los cuales se mantienen en pie aproximadamente cincuenta, con una importante rotura en el tramo atravesado por el cauce actual (es probable que éste se haya desplazado). En su punto central mide 3,20 metros de alto.


Dibujo de Luis Antonio Alejo Moratilla.

Su fábrica es de mampostería, con paramento seco de sillería, y consta de tres contrafuertes, los dos laterales con una anchura de unos tres metros y el del medio más o menos el doble. En este último se abre un canal de desagüe, que seguramente alimentaba una acequia.

A pesar de su enorme valor, su estado de conservación es muy delicado. No solo hay partes derruidas, sino que la estructura se encuentra aterrada, invadida por la maleza en todos sus lados.

lunes, 17 de febrero de 2014

El Puente del Descalzo

Nos dirigimos al Puerto de la Fuenfría, en Cercedilla, que, desde tiempos remotos y hasta la apertura del Puerto de Navacerrada a finales del siglo XVIII, fue el paso principal de esta parte de la Sierra de Guadarrama.



Aquí se encuentra el Puente del Descalzo, que salva el Arroyo de la Fuenfría. Aunque siempre se le ha atribuido un origen romano, investigaciones recientes, culminadas en 2006, han concluido que fue levantado en el primer tercio del siglo XVIII, al igual que la calzada pavimentada con losas de granito que recorre el puerto, de la que también se decía que era romana.

Esto no significa que, en esta zona montañosa, no existan restos de una vía romana, como siempre han defendido los expertos. Solo que no se trata del camino empedrado que acabamos de señalar, sino de uno de tierra que transcurre muy próximo, cuando no superpuesto o solapado.

Está más que documentado que la Vía Antonina, también denominada Vía XXIV, pasaba por la Fuenfría. Fue construida en el siglo I de nuestra era para unir Emérita Augusta (Mérida) con Caesar Augusta (Zaragoza), aunque no con losas, como se creía, sino con una mezcla de arena y piedras sueltas.

Se conservan varios tramos en el término municipal de Cercedilla, cuyo trazado ha sido convenientemente rehabilitado por la Dirección General de Patrimonio Histórico de la Comunidad de Madrid. No así el pavimento, que, dada la fragilidad de la fábrica original, no ha podido recuperarse.



Volviendo al puente que ocupa nuestra atención, fue realizado probablemente en 1728, como una de las infraestructuras de la calzada que el rey Felipe V mandó levantar para facilitar el acceso al Palacio de La Granja, su residencia favorita.

Situado en un punto de coincidencia con la calzada romana, es posible que se reutilizasen los materiales del puente que los romanos edificaron para cruzar el Arroyo de la Fuenfría. Sin embargo, no se han hallado restos que confirmen la existencia de esta primitiva obra.

El Puente del Descalzo está hecho en mampostería, con piedras trabadas entre sí con mortero de cal. No descansa exactamente sobre un arco, sino sobre una prolongada bóveda de cañón, que permite soportar un amplio tablero y aumentar significativamente la anchura de la calzada que pasa por encima.



Con todo, su mayor singularidad es el esviaje de la bóveda, que aparece inclinada con respecto al cauce del río, con objeto de suavizar los quiebros de la calzada. Este rasgo ha sido uno de los más concluyentes a la hora de determinar el origen del puente, ya que los romanos no solían recurrir a este tipo de soluciones.



El del Descalzo no es el único puente de la zona, pero sí el más célebre. Los puentes del Reajo, de la Venta y de Enmedio son también construcciones borbónicas, que hasta ahora se tenían como romanas.

lunes, 4 de marzo de 2013

El Puente del Congosto, en Lozoya

El Puente del Congosto, también llamado de la Horcajada, se encuentra en el término municipal de Lozoya, muy cerca del punto kilométrico 11,800 de la carretera M-604. Se levanta aguas abajo del Embalse de Pinilla, la primera de las grandes presas que el río Lozoya atraviesa en su curso.



El origen de esta obra es incierto. Algunos autores defienden que fue realizada durante la dominación romana de la península, dadas las similitudes de su fábrica con otros puentes de la citada época, especialmente el de Cangas de Onís, en Asturias.

Otros investigadores retrasan su construcción a la Edad Media y, más en concreto, a los siglos XII o XIII, ya que su tipología parece corresponderse con este periodo.

En cualquier caso, los únicos datos históricos que se conocen es que aparece citado en el Libro de la Montería, que el rey Alfonso XI de Castilla mandó escribir a mediados del siglo XIV, y que fue objeto de una reparación en el siglo XV.

El puente tiene seis metros de luz, que le permiten salvar una profunda garganta, sobre la que el Lozoya se precipita con fuerza y estruendo. Está hecho en sillarejo, toscamente dispuesto.



Su rasgo más singular es que se cimienta directamente sobre la roca en la queda encajonado el río. Consta de un único arco de medio punto, conformado por doble abovedado, con grandes dovelas desiguales. En las dos caras aparecen desagües rectangulares.

Con respecto al tablero, por él discurre una calzada formada por losas irregulares. Recientemente se han instalado unos muretes en los lados, para evitar posibles caídas del ganado.

El Puente del Congosto es uno de los cuatro puentes medievales (o romanos) existentes en el Valle del Lozoya. Los otros tres son el Puente Canto, el de Cadenas y el de Matafrailes, todos ellos sobre el arroyo de Canencia, en el municipio del mismo nombre.

lunes, 26 de diciembre de 2011

El Puente Romano de Talamanca de Jarama

Regresamos a Talamanca de Jarama para visitar su célebre Puente Romano, que, a pesar de su nombre, presenta una inconfundible factura medieval.

En nuestro país es muy común llamar puentes romanos a puentes que surgieron durante la Edad Media, tal vez por una ultracorrección del vocablo 'románico' o porque realmente tuvieron un origen romano, que quedó desdibujado con el paso del tiempo.

El Puente Romano de Cangas de Onís (Asturias), construido en tiempos del rey Alfonso XI (1311-1350), es otro ejemplo de esta confusa toponimia. En la región madrileña encontramos el Puente Mocha y el Puente de la Alcanzorla, de trazado medieval, que también son conocidos como romanos.



Volviendo al caso que nos ocupa, el calificativo romano que se la da al puente de Talamanca podría tener algún fundamento histórico tras los análisis petrológicos realizados por la Comunidad de Madrid, coincidiendo con su reciente restauración.

Pero de ese pasado romano no quedan más que unos cuantos sillares, que sirvieron de base a la indiscutible estructura medieval que ha llegado a nuestros días.

Resuelto el misterio toponímico, toca ahora solucionar el enigma de por qué el puente se alza sobre tierra firme, mientras que el Jarama discurre apartado, a una distancia de unos quinientos metros.

La explicación se encuentra en un desplazamiento del cauce del río, provocado por procesos de sedimentación, que culminaron con la configuración de un meandro.

Historia

El puente pudo ser levantado en el siglo IX, cuando Talamanca era uno de los núcleos más destacados de la Marca Media madrileña, un territorio defensivo articulado por el poder andalusí para hacer frente a los ataques cristianos.

Algunos autores sostienen que el puente formaba parte del camino militar que recorría el piedemonte de las sierras de Guadarrama y Gredos, desde el Jarama hasta el Tiétar, poniendo en contacto la red de atalayas y fortalezas desplegada por los musulmanes.

De esta forma, el Puente Romano de Talamanca sería coetáneo de otros puentes edificados en el citado camino, como el del Grajal (Colmenar Viejo), sobre el río Manzanares; el de la Alcanzorla (Galapagar), sobre el Guadarrama; el del Pasadero (Navalagamella), sobre el Perales; y el de San Juan (Pelayos de la Presa), sobre el Alberche.

El puente en 1977. Fotografía de Jaime de Torres Núñez (Archivo fotográfico de la Comunidad de Madrid).

A finales del siglo XI, una vez reconquistada la zona a manos del Reino de León y Castilla, el puente perdió su función militar y se convirtió en un paso obligado en el nuevo camino creado para comunicar las dos mesetas.

Para poder cruzarlo había que pagar derechos de pontazgo, una especie de arancel que, en este caso, era recaudado por el Arzobispado de Toledo, bajo cuya jurisdicción habían quedado las tierras de Talamanca de Jarama.

De ahí que las autoridades eclesiásticas toledanas se apresuraran a reforzar el puente, para asegurar lo que, sin duda, iba a ser una cuantiosa fuente de ingresos. Hay constancia documental de una reforma emprendida en el año 1091.

En el siglo XVI se volvió a remodelar, tal y como figura en una inscripción sobre la piedra en una de las enjutas del arco principal.

Poco después, el puente quedó en desuso, como consecuencia del citado desplazamiento sufrido por el cauce del Jarama. Muchos expertos consideran que éste fue el factor que marcó la decadencia de Talamanca, que, como hemos señalado en anteriores ocasiones, fue una de las ciudades más florecientes de la Edad Media madrileña.

El puente ha sido objeto de dos restauraciones, una en 1973 y otra en 2009. Esta última vino acompañada de sondeos arqueológicos y de estudios estratigráficos para identificar las etapas históricas en las que se construyó y modificó la obra.

Estamos, por lo tanto, ante una estructura que acumula elementos y añadidos de diferentes periodos, desde el siglo IX hasta el XVI, todo ello sobre una base romana, de la que apenas quedan unas cuantas huellas.

Descripción

El puente mide 148 metros de largo, una longitud similar a la que tiene el Puente de Segovia, en Madrid. Se soporta sobre un total de cinco arcos, de proporciones muy desiguales.



El arco mayor está situado en el extremo meridional y tiene una luz de 17,9 metros y una flecha de 6 metros. Le siguen cuatro arcos menores, con anchos que oscilan entre los 7,9 y los 8,6 metros y alturas que van de los 2,45 a los 3,25 metros.

Todos los arcos son rebajados y escarzanos. Bajo el principal discurría antiguamente el Jarama y, en la actualidad, se abre paso un pequeño canal de regadío, denominado Arroyo del Caz. Los arcos secundarios servían para las crecidas.



La planta es quebrada. Da la sensación de que al puente se le fueron añadiendo partes de forma desordenada, a medida que se iba desplazando el cauce del Jarama. La anchura del tablero tampoco es uniforme.

El puente tiene perfil de lomo de asno, con un pronunciado cambio de rasante en el centro del arco mayor. Existen tajamares a ambos lados. Todos son triangulares, excepto el de mayores dimensiones, que es trapezoidal.



Con respecto a su fábrica, el material dominante es la caliza, que se presenta en forma de sillares en los arcos, enjutas y tajamares. También hay abundantes cantos rodados, localizados en la parte superior y en las embocaduras. El tablero conserva sus losas originales.

Una prueba de su origen medieval son las inscripciones que aparecen grabadas en ciertos sillares. Son marcas que los canteros hacían a modo de firma, siguiendo una costumbre muy arraigada en la Edad Media.

Véase también

- El Ábside de los Milagros

jueves, 9 de diciembre de 2010

Piedra Escrita, en Cenicientos

Llegamos hasta Cenicientos, el municipio más occidental de la Comunidad de Madrid, donde se encuentra el megalito denominado Piedra Escrita, uno de los monumentos más singulares y curiosos existentes en la región.


Fotografía del Ayuntamiento de Cenicientos.

Se trata de una roca natural de granito, de unos siete metros de alto y nueve de perímetro, que tiene labrado en una de sus caras un relieve escultórico, muy probablemente de origen romano, además de varias inscripciones, de diferentes épocas.

La piedra se halla en las primeras estribaciones de la Sierra de Gredos, dentro de una finca privada dedicada a labores agrícolas, a varios kilómetros del casco urbano de Cenicientos, muy cerca del límite con la provincia de Toledo.

Su lado nororiental está horadado, de tal suerte que se forma una especie de hornacina, de unos 2,40 metros de alto y 1,27 de ancho y una profundidad que oscila entre los 16 y 20 centímetros.

La oquedad presenta tres secciones: una cabecera semicircular lisa y dos espacios rectangulares apaisados, esculpidos. La situada en el centro es, sin duda, la más interesante, ya que aquí aparece una escena en bajorrelieve, donde se representan dos personas mirando a una tercera, todas ellas ataviadas con atuendos romanos.

En la tercera sección distinguida, pueden apreciarse dos siluetas borrosas de animales, una de las cuales podría corresponderse con un toro y la otra con una ternera o, tal vez, una cabra.

Estas dos figuras muestran un estado de conservación muy delicado, tras haber sido raspadas por el dueño de la finca, quien, harto de las continuas visitas a su propiedad, actuó de este modo con la intención de detener el flujo de curiosos.

Igual suerte corrió la leyenda que hay inscrita en una de las esquinas de la hornacina, por lo que resulta muy difícil descifrarla. En realidad, hay que hablar de dos inscripciones superpuestas: una medieval y otra realizada durante la dominación romana, que queda debajo.


Fotografía del Ayuntamiento de Cenicientos.

Mucho se ha especulado sobre la funcionalidad de este megalito. Quizá el estudio más concluyente al respecto sea el de la profesora Alicia M. Canto, a quien ya hemos citado en este blog, concretamente en el artículo dedicado a la Silla de Felipe II.

Para esta prestigiosa investigadora, estamos ante un sacellum o santuario rural, posiblemente del siglo II después de Cristo, que estuvo consagrado a la diosa Diana. Fue levantado por un tal Sisquinio para dar las gracias a la divinidad por algún favor concedido a su esposa.

Al menos, esto es lo que se desprende de la interpretación que hace la autora de las inscripciones semi-borradas y de la propia escena esculpida en la piedra. Podría entenderse que se está representando una ofrenda, con Sisquinio y su mujer como oferentes, y la diosa Diana, en actitud receptiva.

El megalito también fue un hito divisorio, dado su emplazamiento justo en la frontera oriental entre las provincias hispanas de Lusitania y Tarraconense, y una señal que advertía de la presencia inmediata de bosques sagrados, como parecen indicar las garras de oso que hay labradas en la zona trasera de la roca.

Alicia M. Canto apoya este último dato en un texto de Latinus Togatus, redactado en el siglo III después de Cristo: "si en un hito divisorio o sobre una piedra natural se representara la garra de un oso, significa que comienza un bosque [sagrado]".

Se concluye así que en el entorno de Cenicientos hubo antiguamente un bosque sagrado y que éste estuvo encomendado a Diana, diosa virgen de la caza y protectora de la naturaleza.


Fotografía del Ayuntamiento de Cenicientos.

Bibliografía consultada


La 'piedra escrita' de Diana en Cenicientos (Madrid) y la frontera oriental de Lusitania, de Alicia M. Canto. Universidad Autónoma de Madrid. Madrid, 1994

miércoles, 13 de enero de 2010

El Puente Mocha, de Valdemaqueda



El Puente Mocha se encuentra en el municipio madrileño de Valdemaqueda, sobre el río Cofio, en plena Sierra de Guadarrama. Consta de cuatro ojos de medio punto, en degradación, y de dos vanos laterales, integrados por sencillos dinteles de losas planas. Está realizado en sillería de granito en su parte baja, que deja paso a la mampostería en la alta. El tablero mide unos cuarenta metros de longitud y presenta una disposición alomada. Aguas arriba, aparecen tres tajamares triangulares, con sombreretes piramidales, cuya función es frenar el empuje del agua, principalmente durante las crecidas del río.


Es conocido popularmente como Puente Romano, si bien no existe consenso sobre la fecha en que fue levantado. Los autores que defienden un origen romano basan su hipótesis en las técnicas constructivas empleadas en la parte inferior del puente, principalmente la presencia de dovelas regulares y la utilización de relleno de hormigón, elementos muy característicos de la arquitectura romana. Según esta teoría, la mampostería que cubre toda la parte superior del puente y la rasante en forma de asno, típicas de la Edad Media, corresponderían a una posterior reconstrucción medieval.


Para otros autores, sin embargo, no hay elementos primitivos romanos, sino que la fábrica del puente es enteramente medieval y, más concretamente, bajomedieval, tal vez del siglo XIV.

Tajamares triangulares a ambos lados del arco central.

Existe una tercera teoría, que vincula el origen del puente con las obras del cercano Monasterio de El Escorial, en la segunda mitad del siglo XVI. Es posible que fuera levantado para facilitar el traslado hacia el Real Sitio de materiales de construcción que, como la madera y el granito, son muy abundantes en la zona. Según este planteamiento, los elementos arquitectónicos típicamente medievales que presenta el Puente Mocha, como su rasante alomada, obedecen a la persistencia de esta morfología hasta el siglo XVI, sobre todo en construcciones rurales.

Vista del tablero, con rasante en forma de asno.

Panorámica de Valdemaqueda, en cuyo término se encuentra el Puente Mocha.

Para llegar al puente, hay que recorrer un camino de unos cuatro kilómetros, rodeado de pinares, que parte del casco urbano de Valdemaqueda y, más en concreto, de la Avenida del Puente Romano.