La primera muralla con la que contó Buitrago fue levantada entre los siglos IX y XI, durante el periodo andalusí. Surgió en el contexto defensivo de la Marca Media, un vasto territorio situado en el centro peninsular, que los musulmanes habían fortificado para garantizar la defensa de Toledo, por medio de una jerarquizada red de plazas fuertes, atalayas y caminos militares.
Esta construcción no sólo no desapareció cuando se produjo la reconquista castellano-leonesa, sino que fue reforzada y ampliada por los cristianos para facilitar la repoblación de la zona.
Su apariencia actual es fruto de sucesivas intervenciones que se extendieron desde el siglo XI, una vez que el rey Alfonso VI (r. 1072-1109) se apoderó del enclave, hasta el siglo XV, cuando cesaron las luchas territoriales entre los diferentes señores feudales.
Para fortificar la plaza, los cristianos emplearon usos constructivos musulmanes -asimilados a través de los mudéjares-, como los que pueden verse en las escasas muestras de arquitectura militar andalusí existentes en la comunidad autónoma. Es el caso de las ruinas de Alcalá la Vieja, en Alcalá de Henares, y de la propia muralla árabe de Madrid.
Un claro ejemplo es el tipo de fábrica, consistente en mampostería encintada con ladrillo, por no hablar de la presencia de torres cuadrangulares, macizas y con escaso saliente, en lugar de las torres de planta circular, típicamente cristianas.
Descripción
La Muralla de Buitrago está situada en un pronunciado meandro del Lozoya, que le confiere una forma de triángulo escaleno. Los dos lados principales se encuentran a orillas del río, que actúa como una barrera defensiva natural, mientras que el tercero se eleva sobre tierra firme, en una zona de fácil acceso.
Es precisamente en esta parte, la más desprotegida físicamente, donde la muralla presenta una mayor envergadura, con nueve metros de altura y un grosor de tres metros y medio.
Este tramo, que recibe el nombre de adarve alto, es también el que reúne el mayor número de elementos defensivos: una barbacana de cuatro metros de alto, doce torres adosadas al paño, una coracha que aseguraba la toma de agua del río y un soberbio castillo del siglo XV, ubicado en uno de los extremos.
Aquí también se halla una de las tres entradas al recinto urbano. Se trata del acceso principal, protegido por la Torre del Reloj, una torre albarrana de 16 metros de altura, que da cobijo en su parte inferior, configurando un recodo, a una sucesión de arcos.
Los otros tramos, los que entran en contacto con el río, son conocidos como el adarve bajo, por la menor altura de los lienzos, apenas seis metros, con un grueso de unos dos metros.
Fueron levantados sobre un terreno muy escapardo, que hoy en día se encuentra anegado por las aguas del Embalse de Puentes Viejas, una de las muchas presas en la que es contenido el Lozoya a lo largo de su curso.
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