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lunes, 11 de mayo de 2015

San Isidro en sus diferentes iconografías

En la semana en que se celebra la festividad de San Isidro Labrador, queremos analizar, aunque sea someramente, las diferentes iconografías con las que el patrón de Madrid ha sido mostrado en la pintura y escultura.


'San Isidro Labrador', relieve de Luis Salvador Carmona (1753-61). Museo del Prado, Madrid.

No es posible determinar con absoluto rigor en qué momento vivió San Isidro, si bien diferentes investigadores, basándose en el Códice de Juan Diácono, un texto del siglo XII pretendidamente biográfico, aventuran que pudo nacer en 1082 y morir en 1172, a los noventa años de edad.

Pese a este origen, apenas nos han llegado representaciones medievales de su figura, más allá del arca funeraria existente en la Catedral de la Almudena, una pieza de finales del siglo XIII o principios del XIV, decorada con pinturas alusivas a sus milagros.

Se trata del documento gráfico más antiguo que se conoce del santo y, sin embargo, le separan al menos cien años de la época en que estuvo vivo.


Pintura de San Isidro en su arca funeraria (siglo XIII o XIV). Fuente: archimadrid.

En las citadas pinturas San Isidro lleva un sayo de mangas largas, un capote recogido a la altura de los hombros, una caperuza y abarcas como calzado.

Son atuendos típicos de un campesino de la Edad Media, algo que tiene toda su lógica, pero que no deja de sorprender, toda vez que, en la inmensa mayoría de obras que lo representan, se le ve con ropajes surgidos en periodos muy posteriores.

Estas vestimentas vuelven a hacer acto de presencia en la fotografía inferior, en la que se aprecia la talla policromada del siglo XIV que estuvo venerándose en la Parroquia de San Andrés y que se perdió durante el incendio que asoló la iglesia en 1936.


Talla de San Isidro (siglo XIV). Fuente: 'La Esfera' (14 de mayo de 1927).

Lo más curioso de esta escultura no son tanto las ropas medievales que se observan, como los atributos incorporados, ya que no son los de un labrador, sino los de un pastor.

La vinculación del santo con este oficio se explica por la creencia de que el rey Alfonso VIII salió victorioso de la Batalla de las Navas de Tolosa gracias a la mediación milagrosa de un pastor, que después sería identificado con San Isidro.

Pero si existe una imagen reconocible del patrón madrileño, ésa es, sin duda, la que se forjó en el primer tercio del siglo XVII, una vez que se procedió a su beatificación en 1620 y, ya definitivamente, con su canonización dos años después, junto con San Ignacio de Loyola, Santa Teresa de Jesús, San Francisco Javier y San Felipe Neri.


Grabado de Matheu Greuter (1622).

Esta quíntuple canonización fue todo un acontecimiento para el mundo católico, como así demuestra el grabado conmemorativo que Matheu Greuter hizo para la ocasión, donde quedaban plasmados los cinco santos y, en la parte central, la ceremonia que tuvo lugar en el Vaticano.

Haciéndose eco de la iconografía que ya se venía fraguando, el dibujo presentaba a San Isidro vestido con un sayo abotonado, calzones hasta media pierna y botas, como si fuera un labrador acomodado del siglo XVII.

Su difusión contribuyó a consolidar unas señas que, con alguna que otra alteración, se han venido repitiendo insistentemente a lo largo del tiempo, tanto en nuestro país como fuera de él.


'Isidor von Madrid', talla de Ignaz Günther (1762). Monasterio de Rott am Inn (Bavaria, Alemania). Fuente: Oberense.

Aunque no se sabe cómo era su físico, lo más frecuente es que el santo aparezca con melena, barba o, al menos, perilla y bigote. Por la observación de sus restos mortales (recordemos que su cuerpo incorrupto ha sido exhumado en varias ocasiones), se intuye que medía 1,80 metros de alto y que estaba bien formado, rasgos que las distintas representaciones se encargan de enfatizar.


'Saint Isidore', talla anónima del siglo XVIII. Iglesia de Sainte-Croix, La Croix-Helléan (Bretaña, Francia). Fuente: Wikimedia Commons.

Con respecto a sus atributos, éstos están relacionados con la agricultura. Aparejos como la pala, la aguijada, el azadón, el arado de mano, la guadaña o el mayal suelen combinarse con gavillas de trigo y otros símbolos de la recolección.


'San Isidro Labrador', anónimo boliviano del siglo XIX. Joslyn Art Museum, Omaha (Nebraska, Estados Unidos).

Los milagros más recurrentes en la iconografía son el de los bueyes y el de la fuente. En este último caso, San Isidro porta el cayado con el que milagrosamente hizo brotar agua, cuando su señor, Iván de Vargas, le pidió de beber.


'Saint Isidore', talla anónima. Abadía de Saint Gildas, Saint Gildas de Rhuys (Bretaña, Francia). Fuente: Wkimedia Commons.

Este patrón se mantiene, en líneas generales, a escala internacional, aunque con lógicas variantes locales. Las más llamativas sean tal vez las de la región francesa de Bretaña, donde el santo madrileño tiene un gran predicamento.

Aquí es frecuente verlo sin barba y vestido con el traje típico bretón (pantalón ancho abombado, chaleco bordado y chaqueta azul con botones decorativos, conocida como 'chuppen').


Cartel de las Fiestas de San Isidro de 1947. Museo de Historia, Madrid.

lunes, 22 de diciembre de 2014

Feliz Navidad 2014

Una vez más nos servimos del arte para dar forma a nuestra felicitación navideña. Este año elegimos esta magnífica Adoración de los Reyes de Pedro Núñez del Valle, uno de los principales representantes de la Escuela Madrileña de Pintura, que floreció durante el Siglo de Oro.


Museo del Prado. Madrid.

Pedro Núñez del Valle nació en Madrid, probablemente a finales del siglo XVI, ciudad en la que desarrolló la mayor parte de su carrera. Trabajó para la Corte en la decoración del Real Alcázar y de la Ermita de San Juan del Buen Retiro, así como para diferentes instituciones religiosas, como el desaparecido Convento de la Merced, cuyo derribo dio lugar a la actual Plaza de Tirso de Molina.

Fue uno de los pocos artistas españoles de su época que viajó a Italia para formarse. Se sabe que estuvo viviendo en Roma entre 1613 y 1614, donde entró en contacto con el tenebrismo de Miguelangelo Caravaggio (1571-1610) y el clasicismo del movimiento romano-boloñés, que surgió como oposición a aquel.

Murió en el año 1649, cuando aún no había concluido la ornamentación del Coliseo del Buen Retiro, en la que participó bajo las órdenes de Francisco Rizi (1614-1685).













La influencia italiana está presente en toda su obra y, muy visiblemente, en el cuadro que nos ocupa, que Núñez del Valle finalizó hacia 1631, sin que se conozca la persona o entidad que procedió a su encargo.

Aunque para la composición el autor se inspira en una estampa del grabador alemán Martin Schongauer (1448-1491), el tratamiento ennoblecido que le da a la escena remite a un clasicismo claro, en la línea de pintores como Guido Reni (1575-1642) o Annibale Carracci (1560-1609). Técnicamente se aproxima a Caravaggio, en especial en lo que concierne al uso de la luz.



















Con esta impresionante Adoración de los Reyes como telón de fondo, os hacemos llegar nuestros mejores deseos para esta Navidad y para el año que viene, en el que esperamos renovar nuestras ilusiones. Vaya por delante nuestro más sincero agradecimiento, por todo vuestro apoyo y fidelidad. Muchas felicidades.

Nota

El lienzo Adoración de los Reyes, de Pedro Núñez del Valle, fue adquirido en 1992 por el Museo del Prado, gracias al legado testamentario de Manuel Villaescusa Ferrero (1922-1991). Forma parte de la exposición permanente.

lunes, 25 de agosto de 2014

Bañarse en el Manzanares (2)

Hace más de cuatro años publicamos el reportaje "Bañarse en el Manzanares", en el que, por medio de fotografías antiguas, dábamos cuenta de esta vieja costumbre, que, por increíble que parezca, todavía pervive en lugares como el Monte de El Pardo o, fuera de la capital, La Pedriza.

Hemos encontrado nuevas imágenes, la mayoría de los años treinta del siglo XX, cuando las excursiones a los tramos agrestes del río empezaron a popularizarse entre las familias madrileñas. Pero también hay fotos urbanas, aunque, en este caso, no se ven familias, solamente niños, a quienes no parecía importarles que el Manzanares estuviese canalizado.

















Siguiendo un orden cronológico, comenzamos con esta fotografía de 1930, en la que creemos reconocer el Puente de San Fernando. Llama la atención la mezcolanza de tipos que se dan cita en el lugar, desde personas vestidas de calle hasta bañistas ataviados como tales, pasando por niños que van completamente desnudos.

















Continuamos en el año 1930. La búsqueda de enclaves naturales, donde la calidad de las aguas era mayor, era una constante en las excursiones al río. Las riberas arenosas, libres de vegetación, eran las más concurridas por los bañistas.














La escasa profundidad de las aguas permitía que los niños se bañaran sin apenas peligro, más allá de determinadas zonas de charcas o pozas, estas últimas provocadas por la extracción de arenas. La fotografía es de 1931.

















Nos situamos ahora en 1933, en el tramo urbano del río. La primera canalización del Manzanares nunca fue un obstáculo para los bañistas. Muy al contrario, las pequeñas presas que salpicaban el cauce constituían auténticas piscinas naturales, a las que acudían niños y adolescentes.















Esta imagen de 1934, tomada a la altura del Puente de Segovia, corrobora la idoneidad de la primera canalización para la práctica del baño. El canal tenía una inclinación muy suave, que posibilitaba un acceso muy cómodo al cauce.















La apertura de la Playa de Madrid en 1932 supuso un punto de inflexión, al dignificar al río y a los bañistas. Considerada la primera playa artificial que se construyó en España, estaba articulada alrededor de un embalse de 80.000 metros cúbicos, en las cercanías del Hipódromo de la Zarzuela.















No abandonamos la Playa de Madrid, un complejo que, además del baño, permitía la realización de otras actividades recreativas, entre ellas los paseos en barca, como éste que vemos en la imagen superior, captada en julio de 1933.



Las excursiones que se hacían al Manzanares durante los meses estivales han generado miles de fotografías personales, convertidas hoy día en verdaderos documentos históricos. Aquí vemos a un niño posando junto al río, en el año 1946.













El Puente de los Franceses era uno de los sitios preferidos para el baño, tal vez por su ubicación a medio camino entre la parte urbana y los parajes silvestres. La imagen es de la década de los cincuenta.













Y terminamos en 1955, en las inmediaciones de Puerta de Hierro. Varias personas se refrescan los pies en la corriente, haciendo honor al embajador Rhebiner, cuando pronunció la lapidaria frase de que el Manzanares era "el mejor río de Europa" pues tenía la ventaja de ser "navegable a coche y a caballo". Y, por supuesto, a pie.

lunes, 14 de abril de 2014

La Semana Santa de Madrid, tal y como era (2)

Con esta segunda entrega damos por concluida la serie dedicada a las tallas religiosas que, por alguna que otra razón, ya no desfilan en la Semana Santa madrileña.

'Virgen de la Soledad'

La Virgen de la Soledad es una de las grandes aportaciones madrileñas a la imaginería católica, tanto a escala nacional como internacional. Esta talla fue realizada por el artista andaluz Gaspar Becerra (1520-1568), a petición de Isabel de Valois (1546-1568), la tercera esposa de Felipe II (1527-1598). 

La reina le encargó que materializase escultóricamente un cuadro en el que aparecía una Virgen arrodillada, detrás de una cruz vacía. La estatua debió terminarse hacia 1561, cuando Madrid fue proclamada capital de España.


Talla original de Gaspar Becerra (anterior a 1925). Fototeca del Patrimonio Histórico.

Fue María de la Cueva y Álvarez de Toledo, condesa de Ureña y camarera de la soberana, quien sugirió el atuendo de la talla, así como su nombre. Tal vez influida por la reciente pérdida de su marido, propuso llamarla Nuestra Señora de la Soledad y donarle uno de sus vestidos de viuda, la característica saya blanca y manto negro que, en tiempos de los Austrias, utilizaban las nobles castellanas cuando enviudaban.

La Soledad se convirtió muy pronto en una de las imágenes marianas más populares de Madrid, por no decir la que más. En 1565 fue bendecida y llevada al Convento de la Victoria, situado muy cerca de la Puerta del Sol, en la actual Calle de Espoz y Mina, donde llegó a tener una capilla propia, construida como un anexo en 1611.

El 21 de mayo de 1567 fue fundada la Cofradía de Nuestra Señora de la Soledad y en 1568 tuvo lugar su primera salida procesional en una Semana Santa. La costumbre era llevar a la Virgen hasta el alcázar, donde era recibida por la Familia Real.


La 'Virgen de la Soledad' procesionando cerca de la Plaza de la Armería (anterior a 1936).

Tras la Desamortización de Mendizábal, que supuso el derribo del Convento de la Victoria, la talla fue trasladada en 1837 a la Colegiata de San Isidro, en la Calle de Toledo. Aquí estuvo apenas un siglo, ya que, en 1936, nada más comenzar la Guerra Civil, fue pasto de las llamas.

A pesar de su desaparición, hoy día existen miles de copias de la Soledad, tanto pictóricas como escultóricas, que se encuentran repartidas por todo el mundo católico. En Madrid se conservan numerosas réplicas (sin ir más lejos, el popular lienzo de la Virgen de la Paloma), algunas de las cuales procesionan en Semana Santa. Es el caso de la talla que se custodia en la Parroquia de San Ginés, del siglo XVIII.

'Cristo de la Agonía y de la Buena Muerte'

El Cristo en la Calle del Arenal. Años cincuenta del siglo XX.

Las procesiones del Cristo de la Agonía y de la Buena Muerte dieron comienzo en 1881 y finalizaron en el último tercio del siglo XX. La primera talla, realizada en el siglo XVII por el artista vallisoletano Pedro Alonso de los Ríos (1641-1702), fue quemada durante la Guerra Civil (1936-1939). 

En 1940 el imaginero Enrique Cuarteto hizo una nueva escultura, que se venera actualmente en la Iglesia de San Andrés, aunque con el nombre del Cristo del Perdón. En la fotografía adjunta podemos apreciar esta última pieza, desfilando junto a San Ginés.

'La Piedad'

'La Piedad' en la Calle Mayor. Años diez del siglo XX.

La Piedad fue tallada en madera por Juan Adán (1741-1816), un artista que llegó a ser escultor de cámara del rey Fernando VII. A diferencia de otros conjuntos que estamos comentando, la imagen primitiva sí que ha llegado a nuestros días, aunque lejos de la Iglesia de las Escuelas Pías de San Fernando, en la Calle del Mesón de Paredes, a la que pertenecía. 

Con la desaparición de este templo durante la Guerra Civil, fue trasladada en un primer momento a un local del barrio de Argüelles y finalmente al Convento de los Padres Escolapios de Pozuelo de Alarcón. Hoy día no procesiona.


La talla en su ubicación de Pozuelo de Alarcón. Fuente: Forocofrade.

'Cristo de los Alabarderos'

Hablar del Cristo de los Alabarderos, como popularmente se conoce al Santísimo Cristo de la Fe, es hablar de seis tallas escultóricas. La original, de estilo barroco, se veneraba en la Iglesia de San Sebastián, en el Barrio de las Letras, y empezó a procesionar en el primer tercio del siglo XVII, aunque no fue hasta 1753 cuando los alabarderos del Palacio Real comenzaron a portarla.


El 'Cristo de los Alabarderos' por la Calle Mayor (anterior a 1936).

En 1806 el imaginero Ángel Monasterio realizó un segundo Cristo, que se rompió en pedazos al caerse en la salida de 1835. Un año después José Piqué Duart hizo uno nuevo, que apenas duró un siglo, ya que en noviembre de 1936, recién estallada la Guerra Civil, desapareció durante unos bombardeos.

Finalizada la contienda, Ricardo Font realizó una cuarta escultura, que estuvo saliendo hasta el último tercio del siglo XX. Esta imagen no se ha perdido, sino que se guarda en la Parroquia de San Sebastián, aunque su estado de conservación no es muy bueno.


El paso en la Plaza de Oriente (hacia 1910).

A principios del siglo XXI se quiso recuperar la procesión del Cristo de los Alabarderos, razón por la cual José Antonio Martínez Horche recibió el encargo de hacer una nueva figura. Sin embargo, no es ésta la que desfila en el momento actual, sino una obra de Felipe Torres Villarejo, terminada en 2008.

El Cristo de los Alabarderos se custodia en la Iglesia Catedral Castrense, en la embocadura de la Calle del Sacramento con la Calle Mayor. Cada Viernes Santo sale en procesión, desde la Puerta del Príncipe del Palacio Real.


El Cristo desfilando por la Calle Mayor (año 1929).

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- La Semana Santa de Madrid, tal y como era (1)

lunes, 7 de abril de 2014

La Semana Santa de Madrid, tal y como era (1)

Iniciamos una serie de dos reportajes, dedicada a las tallas religiosas que la Semana Santa madrileña ha perdido, bien porque fueron destruidas, bien porque, aún conservándose, dejaron de procesionar por las calles de la ciudad. No pretendemos hacer un compendio de todas ellas, sino que hemos seleccionado diez, que creemos pueden ser representativas.

Para ilustrarlas nos valemos de diferentes fotografías históricas, recopiladas por la red, la mayoría correspondientes al primer tercio del siglo XX, cuando la Semana Santa madrileña solamente tenía una procesión, la de Viernes Santo.

Estaba formada por un nutrido grupo de pasos, pertenecientes a todas las cofradías de la capital, que, partiendo de sus respectivas parroquias, terminaban confluyendo en la Calle Mayor, desde donde se dirigían al Palacio de Oriente para rendir honores a la Familia Real (ésta solía presenciar el desfile desde el balcón del Salón del Trono).

La celebración de una única procesión fue una decisión tomada por el Consejo del Rey en 1805. Hasta entonces había procesiones prácticamente todos los días de la Semana Santa, que, según las crónicas de la época, eran tan multitudinarias como poco decorosas e, incluso, peligrosas. De ahí que la monarquía tomara cartas en el asunto unificando y regulando las salidas.

'El Descendimiento'

Comenzamos con El Descendimiento (siglo XVII), uno de los pasos más relevantes de la Semana Santa madrileña, cuyos valores artísticos fueron resaltados por Antonio Ponz en su Viaje de España (1772), así como por Mesonero Romanos, en diferentes escritos.



Obra del escultor madrileño Miguel Rubiales (1642-1702), se veneraba en la iglesia del Convento de Santo Tomás, en la Calle de Atocha, de donde salía en procesión cada Viernes Santo. Aunque este templo fue pasto de las llamas en 1875, entendemos que la imagen logró salvarse, a juzgar por la fotografía incluida, que parece tener una factura muy posterior. Desconocemos en qué momento pudo desaparecer.

'Los Azotes'

'Los Azotes' a su paso por la Calle Mayor.

Otro de los grupos escultóricos perdidos es el de Los Azotes (siglo XVIII), que vemos en la imagen superior portado por ocho cargadores, a su paso por la embocadura de la Calle del Sacramento con la Calle Mayor. Se encontraba en el Hospital de San Juan de Dios, fundado en el siglo XVI por Antón Martín en la plaza que lleva su nombre y derribado a mediados del siglo XIX. Su autor fue el escultor granadino Pedro Hermoso (1763-1830).

'El Prendimiento'


En 1910 el imaginero murciano Manuel Sánchez Araciel (o tal vez su hermano Francisco) hizo el paso que vemos en las fotografías adjuntas. Conocido como El Prendimiento o El Beso de Judas, se trataba de una copia de la obra homónima de Francisco Salzillo (1707-1783), que se conserva en Murcia.

El paso en la Plaza de Oriente. Años veinte del siglo XX.

El grupo escultórico estuvo en la Iglesia de San Cayetano, en la Calle de Embajadores, hasta el año 1931, cuando fue donado a una cofradía de la Catedral de Ávila. Este traslado le salvó del incendio que sufrió la parroquia en 1936, poco después del estallido de la Guerra Civil. Hoy día es uno de los pasos más destacados de la Semana Santa abulense.


'El Prendimiento' por la Calle Mayor. Viernes Santo de 1913.

'La Caída' y 'La Santa Cena'

Además de El Prendimiento, Manuel Sánchez Araciel realizó otras dos copias de Francisco Salzillo, que se guardaban en la Colegiata de San Isidro. Una de ellas era La Caída, concluida en 1910, que vemos en la fotografía inferior.


'La Caída' frente al Palacio Real. Años veinte del siglo XX.

El otro paso era La Santa Cena, hecho en 1919, que, dada su particular disposición, tenía que desfilar en horizontal. Aquí lo vemos en una imagen precisamente de 1919, en su primera salida por las calles madrileñas.


'La Santa Cena' por la Puerta del Sol (año 1919).

Al igual que El Prendimiento, los grupos de La Caída y de La Santa Cena fueron trasladados en 1931 a Ávila, donde procesionan cada Viernes Santo.

'Cristo de la Vida Eterna'

La fotografía inferior nos muestra la talla original del Cristo de la Vida Eterna, desfilando junto al Palacio Real. Atribuido al escultor toledano Juan de Mena (1707-1784), este Cristo yacente desapareció en 1936, al comienzo de la Guerra Civil. 

En 1941 la cofradía titular le encargó a Jacinto Higueras una nueva escultura y, cinco años después, Francisco Palma Burgos (1918-1985), uno de los imagineros más importantes del siglo XX, haría un nuevo paso. Su procesión, denominada del Santo Entierro, sigue celebrándose en la actualidad, con salida desde la Parroquia de Santa Cruz, en la Calle de Atocha, donde el Cristo se custodia.


El paso a su llegada al Palacio Real. Años veinte del siglo XX.

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La segunda y última entrega de esta serie se centra en el Cristo de los Alabarderos, el Cristo de la Agonía y de la Buena Muerte, La Piedad y la Virgen de la Soledad.

lunes, 23 de diciembre de 2013

Feliz Navidad 2013

Nuestra felicitación de Navidad llega de la mano de Francisco Rizi (1614-1685), uno de los principales representantes de la Escuela Madrileña de Pintura, que floreció durante el barroco. Este pintor hizo numerosos cuadros de tema navideño, entre los que nos atrevemos a destacar la serie perteneciente al Retablo de la Natividad, del desaparecido Convento de Santa María de los Ángeles.

El citado monasterio fue fundado en 1564 por la dama portuguesa Leonor de Mascarenhas (1503-1584), aya del rey Felipe II y de su hijo Carlos de Austria, en un solar situado en la Costanilla de los Ángeles, junto a Santo Domingo el Real. Fue derribado tras la desamortización de 1836.

En este convento el caballero Andrés de la Torre se hizo construir una capilla funeraria, donde estuvo el retablo que ahora nos ocupa. Éste constaba de cinco pinturas, todas realizadas por Francisco Rizi, excepción hecha de un anónimo napolitano.

El artista trabajó en este proyecto hacia 1670 con obras de pequeño formato, que, por su pincelada suelta, como correspondía a su manera de pintar en esos momentos, fueron catalogadas como bocetos, una vez demolido el convento.



De todas ellas, la más interesante es, sin duda alguna, La Anunciación, actualmente en el Museo del Prado, una pequeña obra maestra que llama la atención por su exquisito colorido y su composición dinámica pero, al mismo tiempo, contenida. Estaba colgada en la parte superior del retablo, justo encima del anónimo napolitano antes señalado, dedicado al nacimiento de Cristo.



En la franja inferior del retablo, en el sagrario, había otros tres lienzos de Rizi, que apenas alcanzaban los 60 centímetros de alto: la Adoración de los Reyes Magos (arriba), la Presentación en el templo (abajo) y un Ecce Homo. Los dos primeros se conservan en el Museo del Prado y el último en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.



Sirvan estas pinturas para ilustrar nuestra felicitación navideña. Nuestros mejores deseos para estas fiestas y también para el nuevo año que viene. Ojalá llegue plagado de buenas noticias, especialmente en lo que se refiere a la recuperación y conservación del patrimonio madrileño.

lunes, 12 de agosto de 2013

El verdadero origen del lienzo de la Paloma

A diferencia de otras imágenes marianas, la Virgen de la Paloma no es una talla escultórica, sino un sencillo lienzo de limitado valor artístico, que ni siquiera es original, sino una de las muchas copias que se hicieron en el pasado de la Virgen de la Soledad.

Su origen, por tanto, hay que buscarlo en esta última advocación, una de las más veneradas del mundo católico, que, como veremos a continuación, también surgió en Madrid. 


Virgen de la Paloma. Anónimo del siglo XVIII. Iglesia de San Pedro el Real o de la Paloma.

Cuando Isabel de Valois (1546-1568), la tercera esposa de Felipe II (1527-1598), llegó a España, se trajo consigo una pintura por la que sentía gran aprecio. En ella se representaba a una Virgen arrodillada, detrás de una cruz vacía.

La reina encargó a Gaspar Becerra (1520-1568) que materializara en una escultura la imagen del cuadro. Siguiendo la costumbre de la época, el artista andaluz realizó una estatua vestidera, que debió acabar hacia 1561, año en el que Madrid fue proclamada capital de España. 


Virgen de la Soledad, de Gaspar Becerra (anterior a 1925). Fototeca del Patrimonio Histórico.

Fue María de la Cueva y Álvarez de Toledo, condesa de Ureña y camarera de la soberana, quien sugirió el atuendo de la talla, así como su nombre. Tal vez influida por la reciente pérdida de su marido, propuso llamarla Nuestra Señora de la Soledad y donarle uno de sus vestidos de viuda, la característica saya blanca y manto negro que, en tiempos de los Austrias, utilizaban las nobles castellanas cuando enviudaban.

"Cierto que supuesto que este misterio de la Soledad de la Virgen parece que quiere decir cosas de viudas, que si se pudiese vestir como viuda, de la manera que yo ando, que me holgaría, porque tuviese yo también parte en esto y pudiese servir a Nuestra Señora con un vestido y tocas como estas mías".


Convento de la Victoria, según dibujo de E. Lettre.

La imagen fue bendecida en 1565 y llevada al desaparecido Convento de la Victoria, situado muy cerca de la Puerta del Sol, en la actual Calle de Espoz y Mina, donde fue objeto de una intensa devoción por parte de los madrileños. En muy poco tiempo, logró convertirse en la Virgen más popular de Madrid.

En 1567 se fundó la Cofradía de Nuestra Señora de la Soledad, que la procesionaba cada Viernes Santo. En 1611 fue construida una capilla propia para la talla, anexa al Convento de la Victoria, que tuvo que ser ampliada en 1660, ante el incesante desfile de fieles.


Virgen de la Soledad, de Gaspar Becerra, procesionando (anterior a 1936).

La Soledad fue copiada hasta la saciedad entre los siglos XVI y XVIII. No hubo iglesia española que no contara con una réplica, ya fuera escultórica o pictórica. Además, la costumbre madrileña de sacarla en procesión en Viernes Santo fue adoptada por numerosas congregaciones religiosas de todo el país.

El patrocinio regio del que gozaba la advocación facilitó también su expansión internacional, en concreto por los dominios hispanos de Europa, América y Filipinas, gracias a una iconografía que encajaba perfectamente con los principios de la Contrarreforma.

El investigador Armando Rubén Puente estima que, durante el barroco, hubo al menos veintisiete pintores en Madrid que hacían copias “a un ritmo de dos o tres por semana”.

Según este autor, el Museo del Prado guarda en sus almacenes nueve pinturas que siguen el patrón de la Soledad, mientras que en iglesias y conventos de la ciudad se contabilizan aproximadamente veinte. Entre ellas cabe citar la existente en el humilladero de la Calle de Fuencarral.


Virgen de la Soledad. Anónimo del siglo XVII.

Una de esas copias fue la que, a principios de 1787, dio origen a la advocación de la Virgen de la Paloma, que, pese a ser relativamente reciente, se ha convertido en una de las de mayor fervor de la capital, hasta el punto de desplazar a la Soledad, de la que procede.

Su historia es muy conocida. Al parecer, unos niños estaban jugando en los llamados Corrales de la Paloma con una tela pintada con la Virgen de la Soledad, cuando Isabel Tintero, una vecina del barrio, los convenció para que se la entregaran, a cambio de unas monedas.

La mujer instaló el lienzo en un altar dentro de su propia vivienda, que pronto se convirtió en un lugar de peregrinación. En 1796 se edificó una capilla en condiciones, que quedó bajo la advocación de Nuestra Señora de la Soledad, si bien el nombre que se impuso fue el de la Paloma, en alusión a la calle donde había sido levantada.

La capilla fue derribada en 1896. Ese mismo año empezaron las obras de la iglesia neomudéjar que ha llegado a nuestros días, tal y como la proyectó el arquitecto Lorenzo Álvarez Capra (1848-1901). Fue inaugurada el 23 de marzo de 1912.


Iglesia de San Pedro el Real o de la Paloma, altar mayor (anterior a 1936). Fototeca del Patrimonio Histórico.

¿Y qué pasó con la primitiva Virgen de la Soledad? Tras la Desamortización de Mendizábal, que supuso el derribo del Convento de la Victoria, la talla de Gaspar Becerra fue trasladada en 1837 a la Colegiata de San Isidro, en la Calle de Toledo.

Aquí estuvo apenas un siglo, ya que, en 1936, nada más comenzar la Guerra Civil, desapareció en un incendio. De todos modos, el templo cuenta con otra imagen de la Soledad, que fue labrada en el siglo XIX.

lunes, 8 de abril de 2013

Los oficios del Manzanares

El Manzanares ha sido históricamente una importante fuente de riqueza para Madrid. Alrededor del río se han forjado diferentes oficios, actualmente desaparecidos, que han sido clave para el desarrollo social y económico de la villa.

Hortelanos

La explotación del Manzanares con fines agropecuarios se remonta a los orígenes de la propia ciudad, como así atestigua el topónimo de la Cuesta de la Vega, uno de los más antiguos del callejero madrileño. Desde aquí se bajaba a las vegas del río, donde proliferaban las huertas, los sembrados y las praderas.

En uno de estos campos podemos imaginar a San Isidro Labrador, arando o, más bien, rezando, tal y como refleja esta pintura, posiblemente del siglo XVII, conservada en la Colegiata de Pastrana (Guadalajara). En ella puede verse el milagro de los bueyes, con el santo encomendado a Dios en la margen derecha del río.



Pescadores

La pesca en el Manzanares empezó a regularse el año 1202, cuando fue sancionado el Fuero de Madrid. Esta norma establecía un periodo de veda en el río, "desde el día de Pascua del Espíritu Santo o Cincuesma hasta San Martín", al tiempo que marcaba los precios de los distintos pescados (barbo, boga y especies menudas).



El oficio de pescador perduró en la ciudad hasta bien entrado el siglo XX. Así queda patente en la fotografía que adjuntamos, realizada por Ragel en 1917, y también en esta crónica que el diario La libertad publicó tres años después:

"Por haber, hay pescadores de red y de caña y hasta de mano, que persiguen a la anguila o al pez travieso o a la suculenta rana. La hora de la pesca, que se inicia al amanecer y termina a la mitad del día, es algo muy curioso y pintoresco, que da honra y relieve al río".

Molineros

A finales de la Edad Media había al menos ocho molinos en el tramo madrileño del Manzanares (Frailes, Migascalientes, Arganzuela, Ormiguera, Pangía, Torrecilla, María Aldínez y Mohed).

Pese a ello, la harina siempre fue un bien escaso en Madrid, que, en más de una ocasión, estuvo desabastecida de pan. Ni siquiera se llegaba con el llamado "pan de registro", con el que contribuyeron forzosamente los pueblos de la periferia durante los siglos XVII y XVIII.

Algunos de estos molinos (o, mejor dicho, sus restos) quedaron al descubierto durante las obras de soterramiento de la M-30. Es el caso del Molino Quemado o de María Aldínez, levantado a la altura de San Antonio de la Florida, según podemos ver en esta imagen de procedencia municipal.



Bañeros

La costumbre de bañarse en el Manzanares es muy antigua, aunque fue en el Siglo de Oro cuando quedó inmortalizada con la visión irónica y despiadada de los grandes literatos de la época. Luis Vélez de Guevara llegó a decir que "el río Manzanares se llama río porque se ríe de los que van a bañarse en él no teniendo agua".

No obstante, el oficio de los bañeros surgió con posterioridad, probablemente en el siglo XIX. Estaban al frente de unas curiosas instalaciones de baño, consistentes en unos pozos excavados en las márgenes del río, que se cubrían con una barraca de esteras para preservar la intimidad de los bañistas.

Ni que decir tiene que tales establecimientos fueron objeto de mofas y burlas. La viñeta satírica del dibujante Ortego, publicada en 1863 por El Museo Universal, ha pasado a la historia por su mordacidad. De ella extraemos el siguiente fragmento.



Areneros

La extracción de arenas del río ha sido una práctica recurrente a lo largo del tiempo. Los areneros se introducían en el cauce con sus carros de bueyes o mulos y, una vez completada la carga, trasladaban las arenas para ser usadas como material de construcción.

Uno de los caminos más utilizados era la llamada Cuesta de los Areneros, que comunicaba el Manzanares con la actual Calle del Marqués de Urquijo. La siguiente fotografía de Otto Wünderlich da cuenta de este oficio.



Barqueros

Un Manzanares surcado por barcas es una imagen que cuesta imaginar. Aún así, diferentes investigadores sostienen que, en algunos momentos puntuales de la historia, hubo dispuesta una barca para poder cruzar la corriente.

Cabe entender que ello fuera así en la Edad Media, antes de que se edificara la Puente Segoviana, precedente del actual Puente de Segovia, e incluso, una vez en pie, cuando se producían roturas en la estructura, generalmente provocadas por las crecidas del río.

En los siglos XVIII y XIX, la navegación fue posible gracias al Real Canal del Manzanares, que comunicaba fluvialmente el Puente de Toledo con la localidad de Vaciamadrid. Fue utilizado, de modo preferente, para el transporte de materiales de construcción, en especial yesos.



También hubo barcas en el Manzanares en el siglo XX, pero, eso sí, para uso recreativo y valiéndose de aguas represadas. Es el caso de la Playa de Madrid, una playa artificial construida en 1932 en el Monte de El Pardo, y del desaparecido embarcadero del Puente de Segovia, que estuvo en funcionamiento hasta los años setenta.

Lavanderas

Vamos ahora con las lavanderas, el oficio vinculado al Manzanares que ha recibido una mayor atención por parte de ilustradores, fotógrafos y pintores.

Hasta el primer tercio del siglo XX, las riberas del río estuvieron pobladas de lavaderos y tendederos, que ofrecían una imagen de Madrid entre insólita y miserable, como puede comprobarse en la fotografía inferior, tomada hacia 1905, aguas abajo del Puente Verde de la Florida.



El trabajo de las lavanderas era especialmente sacrificado y, además, estaba muy mal considerado. En el siglo XVIII, se tenía una imagen de ellas como de mujeres disolutas, dispuestas sexualmente, casi bordeando la prostitución.

En el siglo XIX mejoró su reputación y también sus condiciones de trabajo, gracias a la construcción en la Glorieta de San Vicente de un asilo, donde las lavanderas podían dejar a sus hijos pequeños durante la jornada laboral.



Y terminamos con estas dos imágenes históricas, una captada en 1900 en el entorno del Puente de Segovia con un grupo de lavanderas en un momento de descanso, y la otra fechada en 1915, en la que puede verse a dos lavanderas en plena faena, con San Francisco el Grande como telón de fondo.