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lunes, 4 de mayo de 2015

La Fuente de Recoletos

En nuestro empeño por descubrir las fuentes históricas de Madrid, nos detenemos en la que estuvo ubicada en el Paseo de Recoletos, llamada del Tritón, por ser éste su grupo escultórico principal, aunque popularmente era conocida con el nombre de la calle que le servía de enclave.


Fotografía de Alfonso Begué (1864).

Esta fuente fue encargada en el siglo XVIII por Joaquín Manrique de Zúñiga (1728-1783), Conde de Baños, para decorar los jardines de su palacio, situado en pleno Paseo de Recoletos, entre las calles de Escurial Alta (actualmente Almirante) y de San Joseph (denominada posteriormente Costanilla de la Veterinaria y hoy día Bárbara de Braganza).

Es probable que fuera instalada en el último tercio del citado siglo, a partir de una remodelación realizada en los jardines, que dio lugar a la creación de dos niveles, denominados Jardín Alto y Jardín Bajo, y a un nuevo trazado de aire francés. Todo ello hizo de estos jardines uno de los más célebres de la villa.

Podemos comprobar este extremo en los planos de Nicolás de Chalmandrier, de 1761, y de Tomás López, de 1785, separados por un intervalo de tiempo de veinticuatro años. Mientras que en el primero los jardines se estructuran en simples cuadrantes, en el segundo se observa un diseño más elaborado, organizado, en lo que respecta al Jardín Bajo, alrededor de una plazoleta central, que imaginamos presidida por la Fuente del Tritón.


Arriba, plano de Nicolás de Chalmandrier (1761). Abajo, plano de Tomás López (1785).

Los jardines del Conde de Baños fueron transformados en el año 1834 en el Jardín de las Delicias, el primer jardín de pago con el que contó la ciudad. Era accesible desde la Calle de Almirante, previo pago de una entrada de cuatro reales, que daba derecho al disfrute de las zonas verdes y recreativas, además de a la asistencia de conciertos y bailes.

En cierto modo, su apertura fue una reacción a una intensa campaña de prensa, iniciada por Mariano José de Larra, en la que se denunciaba que Madrid, a diferencia de otras capitales europeas y de la propia Barcelona, carecía de este tipo de espacios.

La puesta en marcha de este recinto no exigió demasiados cambios en el trazado dieciochesco, más allá de nuevos elementos ornamentales, acordes con el gusto romántico del momento, y de diversas instalaciones dedicadas al ocio, que se añadieron a las viejas construcciones, entre ellas la fuente que nos ocupa.


Dibujo publicado por 'La Ilustración Española y Americana' (1870).

Tres décadas después, en 1864, se acometió el ensanche del Paseo de Recoletos, por el cual éste adquirió sus dimensiones actuales. Lejos de ser destruida, la Fuente del Tritón quedó incorporada al nuevo ancho de la vía, aunque en una rasante inferior, junto con una parte del primitivo Jardín Bajo.


Plano de Otto Neussel (1877), con el paseo ensanchado y el Circo Price edificado.

Sobre los terrenos del Jardín Alto, Thomas Price levantó en 1868 el circo que llevaría su apellido, según un proyecto del arquitecto Pedro Vidal. Estaba hecho en madera y tenía una pista central, de planta circular.

El Circo Price estuvo en este lugar hasta 1880, año en el que sería inaugurado su nuevo local de la Plaza del Rey. En el solar que quedó libre la Duquesa de Medina de las Torres ordenó construir en 1881 su palacio residencial, obra de Agustín Ortiz de Villajos, que sirve de sede en la actualidad a la Fundación Mapfre.


La fuente y el Circo Price en un grabado de la época.

Fue el comienzo del declive de la Fuente del Tritón, que no solo debió quedar en el más absoluto abandono, sino que además empezó a ser despreciada. Así se desprende de la lectura de algunos periódicos de la época, caso de El Liberal, que llegó a justificar su retirada por tratarse de una "fuente de mal gusto y honda, cuyo rebasamiento del agua mantiene charcas pestilentes" (2 de febrero de 1886).

Tal vez por ello no estén del todo claras las circunstancias de su desaparición. Cabe entender que fue desmantelada en 1886, ya que en esa fecha se barajó sustituirla por otro monumento, el dedicado al Doctor Benavente, que finalmente acabó en el Parterre del Retiro.

Aunque también es probable que fuera eliminada en el año 1906, tras ser erigido, en su mismo emplazamiento, el Monumento a Mesonero Romanos, posteriormente trasladado a los Jardines del Arquitecto Ribera.


Fotografía de J. Laurent (1870). Al fondo, el Circo Price.

Por los documentos escritos y gráficos que nos han llegado, sabemos que la fuente era de mármol y que descansaba sobre un pilón octogonal, en cuyo centro se elevaba una columna formada por delfines con la cabeza hacia abajo.

Sobre las colas de éstos se alzaba una taza, que servía de soporte a la figura de un tritón llevándose una caracola a la boca, a modo de instrumento musical. Se trataba de un modelo muy parecido al tritón que, desde mediados del siglo XVII, adornaba el Palacio del Buen Retiro, según vimos hace unas semanas. Es posible que el Conde de Baños tomase esta obra como referencia cuando procedió al encargo de la fuente.


Detalle de la fotografía anterior.

lunes, 8 de diciembre de 2014

Los pozos artesianos de El Pardo

Rastreando por Internet, nos hemos encontrado con la singular torre que podemos apreciar en la postal inferior. Y aunque no hemos podido averiguar mucho sobre su autoría o su ubicación exacta, sí que hemos podido saber que se trataba de uno de los muchos pozos artesianos que se perforaron en El Pardo a principios del siglo XX.


Postal de 1913.

La construcción de estos pozos se empezó a gestar en el año 1904, cuando el rey Alfonso XIII tomó la decisión de impulsar la agricultura y la ganadería en el Real Sitio, hasta entonces prácticamente inexistentes.

El encargo recayó sobre Rafael Janini Janini, ingeniero agrónomo de la Real Casa y Patrimonio, quien, desde un primer momento, dirigió sus esfuerzos a la localización de aguas subterráneas, enfrentándose a la opinión mayoritaria de que El Pardo carecía de ellas. Contó con la colaboración del perito agrícola Silvino Maupoey.

Después de un largo periodo de estudio, que dio como resultado la apertura en 1906 de un pozo a cielo abierto, la primera perforación artesiana como tal pudo llevarse a cabo a mediados del año 1908.


Foto publicada por la revista 'Ibérica' (1914).

Para los tres primeros pozos se empleó un rundimentario trépano con cuchara, accionado por vapor, que fue sustituido posteriormente por una maquinaria como la que nos muestra la fotografía superior, similar a la que se utilizaba en Estados Unidos para las extracciones petrolíferas. Su coste ascendió a 32.526 pesetas.

Hasta 1913 se estuvieron excavando pozos, probablemente un total de diecisiete. Algunos de ellos tenían surtidores realmente espectaculares, de más de veinte metros de altura sobre el ras del suelo, y otros provocaban caprichosos juegos de agua, dignos de una fuente ornamental.

Fotos publicadas por la revista 'Ibérica' (1914).

Además fueron levantadas cuatro instalaciones de bombas electrohidráulicas, que permitían elevar, en el caso de los grupos más potentes, entre 3.300 y 6.000 litros de agua por minuto.

Todo ello hizo posible la habilitación de 500 hectáreas de secano y 187 de regadío, que permitían el cultivo de trigo, cebada, avena, centeno, almortas, habas, patatas, garbanzos, algarrobas, alfalfa, maíz, nabos y remolacha, entre otras plantaciones.

A algunos de estos pozos les fueron añadidos, posiblemente en los años treinta o cuarenta del siglo XX, aljibes soportados sobre estructuras de vigas metálicas, como así ocurrió con el que estaba situado dentro del recinto del antiguo Cuartel de Guardias de Corps.

Poco queda de aquel legado, más allá de ciertas bocas metálicas que se encuentran diseminadas por el monte. Uno de los pozos que se conserva es el que surtía de agua a la Fuente Blanca o Fuente de Valpalomero, construida en un paraje agreste durante la Segunda República (1931-1939) y trasladada en la década de los noventa a unos jardines cercanos al palacio.



Con respecto al pozo con el que hemos iniciado el presente artículo, no podemos añadir mucho más. Tan solo que su silueta nos ha evocado al Primer depósito elevado del Canal de Isabel II, erigido entre 1908 y 1911, en un momento en el que la arquitectura industrial tenía un profundo sentido de la estética, más allá de la mera funcionalidad.

lunes, 4 de agosto de 2014

La cruz de Puerta Cerrada



Nos dirigimos a la Plaza de Puerta Cerrada, donde se encuentra el único monumento público dedicado a la Santa Cruz que existe en Madrid. Y no es que la capital no tuviera otras cruces, solo que fueron eliminadas a principios del siglo XIX, por orden del corregidor José de Marquina Galindo, que quiso evitar así que fueran objeto de profanaciones.

Estamos, por tanto, ante una auténtica superviviente. Según diferentes cronistas, la cruz de Puerta Cerrada fue salvada para que la ciudad tuviera un recuerdo de su conquista cristiana, aunque desde aquí entendemos que no fue demolida porque, además de su función simbólica, tenía un cometido como infraestructura hidráulica.

En su Guía de Madrid (1875), Ángel Fernández de los Ríos afirmaba que la cruz era realmente "un adorno de un arca de agua que constituye su pedestal". Algo perfectamente comprensible si consideramos que en este lugar se encontraba el manantial del Arroyo de San Pedro (que discurría por la Calle de Segovia), donde nacía un viaje de agua de origen islámico.

Sea como sea, los madrileños celebraron la decisión de conservar la cruz colocando a sus pies un cartelón con el siguiente verso: "¡Oh, cruz fiel! ¡Oh, cruz divina, que triunfaste del pérfido Marquina!"



La cruz fue construida en el año 1783 y, a juicio de Mesonero Romanos, en el mismo sitio donde antes estuvo la Puerta Cerrada, una de las entradas de la muralla cristiana, que fue derribada en 1569. Conocida inicialmente como de la Culebra, en alusión a un relieve de un dragón, esta puerta cambió su nombre cuando, debido a los numerosos asaltos que se producían en su interior, tuvo que ser clausurada.

Al parecer, hubo una cruz anterior, posiblemente medieval, si bien no hay constancia de su existencia hasta 1588. En el siglo XVII tuvo su propia cofradía, como así se desprende de algunos documentos en los que varios mayordomos solicitaban permiso para "poner luminarias y tener clarines y tambor". Pese a ello, no hemos conseguigo localizarla en ningún plano de la época, ni siquiera en el de Pedro de Teixeira (1656).

Hecha en caliza blanca de Colmenar, la cruz presenta un diseño muy sencillo. Es lisa en todos sus lados y la única decoración se concentra en el plinto, formado por una especie de espiral, así como en la base, donde hay esculpida una corona de laurel. Antiguamente había otro ornamento floral, que ha desaparecido. Con respecto al pedestal, se trata de un simple prisma, rematado por una pequeña estructura a cuatro aguas.


Año 1928.

Nota explicativa

Existen otros monumentos públicos con cruces en Madrid, pero, a diferencia del de Puerta Cerrada, no están dedicados a la Santa Cruz. Es el caso de la columna de piedra de la Plaza de Ramales, con una cruz de hierro forjado en su parte superior, que fue levantada en homenaje a Velázquez, para señalar el lugar donde recibió sepultura.

lunes, 21 de julio de 2014

Inquietudes en torno a la Fuente de Cibeles

Nos dirigimos a la Fuente de Cibeles, uno de los grandes símbolos de Madrid, para comprobar in situ las últimas intervenciones realizadas sobre el monumento y que afectan a su iluminación, a sus surtidores y a su perímetro.

Nueva iluminación

A finales del pasado año el Ayuntamiento de Madrid sustituyó las viejas lámparas de la fuente por modernos emisores de tecnología Led, en aras de una mayor eficiencia energética. Una medida que, según lo anunciado por el consistorio, está permitiendo ahorrar más de un 81% en electricidad, pero que también ha venido acompañada de una notable merma de la calidad lumínica.

Los tonos dorados de antes han sido reemplazados por una densa luz blanca, bastante fría, bajo la cual el monumento queda como emplastado y difuso, sin posibilidad alguna de distinguir los matices de la piedra esculpida.



Esta falta de nitidez también se percibe cuando, con motivo de alguna celebración, se ha optado por otro tipo de colores. Así ocurrió, por ejemplo, el 17 de marzo, cuando el monumento se vistió de verde para conmemorar la festividad de San Patricio, patrón de Irlanda.

Surtidores

También ha habido cambios en los surtidores. Han sido apagados dos de ellos, concretamente el delantero, que arroja agua por encima de los leones, y el trasero, que emerge desde un cántaro sujetado por dos amorcillos. Es decir, en el momento actual solo se encienden los surtidores laterales, ubicados en el pilón.

















Desconocemos los motivos que han llevado a tomar esta decisión, ya que, a diferencia de la anterior, no ha sido hecha pública, ni mucho menos explicada. Tal vez haya sido adoptada para evitar la erosión que provoca el agua o por algún tipo de recorte presupuestario.

Aunque podemos entender las razones, nos da mucha pena la desaparición de estos dos chorros. Ahora la Cibeles parece menos fuente, no tanto porque se haya reducido el número de surtidores, sino porque han sido eliminados precisamente los que brotaban de la misma escultura, los que hacían que el concepto de fuente cobrase pleno sentido.

No debe olvidarse que el chorro delantero es una parte inherente del proyecto de Ventura Rodríguez (1717-1785), a quien debemos la mayoría de las fuentes del Salón del Prado. El arquitecto lo incluyó en su diseño de 1780, con arranque en un mascarón situado sobre la delantera del carro, tal y como se aprecia más abajo.


Diseño de la Fuente de Cibeles. Ventura Rodríguez (1780).

En la imagen adjunta también puede distinguirse un grupo escultórico exento al borde del pilón, que Rodríguez dibuja con un trazo poco definido, a modo de apunte. Se trata de un amorcillo montado sobre un cántaro, que, sin duda, sirvió de referencia para el remate trasero que se le pondría a la fuente en 1895 y que también ha sido apagado.

Perímetro

Y terminamos con las diez banderas nacionales que ondean alrededor del grupo escultórico. Fueron izadas en el verano de 2012, a raíz del triunfo de la selección española en la última Eurocopa, y ahí siguen todavía, merced a una disposición del ayuntamiento, que quiere que sea algo permanente.

No es la primera vez que el perímetro de la Cibeles se adorna con banderas. Pero hasta ahora eran instalaciones temporales, dirigidas a agasajar a los altos mandatarios que visitaban nuestro país o como elemento ornamental de eventos y desfiles.

La medida no nos parece acertada, por cuanto supone un obstáculo, que rompe la panorámica tanto de la fuente como de la plaza, al tiempo que le confiere un aire festivo, de continua celebración, que resulta contraproducente para cuando, de verdad, hay algo que celebrar.

















Siempre hemos creído que la integridad visual del patrimonio artístico es tan importante como su estado de conservación. Lamentablemente en Madrid estamos muy acostumbrados a colocar delante de los monumentos todo tipo de cachivaches, ya sean señales de tráfico, carteles informativos, árboles de gran porte, verjas o, como en este caso, mástiles con banderas.

Tampoco entendemos su finalidad, ya que la Cibeles carece de un función institucional, a diferencia de otros monumentos que sirven de sede a organismos, en los que la presencia de banderas está más que justificada.

domingo, 4 de mayo de 2014

La Puerta Norte del Jardín Botánico

La Puerta Norte del Jardín Botánico es hoy día el acceso principal de este jardín histórico. También conocida como Puerta de Murillo, por el nombre de la plaza donde se ubica, fue levantada en el último tercio del siglo XVIII, frente a la fachada meridional del Museo del Prado.



La historia del Jardín Botánico es la historia de un fracaso, tal vez el más importante de toda la carrera de Francesco Sabatini, a quien en 1774 le fue encomendada su construcción, para años después tener que abandonar, ante las fuertes críticas recibidas.

Pero también es la historia de un éxito, el de Juan de Villanueva, que en 1778 hizo el diseño definitivo, con los magníficos resultados que podemos admirar en la actualidad, máxima expresión del pensamiento ilustrado de la época y del exquisito gusto neoclásico del autor.

















Aunque oficialmente la salida de Sabatini se justificó por la imposibilidad de compaginar el trabajo con otros que estaba acometiendo simultáneamente, lo cierto es que su propuesta no complacía a nadie, especialmente a la comunidad científica.

El arquitecto italiano había ideado un espacio puramente ornamental, articulado a partir de un complicado trazado geométrico, claramente barroco, que no atendía a las necesidades expuestas por los botánicos para la clasificación de las especies vegetales.

Tampoco gustaba el sistema de riego planteado, basado en el incómodo método de transportar el agua en carros, que Villanueva sustituyó por una eficaz red de acequias de inspiración hispano-árabe, gracias a las cuales el riego llegaba a todos los planteles del jardín.


Planta del Jardín Botánico en 1781, cuando fue inaugurado. Fuente: 'Bosquejo histórico y estadístico del Jardín Botánico de Madrid', de Miguel Colmeiro (1875).

Centrándonos en la puerta que ocupa nuestra atención, se trata de una creación posterior al propio jardín. Villanueva tomó la decisión de incorporarla a su proyecto cuando, en 1785, se le encargó la construcción del Museo del Prado, concebido inicialmente como Gabinete de Historia Natural, en las proximidades del Botánico.

Era una forma de que ambos recintos tuvieran una comunicación directa. También planeó realizar una plaza en exedra, para reforzar aún más ese eje de conexión, antecedente de la actual Plaza de Murillo.

'Entrada al Real Museo por la parte del Jardín Botánico', de Fernando Brambila (principios del siglo XIX). Ministerio de Hacienda, Madrid.

La Puerta Norte fue inaugurada el 23 de septiembre de 1789, horas después de celebrarse el acto de jura del futuro Fernando VII como Príncipe de Asturias, en la vecina Iglesia de los Jerónimos.

El heredero, los reyes y los infantes traspasaron solemnemente la entrada, mientras unos doscientos niños, portando antorchas, formaban un semicírculo en la Plaza de Murillo. Una vez en el jardín, les fue servida una espléndida cena dentro del Pabellón de Invernáculos (Pabellón de Villanueva).


La Plaza de Murillo en una fotografía de António Passaporte (entre 1927 y 1936). Fuente: Fototeca del Patrimonio Histórico.

Hasta entonces el acceso al Jardín Botánico se hacía desde la Puerta Real (o de Carlos III), enclavada en el mismo Salón del Prado, uno de los pocos elementos arquitectónicos del proyecto de Sabatini que pudieron materializarse.

Descripción

A diferencia de la Puerta Real, erigida a modo de arco triunfal, la Puerta Norte ofrece una solución más funcional, sin que ello menoscabe su monumentalidad. Juan de Villanueva integra dentro de un único volumen la función de vigilancia y la función de acceso, un planteamiento que le permite trascender el concepto tradicional del barroco para este tipo de estructuras.


Litografía de la puerta. Fuente: 'Bosquejo histórico y estadístico del Jardín Botánico de Madrid', de Miguel Colmeiro (1875).

La eficacia de este esquema queda avalada en el momento actual, ya que, dentro de la puerta, han sido habilitados un control de seguridad y una taquilla, sin necesidad de ninguna construcción anexa. No hubiese ocurrido lo mismo si el acceso al Jardín Botánico se hubiese instalado en la Puerta Real.

La Puerta Norte consta de tres partes. En el centro se abre un vano adintelado, dividido en tres por dos columnas de orden toscano, que se reserva para el paso. A los lados se sitúan dos pequeños estancias, iluminadas por arcos de medio punto, donde estaban los centinelas. El arranque de los arcos aparece remarcado por una línea de imposta, que algunos investigadores no atribuyen a Villanueva.

Para el entablamento el arquitecto utiliza el mismo tipo de ménsulas que en el Pabellón de Invernáculos, con un total de veintiocho por cada una de las caras principales. Estas piezas generan un cierto ritmo, que ayuda a romper la fuerte horizontalidad de la composición.


El Pabellón de Invernáculos en una fotografía de António Passaporte (entre 1927 y 1936). Fuente: Fototeca del Patrimonio Histórico.

La verja de cierre fue fabricada en el siglo XVIII en la ciudad guipuzcoana de Tolosa, al igual que la que cerca todo el jardín. Es obra de Pedro José de Muñoa y Francisco de Arrivillaga.

Bibliografía consultada

Juan de Villanueva y el Jardín Botánico del Prado, artículo de Ramón Guerra de la Vega. Revista Villa de Madrid, número 91. Ayuntamiento de Madrid, Madrid, 1987.

Bosquejo histórico y estadístico del Jardín Botánico de Madrid, de Miguel Colmeiro y Penido. Anales de la Sociedad Española de Historia Natural, Imprenta de T. Fortanet, Madrid, 1875 (copia digital del Instituto de San Isidro, Madrid, 2009).

















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lunes, 23 de septiembre de 2013

El Arco de San Ginés

El Arco de San Ginés da forma a una de las estampas más típicas del Madrid de los Austrias. Está situado a espaldas de la iglesia del mismo nombre, al final de un pasadizo de apenas sesenta metros de longitud, que se ha convertido en un potente reclamo turístico de la capital.

Aunque por su angostura y recorrido sinuoso, este callejón puede percibirse como de origen medieval, nada más lejos de la realidad. Ni siquiera aparece, al menos con su configuración actual, en el célebre plano de Pedro Teixeira, del siglo XVII, donde puede apreciarse una calle mucho más ancha que la que ha llegado a nuestros días.

El Pasadizo de San Ginés debe su fisonomía a una serie de intervenciones llevadas a cabo en la segunda mitad del siglo XVIII. Fue en este momento cuando se abrió el arco que ocupa nuestra atención. Pero vayamos por partes.


El arco desde el Pasadizo de San Ginés (1923).

En los años cuarenta del siglo XVII, la cabecera de San Ginés tuvo que ser derribada, debido a su estado de arruinamiento. En 1655 el alarife Juan Ruiz comenzó su reconstrucción, a partir de un proyecto que ampliaba sustancialmente la planta primitiva y que invadía la vía pública.

La calle que rodea esa parte del templo no solo fue estrechada hasta quedar reducida a simples recovecos, sino que también quedó sin salida, con algunos de sus inmuebles pegados a los muros de la iglesia.

Esta situación provocó las más airadas protestas por parte de los vecinos y, curiosamente, también por parte de los propios párrocos, quienes consideraban que éste no era un entorno apropiado para la actividad religiosa. Al margen de cuestiones estéticas, era frecuente que en el callejón se produjeran revueltas y escándalos.


El arco desde la Plazuela de San Ginés (1931).

Los problemas acabaron un siglo después, en concreto en 1757, cuando la Parroquia de San Ginés tomó la decisión de comprar las casas colindantes. Con esta operación, la iglesia no solo se sentía con autoridad para acometer el saneamiento de la zona, sino que también se aseguraba unos ingresos adicionales alquilando sus nuevas propiedades.

Las casas fueron reformadas y mejoradas por varios arquitectos, entre los que cabe citar a José Arredondo, Manuel López Corona y Francisco Moradillo. También fueron realizados nuevos edificios, al tiempo que se actuó sobre el callejón, con la alineación de las diferentes fachadas, hasta configurarse el actual pasadizo.

En lo que respecta al Arco de San Ginés, fue Arredondo quien tuvo la idea de rasgar una bóveda bajo uno de los inmuebles, con el que quedaron comunicadas todas las calles perimetrales de San Ginés.

Las obras se ejecutaron entre 1762 y 1763, aunque en los años posteriores se hicieron distintos trabajos de mejora y se construyeron varias dependencias para uso eclesiástico, alrededor del templo.


Vista desde el pasadizo, con la Chocolatería de San Ginés a la izquierda (1966).

La casa del Arco de San Ginés, al igual que todo el pasadizo, ha tenido una intensa historia. En una de sus viviendas estuvo la sede de la Real Academia Latina Matritense, que se constituyó en 1755, antes de que el edificio fuese levantado, y que apenas tuvo un siglo de vida.

Por sus bajos han pasado diferentes comercios, que se hicieron muy populares entre los madrileños. En 1884 el hostelero Lázaro López abrió el restaurante 'Le petit Fornos', sucursal del existente en la antigua Calle de Capellanes, actualmente llamada del Maestro Victoria. Cuatro años después, puso en marcha una fonda en el mismo inmueble, que bautizó con su nombre.

Pero, sin duda alguna, el local más famoso del arco es la Chocolatería de San Ginés, inaugurada en 1894. Pese a que hoy figura en todas las guías turísticas de la ciudad, en su momento fue un establecimiento que frecuentaba la bohemia. En las primeras décadas del siglo XX recibió el sobrenombre de El Maxim's golfo.

En esta chocolatería Ramón María del Valle-Inclán situó la Buñolería Modernista, que aparece citada en su obra maestra Luces de bohemia (1920). Por no hablar de Benito Pérez Galdós, que también alude al Arco de San Ginés en la segunda serie de los Episodios nacionales (1875-1879).


Agosto de 2013.

Bibliografía

La Parroquia de San Ginés, de María Belén Basanta. Cuadernos de Arte e Iconografía, tomo IX, números 17 y 18. Madrid, 2000

La academia (Greco)Latina Matritense. Primera parte: su historia (1755-1849), de Pilar Hualde Pascual y Francisco García Jurado. Minerva: revista de filología clásica, número 18, Valladolid, 2005

El Pasadizo de San Ginés, de M. R. Giménez. Antiguos cafés de Madrid y otras cosas de la villa, Madrid, 2012.

lunes, 22 de abril de 2013

El antiguo Palacete de la Moncloa (1): historia y descripción

El actual Palacio de la Moncloa es heredero de una antigua casa de campo, emplazada en medio de una extensa hacienda agrícola, por la que han desfilado marqueses, duques y reyes.

Su origen se remonta al primer tercio del siglo XVII, cuando Gaspar de Haro y Guzmán, marqués del Carpio y de Eliche, se hizo con las huertas de la Moncloa y Sora, que estaban situadas en el entorno del arroyo Cantarranas.

En lo más alto de los terrenos, el marqués ordenó levantar una mansión, conocida inicialmente como Palacete de Eliche y también como Casa Pintada, en alusión a los frescos que adornaban los muros exteriores.

Al margen de este dato, poco más se conoce de la fisonomía original del edificio, aunque cabe suponer que fue proyectado con dos plantas y desván, tal y como se desprende de una tasación realizada en el siglo XVIII.


Año 1920.

Después de pasar por diversos propietarios, la Moncloa fue comprada en 1781 por María Ana de Silva, duquesa de Arcos, quien acometió la primera gran reforma del palacete, siguiendo las corrientes neoclásicas del momento.

Tras su fallecimiento en enero de 1784, la propiedad pasó a su hija, María del Pilar Teresa Cayetana de Silva, la popular duquesa de Alba retratada por Goya.

En 1802 murió la duquesa, ocasión que fue aprovechada por el rey Carlos IV para comprar la finca, con la intención de anexionarla al Real Sitio de la Florida. Cinco años después se le sumaría la Dehesa de Amaniel o de la Villa, contigua a la Moncloa, adquirida igualmente por el monarca.

En 1816 el edificio fue restaurado por el arquitecto Isidro González Velázquez, quien procedió a su consolidación y a la eliminación de algunos elementos ruinosos, además de actuar sobre los jardines.

Durante el reinado de Isabel II, en 1846, toda la propiedad pasó a manos del Estado Español. En un primer momento estuvo bajo la dependencia del Ministerio de Fomento, hasta que se tomó la decisión de crear un museo, que pudo inaugurarse en 1929. Los trabajos de adaptación fueron dirigidos por Joaquín Ezquerra del Bayo.

Año 1938.

La Guerra Civil (1936-39) significó la práctica desaparición del inmueble, como puede comprobarse en la fotografía superior. En 1955 se llevó a cabo su reconstrucción, para ser utilizado como residencia de personalidades nacionales y extranjeras, principalmente los Jefes de Estado que visitaban España.

El proyecto, firmado por Diego Méndez, planteaba un trazado muy alejado del original. Se ideó un edificio de nueva planta, con el que la vieja casa de campo de gusto dieciochesco se transformaba en un palacio de grandes dimensiones, a partir de modelos inspirados en la Casa del Labrador, de Aranjuez, con toques de la arquitectura de los Austrias.

Incluso, se tomaron prestados elementos procedentes de otros conjuntos, como las doce columnas del antiguo patio (actual Salón de Columnas), que provienen del Palacio Arzobispal de Arcos de la Llana, en Burgos.


Planta de honor y alzado del nuevo palacio. Fuente: COAM.

Con la llegada de la democracia, el Palacio de la Moncloa fue convertido en la residencia oficial del Presidente de Gobierno y de su familia. Su primer inquilino, con este cometido, fue Adolfo Suárez, que inauguró la casa en 1977.

Descripción

A continuación analizamos la evolución arquitectónica y ornamental del palacete, desde el último tercio del siglo XVIII, cuando alcanzó su máximo esplendor, hasta su destrucción en la Guerra Civil, deteniéndonos brevemente en las aportaciones de sus principales dueños.


Gabinete de los Estucos.

Comenzamos con la duquesa de Arcos, su propietaria entre 1781 y 1784, quien puso una especial atención en los interiores. Las estancias fueron decoradas en estilo pseudoclásico, de clara influencia francesa, con abundantes motivos pompeyanos y herculanos.


Tribuna de música en el Comedor.

A este periodo corresponden el Gabinete de los Estucos y el Comedor, presidido por una tribuna de músicos, así como la suntuosa escalera que conducía a la planta superior.


Descansillo de la escalera principal.

En las dos décadas siguientes, la duquesa de Alba prosiguió con la remodelación iniciada por su madre, al tiempo que embelleció los jardines. El Jardín del Cenador, el Estanque de la Fuente Nueva y el Estanque de los Barbos fueron algunas de sus aportaciones.

Si bien su mayor contribución fue la enorme cueva construida bajo el palacete, donde se dispuso una mantequería para el suministro de productos lácteos a la Casa de Alba. Este sótano sobrevivió a la Guerra Civil y en él Felipe González estableció su famosa "bodeguiya".


Gabinete de Carlos IV.

Por su parte, Carlos IV no realizó demasiadas reformas. Aún así, fue instalada una escalera de caoba en el vestíbulo y se habilitó un despacho, para uso personal del soberano, en uno de los dormitorios.


Escalera de caoba.

En tiempos de José I, se procedió a la renovación de la decoración. Esta tarea fue desarrollada por el arquitecto y pintor Juan Digourc, de origen francés.

En lo que respecta a la restauración de Isidro González Velázquez, su trabajo fue decisivo para detener el proceso de deterioro en el que se encontraba el palacete, aunque también hizo algunos edificios de nueva factura, entre ellos una Casa de Oficios.

Pero, sin duda alguna, la restauración más importante fue la desarrollada entre 1918 y 1929 por la Sociedad Española de Amigos del Arte, bajo la dirección de Joaquín Ezquerra del Bayo. De este momento son las fotografías de interiores que adjuntamos.


Antealcoba de la duquesa.

Esta actuación fue especialmente minuciosa y persiguió recuperar la fisonomía que el palacete tuvo en el siglo XVIII, para ser convertido en museo.

Hasta tal punto este espíritu estuvo presente que, a modo de ejemplo, se logró descubrir la decoración helénica que ordenó realizar la duquesa de Arcos para su alcoba y antealcoba, oculta bajo diferentes capas de pintura.


Alcoba de la duquesa.

Mención especial merecen los jardines de la finca, sobre los que intervino en 1922 el prestigioso pintor y jardinero Javier Winthuysen, pero esto lo dejamos para una próxima entrega.

Bibliografía

La recuperación del palacete: una intensa historia. Juan Antonio González Cárceles, Presidencia del Gobieno, Madrid, 2009
Madrid, la Moncloa. María Teresa Fernández Talaya. Ediciones La Librería, Madrid, 2011

lunes, 4 de febrero de 2013

Los tapices madrileños del Palacio Nacional de Ajuda, de Lisboa

Nos dirigimos hasta Lisboa, concretamente al Palacio Nacional de Ajuda, donde nos espera un valioso patrimonio de procedencia madrileña. Recuperamos así la sección "Madrid fuera de Madrid", no sin pedirle disculpas a nuestro buen amigo Antonio, autor del blog Pessoas en Madrid, por adentrarnos en su terreno.



El citado palacio fue levantado en la primera mitad del siglo XIX como residencia de los reyes portugueses. Sin embargo, sólo pudo desarrollar esta función hasta el año 1910, cuando la instauración de la República en Portugal llevó al exilio a Manuel II, el último de sus moradores.

Fue diseñado por los arquitectos Francisco Xavier Fabri (1761-1817) y José da Costa e Silva (1741-1819), aunque el resultado final se debe a Joaquim Possidónio da Silva (1806-1896), a quien fue encomendada la tarea de reducir el proyecto original, que era tres veces mayor.

Maqueta del proyecto completo.

El edificio fue convertido en museo en 1968. Alberga una magnífica colección de cuadros, esculturas, lámparas, relojes y otros objetos decorativos, entre los cuales encontramos varios tapices españoles, que decoran las paredes de la antigua Sala Grande de Espera, hoy día denominada Sala de los Tapices Españoles.

Sala de los Tapices Españoles. Fuente: Leiloes.

Llegaron a Lisboa en 1785, como parte de la dote de la infanta española Carlota Joaquina de Borbón (1775-1830), hija primogénita de Carlos IV y María Luisa de Parma, que, con apenas diez años, fue obligada a casarse con Juan VI de Portugal (1767-1826).

En 1862 fueron trasladados al Palacio da Ajuda, a su actual ubicación. Fue una idea de Joaquim Possidónio da Silva, para conmemorar las nupcias de los reyes Luis I y María Pía de Saboya, celebradas el 6 de octubre de aquel año.



Los tapices fueron confeccionados en la Real Fábrica de Santa Bárbara de Madrid, en 1784, a partir de los cartones que, varios años antes, habían realizado Francisco de Goya, José del Castillo y Guillermo Anglois. Siguiendo las modas dieciochescas de enaltecer la naturaleza, reflejan escenas festivas y cinegéticas, que se desarrollan en el campo.

Algunos son muy conocidos, caso de los tres tapices firmados por el genial pintor aragonés. Llevan por nombre A dança, A merenda y Partida para a caça, que no son otros que los famosísimos El baile de San Antonio de la Florida, Merienda a orillas del Manzanares y Partida de caza, respectivamente.

lunes, 23 de julio de 2012

La Fuente de San Antón

La reciente rehabilitación de las Escuelas Pías de San Antón, reconvertidas en la nueva y flamante sede del Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid, ha supuesto la recuperación de una de las pocas fuentes, por no decir la única, que tenemos en chaflán en nuestra ciudad.



Se trata de la Fuente de San Antón, también llamada de los Delfines, por los grupos escultóricos que la adornan, aunque antiguamente era conocida como de los Galápagos, en alusión a las figuras que tuvo en un primer momento.

Fue diseñada en 1770 por Ventura Rodríguez (1717-85), en su calidad de Maestro Mayor de Fuentes de la Villa, y vino a sustituir a la Fuente de las Recogidas, un sencillo pilón situado en medio de la vía pública, entorpeciendo el tránsito, según se aprecia en el célebre plano de Pedro Texeira, de 1656.



De ahí su curioso emplazamiento, justo en el esquinazo del viejo hospital que años más tarde acogería a las Escuelas Pías, en la confluencia de las calles de Hortaleza y Santa Brígida, donde no constituía un impedimento para el tráfico rodado.

Rodríguez proyectó un edículo de sillares almohadillados, levantado en chaflán, a cuyos pies se alzaba la fuente. Un jarrón asentado sobre una base de conchas, custodiada por un galápago a cada lado, servía de ornato a un pedestal con cuatro surtidores que arrojaban agua a un pilón semicircular.


Fotografía de Alfonso Begué (1864).

La fuente se alimentaba del viaje de agua de la Castellana. Fue finalizada en 1772, como así reza en la inscripción grabada, en números romanos, en la parte superior del edículo. Los trabajos de ejecución corrieron a cargo del adornista Miguel Ximénez y los costes se elevaron a 68.740 reales y 10 maravedíes.

A lo largo del siglo XIX hubo varios intentos de trasladarla a otro lugar, porque obstaculizaba el paso, aunque ninguno de ellos pudo llevarse a cabo. Finalmente, en 1900, se optó por reemplazar el pilón por otro más pequeño, con planta de cuarto de circunferencia.


Año 1946.
 
Al mismo tiempo, fue cambiada la urna original por las esculturas que lucen en la actualidad: dos delfines entrecruzados, hechos en piedra blanca de Colmenar, de cuyas bocas brotan dos caños.

Éstos se encuentran a una posición bastante baja, donde no resulta cómoda la recogida de agua, lo que revela que fueron instalados como elementos ornamentales, en un momento en el que ya existía agua corriente, gracias al Canal de Isabel II.



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