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martes, 20 de septiembre de 2011

La Marca Media: el Puente de la Alcanzorla

Volvemos a hablar de la Marca Media, una de las demarcaciones territoriales de Al Andalus, que, por su situación al sur del Sistema Central, en una zona fronteriza con los reinos cristianos, jugó un papel decisivo en la defensa de Toledo, entre los siglos IX y XI.

En la Comunidad de Madrid se mantienen en pie diferentes restos de aquel pasado militar. En diversos puntos de la sierra hay numerosas atalayas de vigilancia, muy bien conservadas, que daban la voz de alerta en las situaciones de peligro. Una excelente muestra de este tipo de edificaciones la hallamos en el pueblo de Venturada, en el Valle del Jarama.

En cambio, el estado de conservación de las ciudadelas que levantaron los musulmanes es bastante más deficiente. Varios lienzos de muralla nos informan de la existencia de Mayrit, mientras que de Alcalá la Vieja, en Alcalá de Henares, tan sólo pervive una torre albarrana, además de distintos vestigios desperdigados. Por no hablar de Calatalifa, en Villaviciosa de Odón, de la que apenas quedan unas cuantas cimentaciones.

Mucho más escondidas se encuentran las escasas huellas que han llegado hasta nosotros del camino militar que, recorriendo el piedemonte de Guadarrama y Gredos, unía lo valles del Jarama y del Tiétar, poniendo en contacto la red de atalayas a la que nos acabamos de referir.

Todo este patrimonio se completa con una serie de cinco puentes, integrados dentro de la citada ruta militar, que se distribuyen alineadamente por el norte, el noroeste y el oeste madrileño.

Los situados en los extremos del camino -uno en Talamanca, sobre el Jarama, y el otro en San Martín de Valdeiglesias, sobre el Alberche- son los que han sufrido las mayores transformaciones arquitectónicas a lo largo de la historia, hasta prácticamente hacer irreconocible su factura islámica.

En Colmenar Viejo, salvando el río Manzanares, se halla el Puente del Grajal, que también ha sido modificado con el paso del tiempo, pero, en este caso, se mantiene la estructura original.

Los puentes que mejor conservan su trazado musulmán son el del Pasadero, en Navalagamella, sobre el pequeño río Perales, y el del la Alcanzorla, sobre el Guadarrama, que es el que ocupa nuestra atención.


Fotografía  de Arqueoturismo.

El Puente de la Alcanzorla está a medio camino entre Torrelodones y Galapagar, aunque dentro del término municipal de este último pueblo. Popularmente se le conoce como el Puente Romano, pero este origen no parece del todo cierto, dadas sus proporciones, inequívocamente andalusíes.

Su tablero mide 2,8 metros de ancho, que equivalen a cinco codos rassassíes, que, junto con los seis codos, era la medida más utilizada en Al Andalus en este tipo de construcciones. El puente, además, se asienta directamente sobre la roca, otro rasgo constructivo típicamente islámico.

Su ubicación también parece informar de que estamos ante una obra musulmana. No sólo se encuentra en la dirección que seguía el camino militar que iba desde el Valle del Jarama hasta el del Tiétar, sino que, muy cerca de su enclave, se alzan otras tres construcciones andalusíes: la Atalaya de Torrelodones, la Torrecilla de Nava de la Huerta, en Hoyo de Manzanares, y el ya señalado Puente del Grajal, en Colmenar Viejo.


Postal de los años setenta del siglo XX.

En cualquier caso, no deben descartarse completamente las vinculaciones romanas que recoge la toponimia popular. Recientemente se han descubierto restos de una calzada de principios del siglo III en el municipio de Galapagar, con lo que puede entenderse que pudo haber un puente anterior.

El que ha llegado a nuestros días debió sustituir a aquella primitiva estructura. Se edificó en un momento indeterminado entre los siglos IX y XI, cuando la población islámica procedió a la fortificación de la Marca Media, si bien algunos historiadores concretan algo más y sitúan su fundación durante el califato de Abderramán III (891-961).

Con todo, las primeras referencias escritas de su existencia no aparecen hasta 1236, cuando el rey Fernando III el Santo (1199-1252) lo cita en un documento en el que pide ayuda para recuperar la ciudad de Córdoba, a cambio de unas tierras localizadas entre Galapagar y Hoyo de Manzanares.

Del Puente de la Alcanzorla únicamente sobreviven los estribos y el arco de medio punto sobre el que se sostenía el tablero. La fábrica es de piedra de granito, con sillares en las dovelas y mampostería en los restantes elementos conservados.


El puente en una postal antigua.

Artículos relacionados

La serie "La Marca Media" consta de estos otros reportajes:
- La Muralla de Buitrago del Lozoya
- La Atalaya de Venturada
- El puente musulmán del Grajal
- ¿Atalaya islámica o torre cristiana?
- El Parque de Mohamed I, casi listo

miércoles, 12 de mayo de 2010

El Puente Nuevo


El Puente Nuevo, también llamado de Las Minas, se levanta sobre el río Guadarrama, en el término municipal de Galapagar, aunque es accesible desde el casco urbano de Torrelodones. Es una obra del último tercio del siglo XVI, realizada por Juan de Herrera, que se construyó para acondicionar uno de los caminos que comunicaban Madrid con el Real Sitio de El Escorial.





En la fotografía superior, puede verse el Puente Nuevo en el año 2008. La imagen inferior, correspondiente a una postal de los años setenta del siglo XX, nos muestra el entorno del puente convertido en una concurrida zona de baño. En aquel entonces, no existía la vegetación de ribera de la actualidad, que ha terminado por ocultar los tajamares y estrechar el cauce del río Guadarrama, en esa parte retenido en una pequeña presa.

Historia

Las construcción entre 1563 y 1584 del Monasterio de El Escorial marcó un periodo de auge constructivo en la vertiente meridional de la Sierra de Guadarrama, a cuyos pies se alza este imponente monumento renacentista.

Muchos pueblos de la comarca aprovecharon los beneficios económicos que concedía la Casa Real para remodelar sus edificios públicos, principalmente las iglesias parroquiales, y adaptarlos al nuevo estilo arquitectónico que Juan de Herrera dejó definido en el monasterio, conocido universalmente con su apellido.

Además de las obras realizadas por los ayuntamientos de la zona, la Corona impulsó directamente diferentes proyectos, dirigidos, en su mayor parte, a mejorar los caminos que el rey Felipe II utilizaba en sus desplazamientos desde Madrid, donde en 1561 había establecido la Corte, y El Escorial.

El Puente Nuevo fue una de las nuevas infraestructuras creadas, dentro de ese plan viario llevado a cabo por la monarquía. Se encuentra a medio camino entre Torrelodones y Galapagar, dos municipios que se vieron especialmente beneficiados por el intenso tránsito de viajeros que generó la fundación del monasterio, con el desarrollo de una potente industria hostelera.

Hasta la edificación del citado puente, la vía más utilizada por Felipe II era el Real Camino de Valladolid, que pasaba por Torrelodones, Collado Villaba y Guadarrama. Una vez inaugurado, se abrió una ruta más rápida y confortable, que, desviándose en Torrelodones, llegaba hasta Galapagar y, desde aquí, hasta El Escorial.

Descripción

El puente fue finalizado en 1583, un año antes de que, oficialmente, se dieran por concluidas las obras del Monasterio de El Escorial. Se trata de una construcción inequívocamente vinculada a esta fundación, como así prueban las parrillas escurialenses instaladas en cada uno de sus frontales.

Se cree que su autor fue el propio Juan de Herrera, aunque también es posible que su diseño correspondiera a alguno de sus discípulos y que el arquitecto real sólo lo supervisase, en su calidad de Inspector de Monumentos de la Corona, cargo que había conseguido en 1579.

Sí se sabe que en la fábrica intervinieron los maestros canteros de origen cántabro Juan y Pedro de Nates, responsables de los sillares de piedra de granito que dan forma a la estructura.

Ésta se sostiene sobre un arco de medio punto, con doble rosca de dovelas, la primera con sillares a tizón y la segunda dispuesta a modo de estrella. El ojo se encuentra custodiado en cada frente por dos tajamares triangulares, rematados con sombreretes piramidales, que apenas pueden distinguirse en la actualidad, al encontrarse cubiertos por una tupida vegetación de ribera.

Por lo demás, el puente presenta un aspecto solemne y austero, como es preceptivo en el estilo herreriano, sin más ornatos que las referidas parrillas, símbolo del Real Monasterio. Hay que recordar que este edificio se erigió en honor de San Lorenzo, que fue quemado vivo en una parrilla.

Hasta el último tercio del siglo XX, el puente soportaba un intenso tráfico, al pasar por su rasante la comarcal M-519, que actualmente discurre por un moderno viaducto, cercano a su emplazamiento.

Las obras realizadas en la carretera dejaron al descubierto el enlosado renacentista del tablero, tras eliminarse la capa de asfalto, razón por la cual se optó por su peatonalización, como medida de protección.

Como curiosidad, debe señalarse que, en uno de los extremos del puente, se ubica un mojón de piedra de 1793, que delimita un vedado de caza menor.


El puente, aguas arriba.


Vista aguas abajo.


Mojón de caza, situado junto al puente.

viernes, 12 de marzo de 2010

El Puente del Retamar



El Puente del Retamar es una soberbia construcción del siglo XVIII, situada sobre el río Guadarrama. Se encuentra en las proximidades de la urbanización Molino de la Hoz, junto a la carretera comarcal M-505, en el límite de los términos municipales de Las Rozas de Madrid y Galapagar.

Es uno de los principales atractivos del Área Recreativa Virgen del Retamar, incluida dentro del Parque Regional del río Guadarrama y su entorno.

Antecedentes históricos

Cerca del enclave donde ahora se asienta el puente estuvo la antigua aldea de Santa María del Retamar, fundada por repobladores madrileños en la primera mitad del siglo XII y abandonada a finales del siglo XIV.

De esta desaparecida población no queda más rastro que su topónimo, aplicado actualmente al puente, al área recreativa donde éste se halla y a una imagen religiosa, que se venera en la Iglesia de San Miguel, de Las Rozas.

Por su situación a los pies del Puerto de Galapagar y en una zona donde el Guadarrama amplía su valle, Santa María del Retamar siempre fue un lugar muy transitado y paso obligado para salvar el río.

Aquí confluían varios caminos comarcales, que, en el último tercio del siglo XVI, cobraron cierta importancia dentro de la red viaria del centro peninsular, debido a la fundación del Monasterio de El Escorial.

Pero, ante la carencia de infraestructuras que facilitasen un paso rápido y cómodo del río, los desplazamientos de la Corte se hacían preferentemente por el Camino de Valladolid, que unía Madrid con el Real Sitio a través de Torrelodones, Collado Villalba y Guadarrama.


El puente, aguas abajo, con sus tajamares semicirculares.

Construcción

La decisión de levantar un gran puente en la zona de El Retamar se tomó durante el gobierno del Marqués de la Ensenada (1702-1781). Fue construido en el contexto de las obras del Real Camino de Castilla y Galicia, con el objetivo de hacer transitable el paso del Guadarrama a los carros, algo imposible hasta ese momento.

Esta vía formaba parte de la estructura radial de calzadas que los Borbones pusieron en marcha en diferentes fases, junto con las carreteras de Badajoz, Cádiz, Alicante y Francia, a través de Bayona y Perpiñán. El concepto centralizador de esta red viaria, con Madrid como punto de referencia ineludible, ha pervivido hasta el último tercio del siglo XX.

Al margen de estos datos, poco más se conoce sobre el origen del puente, ni siquiera si su construcción coincidió con el reinado de Fernando VI (r. 1746-1759) o con el de Carlos III (r. 1759-1788). Tampoco se sabe quién fue su autor.

Aunque generalmente la obra es atribuida a una iniciativa de Carlos III, algunos investigadores sostienen que fue realizada en tiempos de su predecesor. Ésta es la tesis que defienden Rosario Martínez Vázquez de Parga y Teresa Sánchez Lázaro, quienes, después de analizar la factura del puente, han detectado la presencia de innovaciones técnicas que se introdujeron en España en tiempos de Fernando VI.

Es el caso de sus tajamares en forma de pie de pato, en lugar de los clásicos triangulares, o de los sombreretes gallonados, que también aparecen el Puente de San Fernando, mandado levantar por el citado monarca en 1750. Su conclusión es que pudo ser erigido en una fecha indeterminada comprendida entre 1740 y 1760.

Descripción


Labrado enteramente en sillares de granito, el Puente del Retamar es de rasante horizontal y se apoya sobre siete bóvedas de medio punto, de 8,40 metros de luz. Con respecto al tablero, su anchura es de aproximadamente 6,50 metros.

Las bases en las que se asientan los arcos miden 4,20 metros de ancho y se encuentran custodiadas a ambos lados por tajamares. Los situados aguas arriba son apuntados, mientras que los de aguas abajo son semicirculares y presentan sombreretes gallonados, que se elevan hasta casi tocar la línea de imposta.


Vista del puente, aguas arriba. En esta parte los tajamares son apuntados.