Constaba de varias partes, con nombres diferentes para cada una de ellas. Entre la Cuesta de la Vega y la Plaza de la Villa era conocida como Calle de la Almudena, en alusión a la desaparecida iglesia, y desde este último recinto hasta la Puerta de Guadalajara como Platería, por los plateros que allí se establecieron, sobre todo a partir de la capitalidad.
El tercer y último tramo surgió extramuros, en dirección a la Puerta del Sol. Debido a su considerable anchura, muy superior a la de la Almudena y Platería, fue bautizado como Mayor, topónimo que, con el paso del tiempo y después de diferentes reformas urbanísticas, terminaría aplicándose al conjunto de la vía.

La existencia de soportales en esta calle se relaciona directamente con su dimensión comercial. No debe sorprender, por tanto, que la Plaza de la Villa, donde tenía lugar un importante mercado medieval, fuera uno de los primeros lugares de la ciudad en los que se dispuso su instalación.
En 1466 el rey Enrique IV ordenó que se levantaran pórticos en la citada plaza y, diez años después, Isabel la Católica volvería a insistir en esta idea, porque, al parecer, no se cumplió plenamente con la voluntad de su predecesor.
En las décadas siguientes el foco comercial se desplazó a la Plaza del Arrabal (actual Plaza Mayor) y a sus alrededores. El último tramo de la Calle Mayor no fue ajeno a este fenómeno y, en su contacto con la plaza, a espaldas de la Casa de Panadería, podían contabilizarse hasta cuatro gremios: joyeros, roperos, manguiteros y telas de seda.

Todos ellos contaban con sus respectivos portales, distribuidos en ambas aceras. Aunque éstos no aparecen documentados hasta el segundo tercio del siglo XVI, cabe pensar en un origen algo anterior. Debían sostenerse sobre vigas de madera, al más puro estilo castellano, como así se desprende de unas ordenanzas de 1591, en las que el ayuntamiento instaba a la utilización de pilares de piedra.
Con la construcción de la Plaza Mayor a principios del siglo XVII, la Calle Mayor fue objeto de una especial atención por parte de los maestros mayores arquitectos, pues se entendía como una extensión de aquella, no solo desde un punto de vista urbanístico, sino también en términos de actividad económica.
Juan Gómez de Mora, a quien debemos el trazado inicial de la plaza, unificó todo el entorno llevando su modelo porticado a algunas calles adyacentes, incluida la que ahora ocupa nuestra atención. También intentó homogeneizar las fachadas de los edificios, a partir de las pautas que él mismo había empleado en la plaza.
No tuvo mucho éxito en este último empeño, debido a la resistencia de los propietarios a la anexión parcelaria. Aún así, logró una cierta imagen de unidad, transmitida precisamente por medio de los soportales y de algunas actuaciones aisladas, como la que refleja el siguiente dibujo.

Gómez de Mora (1620). Casa del Mayorazgo de Luján en la Calle Nueva (hoy Ciudad Rodrigo), en la embocadura con la Calle Mayor.
En la segunda mitad del siglo XVIII, Ventura Rodríguez redactó un proyecto para dar uniformidad a Mayor y Platería, basado igualmente en los pórticos, como una solución que permitía la correcta alineación de esquinas, embocaduras y chaflanes. No pudo llevarse a cabo.

Más ambicioso fue Juan de Villanueva, quien remodeló la Plaza Mayor tras el pavoroso incendio de 1790, que casi acabó con ella. Su plan contemplaba la ordenación de una zona muy extensa (Mayor, Postas, Toledo, San Cristóbal, Provincia, Santa Cruz, Imperial...), mediante la unificación de los ritmos compositivos y de los materiales, además de un basamento porticado en todos los edificios.
En lo que respecta a la Calle Mayor, Villanueva propuso prolongar los soportales -que, como se ha dicho, estaban concentrados en la trasera de la Casa de la Panadería- tanto al este, hasta la confluencia con la Calle de las Postas, como al oeste, a través de San Miguel y Platería.
Pero, al igual que le ocurriera a Gómez de Mora, la oposición vecinal impidió que esta iniciativa quedara materializada, más allá de puntos muy determinados, como el Portal de Cofreros, en el arranque de la Calle de Toledo (y, aún con todo, con muchas limitaciones).
Los soportales de Mayor sobrevivieron hasta el último tercio del siglo XIX, sobrepasados por un nuevo concepto del comercio, que, con la idea del escaparate como bandera, avanzaba hacia la calle buscando un contacto más directo con el cliente.
Pero no todo se ha perdido. A pesar de que la calle ha renovado la práctica totalidad de sus edificios, aquellos pilares de piedra, replicantes de los existentes en la Plaza Mayor, continúan en pie, pero, eso sí, integrados dentro de los nuevos inmuebles construidos, que se sirven de ellos como elementos de cimentación. Todo un símbolo de que las cosas no desaparecen del todo, sino que se van asimilando.
En concreto, los pilares que han llegado hasta nosotros se distribuyen entre los números 27 a 31, 37 a 39 y 41 a 43, en la acera de los impares, y en los números 38, 44 y 50, en la de los pares. También se conservan algunos restos en la Calle del 7 de Julio, uno de los accesos con los que cuenta la Plaza Mayor.
Bibliografía
- Una propuesta urbana para la Calle Mayor, de Carlos Sambricio. Revista Oficial del Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid, número 307. COAM, Madrid, 1996.
- Un proyecto fracasado: las transformaciones de la Calle Mayor en el siglo XVIII, de Carlos Sambricio. Historia Contemporánea, número 24. Universidad del País Vasco, 2002.
- La Plaza Mayor en España, de Pedro Navascués Palacio. Papeles de Arquitectura Española, número 5. Fundación Cultural Santa Teresa, Diputación de Ávila, Ávila, 2002.
- Una propuesta urbana para la Calle Mayor, de Carlos Sambricio. Revista Oficial del Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid, número 307. COAM, Madrid, 1996.
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