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lunes, 6 de octubre de 2014

Los soportales de la Calle Mayor

La Calle Mayor de Madrid se forjó en la Edad Media, como el eje que enlazaba la Puerta de la Vega, situada en la cuesta homónima, con la de Guadalajara, en las inmediaciones de la Plaza de San Miguel. Discurría sobre lo alto de una loma, entre dos vaguadas, que hoy día dan forma a las calles de Segovia y del Arenal.

Constaba de varias partes, con nombres diferentes para cada una de ellas. Entre la Cuesta de la Vega y la Plaza de la Villa era conocida como Calle de la Almudena, en alusión a la desaparecida iglesia, y desde este último recinto hasta la Puerta de Guadalajara como Platería, por los plateros que allí se establecieron, sobre todo a partir de la capitalidad.

El tercer y último tramo surgió extramuros, en dirección a la Puerta del Sol. Debido a su considerable anchura, muy superior a la de la Almudena y Platería, fue bautizado como Mayor, topónimo que, con el paso del tiempo y después de diferentes reformas urbanísticas, terminaría aplicándose al conjunto de la vía.

Calle Mayor (1872). Colección Salvador Alcázar-Nicolás 1056.

La existencia de soportales en esta calle se relaciona directamente con su dimensión comercial. No debe sorprender, por tanto, que la Plaza de la Villa, donde tenía lugar un importante mercado medieval, fuera uno de los primeros lugares de la ciudad en los que se dispuso su instalación.

En 1466 el rey Enrique IV ordenó que se levantaran pórticos en la citada plaza y, diez años después, Isabel la Católica volvería a insistir en esta idea, porque, al parecer, no se cumplió plenamente con la voluntad de su predecesor.

En las décadas siguientes el foco comercial se desplazó a la Plaza del Arrabal (actual Plaza Mayor) y a sus alrededores. El último tramo de la Calle Mayor no fue ajeno a este fenómeno y, en su contacto con la plaza, a espaldas de la Casa de Panadería, podían contabilizarse hasta cuatro gremios: joyeros, roperos, manguiteros y telas de seda.

Plano de Chalmandrier (1761), con los soportales punteados.

Todos ellos contaban con sus respectivos portales, distribuidos en ambas aceras. Aunque éstos no aparecen documentados hasta el segundo tercio del siglo XVI, cabe pensar en un origen algo anterior. Debían sostenerse sobre vigas de madera, al más puro estilo castellano, como así se desprende de unas ordenanzas de 1591, en las que el ayuntamiento instaba a la utilización de pilares de piedra.

Con la construcción de la Plaza Mayor a principios del siglo XVII, la Calle Mayor fue objeto de una especial atención por parte de los maestros mayores arquitectos, pues se entendía como una extensión de aquella, no solo desde un punto de vista urbanístico, sino también en términos de actividad económica.

Juan Gómez de Mora, a quien debemos el trazado inicial de la plaza, unificó todo el entorno llevando su modelo porticado a algunas calles adyacentes, incluida la que ahora ocupa nuestra atención. También intentó homogeneizar las fachadas de los edificios, a partir de las pautas que él mismo había empleado en la plaza.

No tuvo mucho éxito en este último empeño, debido a la resistencia de los propietarios a la anexión parcelaria. Aún así, logró una cierta imagen de unidad, transmitida precisamente por medio de los soportales y de algunas actuaciones aisladas, como la que refleja el siguiente dibujo.


Gómez de Mora (1620). Casa del Mayorazgo de Luján en la Calle Nueva (hoy Ciudad Rodrigo), en la embocadura con la Calle Mayor.

En la segunda mitad del siglo XVIII, Ventura Rodríguez redactó un proyecto para dar uniformidad a Mayor y Platería, basado igualmente en los pórticos, como una solución que permitía la correcta alineación de esquinas, embocaduras y chaflanes. No pudo llevarse a cabo.

Ventura Rodríguez (1769). Alineación de las casas que dan a la Puerta de Guadalajara.

Más ambicioso fue Juan de Villanueva, quien remodeló la Plaza Mayor tras el pavoroso incendio de 1790, que casi acabó con ella. Su plan contemplaba la ordenación de una zona muy extensa (Mayor, Postas, Toledo, San Cristóbal, Provincia, Santa Cruz, Imperial...), mediante la unificación de los ritmos compositivos y de los materiales, además de un basamento porticado en todos los edificios.

En lo que respecta a la Calle Mayor, Villanueva propuso prolongar los soportales -que, como se ha dicho, estaban concentrados en la trasera de la Casa de la Panadería- tanto al este, hasta la confluencia con la Calle de las Postas, como al oeste, a través de San Miguel y Platería.

Pero, al igual que le ocurriera a Gómez de Mora, la oposición vecinal impidió que esta iniciativa quedara materializada, más allá de puntos muy determinados, como el Portal de Cofreros, en el arranque de la Calle de Toledo (y, aún con todo, con muchas limitaciones).

Los soportales de Mayor sobrevivieron hasta el último tercio del siglo XIX, sobrepasados por un nuevo concepto del comercio, que, con la idea del escaparate como bandera, avanzaba hacia la calle buscando un contacto más directo con el cliente.

















Pero no todo se ha perdido. A pesar de que la calle ha renovado la práctica totalidad de sus edificios, aquellos pilares de piedra, replicantes de los existentes en la Plaza Mayor, continúan en pie, pero, eso sí, integrados dentro de los nuevos inmuebles construidos, que se sirven de ellos como elementos de cimentación. Todo un símbolo de que las cosas no desaparecen del todo, sino que se van asimilando.

En concreto, los pilares que han llegado hasta nosotros se distribuyen entre los números 27 a 31, 37 a 39 y 41 a 43, en la acera de los impares, y en los números 38, 44 y 50, en la de los pares. También se conservan algunos restos en la Calle del 7 de Julio, uno de los accesos con los que cuenta la Plaza Mayor.



Bibliografía

- Una propuesta urbana para la Calle Mayor, de Carlos Sambricio. Revista Oficial del Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid, número 307. COAM, Madrid, 1996.

- Un proyecto fracasado: las transformaciones de la Calle Mayor en el siglo XVIII, de Carlos Sambricio. Historia Contemporánea, número 24. Universidad del País Vasco, 2002.

- La Plaza Mayor en España, de Pedro Navascués Palacio. Papeles de Arquitectura Española, número 5. Fundación Cultural Santa Teresa, Diputación de Ávila, Ávila, 2002.


lunes, 18 de febrero de 2013

La Plaza Mayor de Brunete

Visitamos la Plaza Mayor de Brunete, un lugar de fuerte simbología franquista, que, a diferencia de otros proyectos de la dictadura, ha logrado un cierto grado de asimilación. Incluso es considerada como una de las plazas más atractivas de la provincia, según figura en las rutas turísticas confeccionadas por la propia Comunidad de Madrid.



La plaza actual poco tiene que ver con la que fue configurándose entre los siglos XVI y XVIII. Fue trazada en 1940 e inaugurada oficialmente en 1946, en el contexto de reconstrucción de todo el pueblo, tras los estragos causados por la Batalla de Brunete (1937).

Nada más acabar la Guerra Civil (1936-1939), la localidad quedó bajo la “adopción del Jefe de Estado”, como literalmente figuraba en el decreto de 23 de septiembre de 1939, encaminado a recuperar los pueblos que habían perdido más del 75% de su caserío durante la contienda.

Como afirman las investigadoras Ana Portales y Maite Palomares, el cometido de esta iniciativa era doble: “por un lado, resolver el problema de la necesidad de viviendas, y por otro, actuar como instrumento de propaganda y justificante de los logros obtenidos por el régimen, al mostrar un país en vías de recuperación”. Para tal fin fue creada la Dirección General de Regiones Devastadas y Reparaciones.

Brunete fue objeto de una especial atención por parte de este organismo, no sólo porque su arruinamiento se había cifrado en nada menos que el 97%, sino también por su alto valor ideológico. No en vano fue el escenario de una las más sonadas victorias del bando rebelde.


Dibujo y plano del nuevo Brunete, en la revista 'Reconstrucción' (1941).

La reconstrucción del pueblo corrió a cargo de los arquitectos Luis Menéndez-Pidal (1896-1975) y Luis Quijada (1908-1978), con un proyecto de nueva planta, en el que fueron borrados todos los rastros del primitivo viario. Su propuesta buscaba la ordenación geométrica de los distintos elementos urbanos, al tiempo que poseía una fuerte carga ideológica.

Este extremo se observa especialmente en la Plaza Mayor, que, a diferencia de lo que es norma en la inmensa mayoría de los pueblos españoles, no fue concebida como el centro neurálgico, sino como un hito arquitectónico, que, gracias a su ubicación lateralizada, podía ser contemplado antes incluso de entrar en la localidad.

La distribución de los edificios dentro de la plaza revela igualmente un marcado simbolismo. Al situarse en una rasante superior, la iglesia se convierte en la principal referencia óptica, relegando a las dependencias civiles a un segundo término, en lo que puede interpretarse como una escenificación del nacionalcatolicismo defendido por el régimen.



A este efecto también contribuye el hecho de que la plaza no sea un espacio completamente cerrado, sino que se abre en los lados principales, precisamente desde donde mejor puede divisarse la silueta de la parroquia.

La prevalencia de este edificio cobra aún más fuerza gracias a dos escalinatas que, a modo de gran pedestal, permiten salvar los desniveles del terreno. Una facilita el ingreso en la plaza y la otra -de mayores dimensiones- se dirige directamente hacia la portada del Evangelio de la iglesia.

Ambas escaleras quedan alineadas en un mismo eje, creándose un nexo jerarquizado entre el pueblo (que accede al recinto desde el nivel más bajo), los poderes públicos (situados en un escalafón intermedio) y las autoridades eclesiásticas (que ocupan la parte más alta).

Siguiendo la tradición española, la plaza es cuadrangular y consta de dos alturas. Se dispone simétricamente, con dos secciones enfrentadas con planta en forma de U. Está porticada y tiene aproximadamente sesenta pilares.

Los materiales de fábrica son ladrillo enfoscado y granito, que se reserva para los pilares, las molduras y los recercados. No se sabe a ciencia cierta si la piedra fue extraída de las canteras de Valdemorillo o del Cerro de San Pedro, en Colmenar Viejo.



En uno de los costados laterales se levanta la Casa Consistorial, que aparece rematada con el característico reloj que corona la mayor parte de los ayuntamientos de nuestro país. En el otro se ubica el Juzgado de Paz -aunque originalmente aquí estuvo la Casa de la Falange-, con un enorme escudo preconstitucional en su parte superior.



Los motivos decorativos se concentran en estos dos edificios, con abundancia de bolas y pináculos. Mientras que en la Casa Consistorial la ornamentación es muy volumétrica, en la línea herreriana, en el Juzgado de Paz se barroquiza e, incluso, hay instaladas dos veneras.

El centro de la plaza está presidido por una fuente circular, de cuyo interior emerge un adorno de hierro forjado, con faroles y una representación del sol.



Mención aparte merece la iglesia, advocada a la Asunción de Nuestra Señora, sin duda la pieza más valiosa de todo el conjunto. Fue el único edificio que quedó en pie tras la Batalla de Brunete, si bien, durante la intervención de Menéndez-Pidal y Quijada, sólo pudieron conservarse los muros perimetrales y las hermosas portadas renacentistas, hechas en el siglo XVI.

La torre, la bóveda de la nave y el crucero fueron hechos de nueva factura, combinando “cánones neoclásicos de Juan de Villanueva”, según palabras de sus restauradores, y rasgos típicamente escurialenses, como los chapiteles en punta y las cubiertas de pizarra.


La iglesia, antes de construirse la plaza.

martes, 20 de marzo de 2012

El Portal de Cofreros



El Portal de Cofreros, uno de los nueve accesos de la Plaza Mayor, se encuentra en la parte alta de la Calle de Toledo. Se trata de un espacio porticado, poblado hoy día por numerosos bares, restaurantes y terrazas, que, en su tiempo, acogió una intensa actividad  mercantil de la mano del gremio de cofreros, establecido en esta zona desde el periodo tardomedieval.

El aspecto actual de este recinto es fruto de las actuaciones realizadas a finales del siglo XVIII y principios del XIX, tras el incendio de la noche del 16 de agosto de 1790, que asoló la Plaza Mayor. El fuego se inició en el Arco de Cuchilleros y se propagó rápidamente por los lados occidental, que desapareció por completo, y también por el meridional, que quedó destruido parcialmente.


'Vista de las ruinas de la Plaza Mayor de Madrid' (1790). Museo de Historia de Madrid.

En su calidad de arquitecto mayor de la villa, Juan de Villanueva (1739-1811) se responsabilizó de las labores de reconstrucción. Dada la magnitud de las pérdidas, buscó una solución integral, con importantes intervenciones tanto en la plaza como en los accesos afectados, entre ellos el portal que ocupa nuestra atención. El resultado fue una sustancial transformación del trazado original de Juan Gómez de Mora (1586-1648).

En lo respecta al Portal de Cofreros, Juan de Villanueva replicó el modelo planteado para la Plaza Mayor, con el mismo tipo de pórtico adintelado e inmuebles de tres plantas, siguiendo la línea propuesta para los lienzos de la plaza, que, antes del incendio, constaban de cinco alturas.

Su proyecto contemplaba la construcción de seis edificios en cada flanco de la calle, soportados cada uno de ellos sobre una estructura porticada de cuatro vanos, excepto los más próximos a la plaza, que presentaban solamente tres. Para adaptarse a la pendiente de la vía, los edificios quedaban escalonados.


'Diseño demostrativo de cómo debe construirse el Portal de Cofreros'. Juan de Villanueva (1790). Biblioteca Nacional de España.

Sin embargo, si se pasea por el Portal de Cofreros, puede comprobarse que el lugar no concuerda plenamente con el diseño que se acaba de describir. El recinto presenta fallos arquitectónicos notables y adolece, en algunos tramos, del espíritu armónico y equilibrado característico de la obra de Villanueva.

No todos los inmuebles mantienen la misma altura, al tiempo que se utilizan varios tipos de soportales o se recurre a medidas desiguales para separar los pilares.



La explicación a todos estos desmanes hay que encontrarla en la modalidad elegida para la ejecución de las obras, que se dejó enteramente a la iniciativa de particulares. Los edificios se construyeron en plazos de tiempo muy dilatados, sin seguir al pie de la letra las pautas dadas por Villanueva.

Lo más curioso es que el arquitecto tuvo que aportar a cada promotor, caso a caso y durante el resto de su vida, el plano de detalle correspondiente a su fachada.


El Portal de Cofreros en octubre de 1936, pocos meses después del estallido de la Guerra Civil.

lunes, 13 de junio de 2011

Puerta Cerrada, una postal casi perdida

Los célebres murales de Puerta Cerrada, todo un icono de la ciudad, están poco a poco desapareciendo, sin que las autoridades municipales hagan nada para evitarlo. La última pérdida se produjo hace escasas semanas, de tal modo ya sólo quedan tres de las seis pinturas que se hicieron originalmente.

Estos murales fueron realizados en 1983 por el diseñador Alberto Corazón (1942), a partir de una iniciativa del por entonces alcalde Enrique Tierno Galván (1918-1986). Se trataba de embellecer un espacio dominado, en dos de sus flancos, por destartaladas medianerías, que le daban un aspecto parco y desordenado.

La solución de los murales no pudo ser más exitosa. La plaza pronto se convirtió en uno de los lugares más fotografiados de Madrid y no hubo guía turística que no incluyera entre sus páginas alguna imagen de la renovada Puerta Cerrada.

Lamentablemente, cada vez queda menos que fotografiar. Del grupo de tres murales situados en la parte suroccidental del recinto, junto a la embocadura de la Cava Baja, únicamente se conserva uno.

En febrero de 1995 fue destruido el famoso 'gallo carnicero' de Alberto Corazón, a causa de una obras llevadas a cabo en la medianería donde había sido pintado. Y en esta primavera acaba de esfumarse el paisaje de vivos colores que estaba al lado, debido a la demolición del edificio que le servía de soporte.

Únicamente sobrevive el bodegón de frutas y verduras situado en la esquina de la Cava Baja, aunque se hace necesaria una urgente restauración, no sólo para corregir los efectos del paso del tiempo, sino más bien para reparar lo que ha hecho el hombre, como los adheridos de cemento que surcan la superficie.



Vista de los murales en una antigua postal de los años ochenta del siglo XX y en una fotografía del 9 de junio de 2011.

Con respecto al otro grupo, que se ubica en el lado oriental de la plaza, inicialmente había tres murales. Uno de ellos era un trampantojo que simulaba una fachada decimonónica, donde, subido en una falsa cornisa, había dibujado un pintor de brocha gorda, acompañado de un gato.

Esta pintura desapareció tras la apertura de varios balcones en lo que antes era una medianería. Es decir, la fachada ficticia ha terminado siendo sustituida por una fachada real, sin que la mayoría de los madrileños se haya dado cuenta del cambio.

El resultado final es que, de este grupo pictórico, sólo se mantienen en pie dos murales: uno de ellos es una esquematización del viejo lema de la villa Fui sobre agua edificada, mis muros de fuego son y el otro es un trampantojo, a modo de celosía con una enredadera.

Al igual que en el caso anterior, su estado de conservación es lamentable. Del primero ha desaparecido la superficie acuática que Alberto Corazón dejó pintada, mientras que la parte inferior del segundo se encuentra llena de graffitis. Sin duda, un triste espectáculo.



En la fotografía superior (propiedad de Oronoz) puede verse el trampantojo que había en el edificio de la izquierda, sustituido en la actualidad por una fachada real (imagen inferior, tomada el 9 de junio de 2011). La comparativa también permite comprobar el deterioro sufrido por los murales, con la desaparición incluso de algunos dibujos originales.

miércoles, 23 de febrero de 2011

La Plaza de San Antonio, de Aranjuez



La Plaza de San Antonio, de Aranjuez, es un magnífico ejemplo del gusto barroco por los grandes espacios urbanos, surgidos a partir de la ordenación geométrica de los distintos elementos arquitectónicos. Su enorme planta rectangular, que queda definida por un contorno de edificios perfectamente alineados, avala esta concepción urbanística.



Su autor fue Santiago Bonavía (1700-1760), un arquitecto italiano no demasiado conocido por los madrileños, a pesar de la enorme relevancia de su legado artístico. A él le debemos la prodigiosa Basílica Pontificia de San Miguel, en pleno Madrid de los Austrias, una de las más hermosas de la ciudad.

Tras su muerte, los trabajos recayeron sobre el francés Jaime Marquet (1710-1782), cuya creación más famosa es la Casa de Correos, en la Puerta del Sol.


Vista aérea de la Plaza de San Antonio. Fuente: Google Earth.

Lado occidental

La plaza fue diseñada en el año 1750, durante el reinado de Fernando VI (r. 1746-1759), para servir de conexión entre el Palacio Real de Aranjuez y el entramado urbano que se había ido formando al sur del mismo.

Esta función de nexo resulta especialmente visible en la galería porticada del lado occidental, por ser la más cercana al recinto palaciego. Se trata de una arquería de medio punto, soportada sobre pilares rectangulares labrados en piedra de Colmenar, con la que se unifica y da continuidad a las fachadas de la Casa de Oficios y de la Casa de Caballeros, dos edificios surgidos en épocas diferentes.

El primero fue realizado por Juan de Herrera (1530-1597) en 1584, si bien su construcción se prolongó hasta el siglo XVII. El segundo fue concebido en 1613 por Juan Gómez de Mora (1586-1648), pero no fue terminado hasta siglo y medio después, con la intervención de Jaime Marquet, entre 1762 y 1770.



Lado meridional

Este flanco está presidido por la Iglesia de San Antonio, cuya silueta barroca define y da personalidad a todo el conjunto. Concebida como el punto de fuga de la plaza, sustituyó al oratorio que Felipe V (r. 1700-1746) había fundado como refuerzo de la capilla del Palacio Real, demasiado pequeña para atender plenamente las necesidades religiosas de la Corte.

Fue proyectada en el año 1752 por Santiago Bonavía, quien, haciendo gala de su origen y formación, apostó por modelos de clara influencia italiana.
















El resultado es una estructura de planta circular, que se cubre mediante una bóveda esférica, rematada con una linterna cilíndrica de grandes dimensiones.

La fachada principal queda protegida por un pórtico de cinco arcos de medio punto y pilastras toscanas, que da lugar, en la parte superior, a una terraza, que se cierra por medio de una balaustrada de cantería y un frontón triangular, en la coronación del arco central.

Todo ello genera un efectista juego de curvas y contracurvas, muy escenográfico, con el que el templo pone el contrapunto a la distribución rectilínea de los demás elementos arquitectónicos del plaza.

Durante el reinado de Carlos III (r. 1759-1788), la iglesia fue ampliada con una nave rectangular, al tiempo que se acometió el cierre de la cara meridional de la plaza, con la construcción de dos nuevas arquerías a ambos lados de su fachada. Este trabajo lo llevó a cabo Jaime Marquet en 1767.



Lado oriental

Este lado de la plaza se encuentra porticado solamente en su primer tramo, en su contacto con la Casa de Infantes, mientras que, en el segundo, se abre al Jardín de Isabel II.

La Casa de Infantes fue realizada en 1772, para alojamiento de los infantes Gabriel y Antonio, hijos de Carlos III, y de sus respectivas familias. Se debe a un diseño de Juan de Villanueva (1739-1811), aunque su ejecución correspondió a Manuel Serrano, un arquitecto del que no se tienen muchos datos.

El edificio es, por tanto, posterior a las intervenciones de Santiago Bonavía y Jaime Marquet. Pese a ello, está perfectamente integrado en la plaza, gracias a la citada galería de arcos, que sigue la misma factura que la situada en el flanco occidental.

Lado septentrional

La cara norte de la plaza carece de arquerías, lo que facilita una conexión directa con el Jardín del Parterre, situado junto a la fachada oeste del Palacio Real.

La sensación de contacto entre las dos áreas se refuerza con la ubicación en esta parte de la Fuente de Venus, cuyo porte monumental constituye un digno contrapunto de la Iglesia de San Antonio.

Esta fuente fue realizada por Juan Reyna en el año 1762, si bien su aspecto actual poco tiene que ver con el que ideó su autor.



La primera gran transformación tuvo lugar en tiempos de Carlos III, que mandó sustituir la estatua de Fernando VI que coronaba inicialmente el conjunto por una figura de Venus, que es la que ha llegado hasta nuestros días. La escultura del monarca, obra de Giovan Domenico Olivieri, se halla actualmente en la Plaza de la Villa de París, en Madrid.

Pero los cambios más importantes se produjeron en 1830, cuando se amplió notablemente el número de motivos ornamentales de la fuente. Fueron incluidas diferentes representaciones de lagartos, caracolas y soles, así como una serie de amorcillos cabalgando sobre tritones, que se sumaron a los tres leones de mármol de Carrara del proyecto original.

En un principio, la fuente era conocida como del Rey, por la estatua de Fernando VI que tenía instalada en su parte superior. Con el cambio del remate escultórico, recibió la denominación oficial de Venus, aunque todo el mundo empezó a llamarla la Mariblanca, debido al color de la figura de la diosa (al margen de la coincidencia de nombre, esta estatua nada tiene que ver con la popular Mariblanca de la madrileña Puerta del Sol). Por esta razón, la Plaza de San Antonio también es llamada de la Mariblanca.



Pinturas de Fernando Brambila, correspondientes a la serie 'Vistas de los Sitios Reales y de Madrid' (1833), con los lados sur (imagen superior) y norte (imagen inferior) de la Plaza de San Antonio.

Artículos relacionados

También hemos hablado de estos otros lugares de Aranjuez:
- El Puente Largo del Jarama
- El Embarcadero Real de Aranjuez y la Escuadra del Tajo
- La Puerta del Labrador
- Villanueva en Aranjuez

sábado, 21 de agosto de 2010

A vueltas con el Arco de Cuchilleros

En diferentes ocasiones hemos alertado sobre el deterioro del Arco de Cuchilleros, cuya fachada se ha ido llenando de anuncios luminosos, salidas de aire acondicionado, cables y tubos, hasta conformar un totum revolutum visual, que avergüenza a propios y extraños.

Regresamos a este monumento, una de las atracciones turísticas más visitadas de Madrid, para informar de la reciente desaparición de un cartel luminoso, en el que se publicitaba un establecimiento hostelero.

Sin duda alguna, se trata de una buena noticia, que esperemos sea el primer paso para la limpieza y adecuación del Arco de Cuchilleros.



A la izquierda podemos ver el Arco de Cuchilleros en enero de 2010, con el anuncio luminoso al que nos estamos refiriendo (en tonos amarillos). Este cartel ha sido retirado, como puede comprobarse en la imagen de la derecha, capturada en agosto de 2010.

Pese a todo, todavía quedan otros muchos impactos visuales, que repasamos a continuación a través del siguiente reportaje gráfico.



A los cables y tubos que recorren los muros del arco, se añaden los aires acondicionados, así como el cartel municipal que advierte de la existencia de cámaras de vigilancia.



Anuncio de un establecimiento de souvenirs, sobre una persiana.



En este balcón se ha efectuado una reforma que rompe la armonía arquitectónica del conjunto.



Los comercios del entorno inmediato del arco tienen instalados reclamos publicitarios poco apropiados para un recinto histórico-artístico de estas características.

domingo, 11 de abril de 2010

El Pasadizo del Panecillo

Hoy nos detenemos en un recoleto rincón del Madrid de los Austrias, que lamentablemente no puede visitarse, a pesar de su carácter público. Nos estamos refiriendo al Pasadizo del Panecillo, un estrecho pasaje, a través del cual se comunica la Plaza del Conde de Barajas con la Calle de San Justo.

Esta diminuta vía, con forma de escuadra, se abre paso entre tres edificios de interés histórico artístico, como son la Basílica Pontificia de San Miguel, la Casa-palacio de los Condes de Miranda y el Palacio Arzobispal, que precisamente enfrenta a esta calle su más bella entrada, una portada barroca típicamente madrileña.

A la belleza de estos tres flancos se suma el propio encanto del pasadizo, que, en su tramo central, se ensancha, configurando una especie de patio, donde hay instalada una fuente de piedra, junto a dos cipreses.

Dos puertas de hierro, situadas en cada boca, se encargan de impedir el paso. Ello es así desde el primer tercio del siglo XIX, cuando se decidió clausurar el recinto, por cuestiones de seguridad, si bien, en el momento actual, la restricción está relacionada con un sorprendente uso particular de esta vía pública.

Hay que señalar que el Pasadizo del Panecillo debe su nombre a la costumbre iniciada por el cardenal-infante Luis Alfonso de Borbón y Farnesio (1727-1785), uno de los promotores de lo que hoy es el Palacio Arzobispal, mediante la cual se suministraba pan a los indigentes que pasaban por la zona, siempre y cuando hubiesen escuchado misa antes.

El reparto llegó a provocar tal nivel de escándalos y situaciones de picaresca que terminó suprimiéndose en 1829, al tiempo que fueron cerrados los dos extremos de la vía. La misma suerte corrió la entrega de alimentos que tenía lugar en la vecina Calle de la Pasa, donde tiene su entrada principal el Palacio Arzobispal, y que solía ser posterior a la del Pasadizo del Panecillo.

Como quiera que la comida de este segundo reparto consistía en un puñado de pasas, queda claro el origen del topónimo de la popular calle madrileña. Una curiosidad más, que se añade al famoso dicho de "el que no pasa por la Calle de la Pasa, no se casa", en alusión a la vicaría existente en una de las dependencias del Palacio Arzobispal, a la que obligatoriamente tenía que acudir todo aquel que desease contraer matrimonio eclesiástico.



El Pasadizo del Panecillo en 1951, en una instantánea nocturna tomada por el célebre fotógrafo Alfonso Sánchez García. Se trata de la entrada que da a la Calle de San Justo, donde se alza la fachada principal de la Basílica Pontificia de San Miguel. Está integrada por un arco de medio punto, actualmente desaparecido, que fue levantado en el siglo XIX, cubriendo uno de los lados de la portada barroca del Palacio Arzobispal (a la derecha).



En la imagen superior, puede verse el mismo acceso en abril de 2010. Se encuentra protegido únicamente con una puerta de hierro, tras el derribo del arco que taponaba la entrada del palacio (ésta puede verse a la derecha, liberada de obstáculos). El pavimento también ha sufrido transformaciones, al construirse una pequeña escalinata al inicio del pasadizo.

jueves, 8 de abril de 2010

La Gran Vía en el cine

En esta semana en la que la Gran Vía celebra su cumpleaños, no está de más recordar que la centenaria avenida ha sido uno de los escenarios más recurrentes del cine español. Como muestra, hemos elegido nueve títulos de diferentes décadas, donde se nos presenta la Gran Vía desde varias perspectivas.

'El último caballo' (1950)

'El último caballo' es, probablemente, la primera película rodada en la Gran Vía madrileña. Dirigida por Edgar Neville en 1950, narra la problemática vida de Fernando (Fernando Fernán Gómez), que, una vez acabado el servicio militar, regresa a Madrid con el caballo que le ha vendido su compañero de milicias. El intenso tráfico que ya por entonces padecía la Gran Vía es utilizado por el director para representar la vorágine de la ciudad.



'Las chicas de la Cruz Roja' (1958)

La Gran Vía es, sin duda alguna, el escenario principal de la 'Las chicas de la Cruz Roja', una de las comedias españolas de mayor éxito de todos los tiempos, que dirigió en 1958 Rafael J. Salvia. Es aquí donde se desarrollan las tramas amorosas de la película y donde tienen lugar las cuestaciones del Día de la Banderita. La escena de Julia (Luz Márquez), Paloma (Concha Velasco), Marion (Katia Loritz) e Isabel (Mabel Karr), paseando en un descapotable por la Gran Vía, mientras suena el tema central del filme, compuesto por Augusto Algueró, es ya todo un clásico.



'El día de los enamorados' (1959)

Fernando Palacios rodó 'El día de los enamorados' tras la estela del éxito de 'Las chicas de la Cruz Roja'. La película no se desarrolla tanto en la Gran Vía, como el entorno de la Plaza de España y, más en concreto, en la Torre de Madrid, utilizada por San Valentín (George Rigaud) como vía de comunicación con el cielo. Pese a ello, la avenida y sus aledaños aparecen en varios momentos de la cinta. Es el caso de la Plaza del Callao, ya que allí trabaja Conchita (Concha Velasco), como dependienta del antiguo Galerías Preciados (actualmente FNAC).



'El crack' (1981)

Considerada como una obra maestra del cine policíaco español, esta película de José Luis Garci, estrenada en 1981, nos descubre numerosos rincones del Madrid de la transición, con especial atención a la Gran Vía. En el entorno de la centenaria avenida tiene su despacho Germán Arieta (Alfredo Landa), un investigador privado que recibe el encargo de localizar a una joven de 16 años, de la que se desconoce su paradero.



'El crack 2' (1983)

En 1983 Garci estrenó 'El crack 2'. La Gran Vía volvió a tener un protagonismo especial, como trasfondo de una oscura historia, de resultados trágicos, en la que se ven involucrados el detective Arieta y su ayudante Moro.



'Mujeres al borde de un ataque de nervios' (1988)

Buena parte de la acción de 'Mujeres al borde de un ataque de nervios', de Pedro Almodóvar, transcurre en un ático, desde donde se divisan, a modo de skyline, dos de las construcciones de mayor interés de toda la Gran Vía, como son los edificios Metrópolis y Telefónica. Esta estampa fue la elegida para confeccionar el cartel promocional con el que el filme se distribuyó internacionalmente, caso de la edición francesa.



'El día de la bestia' (1995)

Álex de la Iglesia sitúa en el célebre edificio Carrión, también llamado Capitol, la que puede ser considerada como la escena más emocionante de 'El día de la bestia'. Tras convocar al diablo mediante un conjuro, Ángel (Álex Angulo), José María (Santiago Segura) y el Doctor Cavan (Armando de Razza) intentan escapar de las fuerzas malignas, a través de la estructura metálica del popular anuncio de neón de Schweppes.



'Abre los ojos' (1997)

Este filme de Alejandro Amenábar, el segundo de su brillante carrera, nos presenta una Gran Vía completamente desierta, mientras César, el personaje central, interpretado por Eduardo Noriega, corre desesperado en busca de algún signo de vida. La escena se rodó en pleno verano, el 15 de agosto de 1996, a las siete de la mañana, y fue necesaria la intervención de varios agentes de la policía local, que cortaron la circulación tanto en Callao y la Plaza de España como en las pequeñas calles que desembocan en la Gran Vía.



'20 centímetros' (2005)

La Gran Vía es uno de los escenarios principales de esta película dirigida en 2005 por Ramón Salazar. Está protagonizada por Mónica Cervera, que asume el papel de Marieta, un transexual que ejerce la prostitución. El filme incluye diez números musicales, uno de los cuales se desarrolla en plena Gran Vía, al ritmo de la popular canción "Muchachita", que popularizó en su momento Marisol.