Mostrando entradas con la etiqueta Torrelodones. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Torrelodones. Mostrar todas las entradas

lunes, 23 de enero de 2012

El viaje de Cosme de Médici (2): Reales Sitios, Valdemoro, Torrelodones y Las Rozas

Proseguimos con el viaje que Cosme III de Médici realizó por España y Portugal en el último tercio del siglo XVII y, más en concreto, por tierras madrileñas, donde permaneció los meses de octubre y noviembre de 1668.

Después de haber conocido su opinión sobre Alcalá de Henares y Madrid, le toca ahora el turno a El Pardo, El Escorial, Aranjuez, Valdemoro, Torrelodones y Las Rozas. Todos estos lugares fueron plasmados por el pintor Pier Maria Baldi, que acompañó al duque.


'El Escorial' (Pier Maria Baldi, 1668).

El Escorial, Torrelodones y Las Rozas

Cosme de Médici aprovechó su estancia en Madrid para visitar el Real Sitio de El Escorial. El trayecto se hacía aproximadamente en una jornada, por lo que se vio obligado a realizar una parada a medio camino, para descansar y comer.

La comitiva se detuvo en Torrelodones, "una aldehuela miserable situada al pie de unas colinas rocosas", que aparece identificada en el relato oficial con el curioso topónimo de la Torre de los Oidores.

No se sabe exactamente la razón de este nombre, a todas luces erróneo, aunque cabe entender que fuese una licencia, tal vez por la coincidencia durante el almuerzo con uno o varios oidores, un antiguo cargo judicial del Reino de Castilla.


'Torrelodones' (Pier Maria Baldi, 1668).

Debe tenerse en cuenta que Torrelodones era una parada casi obligada en el camino que conducía hasta El Escorial, al encontrarse a cinco leguas de Madrid, distancia que normalmente se recorría en media jornada yendo en coche de caballos.

Las Rozas, "otra pequeña aldea, pero fabricada más regularmente", fue otro de los lugares por los que la comitiva pasó, aunque, en esta ocasión, de regreso desde El Escorial y tomando como destino el Convento del Santo Cristo de El Pardo.


'Las Rozas' (Pier Maria Baldi, 1668).

El Pardo

A Cosme de Médici le impresionó gratamente el Real Sitio de El Pardo, principalmente sus parajes naturales. "Es una quinta del rey, colocada en el fondo de un valle habitado de gamos que, en grandísima cantidad, esperando servir los placeres del rey, gozan de la seguridad que les da un bellísimo boscaje de carrascas".

"Los bordes de este valle están formados por una serie continua de montañas poco elevadas, desde las cuales la vista no deja ser agradable y el aire salubre. En la parte más baja, corre el Manzanares".


'El Pardo' (Pier Maria Baldi, 1668).

En cambio, su impresión concreta del Palacio Real, por entonces mucho más pequeño que ahora, fue menos entusiasta. "El edificio no tiene nada de extraordinario; para un caballero privado no estaría mal. Pero la regularidad de su arquitectura le da una apariencia superior a lo que es realmente".

"Consiste en un edificio cuadrado, de ladrillos con encuadramientos de piedra, en cuyos ángulos se destacan cuatro torrecillas que, por tener dos pisos, se alzan por encima de la casa. Alrededor le da vuelta un foso seco, aunque bastante profundo, utilizado como jardín".

Aranjuez y Valdemoro

Cosme III de Médici abandonó Madrid el 25 de noviembre de 1668, para dirigirse a Andalucía. De camino, pasó por Villaverde, Pinto y Valdemoro, "un lugar muy grande del Duque de Cardona", que aparece "en el fondo de un valle", aunque, de salida, "se presenta notablemente levantado sobre el camino real".


'Valdemoro' (Pier Maria Baldi, 1668).

En Aranjuez, el soberano toscano estuvo alojado como huésped del rey. Aunque no pudo forjarse una opinión cerrada del Palacio Real, al estar "sólo un lado construido", sí que hizo una detallada descripción de los jardines.

El río Tajo, "poco antes de llegar allí dividiéndose al pasar por un depósito, forma artificiosamente una isla no muy grande donde hay un jardín. El llano de la isla está dividido por varios paseos cubiertos, aunque estrechos y bajos, en cuyos entrecruces se encuentran numerosas fuentes".

"Muchas son ricas de materia por la abundancia de los bronces y de los mármoles, pero sobre poco más o menos todas pobres de agua, pues consisten solamente en surtidores".


'Aranjuez' (Pier Maria Baldi, 1668).

"Fuera de la isla todo el resto del campo a uno y otro lado del Tajo está revestido de olmos altísimos que plantados por todas partes en dos filas forman vastísimos paseos, los cuales, al encontrarse en diversos puntos y con diversas disposiciones, ya forman una estrella de doce paseos, ya una media estrella de cinco".

Bibliografía

Viaje de Cosme III por España (1668-1669): Madrid y su provincia, de Ángel Sánchez Rivero. Publicaciones de la "Revista de la Biblioteca, Archivo y Museos", volumen primero. Ayuntamiento de Madrid, Madrid, 1927.

martes, 10 de enero de 2012

La casa de Ricardo León, en Torrelodones

Uno de los atractivos de la Sierra de Guadarrama son las suntuosas residencias surgidas a finales del siglo XIX y comienzos del XX. Fueron erigidas por burgueses acomodados, nobles de nuevo cuño, intelectuales, militares y políticos de renombre, que buscaban un lugar para el descanso, en contacto con la naturaleza.

Estas construcciones heredaban el espíritu de las viejas quintas nobiliarias que proliferaron en las afueras de Madrid en los siglos XVIII y XIX, pero desde un planteamiento arquitectónico más cercano a la mansión que al palacio propiamente dicho, en el que la verticalidad estaba permitida.

Eran soberbios edificios, realizados con gran despliegue de medios, que expresaban la posición social de sus propietarios. Los estilos eran muy variados, con profusión de modelos historicistas o de inspiración regional, entre los que no podía faltar una idealización de la vivienda rural guadarrameña, con la piedra berroqueña como indiscutible protagonista.


La casa de Ricardo León en 1935. Hemeroteca de 'ABC'.

Nos dirigimos hasta Torrelodones en busca de una de las residencias más impresionantes de la sierra madrileña. Se trata de la casa de Ricardo León (1877-1943), un novelista, poeta y académico encuadrado dentro del modernismo, que no es muy conocido en el momento actual, pese a que fue uno de los autores más prestigiosos y de mayores ventas de su época.

El escritor bautizó a la finca con el nombre de Santa Teresa, personaje por el que sentía verdadera pasión. Además, su cumpleaños era el 15 de octubre, día en el que la comunidad católica festeja a la santa abulense.


Puerta de acceso a la finca.

La mansión está situada en la Colonia del Rosario, como se conocía antiguamente a esta parte de Torrelodones, en la actual Calle de Antonio Lasso, justo en el límite con Galapagar.

Se encuentra cerca de otros palacetes, igualmente edificados a principios del siglo XX, como Panarras, que fue propiedad del político Manuel García Prieto (1858-1938); el Canto del Pico, donde vivió el coleccionista de arte José María del Palacio (1866-1940); o El Pendolero, que perteneció al estadista Antonio Maura (1853-1925).

La casa se convirtió en un importante foco cultural. A ella acudían figuras literarias de la talla de Jacinto Benavente (1866-1954), José Martínez Ruiz "Azorín"(1873-1967) o Camilo José Cela (1916-2002), que iba a ver a Ricardo León para pedirle consejo sobre la edición de su novela La familia de Pascual Duarte.

Otro de sus ilustres visitantes era el ya citado Maura, al que el escritor consideraba como su mecenas.

Pero Santa Teresa también fue escenario de hechos trágicos. El 9 de octubre de 1936 sufrió el ataque de un grupo combinado de milicianos y guardias de asalto, en el que resultó muerto Fernando León Garrido, hijo pequeño del autor, al ser aplastado contra una puerta.



La mansión en dos postales antiguas.

La casa está levantada enteramente en granito, en forma de sillares en los vanos, en los esquinales y en la fachada principal, mientras que los muros se revisten con mampostería. Los tejados son de piedra de pizarra.

Estos materiales le confieren un aire inequívocamente escurialense, como el propio escritor se encargó de subrayar al referirse a la finca como su "pequeño Escorial".

Aunque tal vez el elemento más típicamente herreriano sea el enorme chapitel con el que se cubre la torre. Ésta es de planta cuadrangular y en su parte superior se abre un espléndido un mirador porticado, que se orienta al valle del río Guadarrama.



Ricardo León vivió en esta casa desde 1922 hasta su muerte, en 1943. Según sus propias palabras, “ya hacía bastantes años que tenía mi hogar encendido en esta quinta, que quise que fuera casa para vivir y morir, con la doble ilusión de un retiro apacible y de una labor espiritual que me dispusiera dignamente para el descanso eterno".

“Aquí, frente a las cumbres carpetanas, con el martillo sobre el yunque, vuelvo a sentir muy dentro los oleajes del mar, del mar sagrado de España”.

A pesar del tiempo transcurrido, Santa Teresa sigue manteniendo el esplendor de sus primeros días, gracias al celo de los herederos del escritor. En ella se guarda su archivo, con cientos de documentos sobre su vida y obra, además de numerosos objetos personales.

Véase también

Otros artículos relacionados con Torrelodones:
- La Marca Media: el Puente de la Alcanzorla
- El arroyo de Trofa
- La Fuente de El Caño
- Los telégrafos ópticos de Cabeza Mediana y Torrelodones
- Lista Roja del Patrimonio (Palacio del Canto del Pico)
- El Puente Nuevo
- La Presa de El Gasco, el sueño de un Manzanares navegable

martes, 20 de septiembre de 2011

La Marca Media: el Puente de la Alcanzorla

Volvemos a hablar de la Marca Media, una de las demarcaciones territoriales de Al Andalus, que, por su situación al sur del Sistema Central, en una zona fronteriza con los reinos cristianos, jugó un papel decisivo en la defensa de Toledo, entre los siglos IX y XI.

En la Comunidad de Madrid se mantienen en pie diferentes restos de aquel pasado militar. En diversos puntos de la sierra hay numerosas atalayas de vigilancia, muy bien conservadas, que daban la voz de alerta en las situaciones de peligro. Una excelente muestra de este tipo de edificaciones la hallamos en el pueblo de Venturada, en el Valle del Jarama.

En cambio, el estado de conservación de las ciudadelas que levantaron los musulmanes es bastante más deficiente. Varios lienzos de muralla nos informan de la existencia de Mayrit, mientras que de Alcalá la Vieja, en Alcalá de Henares, tan sólo pervive una torre albarrana, además de distintos vestigios desperdigados. Por no hablar de Calatalifa, en Villaviciosa de Odón, de la que apenas quedan unas cuantas cimentaciones.

Mucho más escondidas se encuentran las escasas huellas que han llegado hasta nosotros del camino militar que, recorriendo el piedemonte de Guadarrama y Gredos, unía lo valles del Jarama y del Tiétar, poniendo en contacto la red de atalayas a la que nos acabamos de referir.

Todo este patrimonio se completa con una serie de cinco puentes, integrados dentro de la citada ruta militar, que se distribuyen alineadamente por el norte, el noroeste y el oeste madrileño.

Los situados en los extremos del camino -uno en Talamanca, sobre el Jarama, y el otro en San Martín de Valdeiglesias, sobre el Alberche- son los que han sufrido las mayores transformaciones arquitectónicas a lo largo de la historia, hasta prácticamente hacer irreconocible su factura islámica.

En Colmenar Viejo, salvando el río Manzanares, se halla el Puente del Grajal, que también ha sido modificado con el paso del tiempo, pero, en este caso, se mantiene la estructura original.

Los puentes que mejor conservan su trazado musulmán son el del Pasadero, en Navalagamella, sobre el pequeño río Perales, y el del la Alcanzorla, sobre el Guadarrama, que es el que ocupa nuestra atención.


Fotografía  de Arqueoturismo.

El Puente de la Alcanzorla está a medio camino entre Torrelodones y Galapagar, aunque dentro del término municipal de este último pueblo. Popularmente se le conoce como el Puente Romano, pero este origen no parece del todo cierto, dadas sus proporciones, inequívocamente andalusíes.

Su tablero mide 2,8 metros de ancho, que equivalen a cinco codos rassassíes, que, junto con los seis codos, era la medida más utilizada en Al Andalus en este tipo de construcciones. El puente, además, se asienta directamente sobre la roca, otro rasgo constructivo típicamente islámico.

Su ubicación también parece informar de que estamos ante una obra musulmana. No sólo se encuentra en la dirección que seguía el camino militar que iba desde el Valle del Jarama hasta el del Tiétar, sino que, muy cerca de su enclave, se alzan otras tres construcciones andalusíes: la Atalaya de Torrelodones, la Torrecilla de Nava de la Huerta, en Hoyo de Manzanares, y el ya señalado Puente del Grajal, en Colmenar Viejo.


Postal de los años setenta del siglo XX.

En cualquier caso, no deben descartarse completamente las vinculaciones romanas que recoge la toponimia popular. Recientemente se han descubierto restos de una calzada de principios del siglo III en el municipio de Galapagar, con lo que puede entenderse que pudo haber un puente anterior.

El que ha llegado a nuestros días debió sustituir a aquella primitiva estructura. Se edificó en un momento indeterminado entre los siglos IX y XI, cuando la población islámica procedió a la fortificación de la Marca Media, si bien algunos historiadores concretan algo más y sitúan su fundación durante el califato de Abderramán III (891-961).

Con todo, las primeras referencias escritas de su existencia no aparecen hasta 1236, cuando el rey Fernando III el Santo (1199-1252) lo cita en un documento en el que pide ayuda para recuperar la ciudad de Córdoba, a cambio de unas tierras localizadas entre Galapagar y Hoyo de Manzanares.

Del Puente de la Alcanzorla únicamente sobreviven los estribos y el arco de medio punto sobre el que se sostenía el tablero. La fábrica es de piedra de granito, con sillares en las dovelas y mampostería en los restantes elementos conservados.


El puente en una postal antigua.

Artículos relacionados

La serie "La Marca Media" consta de estos otros reportajes:
- La Muralla de Buitrago del Lozoya
- La Atalaya de Venturada
- El puente musulmán del Grajal
- ¿Atalaya islámica o torre cristiana?
- El Parque de Mohamed I, casi listo

jueves, 13 de enero de 2011

El arroyo de Trofa

Nuestro pequeño Manzanares se nutre de las nieves del Ventisquero de la Condesa, donde nace, a los pies de la Bola del Mundo, pero también de un elevado número de riachuelos, que le aportan sus humildes aguas.

Ya hablamos en su momento del Samburiel, conocido en su curso alto como río Navacerrada, y ahora le toca el turno al arroyo de Trofa, la segunda corriente fluvial más importante del Monte de El Pardo, después del propio Manzanares.


El arroyo, a su paso por Torrelodones.

El origen de este arroyo se encuentra en la Sierra del Hoyo, una formación montañosa perteneciente a la Sierra de Guadarrama, aunque aislada de ésta, dentro del municipio de Hoyo de Manzanares. Su altitud es relativamente baja, con cotas que oscilan entre los 1.000 y los 1.400 metros.

La nieve tiene una presencia muy ocasional en estas cumbres, lo que determina que el arroyo tenga un régimen muy variable, casi torrencial. Con todo, éste consigue llevar agua todos los meses del año, pero, eso sí, con un fortísimo estiaje.

Después de surcar el término de Hoyo de Manzanares, se adentra en el de Torrelodones, a través de la urbanización Los Peñascales, donde se rodea de viviendas residenciales, tanto chalets independientes como adosados.

Aquí realiza el mayor logro de todo su recorrido, ya que llena el Embalse de Gabriel Enríquez de la Orden, una vieja presa que, en su momento, abasteció de agua a los vecinos de la zona.


Embalse de Gabriel Enríquez de la Orden.

Se dirige posteriormente al Monte de El Pardo, que, como sabemos, está comprendido en su totalidad dentro del término municipal de Madrid. Su entorno lo forman ahora centenares de encinas, aunque el arroyo también es capaz de generar su propia vegetación de ribera.

En su tramo final, discurre por una amplia dehesa, próxima al ferrocarril Madrid-Ávila-Segovia, que corta Monte de El Pardo en dos mitades.

Desde el tren, si uno se fija mucho, es posible divisar su desembocadura en el Manzanares, al que tributa por su margen derecha, cerca del enorme viaducto ferroviario que cruza el río.


El arroyo, retenido en Los Peñascales.

Se trata de uno de los afluentes más relevantes de nuestro 'aprendiz de río', no tanto por la magnitud de su corriente, más bien escasa, sino por la función de corredor biológico que cumple, al comunicar los espacios protegidos del Parque Regional de la Cuenca Alta del Manzanares, donde se integra la Sierra del Hoyo, y del Monte de El Pardo.

De él se benefician las especies animales que habitan en ambos enclaves, facilitando su desplazamiento hasta los mismos límites de la ciudad de Madrid.

Fotografías de J. J. Guerra Esetena, algunas de ellas también publicadas en Wikipedia.

jueves, 16 de diciembre de 2010

La Fuente de El Caño, de Torrelodones

Visitamos el municipio de Torrelodones, tras la pista del estilo herreriano, que tanto definió la fisonomía de la región madrileña entre los siglos XVI y XVII.

Aquí se encuentra la Fuente de El Caño, que fue levantada durante el reinado de Felipe II (r. 1556-1598), poco después de que acabasen las obras del Monasterio de El Escorial (1563-1584).

Se trata de una de las fuentes monumentales más antiguas que se conservan en la comunidad autónoma.



Historia

La Fuente del Caño se construyó a partir de una iniciativa municipal, dirigida a hacer más agradables las estancias del rey Felipe II en Torrelodones, donde éste pernoctaba cada vez que se desplazaba desde Madrid hasta el Monasterio de El Escorial.

La localidad estaba situada a una distancia de cinco leguas de la Villa y Corte, dentro del Real Camino de Valladolid, uno de los más utilizados para llegar al Real Sitio. Normalmente, este trecho se recorría en una jornada, lo que obligaba a los viajeros a pasar la noche en el pueblo.

El proyecto de la fuente fue encargado a Gaspar Rodríguez, un maestro de albañilería de origen vallisoletano o, tal vez, palentino, que contó con la colaboración de Juan Aguado, vecino de Galapagar. Ambos habían trabajando con anterioridad en el Monasterio de El Escorial.

En 1591 la fuente ya estaba concluida. Así consta en el documento existente en los archivos históricos del Ayuntamiento de Torrelodones, donde figura que la obra fue tasada en 5.720 reales, por parte de los canteros Juan de Bargas y Juan de Burga Valdelastras.

Descripción

La fuente está realizada en sillería, a base de granito. A pesar de su aspecto mural, no fue concebida para estar adosada.

Presenta una estructura muy sencilla, con un cuerpo rectangular, sobre el que descansa un frontón de aire clásico, recorrido por una cornisa saliente. A sus pies se extiende un pilón de planta cuadrangular, al que vierten dos caños.

Los vértices del frontón aparecen rematados con tres bolas de piedra, un recurso muy frecuente en las construcciones herrerianas, con una gran presencia de figuras geométricas básicas, tales como pirámides o esferas.

Sin embargo, el frontispicio parece desmarcarse de las pautas típicamente escurialenses. Está presidido por un escudo, alrededor del cual hay labradas varias franjas, algunas de ellas curvadas, que rompen el equilibrio rectilíneo al que suele tender el citado estilo.

Con respecto al escudo, se encuentra muy desgastado. No se conoce su heráldica, si bien parecen adivinarse las armas de los Mendoza, los Luna y los Granados.



La fuente ha tenido tres enclaves diferentes a lo largo de la historia. En 1984, tuvo lugar el traslado definitivo, mediante el cual fue colocada en el centro de una plaza, muy cerca de su ubicación primitiva.

Con tal motivo, le fueron añadidas, a modo de exedra, dos extensiones laterales semicirculares, en las que hay dispuestos asientos. Fueron diseñadas en 1983 por el pintor Manuel López-Villaseñor (1924-1996), vecino de Torrelodones en aquellos momentos.

La Fuente de El Caño no fue el único monumento herreriano construido en Torrelodones en el siglo XVI. En 1589 se puso la primera piedra del Real Aposento de Torrelodones, que el rey Felipe II mandó edificar a su arquitecto, Juan de Herrera (1530-1597). Lamentablemente fue impunemente derribado en el año 1965.

Fotografías de Guerra Esetena, algunas de ellas también publicadas en Wikipedia.

Artículos relacionados

La serie "El estilo herreriano en la Comunidad de Madrid" consta de estos otros reportajes:

- La Iglesia de San Bernabé, en El Escorial
- Francisco de Mora y el Pozo de Nieve del Monasterio de El Escorial
- El Puente Nuevo

lunes, 21 de junio de 2010

Los telégrafos ópticos de Cabeza Mediana y Torrelodones

Visitamos dos de las cinco torres de telegrafía óptica que aún se conservan en la Comunidad de Madrid. La primera de ellas corona la montaña conocida como Cabeza Mediana, una cumbre de más de 1.300 metros de altitud que comparten los municipios de Moralzarzal, Alpedrete y Collado Mediano.

La segunda se localiza en un pequeño altozano, situado aproximadamente a un kilómetro del casco urbano de Torrelodones.

Ambas formaron parte de la línea Madrid-Irún, diseñada por el ingeniero donostiarra José María Mathé Aragua (1800-1875) e inaugurada en el año 1846.

Esta red constaba de un total de 52 torres, con arranque en el Cuartel del Conde Duque. No estuvo mucho tiempo en servicio, debido a la rápida implantación del telégrafo eléctrico, que dejó al sistema óptico completamente obsoleto.


La Torre de Monterredondo, en lo alto del cerro de Cabeza Mediana, antes de su restauración (fotografía del Ayuntamiento de Moralzarzal).

Un poco de historia

La telegrafía óptica se desarrolló en Europa entre los siglos XVIII y XIX. Consistía en la transmisión de señales lumínicas codificadas, a través de una cadena de torres convenientemente alineadas. De tal modo que los mensajes iban saltando de una a otra, hasta llegar al punto de destino, donde se descodificaban.

En lo que respecta a España, este sistema de comunicación estuvo inicialmente vinculado con los Reales Sitios. Se trataba de que los reyes estuvieran al corriente, con la mayor celeridad posible, de los acontecimientos que pudieran producirse durante sus desplazamientos.

La línea Madrid-Aranjuez, la primera en entrar en funcionamiento, vio la luz en 1824. En 1832 se puso en marcha la que unía la capital con San Ildefonso y en 1834 empezaron a operar otras tres, Madrid-Carabanchel, San Ildefonso-Riofrío y Madrid-El Pardo.

En la década posterior, la telegrafía óptica tuvo una notable expansión, gracias al ambicioso plan ideado por Mathé entre 1844 y 1846. En él se contemplaba la creación de una extensa red radial, mediante la cual se cubría gran parte del territorio nacional. Sin embargo, sólo pudieron construirse las líneas Madrid-Irún, Madrid-Cádiz y Madrid-La Junquera.

El proyecto no fue muy bien acogido por algunos intelectuales de la época. Es el caso del escritor José María de Pereda (1833-1906), que, en su obra Pedro Sánchez (1883), se refería a las torres ópticas en los siguientes términos:

"Eran los telégrafos ópticos, que, lejos de alegrar el paisaje, le entristecían todavía más; pues a la contemplación del insulso detalle iba unida la consideración de que dentro de aquella jaula de sólidas paredes, había seres humanos incomunicados con el el resto del mundo; y para mayor burla de la desgracia, ellos, los encargados de conducir maquinalmente la palabra de los demás a través de la tierra, estaban condenados a no hablar con nadie".


José María Mathé y su modelo de telégrafo óptico.

Cabeza Mediana

El telégrafo óptico que hay situado en el cerro de Cabeza Mediana recibe el nombre de Torre de Monterredondo. Se encuentra dentro del término municipal de Collado Mediano, si bien el acceso se realiza desde Moralzarzal.

En el verano de 2007 se procedió a su restauración, aunque realmente lo que se ha hecho ha sido una reconstrucción en toda regla, utilizando la referencia de los planos originales. Gracias a estos trabajos, nos podemos hacer una idea bastante exacta de las características que tuvo la edificación primitiva y de su funcionamiento técnico.

La Torre de Monterredondo fue levantada a partir del estándar arquitectónico fijado por Mathé, común a todas las torres integradas en las líneas que estuvieron bajo su competencia.

Éste consistía en una construcción de planta cuadrangular, de siete metros de lado y doce de alto, con tres pisos y una cubierta a modo de azotea, que servía de base a la estructura metálica del telégrafo propiamente dicho.

En cuanto a la fábrica, se utilizó mampostería de piedra, en combinación con ladrillo. Durante las citadas obras de reconstrucción, el conjunto fue enfoscado y pintado de ocre, emulando el acabado que tuvo en sus orígenes.

Si observamos detenidamente la estructura, se advierte un aspecto fortificado. Mathé concibió las torres como fortalezas, debido a los movimientos revolucionarios del momento.

El grosor de sus muros, la presencia de aspilleras y el hecho de que la puerta de entrada se encuentre a unos dos metros del suelo, con una escalera de acceso que se echaba desde dentro, dan cuenta de esta preocupación.


La Torre de Monterredondo, una vez reconstruida (fotografía del Ayuntamiento de Moralzarzal).

Torrelodones

La torre óptica de Torrelodones, conocida como de Navalapiedra, ofrece la otra cara de la moneda. No sólo no ha sido restaurada, sino que fue transformada en vivienda, probablemente en la primera mitad del siglo XX. Pese a ello, todavía es posible reconocer gran parte de los rasgos arquitectónicos definidos por Mathé en su modelo de torre.

Entre las alteraciones más significativas, cabe destacar la sustitución de la cubierta original por un tejado de teja árabe a cuatro aguas, la pintura blanca (o lo que queda de ella) que cubre los muros y la apertura de una puerta de acceso directamente sobre el suelo, modificando la pauta original de elevarla dos metros sobre la rasante.

La de Navalapiedra era la torre inmediatamente anterior a la situada en la montaña de Cabeza Mediana. Ambas establecían contacto visual gracias a las diferentes altitudes de sus respectivos emplazamientos. Mientras que la primera se halla a unos 850 metros sobre el nivel del mar, la segunda preside un enclave casi el doble de alto.

La última de las torres madrileñas de la línea Madrid-Irún se encontraba en el Puerto de Navacerrada, a casi 2.000 metros de altitud. De ella no queda casi nada, al margen de su nombre, que ha servido para bautizar la cumbre del Alto del Telégrafo.

Los emplazamientos de estas tres torres se ajustaban a las directrices que había establecido José María Mathé en su proyecto de redes de telegrafía óptica. La distancia de separación que debía existir entre ellas oscilaba entre un mínimo de dos leguas y un máximo de tres (la legua castellana equivale a 4,19 kilómetros).


Torre de Navalapiedra, en Torrelodones.

Además de las torres ópticas de Cabeza Mediana y Torrelodones, en la región madrileña se mantienen en pie otras tres: las de Aranjuez, Arganda del Rey y Perales de Tajuña.


Otra vista de la Torre de Navalapiedra.

viernes, 18 de junio de 2010

Lista Roja del Patrimonio

La Lista Roja del Patrimonio es una iniciativa de la asociación Hispania Nostra, que "aspira a recoger aquellos elementos del patrimonio histórico español que se encuentren sometidos a riesgo de desaparición, destrucción o alteración esencial de sus valores".

Comenzó a elaborarse en el año 2006 y, hasta el momento, se han inventariado en toda España más de 360 conjuntos monumentales y arqueológicos. Lejos de estar cerrada, la lista se encuentra en plena fase de elaboración, abierta a la participación de cualquier entidad o persona interesada en la defensa del patrimonio.

En la Comunidad de Madrid hay catalogados nueve conjuntos amenazados. Aunque faltan otros muchos, es un primer paso para que las autoridades y los ciudadanos tomen conciencia de la necesidad de proteger nuestro patrimonio histórico, artístico y paisajístico.

Los nueve conjuntos madrileños en peligro

Jardines de Las Vistillas, en Madrid. El Plan Parcial de Reforma Interior de la Cornisa del Río Manzanares, aprobado por el Ayuntamiento de Madrid, permite la construcción de varios edificios para uso eclesiástico y municipal en el Parque de la Cornisa, uno de los recintos de los Jardines de Las Vistillas. El complejo, situado a los pies mismos de la Basílica de San Francisco el Grande, hará desaparecer una de las vistas panorámicas más hermosas y simbólicas de la capital.

Real Canal del Manzanares, en Madrid, Getafe y Rivas-Vaciamadrid. Los restos de este canal artificial, levantado entre los siglos XVIII y XIX, presentan diferentes niveles de conservación, aunque se observa un paulatino estado de abandono. E, incluso, se ha procedido a la destrucción de diferentes vestigios, tras ejecutarse diversas obras públicas en las inmediaciones.


Embarcadero del Real Canal del Manzanares, en una fotografía de mediados del siglo XIX.

Ermita de la Virgen de Oliva, en Patones. Enclavado en un paraje agreste, en las cercanías de Patones de Arriba, este pequeño templo data del siglo XII o XIII. Presenta un estado de conservación muy delicado, con riesgo de desprendimientos y vegetación invasiva. Sólo han llegado hasta nosotros el ábside y el primer tramo de la nave, donde se aloja un arco apuntado, correspondiente al arranque de la bóveda. Todo ello en estilo románico-mudéjar.

Ermita de San Polo, en Aldea del Fresno. De esta ermita medieval, probablemente edificada en el siglo XII o XIII, se mantienen en pie restos de muros y cimientos, así como una notable portada mudéjar, articulada alrededor de un arco ojival de herradura. Su estado es de ruina progresiva, por total abandono.

Palacio del Canto del Pico, en Torrelodones. Se trata de una casa-museo de principios del siglo XX, levantada para albergar la colección de arte de su primer propietario, José María del Palacio, conde de las Almenas. El edificio, que tiene integrados en su estructura restos arqueológicos y artísticos procedentes de toda España, está abandonado y ha sido objeto de numerosos saqueos y actos vandálicos. En 1998 sufrió un incendio que destruyó las cubiertas. Hasta 2001 estuvo sin ellas, lo que aceleró su deterioro.


El Palacio del Canto del Pico está emplazado a más de 1.000 metros de altitud, en la montaña granítica del mismo nombre.

Castillo de Torrejón de Velasco. Esta fortaleza fue construida en el siglo XV sobre los restos de un castillo anterior, posiblemente del siglo XIII. Tiene planta rectangular y conserva nueve torres cilíndricas, además de la torre del homenaje, sin duda alguna, el elemento de mayor interés arquitectónico de todo el conjunto. La fortificación está abandonada y arruinada, con una alta probabilidad de derrumbe.

Valle de los Caídos, en San Lorenzo de El Escorial. Puede sorprender que este polémico monumento funerario, iniciado en 1940 y concluido en 1958, figure en la Lista Roja del Patrimonio, ya que se encuentra en plena restauración. Los procedimientos empleados en este proceso son precisamente los que han motivado su inclusión, al cuestionarse el desmontaje llevado a cabo en los grupos escultóricos de Juan de Ávalos. Diferentes especialistas consideran que pueden ocasionar daños irreparables.

Capilla Universitaria de San Ildefonso, en Alcalá de Henares. A pesar de la declaración de Alcalá de Henares como Ciudad Patrimonio de la Humanidad, la Capilla del Colegio Mayor de San Ildefonso presenta una deficiente conservación. Las humedades y las grietas amenazan la estabilidad de los muros, al tiempo que se advierten numerosos desperfectos en el artesonado y en los elementos decorativos. Incluso, el sepulcro del Cardenal Cisneros, obra de Bartolomé Ordóñez realizada a principios del siglo XVI, muestra signos de suciedad y deterioro.

Frontón Beti Jai, en Madrid. Es el único edificio deportivo decimonónico que se conserva en Madrid. Reúne elementos de estilo neomudéjar y de la arquitectura de hierro de la época, en concreto, su grada de espectadores, concebida para albergar a 4.000 personas. Está abandonado, con riesgo de ruina.


Fotografía del año 1900 del frontón Beti Jai.

miércoles, 12 de mayo de 2010

El Puente Nuevo


El Puente Nuevo, también llamado de Las Minas, se levanta sobre el río Guadarrama, en el término municipal de Galapagar, aunque es accesible desde el casco urbano de Torrelodones. Es una obra del último tercio del siglo XVI, realizada por Juan de Herrera, que se construyó para acondicionar uno de los caminos que comunicaban Madrid con el Real Sitio de El Escorial.





En la fotografía superior, puede verse el Puente Nuevo en el año 2008. La imagen inferior, correspondiente a una postal de los años setenta del siglo XX, nos muestra el entorno del puente convertido en una concurrida zona de baño. En aquel entonces, no existía la vegetación de ribera de la actualidad, que ha terminado por ocultar los tajamares y estrechar el cauce del río Guadarrama, en esa parte retenido en una pequeña presa.

Historia

Las construcción entre 1563 y 1584 del Monasterio de El Escorial marcó un periodo de auge constructivo en la vertiente meridional de la Sierra de Guadarrama, a cuyos pies se alza este imponente monumento renacentista.

Muchos pueblos de la comarca aprovecharon los beneficios económicos que concedía la Casa Real para remodelar sus edificios públicos, principalmente las iglesias parroquiales, y adaptarlos al nuevo estilo arquitectónico que Juan de Herrera dejó definido en el monasterio, conocido universalmente con su apellido.

Además de las obras realizadas por los ayuntamientos de la zona, la Corona impulsó directamente diferentes proyectos, dirigidos, en su mayor parte, a mejorar los caminos que el rey Felipe II utilizaba en sus desplazamientos desde Madrid, donde en 1561 había establecido la Corte, y El Escorial.

El Puente Nuevo fue una de las nuevas infraestructuras creadas, dentro de ese plan viario llevado a cabo por la monarquía. Se encuentra a medio camino entre Torrelodones y Galapagar, dos municipios que se vieron especialmente beneficiados por el intenso tránsito de viajeros que generó la fundación del monasterio, con el desarrollo de una potente industria hostelera.

Hasta la edificación del citado puente, la vía más utilizada por Felipe II era el Real Camino de Valladolid, que pasaba por Torrelodones, Collado Villaba y Guadarrama. Una vez inaugurado, se abrió una ruta más rápida y confortable, que, desviándose en Torrelodones, llegaba hasta Galapagar y, desde aquí, hasta El Escorial.

Descripción

El puente fue finalizado en 1583, un año antes de que, oficialmente, se dieran por concluidas las obras del Monasterio de El Escorial. Se trata de una construcción inequívocamente vinculada a esta fundación, como así prueban las parrillas escurialenses instaladas en cada uno de sus frontales.

Se cree que su autor fue el propio Juan de Herrera, aunque también es posible que su diseño correspondiera a alguno de sus discípulos y que el arquitecto real sólo lo supervisase, en su calidad de Inspector de Monumentos de la Corona, cargo que había conseguido en 1579.

Sí se sabe que en la fábrica intervinieron los maestros canteros de origen cántabro Juan y Pedro de Nates, responsables de los sillares de piedra de granito que dan forma a la estructura.

Ésta se sostiene sobre un arco de medio punto, con doble rosca de dovelas, la primera con sillares a tizón y la segunda dispuesta a modo de estrella. El ojo se encuentra custodiado en cada frente por dos tajamares triangulares, rematados con sombreretes piramidales, que apenas pueden distinguirse en la actualidad, al encontrarse cubiertos por una tupida vegetación de ribera.

Por lo demás, el puente presenta un aspecto solemne y austero, como es preceptivo en el estilo herreriano, sin más ornatos que las referidas parrillas, símbolo del Real Monasterio. Hay que recordar que este edificio se erigió en honor de San Lorenzo, que fue quemado vivo en una parrilla.

Hasta el último tercio del siglo XX, el puente soportaba un intenso tráfico, al pasar por su rasante la comarcal M-519, que actualmente discurre por un moderno viaducto, cercano a su emplazamiento.

Las obras realizadas en la carretera dejaron al descubierto el enlosado renacentista del tablero, tras eliminarse la capa de asfalto, razón por la cual se optó por su peatonalización, como medida de protección.

Como curiosidad, debe señalarse que, en uno de los extremos del puente, se ubica un mojón de piedra de 1793, que delimita un vedado de caza menor.


El puente, aguas arriba.


Vista aguas abajo.


Mojón de caza, situado junto al puente.

sábado, 9 de enero de 2010

La Presa de El Gasco, el sueño de un Manzanares navegable



No fue el primer proyecto que intentó hacer navegable el río Manzanares, pero sí de los pocos que pasaron de los planos a los hechos. En el último tercio del siglo XVIII, al compás de las corrientes ilustradas, comenzaron las obras de la Presa de El Gasco, situada sobre el cauce del río Guadarrama, en el término municipal de Torrelodones, dentro de un paraje actualmente protegido por el Parque Regional del curso medio del río Guadarrama y su entorno.

La misión de esta presa era acumular agua para desviarla al Manzanares mediante un canal artificial, que seguiría hasta el río Tajo, a la altura de Aranjuez, y, desde aquí, hasta al río Guadalquivir, por Sevilla, después de atravesar toda La Mancha y Sierra Morena.

De este modo, la capital de España hubiese quedado comunicada fluvialmente con el Océano Atlántico, ya que el Guadalquivir es navegable desde Sevilla hasta su desembocadura en Sanlúcar de Barrameda.

De este titánico proyecto, ideado por el ingeniero Carlos Lemaur y promovido por sus hijos, sólo pudo llevarse a cabo la presa que puede verse en la fotografía y algunos tramos del Canal del Guadarrama.

La Presa de El Gasco fue diseñada en su momento como la más alta del mundo, con una vertical de 93 metros. Empezó a construirse en 1787 y, después de doce años de duros trabajos, una terrible tormenta de primavera derrumbó parte del muro, cuando se llevaban levantados 53 metros de altura. El sueño de un Manzanares navegable se vino abajo definitivamente.

Fotografía de Guerra Esetena también publicada en Wikipedia.