Regresamos imaginariamente a la Moncloa, para visitar sus jardines históricos. Sus orígenes se sitúan en el último tercio del siglo XVII, si bien fue a principios del siglo XIX cuando alcanzaron su configuración definitiva.
El palacete en el año 1929, cuando fue abierto como museo.
Con todo, su aspecto final se debe al pintor y jardinero sevillano Javier Winthuysen (1874-1956), quien, en 1920, procedió a su restauración, a petición de la Sociedad Española de Amigos del Arte. Buena parte de su trabajo se conserva hoy en día, a pesar de los daños causados por la Guerra Civil.
Plano de los jardines, por Winthuysen.
En realidad, Winthuysen solo recibió el encargo de restaurar el Jardín del Barranco, uno de los siete jardines que rodeaban el palacete. Ello no fue impedimento para que investigara sobre todos ellos, hasta reunir una abundante y valiosa documentación, con la que pudo hacerse una idea muy precisa de su apariencia original.
Después de dos años de minuciosa investigación, en 1922 Winthuysen se puso manos a la obra. Según su propia descripción, los jardines estaban muy abandonados, pero mostraban una "belleza natural, algo salvaje", que él intentó preservar.
Plano del Jardín del Barranco, por Winthuysen.
El Jardín del Barranco surgió a espaldas del palacete durante el reinado de Fernando VII o, según otras versiones, durante la regencia de María Cristina. Constaba de dos recintos, el Jardín Alto y el Jardín Bajo, llamados así por su situación en planos diferentes y separados por un muro de contención de considerables dimensiones.
Según las pesquisas de Winthuysen, contaba con estatuas y otros adornos, de los cuales solo había sobrevivido "un estanquito circular en el plano bajo", con una fuente en medio. El trazado primitivo prácticamente había desaparecido, como consecuencia de la plantación de grandes coníferas.
Winthuysen respetó estos árboles, al tiempo que proyectó un nuevo trazado de estilo clásico, utilizando las reglas antiguas de la jardinería castellana. También recuperó la rampa que comunicaba los dos planos, que, con el paso del tiempo, había sido "convertida torpemente en una escalera".
Con todo, su aspecto final se debe al pintor y jardinero sevillano Javier Winthuysen (1874-1956), quien, en 1920, procedió a su restauración, a petición de la Sociedad Española de Amigos del Arte. Buena parte de su trabajo se conserva hoy en día, a pesar de los daños causados por la Guerra Civil.
Plano de los jardines, por Winthuysen.
En realidad, Winthuysen solo recibió el encargo de restaurar el Jardín del Barranco, uno de los siete jardines que rodeaban el palacete. Ello no fue impedimento para que investigara sobre todos ellos, hasta reunir una abundante y valiosa documentación, con la que pudo hacerse una idea muy precisa de su apariencia original.
Después de dos años de minuciosa investigación, en 1922 Winthuysen se puso manos a la obra. Según su propia descripción, los jardines estaban muy abandonados, pero mostraban una "belleza natural, algo salvaje", que él intentó preservar.
Plano del Jardín del Barranco, por Winthuysen.
El Jardín del Barranco surgió a espaldas del palacete durante el reinado de Fernando VII o, según otras versiones, durante la regencia de María Cristina. Constaba de dos recintos, el Jardín Alto y el Jardín Bajo, llamados así por su situación en planos diferentes y separados por un muro de contención de considerables dimensiones.
Según las pesquisas de Winthuysen, contaba con estatuas y otros adornos, de los cuales solo había sobrevivido "un estanquito circular en el plano bajo", con una fuente en medio. El trazado primitivo prácticamente había desaparecido, como consecuencia de la plantación de grandes coníferas.
Winthuysen respetó estos árboles, al tiempo que proyectó un nuevo trazado de estilo clásico, utilizando las reglas antiguas de la jardinería castellana. También recuperó la rampa que comunicaba los dos planos, que, con el paso del tiempo, había sido "convertida torpemente en una escalera".
Fuente adosada al muro.
Como elementos nuevos, añadió dos fuentes, que se sumaron a la antes descrita. Una de ellas fue instalada en el Jardín Alto y la otra adosada al muro de contención, que, por su parte, fue revestido con enverjados para rosales, una vez eliminada la maleza que lo cubría.
Los otros seis jardines estaban en terreno llano. Eran conocidos con los nombres del Parterre, del Caño Gordo, del Paso, de la Estufa, del Laberinto y de la Princesa, este último llamado así en honor de Isabel II, que gustaba de jugar en él cuando era una niña.
Jardín del Caño Gordo.
Se sucedían longitudinalmente, formando una franja paralela a la antigua Carretera de El Pardo. Fueron rehabilitados por el ingeniero agrícola Baldomero Gaspar, en colaboración con Ignacio Víctor Clarió, a partir del arduo trabajo de investigación desarrollado antes por Winthuysen.
Como elementos nuevos, añadió dos fuentes, que se sumaron a la antes descrita. Una de ellas fue instalada en el Jardín Alto y la otra adosada al muro de contención, que, por su parte, fue revestido con enverjados para rosales, una vez eliminada la maleza que lo cubría.
Los otros seis jardines estaban en terreno llano. Eran conocidos con los nombres del Parterre, del Caño Gordo, del Paso, de la Estufa, del Laberinto y de la Princesa, este último llamado así en honor de Isabel II, que gustaba de jugar en él cuando era una niña.
Jardín del Caño Gordo.
Se sucedían longitudinalmente, formando una franja paralela a la antigua Carretera de El Pardo. Fueron rehabilitados por el ingeniero agrícola Baldomero Gaspar, en colaboración con Ignacio Víctor Clarió, a partir del arduo trabajo de investigación desarrollado antes por Winthuysen.
En 1929, una vez concluida la restauración, los jardines quedaron abiertos al público. Fueron muy frecuentados por los madrileños, como prueba el hecho de que se proyectara una línea de tranvía específica para la Moncloa. Entre sus visitantes más ilustres, encontramos a Antonio Machado y a Manuel Azaña.
El primero, incluso, se inspiró en una de sus fuentes, a la que llamó la Fuente del Amor, para componer un poema dedicado a Pilar de Valderrama, la célebre Guiomar. Lleva por nombre El jardín de la fuente.
Fuente central del Jardín Bajo, identificada como la Fuente del Amor de Machado.
También el político escribió sobre los jardines, aunque, en este caso, para lamentarse de la desaparición de una arboleda, al construirse la Ciudad Universitaria:
"Mi sorpresa ha sido grande cuando al llegar al final de la Calle de la Princesa me he encontrado con la desolación de la Moncloa destruida. De aquel punto arrancaba un paseo de pinos viejos, tortuoso y rústico, hasta la escuela antigua de ingenieros".
"Toda esta parte de la Moncloa, con el paisaje hasta el río, era bellísima, dulce, elegante, lo mejor de Madrid. Ya no queda nada: una gran avenida, rasantes nuevas, el horror de la urbanización. Yo veía con gusto que se hiciese la Ciudad Universitaria, pero no podía imaginar, que en esta parte anterior de la Moncloa fueran a hacer tamaño destrozo".
Javier Winthuysen.
En este mismo sentido se expresó el propio Javier Winthuysen, en un artículo publicado en el año 1931:
"Desde que comenzaron las desdichadas obras de la Ciudad Universitaria, destrozando bárbaramente el único parque natural con que contaba entonces Madrid, habíamos hecho el propósito de no volver por aquellos lugares, en uno de cuyos rincones habíamos puesto durante años todo el cariño, todo el trabajo y todo el ansia de que sé es capaz un espíritu que tiene como religión el arte y la naturaleza".
Los estragos de las obras de la Ciudad Universitaria se limitaron a las zonas agrestes. Por suerte, los jardines propiamente dichos pudieron salvarse, aunque después vendría la Guerra Civil con toda su desolación.
Con la reconstrucción del Palacio de la Moncloa de 1955, los jardines lograron recomponerse y volver a brillar, hasta convertirse en uno de los principales atractivos de este complejo.
Prueba de ello es la fotografía inferior, donde puede verse el Jardín Bajo, con la Fuente del Amor en el centro, en el momento actual. Si se compara con la imagen superior, hecha en 1929 en el mismo lugar (aunque desde otro ángulo), puede comprobarse que la esencia del trabajo de Javier Winthuysen se mantiene.
Bibliografía
- La recuperación del palacete: una intensa historia. Juan Antonio González Cárceles, Presidencia del Gobieno, Madrid, 2009
- Madrid, la Moncloa. María Teresa Fernández Talaya. Ediciones La Librería, Madrid, 2011
El primero, incluso, se inspiró en una de sus fuentes, a la que llamó la Fuente del Amor, para componer un poema dedicado a Pilar de Valderrama, la célebre Guiomar. Lleva por nombre El jardín de la fuente.
Fuente central del Jardín Bajo, identificada como la Fuente del Amor de Machado.
También el político escribió sobre los jardines, aunque, en este caso, para lamentarse de la desaparición de una arboleda, al construirse la Ciudad Universitaria:
"Mi sorpresa ha sido grande cuando al llegar al final de la Calle de la Princesa me he encontrado con la desolación de la Moncloa destruida. De aquel punto arrancaba un paseo de pinos viejos, tortuoso y rústico, hasta la escuela antigua de ingenieros".
"Toda esta parte de la Moncloa, con el paisaje hasta el río, era bellísima, dulce, elegante, lo mejor de Madrid. Ya no queda nada: una gran avenida, rasantes nuevas, el horror de la urbanización. Yo veía con gusto que se hiciese la Ciudad Universitaria, pero no podía imaginar, que en esta parte anterior de la Moncloa fueran a hacer tamaño destrozo".
Javier Winthuysen.
En este mismo sentido se expresó el propio Javier Winthuysen, en un artículo publicado en el año 1931:
"Desde que comenzaron las desdichadas obras de la Ciudad Universitaria, destrozando bárbaramente el único parque natural con que contaba entonces Madrid, habíamos hecho el propósito de no volver por aquellos lugares, en uno de cuyos rincones habíamos puesto durante años todo el cariño, todo el trabajo y todo el ansia de que sé es capaz un espíritu que tiene como religión el arte y la naturaleza".
Los estragos de las obras de la Ciudad Universitaria se limitaron a las zonas agrestes. Por suerte, los jardines propiamente dichos pudieron salvarse, aunque después vendría la Guerra Civil con toda su desolación.
Con la reconstrucción del Palacio de la Moncloa de 1955, los jardines lograron recomponerse y volver a brillar, hasta convertirse en uno de los principales atractivos de este complejo.
Prueba de ello es la fotografía inferior, donde puede verse el Jardín Bajo, con la Fuente del Amor en el centro, en el momento actual. Si se compara con la imagen superior, hecha en 1929 en el mismo lugar (aunque desde otro ángulo), puede comprobarse que la esencia del trabajo de Javier Winthuysen se mantiene.
Bibliografía
- La recuperación del palacete: una intensa historia. Juan Antonio González Cárceles, Presidencia del Gobieno, Madrid, 2009
- Madrid, la Moncloa. María Teresa Fernández Talaya. Ediciones La Librería, Madrid, 2011