
Postal de 1913.
La construcción de estos pozos se empezó a gestar en el año 1904, cuando el rey Alfonso XIII tomó la decisión de impulsar la agricultura y la ganadería en el Real Sitio, hasta entonces prácticamente inexistentes.
El encargo recayó sobre Rafael Janini Janini, ingeniero agrónomo de la Real Casa y Patrimonio, quien, desde un primer momento, dirigió sus esfuerzos a la localización de aguas subterráneas, enfrentándose a la opinión mayoritaria de que El Pardo carecía de ellas. Contó con la colaboración del perito agrícola Silvino Maupoey.
Después de un largo periodo de estudio, que dio como resultado la apertura en 1906 de un pozo a cielo abierto, la primera perforación artesiana como tal pudo llevarse a cabo a mediados del año 1908.

Foto publicada por la revista 'Ibérica' (1914).
Para los tres primeros pozos se empleó un rundimentario trépano con cuchara, accionado por vapor, que fue sustituido posteriormente por una maquinaria como la que nos muestra la fotografía superior, similar a la que se utilizaba en Estados Unidos para las extracciones petrolíferas. Su coste ascendió a 32.526 pesetas.
Hasta 1913 se estuvieron excavando pozos, probablemente un total de diecisiete. Algunos de ellos tenían surtidores realmente espectaculares, de más de veinte metros de altura sobre el ras del suelo, y otros provocaban caprichosos juegos de agua, dignos de una fuente ornamental.
Fotos publicadas por la revista 'Ibérica' (1914).
Además fueron levantadas cuatro instalaciones de bombas electrohidráulicas, que permitían elevar, en el caso de los grupos más potentes, entre 3.300 y 6.000 litros de agua por minuto.
Todo ello hizo posible la habilitación de 500 hectáreas de secano y 187 de regadío, que permitían el cultivo de trigo, cebada, avena, centeno, almortas, habas, patatas, garbanzos, algarrobas, alfalfa, maíz, nabos y remolacha, entre otras plantaciones.
A algunos de estos pozos les fueron añadidos, posiblemente en los años treinta o cuarenta del siglo XX, aljibes soportados sobre estructuras de vigas metálicas, como así ocurrió con el que estaba situado dentro del recinto del antiguo Cuartel de Guardias de Corps.
Poco queda de aquel legado, más allá de ciertas bocas metálicas que se encuentran diseminadas por el monte. Uno de los pozos que se conserva es el que surtía de agua a la Fuente Blanca o Fuente de Valpalomero, construida en un paraje agreste durante la Segunda República (1931-1939) y trasladada en la década de los noventa a unos jardines cercanos al palacio.

Con respecto al pozo con el que hemos iniciado el presente artículo, no podemos añadir mucho más. Tan solo que su silueta nos ha evocado al Primer depósito elevado del Canal de Isabel II, erigido entre 1908 y 1911, en un momento en el que la arquitectura industrial tenía un profundo sentido de la estética, más allá de la mera funcionalidad.

La construcción de estos pozos se empezó a gestar en el año 1904, cuando el rey Alfonso XIII tomó la decisión de impulsar la agricultura y la ganadería en el Real Sitio, hasta entonces prácticamente inexistentes.
El encargo recayó sobre Rafael Janini Janini, ingeniero agrónomo de la Real Casa y Patrimonio, quien, desde un primer momento, dirigió sus esfuerzos a la localización de aguas subterráneas, enfrentándose a la opinión mayoritaria de que El Pardo carecía de ellas. Contó con la colaboración del perito agrícola Silvino Maupoey.
Después de un largo periodo de estudio, que dio como resultado la apertura en 1906 de un pozo a cielo abierto, la primera perforación artesiana como tal pudo llevarse a cabo a mediados del año 1908.

Foto publicada por la revista 'Ibérica' (1914).
Para los tres primeros pozos se empleó un rundimentario trépano con cuchara, accionado por vapor, que fue sustituido posteriormente por una maquinaria como la que nos muestra la fotografía superior, similar a la que se utilizaba en Estados Unidos para las extracciones petrolíferas. Su coste ascendió a 32.526 pesetas.
Hasta 1913 se estuvieron excavando pozos, probablemente un total de diecisiete. Algunos de ellos tenían surtidores realmente espectaculares, de más de veinte metros de altura sobre el ras del suelo, y otros provocaban caprichosos juegos de agua, dignos de una fuente ornamental.

Además fueron levantadas cuatro instalaciones de bombas electrohidráulicas, que permitían elevar, en el caso de los grupos más potentes, entre 3.300 y 6.000 litros de agua por minuto.
Todo ello hizo posible la habilitación de 500 hectáreas de secano y 187 de regadío, que permitían el cultivo de trigo, cebada, avena, centeno, almortas, habas, patatas, garbanzos, algarrobas, alfalfa, maíz, nabos y remolacha, entre otras plantaciones.
A algunos de estos pozos les fueron añadidos, posiblemente en los años treinta o cuarenta del siglo XX, aljibes soportados sobre estructuras de vigas metálicas, como así ocurrió con el que estaba situado dentro del recinto del antiguo Cuartel de Guardias de Corps.
Poco queda de aquel legado, más allá de ciertas bocas metálicas que se encuentran diseminadas por el monte. Uno de los pozos que se conserva es el que surtía de agua a la Fuente Blanca o Fuente de Valpalomero, construida en un paraje agreste durante la Segunda República (1931-1939) y trasladada en la década de los noventa a unos jardines cercanos al palacio.
Con respecto al pozo con el que hemos iniciado el presente artículo, no podemos añadir mucho más. Tan solo que su silueta nos ha evocado al Primer depósito elevado del Canal de Isabel II, erigido entre 1908 y 1911, en un momento en el que la arquitectura industrial tenía un profundo sentido de la estética, más allá de la mera funcionalidad.
