Valdilecha es un pequeño pueblo de la zona sureste de la Comunidad de Madrid, cercano a Arganda del Rey. Posee un interesante patrimonio histórico-artístico, en el que brilla con luz propia una iglesia de origen medieval, que, al margen de su interés arquitectónico, guarda en su interior unas fascinantes pinturas románicas.
La Parroquia de San Luis Obispo, que así se llama, fue levantada en el siglo XIII en estilo mudéjar toledano y, más en concreto, entre 1240-1250, según sostienen algunos investigadores. Es el caso de Aurea de la Morena Bartolomé, quien afirma que su construcción no debió ser muy posterior al año 1214, cuando Valdilecha quedó integrada en el alfoz de Alcalá de Henares, merced a la donación realizada por el rey Alfonso VIII al obispo Jiménez de Rada.
De su primitivo trazado sólo ha llegado hasta nosotros la cabecera, el único elemento que no fue demolido tras la profunda transformación llevada a cabo a finales del siglo XVI o principios del XVII. Fruto de aquellas obras son las tres naves actuales, que quedan separadas por columnas toscanas, unidas entre sí mediante arcos de medio punto. También fueron incorporados un coro, una sacristía y una nueva torre.
De su primitivo trazado sólo ha llegado hasta nosotros la cabecera, el único elemento que no fue demolido tras la profunda transformación llevada a cabo a finales del siglo XVI o principios del XVII. Fruto de aquellas obras son las tres naves actuales, que quedan separadas por columnas toscanas, unidas entre sí mediante arcos de medio punto. También fueron incorporados un coro, una sacristía y una nueva torre.
La cabecera mudéjar
Como es preceptivo en la arquitectura religiosa medieval, el ábside está orientado a levante. Es semicircular y se cubre con bóveda de cuarto de esfera, en cuya base se dispone un alero con canecillos de ladrillo. Se une al cuerpo principal mediante un tramo presbiterial, de planta rectangular y de cierta complejidad técnica.
Vista general del ábside.
La cabecera está hecha en mampostería, con verdugadas horizontales de ladrillo, un tipo de fábrica que ya hemos tenido ocasión de apreciar en las iglesias medievales de Santa María la Antigua, en Carabanchel, y de San Cristóbal, en Boadilla del Monte. Pero, a diferencia de éstas, los vanos o aspilleras se presentan mucho más elaborados, con una factura claramente toledana.
Los más sobresalientes son los situados en el ábside. Originalmente eran tres, pero, con la construcción de la sacristía, uno de ellos fue eliminado. Son de medio punto y se rodean de arcos ciegos de herradura y polilobulados, a modo de arquivoltas.
Canecillos y vano con arcos de herradura y polilobulados en el ábside.
Existen otros dos vanos en el lienzo meridional del presbiterio, si bien su composición es mucho más sencilla, con un arco ciego de medio punto definiendo su contorno. Lo más destacado de esta parte es el friso de ladrillos, de dientes de sierra, que se distribuye horizontalmente por encima de los ventanucos.
Friso y aspilleras del muro meridional del presbiterio.
La cabecera sorprende aún más vista desde dentro. Llama la atención la impresionante galería de arcos de herradura, hechos en ladrillo, que se entrecruzan recorriendo horizontalmente la curvatura de la pared, abrazando la parte baja de la bóveda.
Son todos ciegos, con excepción de dos, donde se alojan los vanos anteriormente aludidos, que se encuentran protegidos con una piedra de alabastro. Se trata de un material muy utilizado durante la Edad Media, por su capacidad para tamizar la luz y, al mismo tiempo, impedir la visión, tanto desde dentro como desde fuera.
Pinturas románicas
La bóveda de cuarto de esfera está decorada interiormente con unas bellísimas pinturas murales medievales, donde se representa un Pantocrátor, aunque sólo se conserva la mitad inferior y algunas partes laterales de la mitad superior.
Jesucristo aparece sentado en el trono celestial, vestido con una túnica blanca y un manto de tonos rojizos, que destacan sobre un fondo azul. Se encuentra dentro de un óvalo o Mandorla Mística, en el que predominan los colores negro, amarillo y rojo, dispuesto a impartir justicia el Día del Juicio Final, tal y como se recoge en el Apocalipsis.
Le rodea el Tetramorfos (simbologías de carácter animal de los Cuatro Evangelistas) , si bien sólo es posible distinguir nítidamente el león de San Marcos y el toro de San Lucas, mientras que de las alegorías de San Juan y de San Mateo apenas quedan unas alas. Están acompañados por arcángeles (tal vez, Gabriel y Miguel), según se adivina por las escasas trazas existentes.
Vista del Pantocrátor que decora la bóveda (fotografía de Sdelbiombo).
Debajo del Pantocrátor, en el interior de los arcos ciegos a los que nos hemos referido más arriba, pueden verse restos pictóricos, muy mal conservados, de diferentes apóstoles, identificados con letreros que portan sus nombres. Pueden leerse los de Andreas, Petrus, Matheus y Simon.
Grupo de apóstoles de la arquería ciega, que recorre la base de la bóveda (fotografía de Sdelbiombo).
La historia de un descubrimiento
Los murales están hechos al fresco, con retoques de agua de cal. Fueron descubiertos en el año 1976 por el párroco Antonio Moreno, quien intuyó su presencia debajo del yeso que los cubría, desde, muy posiblemente, el siglo XVI-XVII, cuando el templo fue reformado. Consciente de la importancia del hallazgo, el cura dio aviso al Arzobispado y a la Dirección General de Bellas Artes.
Entre 1978 y 1980 se procedió a la restauración del edificio y de las pinturas, a instancias de la desaparecida Diputación Provincial de Madrid. Los trabajos fueron acometidos por Amparo Berlinches, responsable de la intervención arquitectónica, y por Santiago Ferrete y Juan Ruiz Fardo, quienes actuaron sobre los frescos. Las zonas donde no había indicios de pinturas fueron vaciadas, tal y como hoy puede contemplarse.
Por su iconografía y composición, las pinturas siguen pautas claramente románicas, estilo que, dado el periodo en el que fueron realizadas (siglo XIII), se encontraba completamente desfasado. De ahí que se observen rasgos góticos, sobre todo en lo que respecta al tratamiento formal.
Diferentes autores observan paralelismos con el Pantocrátor del Cristo de la Luz, de Toledo, del que solamente se conserva la mitad superior. Las semejanzas también se extienden a los elementos arquitectónicos, especialmente en referencia a la arquería ciega existente en la base de la bóveda, en su parte interior.
Existen otros dos vanos en el lienzo meridional del presbiterio, si bien su composición es mucho más sencilla, con un arco ciego de medio punto definiendo su contorno. Lo más destacado de esta parte es el friso de ladrillos, de dientes de sierra, que se distribuye horizontalmente por encima de los ventanucos.
Friso y aspilleras del muro meridional del presbiterio.
La cabecera sorprende aún más vista desde dentro. Llama la atención la impresionante galería de arcos de herradura, hechos en ladrillo, que se entrecruzan recorriendo horizontalmente la curvatura de la pared, abrazando la parte baja de la bóveda.
Son todos ciegos, con excepción de dos, donde se alojan los vanos anteriormente aludidos, que se encuentran protegidos con una piedra de alabastro. Se trata de un material muy utilizado durante la Edad Media, por su capacidad para tamizar la luz y, al mismo tiempo, impedir la visión, tanto desde dentro como desde fuera.
Pinturas románicas
La bóveda de cuarto de esfera está decorada interiormente con unas bellísimas pinturas murales medievales, donde se representa un Pantocrátor, aunque sólo se conserva la mitad inferior y algunas partes laterales de la mitad superior.
Jesucristo aparece sentado en el trono celestial, vestido con una túnica blanca y un manto de tonos rojizos, que destacan sobre un fondo azul. Se encuentra dentro de un óvalo o Mandorla Mística, en el que predominan los colores negro, amarillo y rojo, dispuesto a impartir justicia el Día del Juicio Final, tal y como se recoge en el Apocalipsis.
Le rodea el Tetramorfos (simbologías de carácter animal de los Cuatro Evangelistas) , si bien sólo es posible distinguir nítidamente el león de San Marcos y el toro de San Lucas, mientras que de las alegorías de San Juan y de San Mateo apenas quedan unas alas. Están acompañados por arcángeles (tal vez, Gabriel y Miguel), según se adivina por las escasas trazas existentes.
Vista del Pantocrátor que decora la bóveda (fotografía de Sdelbiombo).
Debajo del Pantocrátor, en el interior de los arcos ciegos a los que nos hemos referido más arriba, pueden verse restos pictóricos, muy mal conservados, de diferentes apóstoles, identificados con letreros que portan sus nombres. Pueden leerse los de Andreas, Petrus, Matheus y Simon.
Grupo de apóstoles de la arquería ciega, que recorre la base de la bóveda (fotografía de Sdelbiombo).
La historia de un descubrimiento
Los murales están hechos al fresco, con retoques de agua de cal. Fueron descubiertos en el año 1976 por el párroco Antonio Moreno, quien intuyó su presencia debajo del yeso que los cubría, desde, muy posiblemente, el siglo XVI-XVII, cuando el templo fue reformado. Consciente de la importancia del hallazgo, el cura dio aviso al Arzobispado y a la Dirección General de Bellas Artes.
Entre 1978 y 1980 se procedió a la restauración del edificio y de las pinturas, a instancias de la desaparecida Diputación Provincial de Madrid. Los trabajos fueron acometidos por Amparo Berlinches, responsable de la intervención arquitectónica, y por Santiago Ferrete y Juan Ruiz Fardo, quienes actuaron sobre los frescos. Las zonas donde no había indicios de pinturas fueron vaciadas, tal y como hoy puede contemplarse.
Por su iconografía y composición, las pinturas siguen pautas claramente románicas, estilo que, dado el periodo en el que fueron realizadas (siglo XIII), se encontraba completamente desfasado. De ahí que se observen rasgos góticos, sobre todo en lo que respecta al tratamiento formal.
Diferentes autores observan paralelismos con el Pantocrátor del Cristo de la Luz, de Toledo, del que solamente se conserva la mitad superior. Las semejanzas también se extienden a los elementos arquitectónicos, especialmente en referencia a la arquería ciega existente en la base de la bóveda, en su parte interior.
El Cristo de la Luz fue inicialmente una mezquita, construida en el año 999 y transformada en el siglo XII en iglesia. Sus frescos están datados en el primer cuarto del siglo XIII, con lo que son anteriores a los de Valdilecha.
Interior del Cristo de la Luz, de Toledo, con el Pantocrátor y la galería de arcos ciegos, al fondo. Fuente: pbase.com.
Artículos relacionados
La serie "En busca del románico y del mudéjar" consta de estos reportajes:
- La iglesia mudéjar de Boadilla
- Santa María la Antigua
- El Móstoles Mudéjar
- La iglesia de Venturada, una pequeña muestra del románico madrileño
- La sorpresa románica del convento de La Cabrera
Interior del Cristo de la Luz, de Toledo, con el Pantocrátor y la galería de arcos ciegos, al fondo. Fuente: pbase.com.
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