Hoy hablamos de las "casas a la malicia", un tipo de vivienda característico de nuestra ciudad, que apareció en la segunda mitad del siglo XVI y que ejemplifica, como ninguna otra construcción, la picaresca del pueblo madrileño.
La designación de Madrid como capital a principios de 1561 provocó un sustancial aumento de la población. Ante la falta de vivienda, las autoridades competentes establecieron la denominada Regalía de Aposento, una carga que obligaba a los propietarios a ceder la mitad de la superficie útil de la propia casa a algún miembro de la Corte que tuviera necesidad de alojamiento.
Se trataba realmente de una antigua norma medieval, cuyo origen hay que buscarlo en el carácter itinerante que tradicionalmente ha tenido la monarquía española. Surgió como un compromiso de vasallaje, dirigido a asegurar el hospedaje de la Familia Real, de los cortesanos y de los funcionarios, mientras se celebraran Cortes en una ciudad determinada.
Con la decisión de Felipe II de fijar la capitalidad en Madrid, la Regalía de Aposento dejó de ser temporal y se convirtió en una carga que los madrileños soportaron durante más de tres siglos. Pero, contrariamente a lo se piensa, no fue algo impuesto a la fuerza, sino el resultado de un acuerdo entre la Corona y el municipio, que éste aceptó de buen grado, en previsión de que el rey no diera marcha atrás en su elección.
Así lo avalan las diferentes iniciativas tomadas por los ediles madrileños, encaminadas a garantizar la correcta aplicación de la carga. En una disposición del 13 de agosto de 1561, tan sólo seis meses después de que la ciudad fuese proclamada capital, el ayuntamiento instaba a las autoridades judiciales "a ver los agravios que se hazen de edificios en las calles públicas para que lo deshagan luego".
Los esfuerzos del concejo no impidieron que se cumpliera el viejo refrán castellano de quien hace la ley, hace la trampa. Un modo de burlar la norma fueron las "casas privilegiadas", como eran llamadas las viviendas que quedaron exentas de la carga, a cambio de algún favor o de alguna donación a la Casa Real. Ni que decir tiene que estos inmuebles eran propiedad de las clases más pudientes.
La Regalía de Aposento no era de aplicación para aquellas viviendas que no reunían los mínimos de habitabilidad requeridos, bien por carecer de una distribución adecuada, bien por su pequeño tamaño, generalmente asociado a la existencia de una única planta. Era lo que se conocía como "casas de incómoda partición".
Esta excepción se convirtió finalmente en el resquicio legal que favoreció la proliferación de las "casas a la malicia", inmuebles que, vistos desde el exterior, daban la apariencia de ser una "casa de incómoda partición", pero que, en el interior, reunían condiciones suficientes para cumplir la Regalía de Aposento.
Se desarrolló así una arquitectura de camuflaje, con soluciones tan audaces como incontroladas. Desde grandes tejados de fuerte inclinación, bajo los cuales se escondía una segunda planta, hasta la apertura de vanos de muy pequeñas dimensiones, dispuestos desordenadamente, con objeto de que pareciesen sobreventanas de único piso, cuando realmente correspondían a una planta superior.
Con el paso del tiempo, el caos constructivo fue aumentando y no hubo reparos en edificar en espacios interiores, como patios, corrales o huertos, e incluso en callejones. Todo un desaguisado urbanístico, del que Madrid tardó varios siglos en salir.
Calle de los Mancebos
El mejor ejemplo de "casa a la malicia" que ha llegado hasta nosotros se encuentra en la confluencia de las calles de la Redondilla y de los Mancebos, en pleno barrio de La Morería. Es, además, uno de los pocos edificios del siglo XVI que se conservan en Madrid. Su construcción puede datarse entre 1565 y 1590.
Aunque ha sufrido muchas transformaciones, todavía pueden distinguirse algunos rasgos característicos de las "casa a la malicia", como las cubiertas en pendiente y diferentes ventanucos.
Calle del Pez
En el número 31 de la Calle del Pez se alza otra "casa a la malicia", que, si bien es mucho menos conocida que la anterior, comparte con ésta una estructura similar, a modo de paralelepípedo rematado con un tejado inclinado. Detrás de éste, emerge una segunda planta, levantada en tiempos posteriores.
Calle del Rollo
No creemos que sea una auténtica "casa a malicia", pese a que en muchas publicaciones aparece identificada como tal, tal vez porque su fachada secundaria, que da la Calle del Rollo, presenta vanos desordenados y de diferente tamaño, en la línea constructiva de las "casas a la malicia".
Lo cierto es que, en la Guía de Inmuebles Históricos del Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid, este inmueble está catalogado como una antigua casa-palacio de la segunda mitad del siglo XVII. Sólo hay que echar un vistazo a su fachada principal, enfrentada a la Calle de Segovia, para comprobar este extremo.
Casa-museo de Lope de Vega
La antigua morada de Lope de Vega (1562-1635) es la mejor muestra de vivienda madrileña del Siglo de Oro que se mantiene en pie. No se trata de una "casa a la malicia", sino de todo lo contrario, ya que el insigne escritor cumplía religiosamente con la Regalía de Aposento. En concreto, fue ocupada, además de por el Fénix de los Ingenios, por el capitán Alonso de Contreras (1582-1641), con el que mantuvo una gran amistad.
La casa, que se construyó en 1578, fue comprada por Lope en el año 1610. Desde 1935 funciona como museo. Se encuentra en la Calle de Cervantes, número 11.
miércoles, 30 de junio de 2010
viernes, 25 de junio de 2010
La Capilla del Obispo, en todo su esplendor
Después de más de cuarenta años cerrada a cal y canto, la Capilla del Obispo (1520-1535) abre sus puertas. Hemos tenido la oportunidad de ver su interior, recién restaurado, poco después de que concluyeran los actos inaugurales del jueves 24 de junio de 2010.
Es tanta la emoción que corremos apresurados a colgar las fotografías captadas, sin apenas acompañarlas de datos, pues no queremos demorarnos en compartir con vosotros, seguidores y lectores de "Pasión por Madrid", nuestro entusiasmo.
Se ha tardado muchísimo tiempo, pero, por fin, se ha recuperado uno de los conjuntos arquitectónicos y escultóricos más importantes que tenemos en Madrid y, al mismo tiempo, más desconocidos.
Las puertas de la Capilla del Obispo nos esperan abiertas de par en par. Resulta tan extraña esta imagen que no damos crédito e, incluso, nos ponemos un poquito nerviosos. Pero ahí están, presidiendo la Plaza de la Paja e invitándonos a traspasar la fachada principal, de estilo plateresco, detrás de la cual se esconde una de las escasísimas muestras de arquitectura gótica existentes en la ciudad de Madrid.
Antes de llegar a la capilla propiamente dicha, hay que pasar por este pequeño claustro, cuyo aspecto actual se debe a las intervenciones realizadas en el siglo XVII. Los sencillos arcos de medio punto que le dan forma han sido acristalados, con objeto de aislar el interior y protegerlo de las inclemencias meteorológicas.
En uno de los extremos del claustro, encontramos la espléndida puerta de nogal, que permite acceder (por fin) a la capilla. Hay tanta gente aglomerada que casi no podemos contemplar, y mucho menos fotografiar, los relieves que adornan la puerta. Fueron tallados en 1544, con escenas bíblicas. Habrá que volver para estudiarlos en detalle.
Una vez dentro, no sabemos por dónde empezar, pero, al final, decidimos ir de arriba a abajo. Así que miramos hacia la bóveda nervada, de estilo gótico tardío, que nos sorprende por su soberbia geometría, digno continente del grandioso conjunto escultórico que nos espera a continuación.
Nos topamos con el fastuoso sepulcro de alabastro de Gutierre de Vargas y Carvajal, obispo de Plasencia entre 1524 y 1559, que, si bien no fue el fundador del templo, sí que fue su principal impulsor y mecenas. Es un trabajo que impresiona, tanto por su magnitud como, sobre todo, por su calidad artítistica, toda una referencia de la escultura renacentista castellana. Fue realizado por Francisco Giralte (1500-1576).
El retablo mayor nos deja boquiabiertos. También se debe a Franciso Giralte, quien empleó cuatro años de su vida, de 1547 a 1550, en su elaboración. Está hecho en madera policromada y su factura recuerda a la obra de Alonso de Berruguete, con quien Giralte se formó. Sencillamente, fascinante.
Giralte también labró los sepulcros de Francisco de Vargas e Inés de Carvajal, padres del obispo Gutierre de Vargas y Carvajal. Se encuentran a ambos lados del retablo mayor.
Durante los trabajos de restauración, se acometieron diferentes obras en el suelo, que dejaron al descubierto diversos vestigios del primitivo templo medieval de San Andrés y de su cementerio (hay que señalar que la Capilla del Obispo forma parte del Complejo Parroquial de San Andrés, donde también se integran la iglesia homónima y la Capilla de San Isidro).
Se han localizado tres niveles pertenecientes a las fases constructivas: la original del siglo XI-XII, la ampliación plenomedieval del siglo XIII y una bajomedieval del siglo XV. Parte de estos restos pueden contemplarse por medio de esta "ventana arqueológica", situada a los pies del sepulcro de Gutierre de Vargas y Carvajal.
Subimos a continuación al coro, pero se nos ha hecho tarde y han apagado las luces. Es una lástima: nos quedamos sin admirar el magnífico artesonado del techo. Tan sólo podemos obtener esta fotografía, captada desde el coro, donde se aprecia parcialmente la bóveda nervada que cubre la única nave de la capilla.
Queda poco tiempo. Aprovechamos los minutos finales para echar una nueva mirada a la capilla y hacer las últimas fotografías. El resultado es esta vista general y esta imagen de la bóveda nervada que sostiene el coro.
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- El ábside de la Capilla del Obispo
Es tanta la emoción que corremos apresurados a colgar las fotografías captadas, sin apenas acompañarlas de datos, pues no queremos demorarnos en compartir con vosotros, seguidores y lectores de "Pasión por Madrid", nuestro entusiasmo.
Se ha tardado muchísimo tiempo, pero, por fin, se ha recuperado uno de los conjuntos arquitectónicos y escultóricos más importantes que tenemos en Madrid y, al mismo tiempo, más desconocidos.
Las puertas de la Capilla del Obispo nos esperan abiertas de par en par. Resulta tan extraña esta imagen que no damos crédito e, incluso, nos ponemos un poquito nerviosos. Pero ahí están, presidiendo la Plaza de la Paja e invitándonos a traspasar la fachada principal, de estilo plateresco, detrás de la cual se esconde una de las escasísimas muestras de arquitectura gótica existentes en la ciudad de Madrid.
Antes de llegar a la capilla propiamente dicha, hay que pasar por este pequeño claustro, cuyo aspecto actual se debe a las intervenciones realizadas en el siglo XVII. Los sencillos arcos de medio punto que le dan forma han sido acristalados, con objeto de aislar el interior y protegerlo de las inclemencias meteorológicas.
En uno de los extremos del claustro, encontramos la espléndida puerta de nogal, que permite acceder (por fin) a la capilla. Hay tanta gente aglomerada que casi no podemos contemplar, y mucho menos fotografiar, los relieves que adornan la puerta. Fueron tallados en 1544, con escenas bíblicas. Habrá que volver para estudiarlos en detalle.
Una vez dentro, no sabemos por dónde empezar, pero, al final, decidimos ir de arriba a abajo. Así que miramos hacia la bóveda nervada, de estilo gótico tardío, que nos sorprende por su soberbia geometría, digno continente del grandioso conjunto escultórico que nos espera a continuación.
Nos topamos con el fastuoso sepulcro de alabastro de Gutierre de Vargas y Carvajal, obispo de Plasencia entre 1524 y 1559, que, si bien no fue el fundador del templo, sí que fue su principal impulsor y mecenas. Es un trabajo que impresiona, tanto por su magnitud como, sobre todo, por su calidad artítistica, toda una referencia de la escultura renacentista castellana. Fue realizado por Francisco Giralte (1500-1576).
El retablo mayor nos deja boquiabiertos. También se debe a Franciso Giralte, quien empleó cuatro años de su vida, de 1547 a 1550, en su elaboración. Está hecho en madera policromada y su factura recuerda a la obra de Alonso de Berruguete, con quien Giralte se formó. Sencillamente, fascinante.
Giralte también labró los sepulcros de Francisco de Vargas e Inés de Carvajal, padres del obispo Gutierre de Vargas y Carvajal. Se encuentran a ambos lados del retablo mayor.
Durante los trabajos de restauración, se acometieron diferentes obras en el suelo, que dejaron al descubierto diversos vestigios del primitivo templo medieval de San Andrés y de su cementerio (hay que señalar que la Capilla del Obispo forma parte del Complejo Parroquial de San Andrés, donde también se integran la iglesia homónima y la Capilla de San Isidro).
Se han localizado tres niveles pertenecientes a las fases constructivas: la original del siglo XI-XII, la ampliación plenomedieval del siglo XIII y una bajomedieval del siglo XV. Parte de estos restos pueden contemplarse por medio de esta "ventana arqueológica", situada a los pies del sepulcro de Gutierre de Vargas y Carvajal.
Subimos a continuación al coro, pero se nos ha hecho tarde y han apagado las luces. Es una lástima: nos quedamos sin admirar el magnífico artesonado del techo. Tan sólo podemos obtener esta fotografía, captada desde el coro, donde se aprecia parcialmente la bóveda nervada que cubre la única nave de la capilla.
Queda poco tiempo. Aprovechamos los minutos finales para echar una nueva mirada a la capilla y hacer las últimas fotografías. El resultado es esta vista general y esta imagen de la bóveda nervada que sostiene el coro.
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- El ábside de la Capilla del Obispo
jueves, 24 de junio de 2010
El Puente del Perdón
Muy cerca de la Cartuja de El Paular, en Rascafría, se encuentra el Puente del Perdón, levantado en el siglo XVIII sobre las aguas del río Lozoya. Presenta una inconfundible factura barroca, en la línea de otros puentes de la época, como el de Toledo.
La estructura que ha llegado hasta nosotros no es la original. Hubo un primitivo puente medieval, que fue edificado en el año 1302, en el contexto de los procesos de repoblación llevados a cabo por la Comunidad de Villa y Tierra de Segovia. Por lo tanto, su origen es anterior al del Monasterio de El Paular, cuyo primer embrión fue un pequeño cenobio fundado en 1390.
Pese a ello, el puente tuvo un uso posterior claramente vinculado con los cartujos. Era la forma más rápida y directa que éstos tenían para llegar a Los Batanes, unos molinos situados en la otra orilla del Lozoya, que se encontraban bajo su explotación.
En ellos los monjes fabricaban papel, que, si bien no tenía mucha calidad, constituía una de sus más importantes fuentes de ingresos. De aquí salió el papel con el que se imprimió en 1605 la primera parte de El ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha, de Miguel de Cervantes.
Prueba de la importancia que el puente tuvo para los frailes es que éstos sufragaron sus obras, una vez que se optó por derribar la vieja construcción medieval, seguramente muy deteriorada por las riadas y las inclemencias meteorológicas.
Entre la historia y la leyenda
A la hora de explicar el topónimo del puente, existe una hermosa leyenda, que participa, en muy alta medida, de hechos históricos, como la probada existencia de los llamados quiñoneros. Empezamos por éstos.
A principios del siglo XIV, cuando fue levantado el puente original, el Valle del Lozoya servía de refugio a numerosos malhechores, muchos de ellos moriscos expulsados de las ciudades, que aprovechaban los abundantes bosques de la zona y la complicada orografía para ocultarse y tener una vida furtiva.
Era tan difícil ejercer gobierno en estas tierras que los reyes recurrieron a la Cuadrilla de los Caballeros de los Quiñones de la Ciudad de Segovia, compuesta por más de cien jinetes de lanza, para poner orden. Se trataba de auténticos milicianos, a los que se habían confiado funciones tan importantes como impartir justicia.
Su jurisdicción se extendía por los actuales términos municipales de Rascafría, Alameda del Valle, Oteruelo del Valle y Pinilla del Valle, pueblos hoy día madrileños, que surgieron bajo el impulso repoblador del concejo segoviano.
Hasta aquí lo que podemos considerar como fuentes históricas. Vayamos ahora con la parte de leyenda, en la que encontramos las claves del nombre del puente.
Cuando los quiñoneros apresaban a algún delincuente, lo conducían hasta la Casa de la Horca, situada a unos cinco kilómetros de la Cartuja de El Paular, donde tenían lugar las ejecuciones.
Si el reo era indultado, la costumbre era comunicarle la noticia de su liberación justo en el puente, paso obligado en el camino hacia el caldalso, que, por esta razón, terminó siendo conocido como del Perdón.
Descripción artística
Aunque no hay datos sobre la fecha exacta en que fue construido, el Puente del Perdón presenta una configuración arquitectónica típica de la primera mitad del siglo XVIII. Incluso recuerda al Puente de Toledo, que fue edificado entre 1718 y 1732, a partir de un proyecto de Pedro de Ribera.
Las similitudes más evidentes se localizan en las estructuras de planta semicircular instaladas entre los arcos, dos por cada lado, que se apoyan sobre pequeños tajamares triangulares.
Cumplen una doble función: por un lado, protegen a las pilas de la erosión de la corriente y, por otro, amplían la superficie del tablero con cuatro descansaderos, en los que hay situados varios bancos de piedra.
Lejos de tener una finalidad recreativa, estos elementos fueron incorporados para facilitar la celebración de asambleas y reuniones sociales.
Vista de uno de los descansaderos.
El puente está hecho enteramente en sillería de granito. Descansa sobre tres arcos de medio punto, con dovelas en estrella, dispuestas en un plano ligeramente inclinado, rompiendo la vertical que definen los muros.
El dinamismo que proporciona este efecto queda subrayado en el pretil, donde se emplean sillares de un tamaño muy superior al resto, introduciendo una expresiva variación en el dibujo de la piedra.
La concepción inequívocamente barroca de este trazado también se aprecia en la remarcación de la línea de imposta y de los contornos del pretil.
Sin embargo, la ornamentación es escasa, limitándose a seis sencillos relieves geométricos labrados sobre el pretil, tres por cada flanco.
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Puentes sobre el río Guadarrama:
- El Puente Nuevo (Galapagar)
- El Puente del Retamar (Las Rozas de Madrid, Galapagar)
- El Puente de Hierro (Móstoles, Villaviciosa de Odón)
Puentes sobre el río Manzanares:
- El Puente del Grajal (Colmenar Viejo)
- El Puente de San Fernando (Madrid)
Puentes sobre el arroyo de Canencia:
- El Puente de Matafrailes (Canencia)
- El Puente Canto (Canencia)
Puentes sobre el río Tajo:
- El Puente de Hierro (Fuentidueña de Tajo)
Puentes sobre el río Lozoya:
- El Puente del Arrabal (Buitrago del Lozoya)
La estructura que ha llegado hasta nosotros no es la original. Hubo un primitivo puente medieval, que fue edificado en el año 1302, en el contexto de los procesos de repoblación llevados a cabo por la Comunidad de Villa y Tierra de Segovia. Por lo tanto, su origen es anterior al del Monasterio de El Paular, cuyo primer embrión fue un pequeño cenobio fundado en 1390.
Pese a ello, el puente tuvo un uso posterior claramente vinculado con los cartujos. Era la forma más rápida y directa que éstos tenían para llegar a Los Batanes, unos molinos situados en la otra orilla del Lozoya, que se encontraban bajo su explotación.
En ellos los monjes fabricaban papel, que, si bien no tenía mucha calidad, constituía una de sus más importantes fuentes de ingresos. De aquí salió el papel con el que se imprimió en 1605 la primera parte de El ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha, de Miguel de Cervantes.
Prueba de la importancia que el puente tuvo para los frailes es que éstos sufragaron sus obras, una vez que se optó por derribar la vieja construcción medieval, seguramente muy deteriorada por las riadas y las inclemencias meteorológicas.
Entre la historia y la leyenda
A la hora de explicar el topónimo del puente, existe una hermosa leyenda, que participa, en muy alta medida, de hechos históricos, como la probada existencia de los llamados quiñoneros. Empezamos por éstos.
A principios del siglo XIV, cuando fue levantado el puente original, el Valle del Lozoya servía de refugio a numerosos malhechores, muchos de ellos moriscos expulsados de las ciudades, que aprovechaban los abundantes bosques de la zona y la complicada orografía para ocultarse y tener una vida furtiva.
Era tan difícil ejercer gobierno en estas tierras que los reyes recurrieron a la Cuadrilla de los Caballeros de los Quiñones de la Ciudad de Segovia, compuesta por más de cien jinetes de lanza, para poner orden. Se trataba de auténticos milicianos, a los que se habían confiado funciones tan importantes como impartir justicia.
Su jurisdicción se extendía por los actuales términos municipales de Rascafría, Alameda del Valle, Oteruelo del Valle y Pinilla del Valle, pueblos hoy día madrileños, que surgieron bajo el impulso repoblador del concejo segoviano.
Hasta aquí lo que podemos considerar como fuentes históricas. Vayamos ahora con la parte de leyenda, en la que encontramos las claves del nombre del puente.
Cuando los quiñoneros apresaban a algún delincuente, lo conducían hasta la Casa de la Horca, situada a unos cinco kilómetros de la Cartuja de El Paular, donde tenían lugar las ejecuciones.
Si el reo era indultado, la costumbre era comunicarle la noticia de su liberación justo en el puente, paso obligado en el camino hacia el caldalso, que, por esta razón, terminó siendo conocido como del Perdón.
Descripción artística
Aunque no hay datos sobre la fecha exacta en que fue construido, el Puente del Perdón presenta una configuración arquitectónica típica de la primera mitad del siglo XVIII. Incluso recuerda al Puente de Toledo, que fue edificado entre 1718 y 1732, a partir de un proyecto de Pedro de Ribera.
Las similitudes más evidentes se localizan en las estructuras de planta semicircular instaladas entre los arcos, dos por cada lado, que se apoyan sobre pequeños tajamares triangulares.
Cumplen una doble función: por un lado, protegen a las pilas de la erosión de la corriente y, por otro, amplían la superficie del tablero con cuatro descansaderos, en los que hay situados varios bancos de piedra.
Lejos de tener una finalidad recreativa, estos elementos fueron incorporados para facilitar la celebración de asambleas y reuniones sociales.
Vista de uno de los descansaderos.
El puente está hecho enteramente en sillería de granito. Descansa sobre tres arcos de medio punto, con dovelas en estrella, dispuestas en un plano ligeramente inclinado, rompiendo la vertical que definen los muros.
El dinamismo que proporciona este efecto queda subrayado en el pretil, donde se emplean sillares de un tamaño muy superior al resto, introduciendo una expresiva variación en el dibujo de la piedra.
La concepción inequívocamente barroca de este trazado también se aprecia en la remarcación de la línea de imposta y de los contornos del pretil.
Sin embargo, la ornamentación es escasa, limitándose a seis sencillos relieves geométricos labrados sobre el pretil, tres por cada flanco.
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Puentes sobre el río Manzanares:
- El Puente del Grajal (Colmenar Viejo)
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- El Puente de Matafrailes (Canencia)
- El Puente Canto (Canencia)
Puentes sobre el río Tajo:
- El Puente de Hierro (Fuentidueña de Tajo)
Puentes sobre el río Lozoya:
- El Puente del Arrabal (Buitrago del Lozoya)
Puentes sobre el río Cofio:
- El Puente Mocha (Valdemaqueda)
- El Puente Mocha (Valdemaqueda)
Otros puentes:
- El Puente Puerta de Las Rozas (Las Rozas de Madrid)
- El Puente Puerta de Las Rozas (Las Rozas de Madrid)
lunes, 21 de junio de 2010
Los telégrafos ópticos de Cabeza Mediana y Torrelodones
Visitamos dos de las cinco torres de telegrafía óptica que aún se conservan en la Comunidad de Madrid. La primera de ellas corona la montaña conocida como Cabeza Mediana, una cumbre de más de 1.300 metros de altitud que comparten los municipios de Moralzarzal, Alpedrete y Collado Mediano.
La segunda se localiza en un pequeño altozano, situado aproximadamente a un kilómetro del casco urbano de Torrelodones.
Ambas formaron parte de la línea Madrid-Irún, diseñada por el ingeniero donostiarra José María Mathé Aragua (1800-1875) e inaugurada en el año 1846.
Esta red constaba de un total de 52 torres, con arranque en el Cuartel del Conde Duque. No estuvo mucho tiempo en servicio, debido a la rápida implantación del telégrafo eléctrico, que dejó al sistema óptico completamente obsoleto.
La Torre de Monterredondo, en lo alto del cerro de Cabeza Mediana, antes de su restauración (fotografía del Ayuntamiento de Moralzarzal).
Un poco de historia
La telegrafía óptica se desarrolló en Europa entre los siglos XVIII y XIX. Consistía en la transmisión de señales lumínicas codificadas, a través de una cadena de torres convenientemente alineadas. De tal modo que los mensajes iban saltando de una a otra, hasta llegar al punto de destino, donde se descodificaban.
En lo que respecta a España, este sistema de comunicación estuvo inicialmente vinculado con los Reales Sitios. Se trataba de que los reyes estuvieran al corriente, con la mayor celeridad posible, de los acontecimientos que pudieran producirse durante sus desplazamientos.
La línea Madrid-Aranjuez, la primera en entrar en funcionamiento, vio la luz en 1824. En 1832 se puso en marcha la que unía la capital con San Ildefonso y en 1834 empezaron a operar otras tres, Madrid-Carabanchel, San Ildefonso-Riofrío y Madrid-El Pardo.
En la década posterior, la telegrafía óptica tuvo una notable expansión, gracias al ambicioso plan ideado por Mathé entre 1844 y 1846. En él se contemplaba la creación de una extensa red radial, mediante la cual se cubría gran parte del territorio nacional. Sin embargo, sólo pudieron construirse las líneas Madrid-Irún, Madrid-Cádiz y Madrid-La Junquera.
El proyecto no fue muy bien acogido por algunos intelectuales de la época. Es el caso del escritor José María de Pereda (1833-1906), que, en su obra Pedro Sánchez (1883), se refería a las torres ópticas en los siguientes términos:
"Eran los telégrafos ópticos, que, lejos de alegrar el paisaje, le entristecían todavía más; pues a la contemplación del insulso detalle iba unida la consideración de que dentro de aquella jaula de sólidas paredes, había seres humanos incomunicados con el el resto del mundo; y para mayor burla de la desgracia, ellos, los encargados de conducir maquinalmente la palabra de los demás a través de la tierra, estaban condenados a no hablar con nadie".
José María Mathé y su modelo de telégrafo óptico.
Cabeza Mediana
El telégrafo óptico que hay situado en el cerro de Cabeza Mediana recibe el nombre de Torre de Monterredondo. Se encuentra dentro del término municipal de Collado Mediano, si bien el acceso se realiza desde Moralzarzal.
En el verano de 2007 se procedió a su restauración, aunque realmente lo que se ha hecho ha sido una reconstrucción en toda regla, utilizando la referencia de los planos originales. Gracias a estos trabajos, nos podemos hacer una idea bastante exacta de las características que tuvo la edificación primitiva y de su funcionamiento técnico.
La Torre de Monterredondo fue levantada a partir del estándar arquitectónico fijado por Mathé, común a todas las torres integradas en las líneas que estuvieron bajo su competencia.
Éste consistía en una construcción de planta cuadrangular, de siete metros de lado y doce de alto, con tres pisos y una cubierta a modo de azotea, que servía de base a la estructura metálica del telégrafo propiamente dicho.
En cuanto a la fábrica, se utilizó mampostería de piedra, en combinación con ladrillo. Durante las citadas obras de reconstrucción, el conjunto fue enfoscado y pintado de ocre, emulando el acabado que tuvo en sus orígenes.
Si observamos detenidamente la estructura, se advierte un aspecto fortificado. Mathé concibió las torres como fortalezas, debido a los movimientos revolucionarios del momento.
El grosor de sus muros, la presencia de aspilleras y el hecho de que la puerta de entrada se encuentre a unos dos metros del suelo, con una escalera de acceso que se echaba desde dentro, dan cuenta de esta preocupación.
La Torre de Monterredondo, una vez reconstruida (fotografía del Ayuntamiento de Moralzarzal).
Torrelodones
La torre óptica de Torrelodones, conocida como de Navalapiedra, ofrece la otra cara de la moneda. No sólo no ha sido restaurada, sino que fue transformada en vivienda, probablemente en la primera mitad del siglo XX. Pese a ello, todavía es posible reconocer gran parte de los rasgos arquitectónicos definidos por Mathé en su modelo de torre.
Entre las alteraciones más significativas, cabe destacar la sustitución de la cubierta original por un tejado de teja árabe a cuatro aguas, la pintura blanca (o lo que queda de ella) que cubre los muros y la apertura de una puerta de acceso directamente sobre el suelo, modificando la pauta original de elevarla dos metros sobre la rasante.
La de Navalapiedra era la torre inmediatamente anterior a la situada en la montaña de Cabeza Mediana. Ambas establecían contacto visual gracias a las diferentes altitudes de sus respectivos emplazamientos. Mientras que la primera se halla a unos 850 metros sobre el nivel del mar, la segunda preside un enclave casi el doble de alto.
La última de las torres madrileñas de la línea Madrid-Irún se encontraba en el Puerto de Navacerrada, a casi 2.000 metros de altitud. De ella no queda casi nada, al margen de su nombre, que ha servido para bautizar la cumbre del Alto del Telégrafo.
Los emplazamientos de estas tres torres se ajustaban a las directrices que había establecido José María Mathé en su proyecto de redes de telegrafía óptica. La distancia de separación que debía existir entre ellas oscilaba entre un mínimo de dos leguas y un máximo de tres (la legua castellana equivale a 4,19 kilómetros).
Torre de Navalapiedra, en Torrelodones.
Además de las torres ópticas de Cabeza Mediana y Torrelodones, en la región madrileña se mantienen en pie otras tres: las de Aranjuez, Arganda del Rey y Perales de Tajuña.
Otra vista de la Torre de Navalapiedra.
La segunda se localiza en un pequeño altozano, situado aproximadamente a un kilómetro del casco urbano de Torrelodones.
Ambas formaron parte de la línea Madrid-Irún, diseñada por el ingeniero donostiarra José María Mathé Aragua (1800-1875) e inaugurada en el año 1846.
Esta red constaba de un total de 52 torres, con arranque en el Cuartel del Conde Duque. No estuvo mucho tiempo en servicio, debido a la rápida implantación del telégrafo eléctrico, que dejó al sistema óptico completamente obsoleto.
La Torre de Monterredondo, en lo alto del cerro de Cabeza Mediana, antes de su restauración (fotografía del Ayuntamiento de Moralzarzal).
Un poco de historia
La telegrafía óptica se desarrolló en Europa entre los siglos XVIII y XIX. Consistía en la transmisión de señales lumínicas codificadas, a través de una cadena de torres convenientemente alineadas. De tal modo que los mensajes iban saltando de una a otra, hasta llegar al punto de destino, donde se descodificaban.
En lo que respecta a España, este sistema de comunicación estuvo inicialmente vinculado con los Reales Sitios. Se trataba de que los reyes estuvieran al corriente, con la mayor celeridad posible, de los acontecimientos que pudieran producirse durante sus desplazamientos.
La línea Madrid-Aranjuez, la primera en entrar en funcionamiento, vio la luz en 1824. En 1832 se puso en marcha la que unía la capital con San Ildefonso y en 1834 empezaron a operar otras tres, Madrid-Carabanchel, San Ildefonso-Riofrío y Madrid-El Pardo.
En la década posterior, la telegrafía óptica tuvo una notable expansión, gracias al ambicioso plan ideado por Mathé entre 1844 y 1846. En él se contemplaba la creación de una extensa red radial, mediante la cual se cubría gran parte del territorio nacional. Sin embargo, sólo pudieron construirse las líneas Madrid-Irún, Madrid-Cádiz y Madrid-La Junquera.
El proyecto no fue muy bien acogido por algunos intelectuales de la época. Es el caso del escritor José María de Pereda (1833-1906), que, en su obra Pedro Sánchez (1883), se refería a las torres ópticas en los siguientes términos:
"Eran los telégrafos ópticos, que, lejos de alegrar el paisaje, le entristecían todavía más; pues a la contemplación del insulso detalle iba unida la consideración de que dentro de aquella jaula de sólidas paredes, había seres humanos incomunicados con el el resto del mundo; y para mayor burla de la desgracia, ellos, los encargados de conducir maquinalmente la palabra de los demás a través de la tierra, estaban condenados a no hablar con nadie".
José María Mathé y su modelo de telégrafo óptico.
Cabeza Mediana
El telégrafo óptico que hay situado en el cerro de Cabeza Mediana recibe el nombre de Torre de Monterredondo. Se encuentra dentro del término municipal de Collado Mediano, si bien el acceso se realiza desde Moralzarzal.
En el verano de 2007 se procedió a su restauración, aunque realmente lo que se ha hecho ha sido una reconstrucción en toda regla, utilizando la referencia de los planos originales. Gracias a estos trabajos, nos podemos hacer una idea bastante exacta de las características que tuvo la edificación primitiva y de su funcionamiento técnico.
La Torre de Monterredondo fue levantada a partir del estándar arquitectónico fijado por Mathé, común a todas las torres integradas en las líneas que estuvieron bajo su competencia.
Éste consistía en una construcción de planta cuadrangular, de siete metros de lado y doce de alto, con tres pisos y una cubierta a modo de azotea, que servía de base a la estructura metálica del telégrafo propiamente dicho.
En cuanto a la fábrica, se utilizó mampostería de piedra, en combinación con ladrillo. Durante las citadas obras de reconstrucción, el conjunto fue enfoscado y pintado de ocre, emulando el acabado que tuvo en sus orígenes.
Si observamos detenidamente la estructura, se advierte un aspecto fortificado. Mathé concibió las torres como fortalezas, debido a los movimientos revolucionarios del momento.
El grosor de sus muros, la presencia de aspilleras y el hecho de que la puerta de entrada se encuentre a unos dos metros del suelo, con una escalera de acceso que se echaba desde dentro, dan cuenta de esta preocupación.
La Torre de Monterredondo, una vez reconstruida (fotografía del Ayuntamiento de Moralzarzal).
Torrelodones
La torre óptica de Torrelodones, conocida como de Navalapiedra, ofrece la otra cara de la moneda. No sólo no ha sido restaurada, sino que fue transformada en vivienda, probablemente en la primera mitad del siglo XX. Pese a ello, todavía es posible reconocer gran parte de los rasgos arquitectónicos definidos por Mathé en su modelo de torre.
Entre las alteraciones más significativas, cabe destacar la sustitución de la cubierta original por un tejado de teja árabe a cuatro aguas, la pintura blanca (o lo que queda de ella) que cubre los muros y la apertura de una puerta de acceso directamente sobre el suelo, modificando la pauta original de elevarla dos metros sobre la rasante.
La de Navalapiedra era la torre inmediatamente anterior a la situada en la montaña de Cabeza Mediana. Ambas establecían contacto visual gracias a las diferentes altitudes de sus respectivos emplazamientos. Mientras que la primera se halla a unos 850 metros sobre el nivel del mar, la segunda preside un enclave casi el doble de alto.
La última de las torres madrileñas de la línea Madrid-Irún se encontraba en el Puerto de Navacerrada, a casi 2.000 metros de altitud. De ella no queda casi nada, al margen de su nombre, que ha servido para bautizar la cumbre del Alto del Telégrafo.
Los emplazamientos de estas tres torres se ajustaban a las directrices que había establecido José María Mathé en su proyecto de redes de telegrafía óptica. La distancia de separación que debía existir entre ellas oscilaba entre un mínimo de dos leguas y un máximo de tres (la legua castellana equivale a 4,19 kilómetros).
Torre de Navalapiedra, en Torrelodones.
Además de las torres ópticas de Cabeza Mediana y Torrelodones, en la región madrileña se mantienen en pie otras tres: las de Aranjuez, Arganda del Rey y Perales de Tajuña.
Otra vista de la Torre de Navalapiedra.
viernes, 18 de junio de 2010
Lista Roja del Patrimonio
La Lista Roja del Patrimonio es una iniciativa de la asociación Hispania Nostra, que "aspira a recoger aquellos elementos del patrimonio histórico español que se encuentren sometidos a riesgo de desaparición, destrucción o alteración esencial de sus valores".
Comenzó a elaborarse en el año 2006 y, hasta el momento, se han inventariado en toda España más de 360 conjuntos monumentales y arqueológicos. Lejos de estar cerrada, la lista se encuentra en plena fase de elaboración, abierta a la participación de cualquier entidad o persona interesada en la defensa del patrimonio.
En la Comunidad de Madrid hay catalogados nueve conjuntos amenazados. Aunque faltan otros muchos, es un primer paso para que las autoridades y los ciudadanos tomen conciencia de la necesidad de proteger nuestro patrimonio histórico, artístico y paisajístico.
Los nueve conjuntos madrileños en peligro
Embarcadero del Real Canal del Manzanares, en una fotografía de mediados del siglo XIX.
Ermita de la Virgen de Oliva, en Patones. Enclavado en un paraje agreste, en las cercanías de Patones de Arriba, este pequeño templo data del siglo XII o XIII. Presenta un estado de conservación muy delicado, con riesgo de desprendimientos y vegetación invasiva. Sólo han llegado hasta nosotros el ábside y el primer tramo de la nave, donde se aloja un arco apuntado, correspondiente al arranque de la bóveda. Todo ello en estilo románico-mudéjar.
Fotografía del año 1900 del frontón Beti Jai.
Jardines de Las Vistillas, en Madrid. El Plan Parcial de Reforma Interior de la Cornisa del Río Manzanares, aprobado por el Ayuntamiento de Madrid, permite la construcción de varios edificios para uso eclesiástico y municipal en el Parque de la Cornisa, uno de los recintos de los Jardines de Las Vistillas. El complejo, situado a los pies mismos de la Basílica de San Francisco el Grande, hará desaparecer una de las vistas panorámicas más hermosas y simbólicas de la capital.
Real Canal del Manzanares, en Madrid, Getafe y Rivas-Vaciamadrid. Los restos de este canal artificial, levantado entre los siglos XVIII y XIX, presentan diferentes niveles de conservación, aunque se observa un paulatino estado de abandono. E, incluso, se ha procedido a la destrucción de diferentes vestigios, tras ejecutarse diversas obras públicas en las inmediaciones.
Embarcadero del Real Canal del Manzanares, en una fotografía de mediados del siglo XIX.
Ermita de la Virgen de Oliva, en Patones. Enclavado en un paraje agreste, en las cercanías de Patones de Arriba, este pequeño templo data del siglo XII o XIII. Presenta un estado de conservación muy delicado, con riesgo de desprendimientos y vegetación invasiva. Sólo han llegado hasta nosotros el ábside y el primer tramo de la nave, donde se aloja un arco apuntado, correspondiente al arranque de la bóveda. Todo ello en estilo románico-mudéjar.
Ermita de San Polo, en Aldea del Fresno. De esta ermita medieval, probablemente edificada en el siglo XII o XIII, se mantienen en pie restos de muros y cimientos, así como una notable portada mudéjar, articulada alrededor de un arco ojival de herradura. Su estado es de ruina progresiva, por total abandono.
Palacio del Canto del Pico, en Torrelodones. Se trata de una casa-museo de principios del siglo XX, levantada para albergar la colección de arte de su primer propietario, José María del Palacio, conde de las Almenas. El edificio, que tiene integrados en su estructura restos arqueológicos y artísticos procedentes de toda España, está abandonado y ha sido objeto de numerosos saqueos y actos vandálicos. En 1998 sufrió un incendio que destruyó las cubiertas. Hasta 2001 estuvo sin ellas, lo que aceleró su deterioro.
El Palacio del Canto del Pico está emplazado a más de 1.000 metros de altitud, en la montaña granítica del mismo nombre.
El Palacio del Canto del Pico está emplazado a más de 1.000 metros de altitud, en la montaña granítica del mismo nombre.
Castillo de Torrejón de Velasco. Esta fortaleza fue construida en el siglo XV sobre los restos de un castillo anterior, posiblemente del siglo XIII. Tiene planta rectangular y conserva nueve torres cilíndricas, además de la torre del homenaje, sin duda alguna, el elemento de mayor interés arquitectónico de todo el conjunto. La fortificación está abandonada y arruinada, con una alta probabilidad de derrumbe.
Valle de los Caídos, en San Lorenzo de El Escorial. Puede sorprender que este polémico monumento funerario, iniciado en 1940 y concluido en 1958, figure en la Lista Roja del Patrimonio, ya que se encuentra en plena restauración. Los procedimientos empleados en este proceso son precisamente los que han motivado su inclusión, al cuestionarse el desmontaje llevado a cabo en los grupos escultóricos de Juan de Ávalos. Diferentes especialistas consideran que pueden ocasionar daños irreparables.
Capilla Universitaria de San Ildefonso, en Alcalá de Henares. A pesar de la declaración de Alcalá de Henares como Ciudad Patrimonio de la Humanidad, la Capilla del Colegio Mayor de San Ildefonso presenta una deficiente conservación. Las humedades y las grietas amenazan la estabilidad de los muros, al tiempo que se advierten numerosos desperfectos en el artesonado y en los elementos decorativos. Incluso, el sepulcro del Cardenal Cisneros, obra de Bartolomé Ordóñez realizada a principios del siglo XVI, muestra signos de suciedad y deterioro.
Frontón Beti Jai, en Madrid. Es el único edificio deportivo decimonónico que se conserva en Madrid. Reúne elementos de estilo neomudéjar y de la arquitectura de hierro de la época, en concreto, su grada de espectadores, concebida para albergar a 4.000 personas. Está abandonado, con riesgo de ruina.
Fotografía del año 1900 del frontón Beti Jai.
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miércoles, 16 de junio de 2010
La Fuente de Arriba, de Chinchón
Regresamos a Chinchón, donde visitamos la llamada Fuente de Arriba. Pese a que se construyó en tiempos relativamente recientes, se encuentra perfectamente integrada en la Plaza Mayor, un espléndido conjunto monumental configurado a lo largo de los siglos XV, XVI y XVII.
Fue proyectada en el año 1966, en el contexto de las obras de ordenación de la plaza, y terminada hacia 1970. Sustituyó a una primitiva estructura, de origen incierto, consistente en un sencillo muro de mampostería sobre el que descansaba un frontón triangular, con tres bolas de piedra en sus vértices.
Se trata de una fuente mural, ubicada en el lado este de la plaza, que está formada por un pilón de tipo abrevadero y un gran frontal de forma rectangular, con dos caños. Éste se encuentra dividido en tres grandes secciones, delimitadas por pilastras pareadas, hasta contabilizar un total de seis. Una cornisa corrida recorre toda la parte superior.
El remate se resuelve con seis bolas de piedra, una por cada pilastra, y con un frontón circular en el centro, en el que se aloja una venera. Esta última pieza sirve de coronación al que puede ser considerado como el elemento artístico de mayor valor de toda la fuente: el enorme escudo con las armas de Chinchón que hay instalado en la sección central.
Las partes estructurales presentan fábrica de sillería de granito, mientras que las ornamentales están hechas con caliza blanca, procedente de las célebres canteras de Colmenar de Oreja. En la retaguardia, se eleva una plataforma de piedra, que fue utilizada como punto de apoyo de vasijas y recipientes.
La Fuente de Arriba recibe esta denominación para diferenciarla de la Fuente de Abajo, situada también en la plaza, aunque dentro de un recinto cerrado, delimitado antaño por la cárcel de la villa y distintas dependencias municipales, que se usan en la actualidad como Oficina de Turismo.
Conocida también como El Pilar, esta fuente era, en realidad, el lavadero público de la villa. Está integrada por un pilón de planta rectangular, que se encuentra alimentado por una serie de caños. Hoy día sólo cumple una función de ornato.
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- La Fuente de los Tres Caños, de Villaviciosa de Odón
Fue proyectada en el año 1966, en el contexto de las obras de ordenación de la plaza, y terminada hacia 1970. Sustituyó a una primitiva estructura, de origen incierto, consistente en un sencillo muro de mampostería sobre el que descansaba un frontón triangular, con tres bolas de piedra en sus vértices.
Se trata de una fuente mural, ubicada en el lado este de la plaza, que está formada por un pilón de tipo abrevadero y un gran frontal de forma rectangular, con dos caños. Éste se encuentra dividido en tres grandes secciones, delimitadas por pilastras pareadas, hasta contabilizar un total de seis. Una cornisa corrida recorre toda la parte superior.
El remate se resuelve con seis bolas de piedra, una por cada pilastra, y con un frontón circular en el centro, en el que se aloja una venera. Esta última pieza sirve de coronación al que puede ser considerado como el elemento artístico de mayor valor de toda la fuente: el enorme escudo con las armas de Chinchón que hay instalado en la sección central.
Las partes estructurales presentan fábrica de sillería de granito, mientras que las ornamentales están hechas con caliza blanca, procedente de las célebres canteras de Colmenar de Oreja. En la retaguardia, se eleva una plataforma de piedra, que fue utilizada como punto de apoyo de vasijas y recipientes.
La Fuente de Arriba recibe esta denominación para diferenciarla de la Fuente de Abajo, situada también en la plaza, aunque dentro de un recinto cerrado, delimitado antaño por la cárcel de la villa y distintas dependencias municipales, que se usan en la actualidad como Oficina de Turismo.
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Ubicación:
Fuente de Arriba
lunes, 14 de junio de 2010
Juan II, el primer rey que soñó con un Manzanares navegable
El río Manzanares, bordeando el lado occidental de Madrid, en una pintura de Antonio Joli, del año 1753. Colección particular.
De todos los proyectos de ingeniería hidráulica que han girado alrededor del Manzanares, el más desconocido es el que promovió Juan II de Castilla (1405-1454) a finales de su reinado, cuando aún faltaba más de un siglo para que Madrid fuese proclamada capital de España, en el año 1561.
El interés del monarca hacia nuestro río constituía una demostración en toda regla de la importancia que había adquirido la villa en la Alta Edad Media.
Así lo prueban las numerosas reuniones de Cortes celebradas en Madrid en tiempos de los Trastámara y las prolongadas estancias de los reyes de esta dinastía en lugares como El Pardo, el Alcázar o las Casas del Contador, especialmente en lo que respecta a Juan II y a Enrique IV.
De tal manera que puede afirmarse que Madrid era ya una de las ciudades favoritas de la monarquía española, mucho antes del hecho decisivo de la capitalidad.
Por todo ello no debe extrañar que el Manzanares llamara la atención de los monarcas desde el mismo medievo. Tal vez pensaran que este pequeño río, de fuerte estiaje, no estaba a la altura de una ciudad con tantos vínculos reales, como muy bien dejó reflejado Mesonero Romanos varios siglos después.
La gran falta natural de Madrid para su futuro desarrollo, como ciudad populosa y corte de tan importante monarquía, era la de un río caudaloso, que surtiendo a las necesidades de un crecido vecindario, sirviese también para fertilizar y hermosear su término y campiña" (El antiguo Madrid, año 1861).
Juan II fue el primer rey que soñó con incrementar el caudal del Manzanares, que, por entonces, no tenía este nombre, sino que era conocido como el Guadarrama de Madrid. Bajo su reinado, diferentes expertos barajaron la posibilidad de trazar un canal navegable, que hiciera llegar hasta la villa las aguas del río Jarama.
Después de varios estudios topográficos e hidráulicos, se determinó que el canal debía arrancar en el Puente de Viveros, que se levanta sobre el Jarama, en el camino de Alcalá de Henares, y finalizar a los pies de la Iglesia de San Pedro, desde donde bajaría por los Pilares del Pozacho hasta el Puente de Segovia o, mejor dicho, Puente Segoviana, como era llamado antiguamente.
Su tramo final coincidiría, por tanto, con el trazado actual de la Calle de Segovia, que, en aquellos tiempos, era un barranco por donde discurría el Arroyo de San Pedro. Debe señalarse que no estamos hablando de los puentes de Segovia y de Viveros que han llegado hasta nuestros días, sino de primitivas construcciones medievales de cal y ladrillo, que han desaparecido con el tiempo.
Panorámica de Madrid en el siglo XVII. Pueden verse el antiguo Alcázar, el Puente de Segovia y la Calle Nueva (actual Calle de Segovia), por donde hubiese pasado el canal de trasvase proyectado a mediados del siglo XV.
El primitivo Puente Segoviana, hacia 1560, cuyo enclave hubiese sido el punto de unión del Jarama con el Manzanares. Detalle del dibujo de Anton van den Wyngaerde, que se conserva en la Biblioteca Nacional de Viena.
Las obras no pudieron realizarse. Según parece, uno de los factores que motivaron su cancelación fue la resistencia de los dueños de los molinos asentados en el Jarama, temerosos de que la pérdida de caudal del río acabara con su medio de subsistencia.
Fue la primera vez que el sueño de un Manzanares navegable se convirtió en un imposible. Después llegarían muchos otros proyectos, tan utópicos como irrealizables, que no tardaron en caer en saco roto.
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- El sueño de un Manzanares navegable y la presa más alta del mundo
El río Manzanares, a su paso por el Monte de El Pardo, en una fotografía de 1928. Museo de Historia de Madrid.
viernes, 11 de junio de 2010
El Museo de las Colecciones Reales ya se perfila sobre el Campo del Moro
Seguimos atentos a las obras de construcción del Museo de las Colecciones Reales. Lo que hace unos meses eran tan sólo movimientos de tierra, para la adecuación del solar, ha dejado paso a la aparición de una enorme estructura, en forma de paralelepípedo, que ya llega hasta la base de la Catedral de la Almudena.
Las obras continúan avanzando, al tiempo que se incrementa nuestra preocupación por el impacto visual que provocará este edificio en la cornisa de Madrid, en lo que constituye una de las vistas más bellas y simbólicas de la ciudad (al menos por el momento).
Como ya comentamos en febrero, la panorámica del conjunto monumental del Palacio Real, la Plaza de la Armería y la Catedral de la Almudena, con el Campo del Moro a sus pies, a modo de alfombra verde, se encuentra seriamente amenazada.
La Catedral de la Almudena, desde el Paseo de Extremadura, con la emergente estructura del Museo de las Colecciones Reales a sus pies (10 de junio de 2010).
El futuro Museo de las Colecciones Reales y la cúpula de la Catedral de la Almudena, desde la Cuesta de la Vega (9 de junio de 2010).
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La Catedral de la Almudena, desde el Paseo de Extremadura, con la emergente estructura del Museo de las Colecciones Reales a sus pies (10 de junio de 2010).
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miércoles, 9 de junio de 2010
Buscando los restos de las primeras fuentes barrocas (5): la Abundancia
Seguimos buscando los restos de las primeras fuentes barrocas que se levantaron en Madrid. Fueron proyectadas entre 1617 y 1618, en el contexto de un plan de ornamentación de la ciudad, promovido por el consistorio. De esta iniciativa surgieron siete fuentes artísticas, además de una octava, que, si bien quedó fuera del citado plan, presentaba muchas similitudes estilísticas con aquellas.
La Fuente de la Abundancia, en concreto, estuvo ubicada en la Plaza de la Cebada, razón por la cual también era conocida con este topónimo. De ella se conservan varios elementos arquitectónicos y diversos escudos de armas, que se salvaron de la demolición que tuvo lugar en el siglo XIX, para ser integrados en una nueva estructura.
Ahora forman parte de la Fuentecilla, una fuente de porte monumental, situada en la Calle de Toledo, que fue realizada en el año 1815, como homenaje al rey Fernando VII. También ha llegado hasta nosotros una escultura de una mujer con un niño, que algunos investigadores identifican con la Abundancia, la figura que dio nombre a la fuente.
Historia y descripción
La Fuente de la Abundancia fue diseñada en 1617 por el arquitecto madrileño Juan Gómez de Mora, a quien también se debe la Fuente de Orfeo, en la Plaza de la Provincia, concebida prácticamente al mismo tiempo. Su ejecución corrió a cargo del alarife Pedro Pedrosa y del maestro de cantería Martín de Gortayri.
La feria de Madrid en la Plaza de la Cebada', por Manuel de la Cruz Cano y Olmedilla (1770-90).
Haciendo honor a su oficio, Gómez de Mora optó por una solución más arquitectónica que escultórica, en la que son claras las influencias herrerianas, aunque con alguna que otra concesión a las incipientes corrientes barrocas del momento.
La fuente estaba formada por un templete de planta cuadrangular, de aire clasicista. Éste se encontraba coronado, en cada uno de sus cuatro flancos, por un frontón triangular y, en la parte superior, por una cúpula, sobre la que descansaba el grupo escultórico de la Abundancia.
En cuanto a los ornatos, los frontales estaban decorados con blasones, alusivos a la Villa de Madrid y a la Corona. Pero lo que más llamaba la atención era la oquedad abierta transversalmente en la mitad del cuerpo principal, en la que se alojaban cuatro osos, que arrojaban agua, en clara referencia a uno de los símbolos de la capital.
La construcción que finalmente se llevó a cabo introdujo significativas modificaciones sobre el diseño inicial. Como puede verse en el dibujo que se incluye más abajo, realizado por Juan Gómez de Mora en 1617, la estructura que se tenía previsto edificar era mucho más esbelta, al descansar el templete sobre un punto de apoyo más estrecho, en el que había mascarones, en lugar de los escudos de armas posteriormente labrados.
Dibujo de la Fuente de la Cebada, de Juan Gómez de Mora, que se encuentra en el Museo de Historia de Madrid (fuente de la imagen: 'Arte y diplomacia de la monarquía hispánica en el siglo XVII', de José Luis Colomer, año 2003).
Con respecto a la coronación, la primera idea que barajó Gómez de Mora fue rematar el conjunto con un pequeño obelisco, pero al final se colocó en la parte más alta la estatua de la Abundancia, que el consistorio madrileño compró al mercader Ludovico Turchi, en 1617. Representaba a una mujer de pie, con un niño a su lado derecho.
No se sabe muy bien cuál es el paradero de esta escultura, tras la destrucción de la fuente a principios del siglo XIX. Aunque no hay confirmación al respecto, diferentes autores sostienen que la figura de alabastro que se reproduce a continuación, perteneciente a la colección del Museo de Historia de Madrid (antiguo Museo Municipal), es la Abundancia que adquirió Turchi en Italia.
Posible escultura de la Abundancia, conservada en el Museo de Historia de Madrid (fuente de la imagen: 'Arte y diplomacia de la monarquía hispánica en el siglo XVII', de José Luis Colomer, año 2003).
Posible escultura de la Abundancia, conservada en el Museo de Historia de Madrid (fuente de la imagen: 'Arte y diplomacia de la monarquía hispánica en el siglo XVII', de José Luis Colomer, año 2003).
Cerca del lugar donde estuvo enclavada esta obra barroca, se alza en la actualidad una fuente de hierro fundido, formada por un vaso circular y un fuste, del que cuelgan ocho surtidores. Fue inaugurada en 1999, en el ensanche que se forma en la Calle de Toledo en su contacto con la Plaza de la Cebada.
Más allá de compartir el nombre de Fuente de la Cebada, esta moderna construcción nada tiene que ver con la primitiva estructura ideada por Gómez de Mora. Y sí mucho con un estándar arquitectónico muy utilizado en la segunda mitad del siglo XIX y primeros años del siglo XX, cuando se popularizó la arquitectura de hierro.
Hubo fuentes de esta tipología en la Plaza de la Encarnación, en la Fuente del Berro y en la Plaza del Conde Toreno -en la confluencia de las calles de San Bernardino y Amaniel-. Pero ya hablaremos de ello en otro momento.
Fuente de hierro, llamada de la Cebada, que fue instalada en 1999 en las inmediaciones del lugar donde estuvo la Fuente de la Abundancia.
Fuente de hierro, llamada de la Cebada, que fue instalada en 1999 en las inmediaciones del lugar donde estuvo la Fuente de la Abundancia.
La Fuentecilla
La Fuentecilla fue realizada, en parte, con materiales procedentes de distintas edificaciones. Es el caso de su cuerpo prismático de granito, aprovechado casi por entero de la Fuente de la Abundancia.
De ella también se tomaron prestados los frontones triangulares y algunos escudos de armas de la Villa de Madrid, tal y como puede apreciarse en la siguiente imagen comparativa.
En la parte superior de la fuente, hay instalado un grupo escultórico, que representa a un león con dos globos terráqueos, en referencia a las posesiones de ultramar de España. La figura del animal fue rescatada del Convento de los Premostrantenses, desaparecido durante la invasión napoleónica.
En cambio, las esculturas del dragón y del oso, situadas en el frontal que da a la Calle de Toledo, se hicieron específicamente para la Fuentecilla. Se deben al escultor Francisco Meana y aluden a los escudos antiguo y moderno de Madrid.
Aunque cumple la función de fuente pública, la Fuentecilla se erigió en realidad como un monumento conmemorativo, para celebrar la restitución de Fernando VII, una vez concluida la Guerra de la Independencia.
La vecina Puerta de Toledo también fue levantada con idéntica finalidad. Ambas construcciones son obra del arquitecto municipal Antonio López Aguado (1764-1831), quien las proyectó en 1815 y en 1813, respectivamente.
Artículos relacionados
La serie "Buscando los restos de las primeras fuentes barrocas" consta de estos otros reportajes:
- Introducción
- Fuente de Orfeo
- Fuente de Diana
- Fuente de la Fe o de las Arpías (la Mariblanca)
- Fuente de Endimión
- Fuentes de la Villa y de los Leones
- Fuente de Santo Domingo
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lunes, 7 de junio de 2010
Tras la pista de la verja de la Fuente de Cibeles
La sede del Escuadrón y Banda de la Policía Municipal de Madrid, situada en el nudo viario del Puente de los Franceses, guarda una sugerente sorpresa.
La parcela sobre la que se asienta, ubicada en uno de los ramales de la autopista M-30, junto al arranque de la Carretera de Castilla, se encuentra cercada con la vieja verja de hierro forjado que rodeó a la Fuente de Cibeles durante casi medio siglo.
Esta artística rejería fue instalada en el año 1895, coincidiendo con el desplazamiento de la fuente desde su enclave inicial, muy cerca del Palacio de Buenavista, hasta el centro de la plaza que lleva su nombre, donde permanece en la actualidad.
El traslado se debió a una iniciativa del arquitecto municipal José López Sallaberry, que contó con la oposición frontal de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.
Su pretensión era que el monumento presidiera la nueva plaza elíptica que se estaba configurando a su alrededor y, al mismo tiempo, corregir la situación de semienterramiento en la que había quedado, tras alterarse los niveles del terreno con la construcción de algunos edificios próximos.
Para ello, Sallaberry elevó la fuente tres metros por encima del ras de suelo original y dispuso una plataforma de cuatro peldaños, en el que alojó al grupo escultórico.
Del mismo modo, modificó su orientación primitiva, dirigiendo la mirada de la diosa hacia la Puerta del Sol, en lugar de hacia la Fuente de Neptuno.
Dentro de este contexto, el Ayuntamiento de Madrid optó por vallar el pilón para impedir el acceso del público, toda vez que, con la llegada del Canal de Isabel II, la fuente ya no abastecía de agua.
Por esta razón, también fueron retiradas las populares esculturas del oso y del grifo, que, desde su instalación en 1862, habían estado suministrando agua a aguadores y vecinos, respectivamente, mediante unos surtidores colocados en sus bocas.
A la inversa, le fueron añadidos un par de amorcillos, obra de Miguel Ángel Trilles, que lucen en la parte trasera del carro.
La Fuente de Cibeles en 1906 (imagen superior) y en 1930 (imagen inferior), con la verja de hierro forjado en primer término.
Con el paso del tiempo, la verja dejó de tener sentido, ya que el aumento del tráfico rodado aisló a la fuente del contacto con los peatones. Años después de finalizar la Guerra Civil, se procedió a su desmontaje y, en su lugar, se habilitó una pequeña franja ajardinada.
Desconocemos el momento exacto en el que este espléndido trabajo de herrería fue llevado al recinto del Escuadrón y Banda de la Policía Municipal.
Su estado de conservación -todo hay que decirlo- no es muy bueno, con una evidente falta de mantenimiento, que ha favorecido la oxidación.
Puerta de acceso a las dependencias del Escuadrón y Banda de la Policía Municipal.
Detalle de la verja.
La parcela sobre la que se asienta, ubicada en uno de los ramales de la autopista M-30, junto al arranque de la Carretera de Castilla, se encuentra cercada con la vieja verja de hierro forjado que rodeó a la Fuente de Cibeles durante casi medio siglo.
Esta artística rejería fue instalada en el año 1895, coincidiendo con el desplazamiento de la fuente desde su enclave inicial, muy cerca del Palacio de Buenavista, hasta el centro de la plaza que lleva su nombre, donde permanece en la actualidad.
El traslado se debió a una iniciativa del arquitecto municipal José López Sallaberry, que contó con la oposición frontal de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.
Su pretensión era que el monumento presidiera la nueva plaza elíptica que se estaba configurando a su alrededor y, al mismo tiempo, corregir la situación de semienterramiento en la que había quedado, tras alterarse los niveles del terreno con la construcción de algunos edificios próximos.
Para ello, Sallaberry elevó la fuente tres metros por encima del ras de suelo original y dispuso una plataforma de cuatro peldaños, en el que alojó al grupo escultórico.
Del mismo modo, modificó su orientación primitiva, dirigiendo la mirada de la diosa hacia la Puerta del Sol, en lugar de hacia la Fuente de Neptuno.
Dentro de este contexto, el Ayuntamiento de Madrid optó por vallar el pilón para impedir el acceso del público, toda vez que, con la llegada del Canal de Isabel II, la fuente ya no abastecía de agua.
Por esta razón, también fueron retiradas las populares esculturas del oso y del grifo, que, desde su instalación en 1862, habían estado suministrando agua a aguadores y vecinos, respectivamente, mediante unos surtidores colocados en sus bocas.
A la inversa, le fueron añadidos un par de amorcillos, obra de Miguel Ángel Trilles, que lucen en la parte trasera del carro.
La Fuente de Cibeles en 1906 (imagen superior) y en 1930 (imagen inferior), con la verja de hierro forjado en primer término.
Con el paso del tiempo, la verja dejó de tener sentido, ya que el aumento del tráfico rodado aisló a la fuente del contacto con los peatones. Años después de finalizar la Guerra Civil, se procedió a su desmontaje y, en su lugar, se habilitó una pequeña franja ajardinada.
Desconocemos el momento exacto en el que este espléndido trabajo de herrería fue llevado al recinto del Escuadrón y Banda de la Policía Municipal.
Su estado de conservación -todo hay que decirlo- no es muy bueno, con una evidente falta de mantenimiento, que ha favorecido la oxidación.
Puerta de acceso a las dependencias del Escuadrón y Banda de la Policía Municipal.
Detalle de la verja.
jueves, 3 de junio de 2010
Juan de Villanueva, el Corpus y la Custodia procesional
Hoy jueves 3 de junio, día en el que la comunidad católica celebra el Corpus Christi, volvemos a recordar la figura de Juan de Villanueva (1739-1811), uno de los hijos más ilustres de la Villa de Madrid.
Aunque, a primera vista, puede resultar sorprendente que relacionemos al arquitecto neoclásico con la citada fiesta religiosa, sólo hay que echar un vistazo a la Casa de la Villa para comprobar que existen vínculos muy directos.
La fachada norte de la Casa de la Villa, en una fotografía de 1930. Puede verse la galería de columnas realizada por Juan de Villanueva.
Este hermoso palacio barroco, construido entre 1644 y 1696 a partir de un primer diseño de Juan Gómez de Mora (1586-1648), fue objeto de una remodelación entre 1785 y 1789, que afectó a su fachada septentrional, que da a la Calle Mayor.
El objetivo era abrir un espacio en el edificio, que permitiera a la familia real contemplar con comodidad la procesión del Corpus.
La reforma recayó en un primer momento sobre Mateo Guill, arquitecto formado bajo las órdenes de Ventura Rodríguez, pero fue Juan de Villanueva quien finalmente la llevó a cabo.
El proyecto respetó en gran medida el aspecto original de la fachada norte, incluyendo las torres angulares, tan características de la arquitectura palaciega madrileña del siglo XVII. Tan sólo contemplaba la variación del segundo cuerpo, con la incorporación de seis columnas dóricas, a modo de gran logia o pórtico.
Detrás de ellas se dispusieron tres ventanas coronadas con un frontón triangular, siguiendo el modelo del resto de vanos. La función de mirador con la que fue concebida la galería quedó remarcada con un balcón corrido en saliente, hecho en hierro forjado.
La Custodia de Francisco Álvarez
Un rasgo singular del Corpus madrileño es que la Custodia procesional no pertenece al clero, sino al pueblo, ya que fue costeada por suscripción popular, poco después de que Madrid fuera designara la capital de España. De ahí que se conserve en la Casa de la Villa, en el llamado Salón de Goya.
Esta impresionante obra está hecha en plata de ley y pesa 161 kilos. Fue realizada en 1573 por Francisco Álvarez, el platero de la reina Isabel de Valois (1546-1568), la tercera esposa de Felipe II (r. 1556-1598).
Es de estilo plateresco y consta de dos cuerpos. El primero se sostiene sobre ocho columnas corintias y el segundo forma un templo redondo, igualmente con ocho columnas, cuya parte superior se remata con una figura de la Ascensión del Señor.
En el interior se aloja otra custodia, de menor tamaño, que presenta una factura muy parecida a la de mayores dimensiones. También tiene dos cuerpos y ocho columnas.
La custodia procesional, instalada en la Plaza de la Villa, el día del Corpus Christi de 1930.
Aunque, a primera vista, puede resultar sorprendente que relacionemos al arquitecto neoclásico con la citada fiesta religiosa, sólo hay que echar un vistazo a la Casa de la Villa para comprobar que existen vínculos muy directos.
La fachada norte de la Casa de la Villa, en una fotografía de 1930. Puede verse la galería de columnas realizada por Juan de Villanueva.
Este hermoso palacio barroco, construido entre 1644 y 1696 a partir de un primer diseño de Juan Gómez de Mora (1586-1648), fue objeto de una remodelación entre 1785 y 1789, que afectó a su fachada septentrional, que da a la Calle Mayor.
El objetivo era abrir un espacio en el edificio, que permitiera a la familia real contemplar con comodidad la procesión del Corpus.
La reforma recayó en un primer momento sobre Mateo Guill, arquitecto formado bajo las órdenes de Ventura Rodríguez, pero fue Juan de Villanueva quien finalmente la llevó a cabo.
El proyecto respetó en gran medida el aspecto original de la fachada norte, incluyendo las torres angulares, tan características de la arquitectura palaciega madrileña del siglo XVII. Tan sólo contemplaba la variación del segundo cuerpo, con la incorporación de seis columnas dóricas, a modo de gran logia o pórtico.
Detrás de ellas se dispusieron tres ventanas coronadas con un frontón triangular, siguiendo el modelo del resto de vanos. La función de mirador con la que fue concebida la galería quedó remarcada con un balcón corrido en saliente, hecho en hierro forjado.
La Custodia de Francisco Álvarez
La fiesta del Corpus Christi alcanzó su máximo esplendor en España en el siglo XVII, momento en el que los reyes españoles empezaron a asistir personalmente a los actos religiosos, en concreto, los que se celebraban en Madrid.
Un rasgo singular del Corpus madrileño es que la Custodia procesional no pertenece al clero, sino al pueblo, ya que fue costeada por suscripción popular, poco después de que Madrid fuera designara la capital de España. De ahí que se conserve en la Casa de la Villa, en el llamado Salón de Goya.
Esta impresionante obra está hecha en plata de ley y pesa 161 kilos. Fue realizada en 1573 por Francisco Álvarez, el platero de la reina Isabel de Valois (1546-1568), la tercera esposa de Felipe II (r. 1556-1598).
Es de estilo plateresco y consta de dos cuerpos. El primero se sostiene sobre ocho columnas corintias y el segundo forma un templo redondo, igualmente con ocho columnas, cuya parte superior se remata con una figura de la Ascensión del Señor.
En el interior se aloja otra custodia, de menor tamaño, que presenta una factura muy parecida a la de mayores dimensiones. También tiene dos cuerpos y ocho columnas.
La custodia procesional, instalada en la Plaza de la Villa, el día del Corpus Christi de 1930.
martes, 1 de junio de 2010
Francisco de Mora y el Pozo de Nieve del Monasterio de El Escorial
Vista del Pozo de Nieve, que fue utilizado como fresquera del Monasterio de El Escorial.
Francisco de Mora (h. 1553-1610) fue uno de los arquitectos más influyentes del último Renacimiento español. A él se deben edificios tan notables como el Palacio de los Consejos, situado en la Calle Mayor de Madrid, donde quedó establecido el paradigma de la arquitectura palaciega desarrollada en la capital a lo largo del siglo XVII.
Pero retrocedamos a los primeros momentos de su carrera profesional, cuando se encontraba bajo las órdenes de Juan de Herrera (1530-1597), con quien colaboró estrechamente en la construcción del Monasterio de El Escorial.
De su maestro heredó su férreo estilo desornamentado, que poco a poco fue modelando, con soluciones más imaginativas, acordes con las incipientes corrientes barrocas de su tiempo. El Convento de San José, de Ávila, una de sus realizaciones más relevantes, ejemplifica la armonización de lo herreriano y lo barroco.
En los últimos años de vida de Juan de Herrera, cuando éste se encontraba enfermo y prácticamente incapacitado, Francisco de Mora asumió la gestión directa de diferentes obras del Real Monasterio.
Es el caso de su actuación sobre la Huerta de los Frailes, ubicada junto de la fachada sur del monasterio, donde hizo las puertas de acceso e intervino sobre el Estanque Grande, con el diseño de la elegante balaustrada y de la majestuosa escalera dividida en cuatro ramales.
Además, proyectó la llamada Cachicanía, levantada en 1596, donde residía el cachicán, la persona que se encargaba de la hacienda de labranza; y el Pozo de Nieve, la singular edificación que ocupa nuestra atención, cuya misión era servir de fresquera al monasterio.
El Pozo de Nieve tenía un foso en su interior, en el que se almacenaban y prensaban las nieves recogidas en la sierra, lo que garantizaba temperaturas relativamente bajas, incluso en los meses más calurosos.
Arquitectónicamente, ambos edificios destacan por su perfecto encaje en un entorno hortícola, que, a su vez, se encuentra condicionado por el aire cortesano de la imponente fachada meridional del Real Monasterio de El Escorial, que enmarca todo el conjunto.
Equilibrio que se logra por medio de una factura típicamente herreriana y de un lenguaje "específicamente rural y exaltador de la vida sencilla campestre" (*), en el que son reconocibles algunos postulados del italiano Sebastiano Serlio (1475-1554).
Vista aérea de la Huerta de los Frailes, con el Pozo de Nieve en el extremo inferior izquierdo (fuente de la imagen: Bing, en Páginas Amarillas).
(*) Bibliografía: Arquitectura del Renacimiento en España 1488-1599. Víctor Nieto, Alfredo J. Morales y Fernando Checa. Editorial Cátedra, Madrid, 2009
Etiquetas:
Descubriendo la sierra,
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San Lorenzo de El Escorial
Ubicación:
Pozo de nieve
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