La Atalaya de Venturada fue construida en un momento indeterminado comprendido entre los siglos IX y X, durante la dominación musulmana de la Península Ibérica. Formaba parte de un conjunto de torres militares, ubicadas en la vertiente meridional del Sistema Central, que fueron levantadas por el poder andalusí para la defensa de la Marca Media.
Con este nombre era conocida una de las demarcaciones territoriales de Al Ándalus, donde quedó integrada la actual Comunidad de Madrid, así como otras provincias del interior español. Se trataba de una zona fronteriza, muy despoblada, que fue fortificada para detener el avance de los reinos cristianos arraigados en la mitad norte peninsular.
Estas atalayas tenían como misión principal custodiar los pasos de montaña, principalmente los puertos de Navacerrada, de la Fuenfría y del Alto del León, y su conexión con los valles fluviales. Su disposición no era lineal, sino en forma de red, lo que permitía un control territorial muy completo, no sólo de los caminos, sino también de las áreas agrícolas y de pasto.
Esta distribución ha llevado a pensar que, además de vigilar la frontera, las torres cumplían una función socioeconómica, tal vez para facilitar la repoblación de la zona, que, en aquellos momentos, era una de las más deshabitadas de Al Ándalus.
Tal hipótesis cobra fuerza si se considera que Abderramán III (891-961) dictó varias políticas, encaminadas a consolidar las regiones fronterizas de Al Ándalus. El califa cordobés favoreció su desarrollo administrativo y demográfico mediante la creación de enclaves económicamente rentables y autónomos.
De ahí que algunos historiadores sitúen la construcción de las atalayas madrileñas concretamente en el siglo X, aunque otras teorías remontan su origen al siglo IX, en tiempos del emir Mohamed I (823-886), considerado el fundador de la ciudad de Madrid.
Aunque apenas se conservan ocho torres islámicas dentro de la comunidad autónoma, cabe suponer que hubo muchas más, dada la considerable extensión de la zona protegida, que abarcaba desde Somosierra hasta la Sierra de Gredos. Además, hay que tener en cuenta que, con objeto de facilitar el contacto visual, su distancia de separación era de aproximadamente dos kilómetros.
Fueron erigidas en cerros o altozanos entre 800 y 1000 metros de altitud, formando agrupaciones diferenciadas, cada una de ellas dependiente de un recinto fortificado principal, que se encargaba de la protección de un valle fluvial determinado.
Cada atalaya estaba a cargo de dos soldados, como máximo. Cuando se producían situaciones de peligro, encendían una hoguera o provocaban una humada, de tal modo que la alerta se transmitía a gran velocidad de un puesto a otro, hasta llegar a la plaza fuerte, desde donde se desplegaban los medios necesarios.
Además de la de Venturada, se mantienen en pie atalayas muy similares en Torrelaguna, El Vellón y El Berrueco, que conformaron, junto a otras desaparecidas, el grupo defensivo del Valle del Jarama, al norte de la comunidad autónoma, vinculado a la ciudadela de Talamanca del Jarama.
Existen otras dos en Torrelodones y en Hoyo de Manzanares, municipios situados en la parte noroeste de la región. Vigilaban el Valle del Guadarrama y sus fortalezas de referencia eran Madrid y Calatalifa, en Villaviciosa de Odón.
En el Valle del Alberche, en las primeras estribaciones de la Sierra de Gredos, se encuentran los restos de la atalaya de Peña Muñana, dentro del término municipal de Cadalso de los Vidrios. En Santorcaz sobrevive una maltrecha torrecilla islámica, que curiosamente presenta un carácter aislado, lejos de la red principal.
Descripción
La Atalaya de Venturada es cilíndrica, con un ligero escalonamiento al exterior. Presenta tres cuerpos principales, aunque en el pasado hubo otro más en la parte superior, que ha desaparecido casi por completo. Mide algo más de nueve metros de altura y tiene un diámetro de casi seis metros de diámetro
Consta de una única entrada, formada por un sencillo vano adintelado, que, en su momento, debió cerrarse con una puerta de madera de doble hoja. Está situada muy por encima de la rasante del suelo, con lo que cabe imaginar que había dispuesta una escalera de mano para facilitar el acceso.
Se trata de un rasgo que comparten todas las atalayas del Valle del Jarama. No era posible abrir la entrada directamente sobre el terreno, ante la existencia de una base maciza entre dos y tres metros de alto, cuya finalidad era asegurar la torre, ya que se construía sin cimientos, directamente sobre la roca.
En el caso de Venturada, la edificación descansa sobre un promontorio granítico de origen natural, que no sólo sirve de plataforma, sino que también contribuye a la sujeción de los muros, al rodear la piedra algunos flancos hasta entrar en contacto con el nivel de acceso.
A pesar de la solidez de este asentamiento natural, fue necesario crear una base maciza, de casi tres metros de altura, a partir de un relleno de cantos y tierra.
Los muros son bastante gruesos. Tienen una anchura de 1,34 metros y están hechos en mampostería concertada, a base de alinear piedras irregulares extraídas del entorno inmediato. Hay también un pequeño escalón perimetral, dispuesto a modo de zócalo, allá donde no aflora la roca.
Con respecto al interior, había tres dependencias, cada una en una planta diferente. Estaban separadas por un tablazón de madera, sostenido por vigas transversales, según se desprende de las hendiduras existentes en la parte interna de los muros, en las que se colgaban los travesaños.
El paso de una estancia a otra se hacía mediante una escalera de mano (seguramente la misma que se utilizaba en la entrada), a través de una oquedad abierta en el suelo de cada piso.
Todas las atalayas del Valle del Jarama han llegado hasta nosotros desmochadas, con lo que no es posible conocer cómo estaban coronadas, aunque es muy probable que estuviesen rematadas con merlones.
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