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domingo, 4 de mayo de 2014

La Puerta Norte del Jardín Botánico

La Puerta Norte del Jardín Botánico es hoy día el acceso principal de este jardín histórico. También conocida como Puerta de Murillo, por el nombre de la plaza donde se ubica, fue levantada en el último tercio del siglo XVIII, frente a la fachada meridional del Museo del Prado.



La historia del Jardín Botánico es la historia de un fracaso, tal vez el más importante de toda la carrera de Francesco Sabatini, a quien en 1774 le fue encomendada su construcción, para años después tener que abandonar, ante las fuertes críticas recibidas.

Pero también es la historia de un éxito, el de Juan de Villanueva, que en 1778 hizo el diseño definitivo, con los magníficos resultados que podemos admirar en la actualidad, máxima expresión del pensamiento ilustrado de la época y del exquisito gusto neoclásico del autor.

















Aunque oficialmente la salida de Sabatini se justificó por la imposibilidad de compaginar el trabajo con otros que estaba acometiendo simultáneamente, lo cierto es que su propuesta no complacía a nadie, especialmente a la comunidad científica.

El arquitecto italiano había ideado un espacio puramente ornamental, articulado a partir de un complicado trazado geométrico, claramente barroco, que no atendía a las necesidades expuestas por los botánicos para la clasificación de las especies vegetales.

Tampoco gustaba el sistema de riego planteado, basado en el incómodo método de transportar el agua en carros, que Villanueva sustituyó por una eficaz red de acequias de inspiración hispano-árabe, gracias a las cuales el riego llegaba a todos los planteles del jardín.


Planta del Jardín Botánico en 1781, cuando fue inaugurado. Fuente: 'Bosquejo histórico y estadístico del Jardín Botánico de Madrid', de Miguel Colmeiro (1875).

Centrándonos en la puerta que ocupa nuestra atención, se trata de una creación posterior al propio jardín. Villanueva tomó la decisión de incorporarla a su proyecto cuando, en 1785, se le encargó la construcción del Museo del Prado, concebido inicialmente como Gabinete de Historia Natural, en las proximidades del Botánico.

Era una forma de que ambos recintos tuvieran una comunicación directa. También planeó realizar una plaza en exedra, para reforzar aún más ese eje de conexión, antecedente de la actual Plaza de Murillo.

'Entrada al Real Museo por la parte del Jardín Botánico', de Fernando Brambila (principios del siglo XIX). Ministerio de Hacienda, Madrid.

La Puerta Norte fue inaugurada el 23 de septiembre de 1789, horas después de celebrarse el acto de jura del futuro Fernando VII como Príncipe de Asturias, en la vecina Iglesia de los Jerónimos.

El heredero, los reyes y los infantes traspasaron solemnemente la entrada, mientras unos doscientos niños, portando antorchas, formaban un semicírculo en la Plaza de Murillo. Una vez en el jardín, les fue servida una espléndida cena dentro del Pabellón de Invernáculos (Pabellón de Villanueva).


La Plaza de Murillo en una fotografía de António Passaporte (entre 1927 y 1936). Fuente: Fototeca del Patrimonio Histórico.

Hasta entonces el acceso al Jardín Botánico se hacía desde la Puerta Real (o de Carlos III), enclavada en el mismo Salón del Prado, uno de los pocos elementos arquitectónicos del proyecto de Sabatini que pudieron materializarse.

Descripción

A diferencia de la Puerta Real, erigida a modo de arco triunfal, la Puerta Norte ofrece una solución más funcional, sin que ello menoscabe su monumentalidad. Juan de Villanueva integra dentro de un único volumen la función de vigilancia y la función de acceso, un planteamiento que le permite trascender el concepto tradicional del barroco para este tipo de estructuras.


Litografía de la puerta. Fuente: 'Bosquejo histórico y estadístico del Jardín Botánico de Madrid', de Miguel Colmeiro (1875).

La eficacia de este esquema queda avalada en el momento actual, ya que, dentro de la puerta, han sido habilitados un control de seguridad y una taquilla, sin necesidad de ninguna construcción anexa. No hubiese ocurrido lo mismo si el acceso al Jardín Botánico se hubiese instalado en la Puerta Real.

La Puerta Norte consta de tres partes. En el centro se abre un vano adintelado, dividido en tres por dos columnas de orden toscano, que se reserva para el paso. A los lados se sitúan dos pequeños estancias, iluminadas por arcos de medio punto, donde estaban los centinelas. El arranque de los arcos aparece remarcado por una línea de imposta, que algunos investigadores no atribuyen a Villanueva.

Para el entablamento el arquitecto utiliza el mismo tipo de ménsulas que en el Pabellón de Invernáculos, con un total de veintiocho por cada una de las caras principales. Estas piezas generan un cierto ritmo, que ayuda a romper la fuerte horizontalidad de la composición.


El Pabellón de Invernáculos en una fotografía de António Passaporte (entre 1927 y 1936). Fuente: Fototeca del Patrimonio Histórico.

La verja de cierre fue fabricada en el siglo XVIII en la ciudad guipuzcoana de Tolosa, al igual que la que cerca todo el jardín. Es obra de Pedro José de Muñoa y Francisco de Arrivillaga.

Bibliografía consultada

Juan de Villanueva y el Jardín Botánico del Prado, artículo de Ramón Guerra de la Vega. Revista Villa de Madrid, número 91. Ayuntamiento de Madrid, Madrid, 1987.

Bosquejo histórico y estadístico del Jardín Botánico de Madrid, de Miguel Colmeiro y Penido. Anales de la Sociedad Española de Historia Natural, Imprenta de T. Fortanet, Madrid, 1875 (copia digital del Instituto de San Isidro, Madrid, 2009).

















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lunes, 23 de septiembre de 2013

El Arco de San Ginés

El Arco de San Ginés da forma a una de las estampas más típicas del Madrid de los Austrias. Está situado a espaldas de la iglesia del mismo nombre, al final de un pasadizo de apenas sesenta metros de longitud, que se ha convertido en un potente reclamo turístico de la capital.

Aunque por su angostura y recorrido sinuoso, este callejón puede percibirse como de origen medieval, nada más lejos de la realidad. Ni siquiera aparece, al menos con su configuración actual, en el célebre plano de Pedro Teixeira, del siglo XVII, donde puede apreciarse una calle mucho más ancha que la que ha llegado a nuestros días.

El Pasadizo de San Ginés debe su fisonomía a una serie de intervenciones llevadas a cabo en la segunda mitad del siglo XVIII. Fue en este momento cuando se abrió el arco que ocupa nuestra atención. Pero vayamos por partes.


El arco desde el Pasadizo de San Ginés (1923).

En los años cuarenta del siglo XVII, la cabecera de San Ginés tuvo que ser derribada, debido a su estado de arruinamiento. En 1655 el alarife Juan Ruiz comenzó su reconstrucción, a partir de un proyecto que ampliaba sustancialmente la planta primitiva y que invadía la vía pública.

La calle que rodea esa parte del templo no solo fue estrechada hasta quedar reducida a simples recovecos, sino que también quedó sin salida, con algunos de sus inmuebles pegados a los muros de la iglesia.

Esta situación provocó las más airadas protestas por parte de los vecinos y, curiosamente, también por parte de los propios párrocos, quienes consideraban que éste no era un entorno apropiado para la actividad religiosa. Al margen de cuestiones estéticas, era frecuente que en el callejón se produjeran revueltas y escándalos.


El arco desde la Plazuela de San Ginés (1931).

Los problemas acabaron un siglo después, en concreto en 1757, cuando la Parroquia de San Ginés tomó la decisión de comprar las casas colindantes. Con esta operación, la iglesia no solo se sentía con autoridad para acometer el saneamiento de la zona, sino que también se aseguraba unos ingresos adicionales alquilando sus nuevas propiedades.

Las casas fueron reformadas y mejoradas por varios arquitectos, entre los que cabe citar a José Arredondo, Manuel López Corona y Francisco Moradillo. También fueron realizados nuevos edificios, al tiempo que se actuó sobre el callejón, con la alineación de las diferentes fachadas, hasta configurarse el actual pasadizo.

En lo que respecta al Arco de San Ginés, fue Arredondo quien tuvo la idea de rasgar una bóveda bajo uno de los inmuebles, con el que quedaron comunicadas todas las calles perimetrales de San Ginés.

Las obras se ejecutaron entre 1762 y 1763, aunque en los años posteriores se hicieron distintos trabajos de mejora y se construyeron varias dependencias para uso eclesiástico, alrededor del templo.


Vista desde el pasadizo, con la Chocolatería de San Ginés a la izquierda (1966).

La casa del Arco de San Ginés, al igual que todo el pasadizo, ha tenido una intensa historia. En una de sus viviendas estuvo la sede de la Real Academia Latina Matritense, que se constituyó en 1755, antes de que el edificio fuese levantado, y que apenas tuvo un siglo de vida.

Por sus bajos han pasado diferentes comercios, que se hicieron muy populares entre los madrileños. En 1884 el hostelero Lázaro López abrió el restaurante 'Le petit Fornos', sucursal del existente en la antigua Calle de Capellanes, actualmente llamada del Maestro Victoria. Cuatro años después, puso en marcha una fonda en el mismo inmueble, que bautizó con su nombre.

Pero, sin duda alguna, el local más famoso del arco es la Chocolatería de San Ginés, inaugurada en 1894. Pese a que hoy figura en todas las guías turísticas de la ciudad, en su momento fue un establecimiento que frecuentaba la bohemia. En las primeras décadas del siglo XX recibió el sobrenombre de El Maxim's golfo.

En esta chocolatería Ramón María del Valle-Inclán situó la Buñolería Modernista, que aparece citada en su obra maestra Luces de bohemia (1920). Por no hablar de Benito Pérez Galdós, que también alude al Arco de San Ginés en la segunda serie de los Episodios nacionales (1875-1879).


Agosto de 2013.

Bibliografía

La Parroquia de San Ginés, de María Belén Basanta. Cuadernos de Arte e Iconografía, tomo IX, números 17 y 18. Madrid, 2000

La academia (Greco)Latina Matritense. Primera parte: su historia (1755-1849), de Pilar Hualde Pascual y Francisco García Jurado. Minerva: revista de filología clásica, número 18, Valladolid, 2005

El Pasadizo de San Ginés, de M. R. Giménez. Antiguos cafés de Madrid y otras cosas de la villa, Madrid, 2012.

lunes, 16 de septiembre de 2013

La Puerta de Recoletos

La desaparecida Puerta de Recoletos estuvo situada en el paseo del mismo nombre, muy cerca de la actual Plaza de Colón, a la altura de la Biblioteca Nacional. Fue levantada a mediados del siglo XVIII, en el contexto de construcción de las Salesas Reales, por orden del rey Fernando VI (1713-1759).

La puerta vino a sustituir a un primitivo y tosco portillo, que, dada su ubicación, casi pegado a la cerca y jardines del citado convento, no fue considerado digno de acompañar a un edificio tan excelso.

De ahí que el monarca le encargara al arquitecto francés Francisco Carlier (1707-1760), autor de las Salesas, la realización de una puerta de aire monumental, aunque, en ambos casos, fue Francisco Moradillo quien ejecutó las trabajos.

En 1756 la puerta fue concluida y, dos años después, tuvo lugar la solemne ceremonia inaugural del convento. Apenas estuvo en pie algo más de un siglo, ya que en 1863 fue desmantelada, con la intención de llevarla a otro lugar.

Nunca se produjo el traslado y sus fragmentos permanecieron dispersos por el suelo, hasta su desaparición. No obstante, algunos restos pudieron ser reciclados en diferentes obras municipales, como bancos para parques y paseos.



Desde un punto de vista funcional, la de Recoletos no era una puerta, sino un simple portillo, que era como se conocía a las entradas menores de la ciudad. Pero, desde una perspectiva arquitectónica, tal era su porte que todo el mundo la identificaba con una puerta principal, como así quedó reflejado en su topónimo.

La Puerta de Recoletos constaba de tres vanos. El principal estaba configurado por un arco de medio punto con arquivolta, coronado con un frontón triangular y flanqueado por dobles columnas compuestas, de orden dórico. En los extremos se abrían otros dos vanos, formados por arcos rebajados y balaustres encima, de menor tamaño que el central.

El conjunto presentaba una profusa ornamentación, en línea con las corrientes barrocas del momento. Los adornos se concentraban preferentemente en el frontispicio, que no solo lucía un medallón escultórico en su parte interna, sino también un escudo real con trofeos en el remate, además de dos figuras recostadas en los lados, que, al parecer, simbolizaban a la Abundancia.

Había varias inscripciones en latín, situadas sobre los vanos laterales, que los cronistas de la época, desde Antonio Ponz hasta Mesonero Romanos, calificaron de ridículas, especialmente la siguiente: "A D.O.M. reinando Fernando VI se ampliaron los caminos y los acueductos y se redujeron a forma más bella y cómoda. Abre camino, adorna, se admira, deleita. Hermosamente, con la liberalidad, erigido y extendido".



Conocemos los detalles de su diseño gracias a un dibujo que el arquitecto madrileño Juan de Villanueva (1739-1811) hizo en 1756 para la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Se conserva en el Museo de Historia de Madrid y en él podemos ver el alzado de la Puerta de Recoletos, así como su planta.



En la Biblioteca Nacional de Madrid existe otro alzado, de autoría desconocida, fechado igualmente en 1756. A diferencia del anterior, en este dibujo la puerta aparece, por alguna razón desconocida, sin los grupos escultóricos de la Abundancia y sin las rejerías de forja que cerraban los vanos. ¿Pudo haberlo hecho también Villanueva, tal vez buscando una solución más depurada, más próxima a su formación clasicista?



En esta otra imagen, un grabado perteneciente al Museo de Historia de Madrid, se aprecia que la Puerta de Recoletos estaba adosada a una tapia (parte izquierda), correspondiente a la cerca de las Salesas Reales. Por el otro lado, se extendía la antigua huerta de San Felipe Neri, donde más tarde se construiría la Biblioteca Nacional.



Y terminamos con esta fotografía, un detalle de la maqueta que León Gil de Palacio hizo en 1830 y que también se encuentra en el Museo de Historia. En la parte izquierda podemos ver la puerta y, en la derecha, el impresionante complejo de las Salesas Reales, rodeado de jardines.

lunes, 1 de julio de 2013

Los replicantes del Hospital de la Latina

A pesar de que fue demolido en el año 1904, el Hospital de la Latina sobrevive de alguna manera. Su recuerdo no sólo perdura en la toponimia madrileña, sino también en la arquitectura de numerosas construcciones modernas, que, dentro y fuera de la ciudad, no han dudado en emular, cuando no replicar, su magnífica portada tardomedieval.



Realizada en 1507 por el alarife Hazán, la portada pudo salvarse del derribo, junto con una escalera plateresca, los sepulcros de los fundadores del hospital y diversas pinturas. Hoy día se encuentra en la Escuela Superior de Arquitectura, en la Ciudad Universitaria, donde fue trasladada después de varias décadas olvidada en los depósitos municipales.

La portada empezó a popularizarse como modelo arquitectónico a finales del siglo XIX, al hilo de las corrientes historicistas de la época. Por sus características formales, en la confluencia de las tradiciones musulmana y cristiana, encajaba perfectamente tanto en el neogótico como en el neomudéjar, sin olvidarnos del neoárabe.


Iglesia de San Fermín de los Navarros.

El primer edificio en incorporarla fue la Iglesia de San Fermín de los Navarros (1886-1891), en la Calle de Eduardo Dato, levantada en estilo neomudéjar por Eugenio Jiménez Correa y Carlos Velasco Peinado. Su acceso principal, que se abre bajo la torre, en el eje longitudinal, reproduce claramente el concepto de la Latina.


Casa de Pérez de Ayala.

En la Calle del General Arrando se encuentra la Casa de Pérez de Ayala (1897-1899), también llamada del Conde de Cedillo, por ser éste su primer propietario. Su arquitecto, Joaquín María Fernández y Menéndez-Valdés, se inspiró en el gótico veneciano para el diseño de los vanos, excepción hecha de la portada, donde tomó prestado el esquema del maestro Hazán. Entre 1904 y 1910 la casa fue objeto de un recrecido de dos plantas, además de otras reformas, que alteraron su planteamiento inicial.


Actual Convento de la Latina.

Sobre el solar del Hospital de la Latina, en la Calle de Toledo, se alza en la actualidad un convento neomudéjar, heredero del primitivo cenobio que había junto a la institución hospitalaria. Fue realizado en 1907 por el arquitecto Juan Bautista Lázaro, quien, a modo de homenaje, sintetizó en la fachada la portada del viejo hospital.


Instituto de Valencia de Don Juan.

Situado en la Calle de Fortuny, el Instituto Valencia de Don Juan fue construido como palacio en 1889 y, posteriormente, reconvertido en museo. En 1914 le fue añadido un anexo, obra de Vicente García Cabrera, quien mantuvo el estilo neoárabe del primer edificio. El acceso a esta parte imita el modelo que el maestro Hazán ideó cuatrocientos años antes.


Patio de Armas del Castillo de la Mota (Medina del Campo). Fuente: Wikimedia Commons.

Conforme iba avanzando el siglo XX y el historicismo iba perdiendo fuelle, la portada del Hospital dejó de ser un referente arquitectónico. No obstante, en los años cincuenta y sesenta del citado siglo, volvió a ser objeto de varias réplicas, no ya destinadas a palacios o iglesias de nueva factura, sino a monumentos históricos en proceso de reconstrucción o recreación.

Es el caso del Castillo de la Mota, en Medina del Campo (Burgos), cuyo Patio de Armas luce la que puede ser considerada como la mejor copia existente de la portada. No en vano fue realizada a partir de un vaciado de la original, que, por entonces, se encontraba almacenada en los depósitos del Ayuntamiento de Madrid.


Casa-museo de Colón (Valladolid). Fuente: Wikimedia Commons.

La Casa de Colón, de Valladolid, también cuenta con una entrada similar a la madrileña. Este museo fue inaugurado en 1968 sobre una edificación contemporánea que sigue las trazas palaciegas del Renacimiento castellano. Está enclavada en el lugar donde, según la tradición, estuvo la residencia vallisoletana de Cristóbal Colón.

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martes, 20 de marzo de 2012

El Portal de Cofreros



El Portal de Cofreros, uno de los nueve accesos de la Plaza Mayor, se encuentra en la parte alta de la Calle de Toledo. Se trata de un espacio porticado, poblado hoy día por numerosos bares, restaurantes y terrazas, que, en su tiempo, acogió una intensa actividad  mercantil de la mano del gremio de cofreros, establecido en esta zona desde el periodo tardomedieval.

El aspecto actual de este recinto es fruto de las actuaciones realizadas a finales del siglo XVIII y principios del XIX, tras el incendio de la noche del 16 de agosto de 1790, que asoló la Plaza Mayor. El fuego se inició en el Arco de Cuchilleros y se propagó rápidamente por los lados occidental, que desapareció por completo, y también por el meridional, que quedó destruido parcialmente.


'Vista de las ruinas de la Plaza Mayor de Madrid' (1790). Museo de Historia de Madrid.

En su calidad de arquitecto mayor de la villa, Juan de Villanueva (1739-1811) se responsabilizó de las labores de reconstrucción. Dada la magnitud de las pérdidas, buscó una solución integral, con importantes intervenciones tanto en la plaza como en los accesos afectados, entre ellos el portal que ocupa nuestra atención. El resultado fue una sustancial transformación del trazado original de Juan Gómez de Mora (1586-1648).

En lo respecta al Portal de Cofreros, Juan de Villanueva replicó el modelo planteado para la Plaza Mayor, con el mismo tipo de pórtico adintelado e inmuebles de tres plantas, siguiendo la línea propuesta para los lienzos de la plaza, que, antes del incendio, constaban de cinco alturas.

Su proyecto contemplaba la construcción de seis edificios en cada flanco de la calle, soportados cada uno de ellos sobre una estructura porticada de cuatro vanos, excepto los más próximos a la plaza, que presentaban solamente tres. Para adaptarse a la pendiente de la vía, los edificios quedaban escalonados.


'Diseño demostrativo de cómo debe construirse el Portal de Cofreros'. Juan de Villanueva (1790). Biblioteca Nacional de España.

Sin embargo, si se pasea por el Portal de Cofreros, puede comprobarse que el lugar no concuerda plenamente con el diseño que se acaba de describir. El recinto presenta fallos arquitectónicos notables y adolece, en algunos tramos, del espíritu armónico y equilibrado característico de la obra de Villanueva.

No todos los inmuebles mantienen la misma altura, al tiempo que se utilizan varios tipos de soportales o se recurre a medidas desiguales para separar los pilares.



La explicación a todos estos desmanes hay que encontrarla en la modalidad elegida para la ejecución de las obras, que se dejó enteramente a la iniciativa de particulares. Los edificios se construyeron en plazos de tiempo muy dilatados, sin seguir al pie de la letra las pautas dadas por Villanueva.

Lo más curioso es que el arquitecto tuvo que aportar a cada promotor, caso a caso y durante el resto de su vida, el plano de detalle correspondiente a su fachada.


El Portal de Cofreros en octubre de 1936, pocos meses después del estallido de la Guerra Civil.

martes, 21 de septiembre de 2010

De La Latina al Castillo de la Mota

La sección "Madrid fuera de Madrid" pretende dar a conocer los vestigios arquitectónicos y escultóricos que, teniendo un origen madrileño, han sido instalados o reproducidos en otros puntos geográficos.

En su momento, visitamos el templete de la Red de San Luis, construido en 1919 como acceso del metro madrileño y trasladado en 1971 al municipio pontevedrés de Porriño.

En esta ocasión llegamos hasta Medina del Campo (Valladolid), para conocer el Castillo de la Mota, donde pueden contemplarse sendas réplicas de la portada y de la escalera del desaparecido Hospital de la Latina.


Castillo de la Mota, en Medina del Campo. Fotografía de Quinok, en Wikipedia.

El Castillo de la Mota fue levantado en 1440 por orden de Juan II de Castilla (r. 1406-1454), si bien fueron Enrique IV (r. 1454-1474) y, sobre todo, los Reyes Católicos quienes le dieron su aspecto definitivo, hasta convertirlo en una de las mejores fortificaciones de la Europa del siglo XV.

La fortaleza ha sido objeto de numerosas intervenciones a lo largo de la historia, entre las que cabe destacar la reconstrucción llevada a cabo entre 1939 y 1942, tras los destrozos de la Guerra Civil, que afectó fundamentalmente al interior.

Durante estas obras de restauración, le fueron añadidos elementos arquitectónicos de nuevo cuño, la mayor parte copiados de otros monumentos tardomedievales.

Del Hospital de La Latina se tomaron prestados los modelos de su entrada y escalera, labradas en estilo gótico tardío, aunque con algunos rasgos isabelinos y platerescos.

El citado hospital, una de las instituciones más importantes del Madrid precapitalino, fue creado en 1499 por Beatriz Galindo (1465-1534) -a la que todo el mundo conocía como La Latina por su conocimiento de este idioma- y por su marido, Francisco Ramírez.

Su sede, un destartalado caserón situado en la Calle de Toledo, donde hoy está la tienda de disfraces de Caramelos Paco, fue destruida en 1904, con objeto de facilitar el ensanche de la vía pública. Por su notable valor artístico, las autoridades decidieron conservar la portada y la escalera, así como los sepulcros de los fundadores.

La primera pieza señalada fue llevada en los años setenta del siglo XX a la Escuela Técnico Superior de Arquitectura, en la Ciudad Universitaria, mientras que las otras dos fueron instaladas en 1910 en la Casa de Álvaro de Luján, en la Plaza de la Villa, donde lamentablemente no está permitida la visita.

Las copias que hoy se exhiben en el Castillo de la Mota son vaciados de los originales madrileños. La portada, en concreto, preside el Patio de Armas. Su arco apuntado, en forma de herradura, parece entrar en consonancia con el gusto musulmán que los dos constructores de la fortaleza, Abdala y Alí de Lerma, imprimieron al recinto.

De hecho, el hospital también salió de las manos de un artista hispano-árabe, el arquitecto Maese Hazán, tal y como hizo constar Fernando Ramírez en su testamento.

La presencia de estos dos pedacitos de Madrid en un monumento de la categoría del Castillo de la Mota debe constituir un motivo de orgullo para todos los que amamos esta ciudad.

Lo que no deja de ser una paradoja, habida cuenta el triste final que los madrileños hemos deparado al viejo hospital, como ha ocurrido con tantos y tantos edificios históricos de la villa.



Portada original del Hospital de La Latina, en la Ciudad Universitaria de Madrid.



Patio de Armas del Castillo de la Mota, con la réplica de la entrada del hospital. Fotografía de Pelayo2, en Wikimedia Commons.



Escalera original del hospital, en la Casa de Álvaro de Luján, en Madrid, sede de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. Fotografía de 'Una ventana desde Madrid'.



Escalera de honor del Castillo de la Mota. Se trata de una reproducción fidedigna de la que existía en el Hospital de La Latina, si bien los pináculos carecen de los remates de la escalera original. Fotografía de 'Viajando tranquilamente por España'.

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martes, 13 de julio de 2010

La puerta del Santuario de Nuestra Señora de Valverde



Buscando las otras puertas de Madrid, llegamos al Distrito de Fuencarral-El Pardo y, más en concreto, al kilómetro 12 de la Carretera de Colmenar Viejo.

Aquí hallamos una espléndida puerta dieciochesca, que sirve de entrada al conjunto monumental del Santuario de Nuestra Señora de Valverde, formado, además de por este templo, por otros tres edificios de interés histórico-artístico: una pequeña capilla, consagrada a la Virgen de Guía, un monasterio dominico y un palacete, que fue propiedad de los Marqueses de Murillo.

Todo ello ha sido objeto de diferentes restauraciones en los siglos XX y XXI, que han conseguido detener el proceso de arruinamiento que estaba afectando al recinto. Las primeras se llevaron a cabo en 1982 y las más recientes, que resultaron definitivas, entre 2002 y 2005.

Durante estos últimos trabajos, el monasterio y la residencia palaciega fueron adaptados como sedes de diferentes servicios públicos, entre ellos un Aula de Interpretación de la Naturaleza, dedicada al Parque Regional de la Cuenca Alta del Manzanares y al Monte del Pardo, que se encuentran muy cerca.

El lugar posee una larga historia. Existió una primitiva ermita de origen bajomedieval, que fue transformada en santuario hacia 1600, según un proyecto del arquitecto Francisco de Mora.

En el primer tercio del siglo XVIII, los Marqueses de Murillo promovieron la construcción de nuevos edificios, al tiempo que auspiciaron otras dos remodelaciones del templo, una en 1720 y otra en 1770, ambas firmadas por Fausto de Manso.

Es muy posible que la puerta que ocupa nuestra atención fuera levantada durante la intervención arquitectónica llevada a cabo en el año 1720, como así avala su trazado, que entra en correspondencia con el barroco evolucionado de la época.



Descripción

La puerta está configurada por cinco arcos de medio punto, cerrados con rejas de hierro forjado, de los cuales el central es el único que cumple la función de entrada. Éste no sólo tiene un tamaño mayor, sino que también destaca por su complejidad arquitectónica.

Tal extremo se percibe especialmente en la parte superior, con un claro predominio de las líneas curvas. Así, el arco principal aparece coronado con un singular frontón, en el que se abre una oquedad con forma de óvalo, a modo de hornacina. Aquí hay alojada una pequeña escultura religiosa.

Todo ello se acompaña de las típicas orejeras del barroco madrileño, instaladas a ambos lados, a los pies del frontón.

Con respecto a los otros arcos, están concebidos como si fueran los vanos de una cerca, de tal manera que no es posible acceder a través de ellos, al funcionar como ventanas.

El conjunto está realizado enteramente en sillería de granito. Se remata con un total de siete pináculos de piedra, tres de ellos colocados sobre el arco central.



Artículos y enlaces relacionados

La serie "Las otras puertas de Madrid" consta de estos otros reportajes:
- La Puerta de la Huerta de la Salud
- La Puerta del Labrador
- Las puertas del Palacio del Infante
- Cuatro puertas fuera de contexto
- La Puerta de Felipe IV
- La Puerta Real

El blog "Palomitas de Madrid" publicó en febrero de 2010 el estupendo artículo El Santuario de Nuestra Señora de Valverde, con diferentes fotografías de todos los edificios que conforman el conjunto monumental.

martes, 6 de julio de 2010

La Puerta de la Huerta de la Salud

Nos dirigimos al Distrito de Hortaleza, concretamente al Parque Huerta de la Salud, para visitar la puerta del mismo nombre, que fue erigida a mediados del siglo XVIII.


Cara septentrional.

Llama la atención hallar una puerta de tipo monumental tan lejos del centro histórico, pero debemos tener en cuenta que su actual configuración, a modo de entrada triunfal, es el resultado de una reciente intervención arquitectónica, que modificó significativamente su trazado inicial, su emplazamiento y su estilo artístico.

Historia

La puerta se levantó en el año 1749 como acceso de la quinta del Cristo de la Salud, que perteneció a los Duques de Frías. Se trataba de una hacienda concebida para el ocio y el esparcimiento de sus propietarios, en la línea de las muchas existentes en el siglo XVIII en la periferia de Madrid, casi todas ellas en manos de la nobleza.


Imagen antigua, donde se aprecian las distintas inscripciones de la puerta.

El uso recreativo que se le daba a la finca queda patente en la inscripción que hay grabada en el dintel de la puerta, donde figura la siguiente máxima del poeta latino Ovidio: GAUDIA SUNT NOSTRO PLUSQUAM REGALIA RURI / URBE HOMINES REGNANT VIVERE RURE DATUR / AÑO DE 1749 (aunque los hombres reinan en las ciudades, sus mejores gozos residen en la vida campestre).

A finales del siglo XIX, la quinta fue adquirida por Pedro Tovar Gutiérrez, notario, abogado y concejal del Ayuntamiento de Madrid, quien la transformó en un complejo agrícola-industrial, dándole el nombre de Huerta de la Salud, que es el que se mantiene en la actualidad.

El nuevo propietario dejó constancia de los cambios realizados colocando una placa conmemorativa en el frontal de la puerta, justo encima de la primitiva inscripción de los Duques de Frías. En ella puede leerse la siguiente leyenda: HUERTA DE LA SALUD / REEDIFICADA EN 1894.

Las construcciones que ya existían en la finca fueron adaptadas a su nueva función industrial, al tiempo que se levantaron otras instalaciones, como silos, graneros y establos. Con respecto a la puerta, quedó integrada dentro de un edificio de nueva creación, lo que alteró parcialmente su diseño original.


La puerta en 1979, cuando todavía formaba parte de un edificio.

Todo ello fue derribado en el último cuarto del siglo XX. El solar fue aprovechado para levantar el actual Parque Huerta de la Salud, varios bloques de viviendas y diversos equipamientos públicos.

Sólo se salvaron un silo, que se utiliza como sala de exposiciones, y la puerta que ocupa nuestra atención, convertida en una de las principales señas de identidad no sólo del parque, sino de todo el distrito.

Descripción

La puerta presenta en la actualidad un aire triunfal que nunca tuvo, fruto de los trabajos llevados a cabo en 1999, cuando fue sacada del edificio en el que estaba encajada y llevada, como un conjunto independiente, a una explanada del Parque Huerta de la Salud.

Con tal fin fueron incorporados elementos arquitectónicos completamente nuevos, ya que la puerta no fue diseñada para estar aislada, sino como parte integrante de una cerca, que, como se acaba indicar, dejó paso más adelante a una edificación.

Con todos estos añadidos, se limó la apariencia tardobarroca que la puerta tuvo cuando que fue construida, adoptándose un aire netamente neoclásico.

Pese a los esfuerzos realizados y los loables intentos de recuperación, el resultado final es un cierto efecto de desestructuración. Extremo que se aprecia, sobre todo, en la cara septentrional, donde precisamente están colocadas las piezas originales del siglo XVIII. Éstas son las jambas delanteras, los capiteles moldurados, el dintel con inscripción y el frontón triangular.

Aunque se ha respetado fielmente la disposición que tuvieron en sus orígenes, sus dimensiones no parecen las adecuadas en el contexto actual, con una estructura mucho más grande que antes, al haberse añadido dos cuerpos laterales.

El frontón, en concreto, resulta demasiado pequeño teniendo en cuenta el ancho y alto que ahora mismo presenta la puerta (6,30 x 5 metros, respectivamente).

Todo ello resta esbeltez al monumento, sin que los remates decorativos incorporados, dos piñas de piedra situadas a ambos lados del frontón, corrijan la sensación de mole que finalmente se transmite.


Cara meridional.

La cara meridional es de nueva factura y, tal vez por ello, resulta algo más armónica. Se trata de una fachada de sillares almohadillados, enmarcada por dos medias columnas dóricas, que sostienen un entablamento simplificado.

En cuanto a la fábrica, se ha empleado mayoritariamente sillería de granito, acompañada de piedra de caliza y mármol blanco.

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martes, 25 de mayo de 2010

La Puerta del Labrador

Buscando las otras puertas de Madrid, llegamos hasta Aranjuez, donde nos detenemos en la Puerta del Labrador, uno de los accesos con los que cuenta el fastuoso Jardín del Príncipe.

Este recinto ajardinado, ejemplo del paisajismo dominante a finales del siglo XVIII y principios del XIX, es una de las obras más desconocidas de Juan de Villanueva (1739-1811), tal vez porque el insigne arquitecto madrileño no participó en el proyecto desde el principio, sino en las fases finales.

El diseño original data de 1772 y fue elaborado por Pablo Boutelou, a instancias de Carlos IV, por entonces Príncipe de Asturias. El jardinero real armonizó, con un nuevo trazado, los huertos y parques que se extendían al oeste del Palacio Real de Aranjuez, la mayor parte de ellos levantados durante el reinado de Fernando VI (r. 1746-1759).

Pero fue Villanueva quien dio a los jardines la fisonomía que ha llegado hasta nosotros, cuando, en 1784, se hizo cargo de la ordenación del sector oriental y, en 1790, intervino sobre el occidental, con el comienzo de las obras de la Casa del Labrador.

Fue en este contexto cuando diseñó la Puerta del Labrador, una entrada de porte monumental que conducía directamente hasta el citado palacete, hecho para el disfrute personal del rey Carlos IV (r. 1788-1808) y de su esposa, María Luisa de Parma (1751-1819).

Se trata de un lujoso pabellón de tres plantas que, si bien fue comenzado por Villanueva, tiene el sello personal de su discípulo, Isidro González Velázquez (1765-1829). Éste fue quien lo acabó en 1802, responsabilizándose, entre otras tareas, de la profusa ornamentación exterior, inspirada en motivos clasicistas.


Dibujo de Fernando Brambila, correspondiente a la serie 'Vistas de los Sitios Reales y de Madrid' (hacia 1830), con la Puerta del Labrador en el centro.

Pero dejemos la descripción de este edificio para otro momento y centrémonos en la puerta que le sirve de entrada. Fue levantada en el año 1803, frente a la fachada principal de la Casa del Labrador, de la que le separa una ancha avenida arbolada, con plantaciones de magnolios y plátanos de un tamaño considerable.

Su fábrica es sillería de piedra de granito. Está integrada por dos grandes arcos de medio punto, con dovelas dispuestas en estrella, que quedan separados por un amplio vano, en el que hay instaladas dos columnas exentas. Todos estos elementos se unen mediante una verja, en la que se abren tres puertas de hierro forjado.

Los arcos se cubren con un entablamento de orden dórico, con el característico friso de triglifos y metopas. Por encima emergen diferentes esculturas, en las que se representan utensilios de labranza y jardinería, que se han perdido en gran parte. Estos ornatos aluden a la antigua vivienda de agricultores que hubo en la zona, de la que toma su nombre la Casa del Labrador.

Villanueva asume con este toque decorativo las incipientes corrientes románticas del momento, que igualmente son visibles en los adornos que descansan sobre las columnas. Éstos consisten en cestas de mimbre con ramos de flores.

Las columnas también son dóricas, pero no están coronadas con capiteles, sino con entablamentos que guardan cierta similitud con los de los arcos, creando un efecto de continuidad de las distintas piezas, en la parte superior.


Vista de la puerta desde el exterior del Jardín del Príncipe.

Juan de Villanueva realizó cuatro de la seis puertas monumentales de las que consta el Jardín del Príncipe. Además de la del Labrador, proyectó la de la Calle de Carlos III, la de Calle de Apolo y la del Embarcadero Real, esta última considerada como la entrada principal del recinto.


Detalle desde el interior de los jardines.

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domingo, 2 de mayo de 2010

Las puertas del Palacio del Infante



El insigne arquitecto Ventura Rodríguez (1717-1785) legó a Boadilla del Monte uno de los trabajos más importantes de su brillante carrera.

El Palacio del Infante don Luis, obra maestra del neoclasicismo madrileño, fue realizado en 1765, como residencia de Luis Antonio de Borbón y Varnesio, hijo de Felipe V y hermano de Carlos III.

No nos vamos a detener en este imponente edificio, sino que, buscando el detalle de lo pequeño, nos centramos en las puertas que dan acceso a sus jardines, con una doble intención: por un lado, admirar su belleza y, por otro, denunciar su deterioro.

Si el estado de conservación del palacio resulta, en sí mismo, preocupante, el de los jardines puede calificarse de nefasto, al no quedar más rastro que unas cuantas estructuras ruinosas.

Los jardines

El recinto ajardinado del Palacio del Infante don Luis ocupa una parcela de aproximadamente 71.500 metros cuadrados.

Está orientado al sudeste y tiene planta rectangular. Consta de dos áreas bien diferenciadas, construidas en niveles distintos para salvar la pendiente del terreno y separadas mediante galerías.

El Jardín Alto es el más próximo a la fachada palaciega. Por esta razón, reunía numerosos elementos ornamentales, tanto paisajísticos como escultóricos y arquitectónicos.

Aquí se encontraba la célebre Fuente de las Conchas, que en la actualidad decora las Praderas de las Vistas del Sol, en el madrileño Campo del Moro.

Por su parte, el Jardín Bajo era realmente una gran huerta. Tenía un trazado hipodámico, en el que se sucedían, en perfecta alineación, 32 cuadrículas, reservadas al cultivo frutícola y hortícola.


Vista de la fachada sudeste del palacio y del nivel superior sobre el que descansa el Jardín Alto.


Estado actual del Jardín Bajo.

Las puertas

Existen cuatro puertas que comunican los terrenos del palacio con el exterior. Se encuentran muy cerca de los vértices de la parcela rectangular que da forma al recinto ajardinado, dos en el Jardín Alto y dos en el Jardín Bajo.

Se levantan sobre el muro que rodea el perímetro de la finca, superando su altura. Al igual que la tapia, presentan fábrica de cal y ladrillo descubierto, aunque también incorporan sillería de piedra de granito en algunos elementos.

Ventura Rodríguez utilizó dos diseños distintos o, mejor expresado, concibió un único planteamiento arquitectónico, del que realizó dos variaciones, en función de la ubicación de cada grupo de puertas.


Puerta del Jardín Alto.

Las entradas del Jardín Alto presentan un aire majestuoso y triunfal, acorde con su situación en la zona noble del conjunto palaciego.

Están formadas por un arco de medio punto, flanqueado a ambos lados por pilastras. Un frontón clásico, cubierto con tejadillo de teja árabe, corona la parte superior.

Este esquema se repite en los dos accesos del Jardín Bajo, pero con otras proporciones y medidas, que provocan un efecto visual completamente diferente.

El resultado es una apariencia más liviana y, por ende, menos monumental que la de las dos puertas del nivel superior.


Puerta del Jardín Bajo (fotografía capturada en www.urbanity.es).

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