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jueves, 7 de octubre de 2010

La Hiruela y la arquitectura negra

Regresamos al vértice septentrional de la Comunidad de Madrid, a la llamada Sierra Pobre, para visitar uno de los municipios con más encanto de toda la región. Nos estamos refiriendo a La Hiruela, un pueblo de apenas 76 habitantes, situado a casi 1.300 metros de altitud, que surgió durante los procesos de repoblación cristiana de los siglos XII y XIII.



Su histórico aislamiento, provocado por su ubicación en una zona montañosa de difícil acceso, ha facilitado la conservación de su primitivo casco urbano. Se trata de uno de los mejores exponentes de la denominada arquitectura negra, que es como se ha bautizado a los usos constructivos empleados en algunas comarcas serranas de Madrid, Guadalajara y Segovia, caracterizados por la utilización de la pizarra como material principal.

En lo que respecta a nuestra comunidad autónoma, este tipo de arquitectura popular está presente en la Sierra del Rincón, que se extiende por los términos municipales de La Hiruela, Montejo de la Sierra, Horcajuelo de la Sierra, Prádena del Rincón y Puebla de la Sierra, así como en otras localidades del norte madrileño, como Patones.



La Hiruela ha dejado de ser el lugar abandonado y olvidado que era hace tan sólo un par de décadas. A pesar de ser uno de los municipios más desfavorecidos de Madrid, está comenzando a despegar de la mano del turismo rural y como lugar de residencia, ya sea fija o temporal, de todos aquellos que huyen del trepidante ritmo de la gran ciudad












Todo ello ha permitido detener el proceso de despoblamiento en el que se encontraba y recuperar un patrimonio arquitectónico que parecía condenado a la ruina, gracias a las restauraciones llevadas a cabo tanto por la administración como, sobre todo, por particulares.

La sensación que uno tiene cuando visita el pueblo es que todo es tan rabiosamente bonito que no puede ser real. Y es que verdaderamente se respira un cierto aire escenográfico, como de mentirijilla, resultado del nuevo uso residencial y recreativo que ahora se le da a las casas, en el que domina la estética sobre la funcionalidad de tiempos pasados.



El entramado urbano de La Hiruela se articula en torno a dos vías principales, que discurren paralelas y a diferente rasante, hasta confluir en la plaza. Están atravesadas por una serie de callejuelas, que salvan la pendiente por medio de escaleras de piedra y cuestecillas, tan bien puestas que se diría que son tarjetas postales.

Las calles son muy cortas, pero ello no es impedimento para que el paseo por el pueblo sea un continuo descubrimiento de rincones singulares.



Las casas han sido reconstruidas con esmero, adaptándolas a las comodidades de los tiempos modernos, pero sin perder nunca de vista la tradición, empezando por el empleo de bloques lajados de pizarra en los muros, tal y como mandan los cánones más centenarios.

Curiosamente, la iglesia es de los pocos edificios que no tiene este tipo de fábrica. Está hecha también en pizarra, pero ésta se dispone en mampuesto, con algunos elementos en ladrillo. Fue levantada entre los siglos XVI y XVII con un trazado tan sencillo como sugerente, en el que cabe destacar la espadaña y el arco triunfal del interior. Su advocación es la de San Miguel Arcángel.



Otras construcciones de interés son la Casa Consistorial, la fuente pública, el molino harinero y la carbonera, convertidos en la actualidad en atracciones turísticas.

Capítulo aparte merecen las huertas que rodean el casco urbano, cuya producción de manzanas, cerezas y peras fue muy valorada en tiempos pasados, aunque hoy día ha quedado reservada para el consumo local. Testigo de aquellos momentos es el enorme peral que se eleva a la entrada del pueblo, considerado uno de los más viejos de España.



Pero si algo ha dado fama a La Hiruela ha sido la ganadería, actividad que ha resultado clave para el desarrollo del pueblo, como prueba el hecho de que su cañada alcanzase rango real a finales del siglo XV.

Desde entonces hasta nuestros días han sido muchos los altibajos sufridos por el municipio. Su máximo esplendor se produjo a mediados del siglo XVIII, cuando había censados casi 250 habitantes, que vivían, en su inmensa mayoría, del sector primario.



El siglo XIX significó su declive, hasta el punto de que la población se redujo a la mitad. Mucho peores fueron los dos primeros tercios del siglo XX, que dejaron al pueblo prácticamente despoblado, como consecuencia de los fenómenos migratorios a las áreas urbanas.

Afortunadamente, La Hiruela está resurgiendo, al compás de un cambio de tendencia. Si antes eran los del pueblo los que se iban a vivir a la ciudad, ahora el movimiento es el contrario. Son muchos los madrileños que han decidido establecerse aquí, así como en otros lugares de la siempre mal llamada Sierra Pobre.



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La serie de reportajes "La Sierra del Rincón" consta de estos otros artículos:
- El Hayedo de Montejo
- La iglesia medieval de Prádena del Rincón

jueves, 30 de septiembre de 2010

El Hayedo de Montejo

El Hayedo de Montejo es uno de los espacios naturales de mayor interés de la Comunidad de Madrid y también uno de los más visitados.

Se localiza en el término municipal de Montejo de la Sierra, un pequeño pueblo del vértice septentrional de la región, en la cuenca hidrográfica del río Jarama, justo en el límite con la provincia de Guadalajara.

Se encuentra legalmente protegido desde 1974, cuando fue reconocido como Sitio Natural de Interés Nacional por parte del Estado. En el año 2005, este grado de protección quedó reforzado por la UNESCO, al quedar incluido dentro de la declaración de Reserva de la Biosfera de la Sierra del Rincón.

Con este nombre, de reciente implantación, se conoce la zona montañosa comprendida entre las sierras de Guadarrama y Ayllón, que abarca los términos municipales de La Hiruela, Horcajuelo de la Sierra, Prádena del Rincón y Puebla de la Sierra, además de Montejo.



El Hayedo de Montejo tiene una superficie de apenas 250 hectáreas. Se extiende por la ladera de una montaña, en las proximidades del Puerto de El Cardoso, que desciende en pronunciada pendiente hasta el cauce de un recién nacido Jarama.

En este punto, el río baja breve y humilde, como pidiendo permiso a las hayas que encuentra a su paso. Aún le queda mucho para encontrarse con el Lozoya, el Henares, el Manzanares y el Tajuña, cuyas aportaciones de agua harán de él el principal afluente del Tajo.

Los méritos ambientales y paisajísticos del Hayedo de Montejo son muchos. No sólo es el único bosque de estas características que podemos encontrar en Madrid, sino también uno de los pocos hayedos que existen en la Península Ibérica, más allá de los reductos de la Cordillera Cantábrica y de los Pirineos, donde se dan las condiciones meteorológicas idóneas para su hábitat, preferentemente un elevado nivel de precipitaciones.

Aunque frecuentemente se afirma que es el hayedo más meridional de Europa, se trata más bien de una leyenda que de un dato objetivo. Los hay más al sur en numerosos enclaves de Grecia, de Italia e, incluso, de España, caso de la Fageda del Retaule, que se ubica entre las provincias de Tarragona y Castellón.

El Hayedo de Montejo se formó en épocas postglaciales y ha llegado hasta nosotros gracias a un microclima que favorece la humedad, captada de las masas de aire que no chocan contra la sierra. Además, la ladera sobre la que se asienta casi siempre permanece en la sombra.



El paseo por este paraje no puede ser más sugerente, sobre todo en otoño, con el gran espectáculo de ocres, naranjas, amarillos y rojos que ofrece la caída de la hoja. Cuando nosotros lo visitamos, hace unos cuantos días, la escenografía era otra, con los árboles aún vestidos de verde, pero igualmente fascinante.

Existen varios recorridos, todos ellos guiados y bajo un estricto control de los accesos, con objeto de garantizar la correcta conservación de las especies vegetales y animales.

Hay una senda que discurre paralela al río Jarama, en la que conviven a partes iguales sensaciones visuales y auditivas, estas últimas procedentes del evocador murmullo de la corriente del agua.

Otro de los caminos se dirige hacia la montaña, laderas arriba, adentrándose en la espesura del bosque. El notable tamaño de las hayas, con más de 20 metros de altura, y la escasa luz solar, que difícilmente se abre paso entre las copas de los árboles, lleva al visitante a tomar conciencia de su insignificancia frente a la naturaleza.



Existen ejemplares de más de 200 y 300 años. Algunos de ellos se elevan majestuosos, como intentando escapar de la umbría, pero otros yacen derribados en el suelo, con sus troncos convertidos en tierra de abono para hierbajos, musgos y líquenes.

El Hayedo de Montejo no sólo está poblado por hayas, sino también por robles, cerezos silvestres, avellanos, abedules, acebos, rebollos, brezos y servales, entre otras plantaciones.

Aquí tiene su morada una variada fauna, que, dadas las reducidas dimensiones del lugar, son más representativas de los ecosistemas mediterráneos que de los grandes bosques de hayas del centro europeo.

Haciendo una selección muy rápida, cabe destacar la presencia de mamíferos como el corzo, el jabalí, el tejón o la nutria y de aves como el águila calzada, el picapinos o el cárabo común.

lunes, 27 de septiembre de 2010

La iglesia medieval de Prádena del Rincón

Prádena del Rincón es un municipio de apenas 120 habitantes, situado en el vértice septentrional de la Comunidad de Madrid, en plena comarca de la Sierra Norte.

Su término se extiende por una zona montañosa, recientemente bautizada como la Sierra del Rincón, cuyo interés ambiental ha merecido la declaración de Reserva de la Biosfera por parte de la UNESCO.

Además de poseer un entorno natural privilegiado, este pequeño pueblo cuenta con uno de los monumentos medievales más interesantes de la región madrileña.

Se trata de la Iglesia de Santo Domingo de Silos, que sorprende por la singularidad de su traza y la convivencia de dos estilos que, como el románico y el mudéjar, son difíciles de encontrar en una misma edificación.

Especialmente importante es su pórtico septentrional, que mantiene intacta su magnífica factura mudéjar.


El templo pudo ser levantado en el siglo XII, en el contexto de los procesos de repoblación llevados a cabo por los cristianos, tras la reconquista del centro peninsular a finales del siglo XI.

Se sabe que, en un primer momento, estuvo dedicado a Santo Tomé y que, en 1529, quedó bajo la titularidad de Santo Domingo de Silos.

El cambio de advocación fue aprovechado para realizar diferentes obras de reforma, que supusieron la desaparición de la nave primitiva y la construcción de un segundo pórtico, en la fachada meridional, por donde hoy día se accede. Afortunadamente, la torre, el ábside, el presbiterio y el atrio del lado norte se conservan en estado original.

Todo ello está siendo objeto de una profunda restauración, por parte de la Comunidad de Madrid.

Descripción general

Como es preceptivo en la arquitectura religiosa medieval, la cabecera se orienta a levante. De estilo románico, está formada por un ábside semicircular, hecho en sillarejo, que se cubre mediante una bóveda de cuarto de esfera apuntada.

En su punto central se abre un pequeño vano, que asemeja una aspillera. Existe una segunda abertura en uno de los lados, de mayores dimensiones, realizada en época moderna.

El exterior del ábside es prácticamente liso, excepción hecha de la cornisa, recorrida por una corona de canecillos con algunos motivos geométricos, como bolas.


La cabecera queda unida a la nave por medio de un tramo rectangular, algo muy común en el estilo románico. Menos frecuente resulta la situación de la torre, que se eleva sólida y poderosa desde el presbiterio, ocupando la totalidad de su planta. El modelo más común, al menos en tierras castellanas, es una ubicación en el costado norte.

Esta configuración confiere al conjunto un aspecto fortificado, sensación que queda remarcada por la desnudez de los muros, las grandes magnitudes de los distintos elementos arquitectónicos y la presencia de diferentes piezas que recuerdan la arquitectura militar medieval, caso de las aspilleras.


En la parte superior de la torre se ubica el campanario, con cuatro troneras en los lados oriental y occidental y dos en los flancos restantes. Dos de ellas se destacan en tamaño, tras procederse a su ampliación para poder alojar las campanas.

La torre presenta fábrica de mampostería, si bien los esquinales del campanario y los arcos de las troneras son de ladrillo. Su acceso se realiza por medio de una escalera de caracol, adosada a la torre por su parte exterior y protegida mediante una estructura de mampuesto.

En lo que respecta al interior, hay que mencionar el arco apuntado y doblado, que sirve de nexo entre el presbiterio y la nave, también de origen medieval, así como una pila bautismal de piedra, de finales del siglo XVI.

El altar mayor estuvo decorado con un retablo de estilo churigueresco, realizado en 1716, pero se perdió en un incendio. Sólo consiguió salvarse una imagen de Nuestra Señora del Carmen, patrona de Prádena, que fue rescatada por los propios vecinos.

El pórtico septentrional

Dejamos para lo último la galería porticada del lado norte, sin duda alguna el elemento de mayor valor arquitectónico de todo el templo. Es de las pocas partes de la iglesia que no tiene fábrica de piedra, sino de ladrillo, siguiendo pautas marcadamente románico-mudéjares.

Los expertos consideran que se trata del mejor pórtico que se conserva de este estilo. A diferencia de los existentes en Órbita (Ávila), Fuentepelayo y Cúellar (Segovia), ha llegado hasta nosotros completo, sin grandes alteraciones posteriores, lo que le da una relevancia histórica enorme.

Vista de la fachada septentrional, con el pórtico románico-mudéjar en primer término. Cuando visitamos el templo (septiembre de 2010), el pórtico se encontraba oculto por los trabajos de restauración que está llevando la Comunidad de Madrid en el conjunto de la iglesia. Por esta razón, hemos tomado prestada esta fotografía de www.astragalo.net, donde puede apreciarse la galería porticada sin andamiajes.

El románico-mudéjar, también conocido como mudéjar castellano-leonés o románico de ladrillo, es realmente una degeneración del románico propiamente dicho. Surgió en León en el siglo XII y se expandió por las actuales provincias de Zamora, Salamanca, Valladolid, Ávila y Segovia, hasta traspasar el Sistema Central, alcanzando la parte septentrional de la Comunidad de Madrid y la occidental de Guadalajara.

Su rápida propagación fue posible gracias a la sustitución de la piedra, característica del románico puro, por el ladrillo, mucho más económico y fácil de trabajar, lo que redujo sensiblemente los costes y los tiempos de construcción.

Este material abrió nuevas posibilidades en el tratamiento de los volúmenes y de las formas, hasta entonces inéditas, dando lugar a un nuevo estilo, que, sin apartarse de los principios fundamentales del románico convencional, pronto adquirió rasgos propios y exclusivos.

Interior del pórtico, en plena restauración.

El pórtico de Prádena del Rincón es de planta rectangular y está adosado a la fachada. Presenta cubierta de teja árabe, que se dispone inclinada a modo de prolongación del tejado de la nave principal.

Su fachada principal consta de cinco vanos, todos con la misma luz y la misma altura, salvo el central, que tiene un tamaño mayor, pues inicialmente debió ser un acceso. Están formados por arcos doblados de medio punto, recuadrados mediante un alfiz. Hay también arcos similares a los lados, uno por cada costado.


Antigua portada principal, también en restauración.

Bajo el pórtico se encuentra la que, en su momento, fue la entrada principal de la iglesia, un excelente ejemplo de portada románico-mudéjar. En consonancia con el modelo imperante en el siglo XII, está arquivoltada y enmarcada dentro de un alfiz. En concreto, tiene cuatro roscas semicirculares.

En busca del románico y del mudéjar

La serie "En busca del románico y del mudéjar" consta de estos otros artículos:

Esta serie de reportajes pretende dar a conocer las muestras arquitectónicas románicas y mudéjares que existen en la Comunidad de Madrid. Aunque no son tan abundantes como las de otras provincias vecinas, resultan especialmente relevantes desde un punto de vista histórico.

La situación de nuestra región en el centro peninsular, donde convergieron las corrientes artísticas que llegaban del norte, caso del románico castellano-leonés, y las que procedían del sur, como el mudéjar toledano, convierte a la Comunidad de Madrid en un punto de referencia para entender la evolución de la arquitectura medieval española en los siglos XII y XIII.