El Palacio de Santa Cruz siempre ha sido objeto de admiración por parte de los viajeros extranjeros que llegaban a Madrid. En 1665, el francés Antonio de Brunel dijo que "no hay edificio en esta ciudad que parezca más hermoso que la Cárcel", opinión que, años después, en 1691, ratificaría su compatriota Marie Catherine d'Aulnoy.
Durante los siglos XVIII y XIX, el Palacio de Santa Cruz estuvo atribuido a Juan Bautista Crescenzi (1577-1635), un arquitecto romano que llegó a España en 1617, con excelentes recomendaciones por parte de la curia vaticana, para trabajar en el Panteón de Reyes del Monasterio de El Escorial y en el Buen Retiro.
Este error tal vez estuviese motivado por la presencia de rasgos renacentistas italianos en la construcción, aunque cayó por su propio peso ante la evidencia de una obra marcadamente castiza, donde se utilizan modelos típicos del llamado Palacio de los Austrias.
Es más. Podría decirse que estamos ante el ejemplo más representativo de este arquetipo arquitectónico, que queda definido por un trazado de planta rectangular, dos o más alturas de órdenes, portadas manieristas, cubiertas abuhardilladas de pizarra y torres cuadrangulares con chapiteles, en la línea escurialense.
Patio oriental. Fuente: Ayuntamiento de Madrid.
Patios interiores
El edificio se articula a partir de dos patios interiores. Esta duplicidad no fue un invento de Gómez de Mora, sino que contaba con varios precedentes, como el Palacio de los Consejos (en el que él mismo trabajó, bajo las órdenes de su tío, Francisco de Mora) y, fundamentalmente, el Real Alcázar, tras la reforma realizada por Juan Bautista de Toledo.

Dibujo anónimo. Hacia 1830.
La gran novedad que introdujo Gómez de Mora fue la simetría de los dos claustros. Se trata de dos espacios cuadrados, de cuatro por cuatro intercolumnios, con dos alturas de arcos de medio punto y con remates de mascarones en el ático.
Las dos plantas quedan separadas por una sencilla línea de imposta, mientras que, en la parte superior, un friso dórico recorre todo el entablamento. Las columnas son de orden toscano, con fuste liso, de clara influencia herreriana.
La linealidad de esta composición queda rota por la escalera, que se encaja dentro del eje que sirve de unión a los dos patios. Se incorpora así un elemento de dinamismo y ligereza, que denota el nuevo lenguaje barroco de la época.
Fuente: Archivo Moreno, Ministerio de Cultura. Segundo tercio del siglo XX.
Tal vez el gran fallo del edificio sea la existencia de numerosos espacios perdidos, sin duda, un fuerte condicionante para la función administrativa para la que fue diseñado. Debe tenerse en cuenta que los dos claustros y las galerías de circulación ocupan la mayor parte de la superficie.
Gómez de Mora lo concibió de esta manera porque, en aquellos momentos, los espacios perdidos eran una señal inequívoca de poder y riqueza. Este planteamiento ha motivado continuas intervenciones en el tiempo, incluso poco después de darse por acabado el edificio.
Fuente: 'La Ilustración española y americana'. Año 1881.
Una de las más recientes fue la llevada a cabo en 1932, cuando se cubrieron los dos patios interiores mediante una estructura metálica acristalada, a propuesta de Jacobo Fitz-James Stuart, duque de Alba y ministro de Estado.
Aunque también ha habido iniciativas que han buscado el mero embellecimiento. En los años 1878 y 1879, al poco tiempo de establecerse el Ministerio de Ultramar en las dependencias del palacio, fueron colocadas sendas esculturas en los patios.
Una representaba a Cristóbal Colón (abajo a la derecha) y fue hecha por el escultor gallego Juan Sanmartín. La otra, que rendía homenaje a Juan Sebastián Elcano (a la izquierda), fue labrada por el artista madrileño Ricardo Bellver, el célebre autor de
El ángel caído.

Ninguna de estas estatuas se encuentra ahora en el Palacio de Santa Cruz (la de Elcano fue trasladada a la localidad guipuzcoana de Guetaria y la de Colón ha desaparecido). Pese a ello, los patios son conocidos actualmente con los nombres de ambas personalidades.
Fachada principal
La fachada no sólo sintetiza la tipología imperante en la arquitectura palaciega del Madrid de los Austrias, sino que da un paso más allá por su belleza cromática. El rojo intenso del ladrillo de los muros se combina acertadamente con el gris del granito, presente en la portada, en los esquinales y alrededor de los vanos.
A estos tonos se añaden el negro de la pizarra, material con el que se cubren los tejados, y en sus orígenes, el dorado de las rejerías, según escribió el ya citado Antonio de Brunel, sorprendido de que barrotes fueran de este color y estuviesen "bellamente modelados".
La horizontalidad del conjunto se quiebra en los extremos, con las torres con chapiteles en punta, y en el punto central, con la magnífica portada. Ésta repite el orden toscano de los patios interiores y el friso con triglifos que vimos en el entablamento del claustro superior.
La entrada comunica directamente con el eje que une los dos patios. Consta de tres puertas, con sus correspondientes balcones en el piso alto, cuyas molduras fueron elogiadas por Juan de Villanueva en el siglo XVIII.
El hueco central de la portada ocupa una posición preeminente, al enmarcarse con columnas avanzadas. El balcón de esta parte carece del entablamento que sí tienen los dos laterales, para poder alojar un enorme escudo imperial, esculpido por Antonio Herrera Barnuevo, padre del arquitecto y pintor Sebastián Herrera.
El citado artista hizo también la escultura del ángel que preside el frontón, así como las desaparecidas figuras de las cuatro virtudes que le acompañaban.
Para Ramón Guerra de la Vega (1984), "la enorme plasticidad de la fachada se debe sin duda al estar esculpida con la dedicación y detalle que aquellos años se reservaban para tallar los retablos dorados de sus iglesias" y que constituye "un reflejo de la enorme capacidad artística de nuestros arquitectos y escultores cuando tenían el respaldo adecuado de las arcas del Estado".
La ampliación
A mediados del siglo XX, el arquitecto Pedro Muguruza, en colaboración con su hermano José María, construyó un nuevo edificio en el solar del Salvador del Mundo, siguiendo el mismo estilo y fábrica del palacio primitivo, en una clara adhesión al ideal imperial de la arquitectura franquista.
La ampliación replica simétricamente la estructura del original, aunque con algunas diferencias, como su disposición en cuatro alturas, su planta en forma de paralelogramo y la existencia de un único patio interior, en lugar de dos.
Fuente: Archivo Pando, Ministerio de Cultura. Año 1950.
La parte posterior, que da a la Calle de Concepción Jerónima, presenta dos torres angulares con chapiteles, que ponen el contrapunto a la fachada del Palacio de Santa Cruz. De tal modo que la sensación que se transmite es que éste se prolonga por su trasera, emulando el trazado del Monasterio de El Escorial.
A pesar de esta percepción de unidad, estamos ante dos construcciones exentas, separadas por una pequeña calle, que en su momento fue conocida como Callejón de la Audiencia o del Verdugo, cuyo único elemento de unión es un curioso
pasadizo volado.
Fuente: Archivo Pando, Ministerio de Cultura. Año 1950.
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