El Palacio de Santa Cruz es tal vez el edificio más importante del reinado de Felipe IV (r. 1621-1665). Fue concebido como Cárcel de Corte y como Sala de Alcaldes de Casa y Corte o, dicho en términos más actuales, fue el Palacio de Justicia y el lugar desde el que se garantizaba la seguridad, el orden y el abastecimiento de la ciudad.
En plena consonancia con esta elevada función, se construyó por todo lo alto, sin escatimar recursos, y prueba de ello son las numerosas columnas de piedra que enmarcan sus dos patios interiores y su portada principal, un elemento que, dadas las limitaciones presupuestarias, apenas tenía cabida en las obras públicas de la época.
Un edificio de esta envergadura sólo podía ser encargado a Juan Gómez de Mora (1586-1648), que no sólo era uno de los más reputados arquitectos del momento, sino que, en su calidad de Maestro Mayor de la Villa y Arquitecto Mayor de las Obras Reales, poseía una notable influencia social y política.
Redactó un proyecto audaz. Inspirándose en la arquitectura renacentista italiana y recogiendo postulados herrerianos, como el severo orden toscano o las torres angulares con chapiteles, dio un paso más allá, introduciendo un lenguaje plenamente barroco.
Sin embargo, no pudo dirigir los trabajos de construcción. Debido a su carácter soberbio e implacable, se ganó la enemistad de los comisarios de la obra (a saber, Francisco Tejada, Antonio Chumacero de Sotomayor y Agustín Xilomón de la Mota), quienes delegaron en Cristóbal de Aguilera, un maestro alarife del que Gómez de Mora decía que era "un buen hombre", pero no un "trazador".
El 14 de septiembre de 1629 se puso la primera piedra, después de derribarse los viejos caserones que, desde 1543, hacían las veces de cárcel. En 1636 el edificio quedó terminado, aunque hubo intervenciones posteriores, como las desarrolladas por José de Villarreal entre 1648 y 1662.
Louis Meunier (1665-68). Museo de Historia.
A finales del siglo XVIII, la Sala de Alcaldes de Casa y Corte se hizo con el usufructo del Oratorio y Convento de la Congregación de Sacerdotes Misioneros del Salvador del Mundo, que estaba situado justo a espaldas del palacio y que había quedado desalojado tras la expulsión de los jesuitas por parte de Carlos III.
En 1791, mientras el citado convento era acondicionado para servir de ampliación, se produjo un incendio en el palacio que destruyó la práctica totalidad de la planta superior, incluidas las cubiertas, aunque la fachada no sufrió grandes desperfectos.
Juan de Villanueva procedió a su restauración, a partir de un proyecto muy respetuoso con el estilo original, que pudo ultimarse en 1793, a falta del chapitel de una de las torres, que no se colocaría hasta pasado un largo tiempo.
Nuestro buen amigo Romo localizó un curioso grabado del palacio sin el chapitel, que podemos ver en este espléndido reportaje del blog M@driz hacia arriba.
Ese mismo año la Cárcel de Corte fue trasladada al Salvador del Mundo, mientras que las restantes instituciones permanecieron en la sede primitiva, que, desde entonces y para evitar confusiones, empezó a ser conocida como Palacio de la Audiencia y también como Palacio de Justicia.
Hermenegildo Víctor Ugarte y Gascón (1756). Museo de Historia.
La Cárcel de Corte fue clausurada en 1846, al ser declarado en ruina el caserón del Salvador, lo que obligó a trasladar a los presos a otras dependencias penitenciarias.
El edificio principal dejó de funcionar como Palacio de Justicia en 1875. En esta fecha se convirtió en el Ministerio de Ultramar, para posteriormente, en 1901, acoger al Ministerio de Estado, actualmente denominado Ministerio de Asuntos Exteriores.
Entre 1943 y 1950 se procedió a su ampliación, con la construcción de un nuevo edificio en el solar del Salvador, que sigue las líneas del original.
Toponimia
El edificio que nos ocupa ha pasado por multitud de denominaciones, en función de sus diferentes usos históricos: Cárcel de Corte, Sala de Alcaldes de Casa y Corte, Palacio de la Audiencia, Palacio de Justicia, Ministerio de Ultramar, Ministerio de Estado y Ministerio de Asuntos Exteriores.
Finalmente, el topónimo que se ha impuesto es el de Palacio de Santa Cruz, curiosamente el único que no está relacionado con su funcionalidad. El origen de este nombre hay que buscarlo en el año 1939, cuando el director del desaparecido diario Informaciones, Víctor de la Serna (1896-1958), lo sugirió para un titular.
El periodista fundamentó su propuesta en la ubicación del edificio en la Plaza de Santa Cruz, cosa que, siendo puristas, no es del todo cierta, ya que donde realmente se encuentra es en la Plaza de la Provincia.
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Hola Jesus. Excelente post, con el detalle y la minuciosidad que son normales en tus trabajos.
ResponderEliminarToda una historia tiene el Palacio de Santa Cruz, incluso la de su nombre.
Enhorabuena y un abrazo.
Hola José:
EliminarMuchas gracias por tus palabras. El palacio tiene una larga historia tras de sí, sólo hemos sacado unos apuntes para no hacerlo demasiado extenso. Si no, daría varias entregas...
Un abrazo, Jesús
Hola Jesús, opino como José, excelente trabajo, del que esperaremos su continuación. Como dices, importante edificio de la época, y también del Madrid actual.
ResponderEliminar"soberbio e implacable", uf! menudo debía ser Gómez de Mora.
saludos!
Hola Mercedes:
EliminarAl final a todos los grandes artistas (o al menos, a una buena parte) les pierde el ego. Pero, bueno, se les puede disculpar...
Muchas gracias y un abrazo, Jesús
Hola Jesús,
ResponderEliminarEstupendo artículo y documentación. La fachada de la penúltima foto, la de la ampliación posterior, debido a la fuerte pendiente de las calles laterales, tiene una proporción "ministerial" bastante desafortunada mientras que la fachada original tiene una escala palaciega impecable. También me extraña la denomiación de Santa Cruz, pudiéndose confundir con el palacio del marqués de idem en la calle de San Bernardino.
Esperamos siguientes entregas.
Un abrazo
Hola Antonio:
ResponderEliminarGracias por tu comentario que, como siempre, nos aporta datos nuevos. Pues es verdad, la ampliación queda muy "ministerial", sin el equilibrio y proporcionalidad del palacio original. Lo bueno o lo malo es que, al estar encajonada en calles muy pequeñas, pasa casi desapercibida.
Un abrazo, Jesús