domingo, 4 de abril de 2010

La Encarnación, antecedentes y replicantes



El Real Monasterio de la Encarnación es una obra clave del barroco español. Su importancia no radica tanto en sus valores artísticos, que también, como en la notable influencia que tuvo su fachada, convertida en arquetipo de la arquitectura religiosa de los siglos XVII, XVIII e, incluso, XIX.

Se trata de una de las fachadas más imitadas de todos los tiempos. Tanto es así que algunos autores, como Beatriz Blasco Esquivias, entienden que su impacto puede compararse "en cuanto a difusión, asimilación y desarrollo, con el definido por Vignola en la Iglesia del Gesú de Roma y exportado luego a toda Europa".

El monasterio fue fundado en 1610 por la reina Margarita de Austria, esposa de Felipe III. Se construyó entre 1611 y 1616, siguiendo un diseño del carmelita descalzo Fray Alberto de la Madre de Dios. Tradicionalmente se venía considerado que su autor era Juan Gómez de Mora, pero éste sólo intervino en las tareas de supervisión, en su calidad de Arquitecto Mayor de las Obras Reales.

El Convento de San Hermenegildo, el primer antecedente

Siempre se ha sostenido que el Real Monasterio de la Encarnación se inspiraba directamente en el Convento de San José, de Ávila, realizado en el año 1608 por Francisco de Mora, tío del citado Gómez de Mora.

Sin desmerecer la innegable influencia del edificio abulense, no hay que olvidar que hubo otros antecedentes, incluso más relevantes, como es el caso del desaparecido Convento de San Hermenegildo, de Madrid.


Aspecto del Convento de San Hermenegildo en 1656, cuando Pedro Teixeira realizó su célebre plano de Madrid.

Esta fundación religiosa fue la casa central del Carmelo Descalzo en España. Situada en la Calle de Alcalá, cerca de la confluencia con la actual Gran Vía, fue creada en el año 1586 por Fray Nicolás de Jesús y María y contó con el apoyo del rey Felipe II, quien llegó a sugerir su advocación.

Su iglesia se levantó en 1605 y en ella se establecieron algunas de las pautas arquitectónicas que poco después quedaron materializadas, a modo de ensayo, en el Convento de San José y, magistralmente condensadas, en el Monasterio de la Encarnación.

Aquí tuvo su origen la fachada de un solo plano, tantas veces replicada en los siglos posteriores, con tres ventanas altas para iluminar el coro, una triple arquería en la base y un frontón recto en la parte superior, con el que se oculta la cúpula.

De aquí también procede la lonja exterior, otro de los rasgos identificativos de la Encarnación. Queda formada por dos edificios, dispuestos en saliente a ambos lados de la fachada, que se unen entre sí mediante una verja de hierro forjado.

El Convento de San Hermenegildo fue demolido a principios del siglo XVIII. En 1730, el arquitecto Pedro de Ribera comenzó la construcción de un nuevo templo, del que surgió la actual Parroquia de San José, de inconfundible factura barroca.

Esta iglesia, heredera del que debe ser considerado como el primer gran antecedente del Real Monasterio de la Encarnación, es, al mismo tiempo, uno de sus replicantes. La fachada hace suyos algunos de sus elementos, como son los arcos inferiores, la hornacina central, el frontón de coronación y la lonja exterior, esta última desaparecida en el siglo XX.


Dibujo de la Iglesia de San José, antes de las reformas del siglo XX, cuando desapareció la lonja exterior y se elevó la altura de los laterales.

El Convento de San José, de Ávila

El Convento de Carmelitas Descalzas de la Antigua Observancia de la Regla de San José, de Ávila, fue la primera de las dieciséis fundaciones conventuales llevadas a cabo por Santa Teresa de Jesús.

Su origen se remonta a 1564, si bien su iglesia no fue erigida hasta el año 1608. Fue construida por Francisco de Mora, uno de los máximos exponentes de la arquitectura herreriana, quien se implicó personalmente en el proyecto, hasta el punto de promover su financiación, buscando fondos en la Corte e, incluso, aportando los suyos propios.

Mora asumía con esta obra las emergentes corrientes barrocas del momento, sin abandonar el férreo y austero estilo en el que se había formado, de la mano del mismísimo Juan de Herrera. En ella se armonizan los elementos que estaban presentes en el Convento de San Hermenegildo y se da un paso cualitativo de primer orden para la definición del arquetipo arquitectónico que, pocos años después, cristalizaría en la Encarnación.

La fachada del Convento de San José consta de diferentes volúmenes, distribuidos en dos grandes planos, que dan lugar a un juego de claroscuros, más propio del barroco que del renacimiento. El superior está integrado por el consabido frontón recto, debajo del cual se extiende un muro, con un vano cuadrangular en el centro y dos pequeños escudos a los lados.

El inferior está en saliente y descansa sobre un pórtico de tres arcos de medio punto. Por encima de éste, se alinean dos vanos de reducidas dimensiones, separados por una hornacina, donde se aloja una escultura de San José, que queda rematada con un pequeño frontón.

Al contemplar conjuntamente ambos planos, se percibe que los tres vanos y los tres grupos escultóricos (hornacina y escudos) están dispuestos alternativamente, dando lugar a una composición triangular, que nuevamente parece preconizar el movimiento barroco.


Fachada del Convento de San José, de Ávila. Fotografía de losmininos.

Y por fin, la Encarnación

En 1611, tres años después de construirse el Convento de San José, se puso la primera piedra del Monasterio de la Encarnación. Acorde con su función real, Fray Alberto de la Madre de Dios ideó un conjunto mucho más monumental que el modesto edificio abulense y, sobre todo, mucho más urbano, en consonancia con el desarrollo arquitectónico que estaba teniendo Madrid, de la mano de los Austrias.

Toda la complejidad volumétrica y espacial del Convento de San José quedó simplificada, en aras de una mayor unidad visual y elegancia. En lugar de la fachada desdoblada de aquel, Fray Alberto optó por un único plano continuo, en la línea marcada por el Convento de San Hermenegildo, integrando el pórtico y el coro alto dentro del mismo volumen.

La arquería también fue modificada, adoptándose una composición de inspiración palladiana, consistente en un arco central de mayor altura que los laterales, a diferencia del diseño de Francisco de Mora, donde todos los arcos son iguales.

Para realzar el protagonismo alcanzado por el arco central, Fray Alberto de la Madre de Dios sustituyó el frontón triangular que corona la hornacina del Convento de San José por uno circular, mucho más efectista.

Del mismo modo, amplió las dimensiones de los tres vanos, hasta igualarlos a la hornacina, logrando un mayor equilibrio de las formas.

Otra de las variaciones introducidas son las pilastras gigantes de los laterales, que remarcan la fachada y contribuyen a su monumentalidad.

Mención especial merece la lonja, una de las grandes aportaciones de Fray Alberto. La presencia de dos dependencias conventuales a ambos lados de la fachada no sólo subrayan la grandiosidad del conjunto, sino que el espacio creado por esta disposición establece una eficaz conexión con la vía pública.

Se trata de una solución mucho más próxima al Convento de San Hermenegildo que al Convento de San José, donde no existen edificios laterales, sino dos muros adosados a la fachada, que delimitan un pequeño patio, con cierta sensación de encajonamiento.


Real Monasterio de la Encarnación, de Madrid.

Replicantes

"La modernidad de la Encarnación, su acertada inserción urbana y, sin duda, su vinculación con la Corte, facilitarían su difusión como modelo por todo el territorio de la monarquía española, donde su influencia siguió vigente hasta el siglo XIX, originando variantes tipológicas y modificaciones estilísticas acordes con los sucesivos cambios de gusto".

Estas palabras de Beatriz Blasco Esquivias, autora de Utilidad y belleza en la arquitectura carmelitana (2004), resumen la rápida expansión que tuvo la fachada del Real Monasterio de la Encarnación.

Entre sus numerosos replicantes, podemos citar, sin salir de Madrid, los conventos de las Mercedarias Descalzas de Don Juan de Alarcón y de las Trinitarias Descalzas de San Ildefonso, por citar sólo dos ejemplos.

Y desplazándonos unos cuantos kilómetros de la capital, pero sin abandonar la comunidad autónoma, nos encontramos con el Convento de la Inmaculada Concepción, de Loeches. La fachada de su iglesia parece un calco de la Encarnación, al margen de ciertos detalles, como la ausencia de lonja o la existencia de frontones circulares en los remates de los tres vanos.

El citado convento fue fundado en 1640 por Gaspar de Guzmán y Pimentel, más conocido como el Conde-Duque de Olivares, que se encuentra enterrado en este lugar. Su construcción se atribuye a Alonso Carbonell, arquitecto del Palacio del Buen Retiro. Como curiosidad, señalamos que, en 1909, fue levantado un anexo, que es utilizado como panteón del Casa de Alba. Pero ya hablaremos de ello en otro reportaje.


Iglesia del Convento de la Inmaculada Concepción, de Loeches.

2 comentarios:

  1. Cada día me gusta más este blog. Un saludos desde http://www.vicusalbus.org

    Un saludo.

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  2. Muchas gracias, Francisco. Y saludos a Vicálvaro. He estado echando un ojo a vuestro blog y tiene muy buena pinta. Felicidades!!!

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